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Atemporal.

A temporal de lluvia y truenos no te gana nadie.

Has pisado de nuevo los charcos salpicando a quien pasaba por tu lado.

He encendido las luces del pasillo para ver si estabas al final.

Y nada.

Todo esto sigue siendo atemporal.

Promesas sin realizar.

Y el olvido nunca es fácil.

El ritmo electrónico me machaca los oídos y las entrañas, y vuelvo a despertar empapado de rabia, daño y efectos colaterales.

No dejas de aparecer y desvanecerte junto a mí, como esas farolas que parpadean en las historias de terror que acaban todavía peor de lo que imaginabas al principio.

Y es curioso porque sigues haciendo que todo deje de importar, la decadencia de la sociedad, el abismo hacia el que camina la humanidad, la extinción de las especies en peligro, el Apocalipsis zombie, la incorrección de los correctos.

Podríamos perdernos de nuevo, que nos de igual lo que pongan en la tele, preguntarnos por si acaso hay algo del otro que aún desconocemos, bebernos como si fuéramos el primer café de la mañana.

Podríamos salir de nuevo esta noche y dejar que hablen la música y la luna por nosotros.

Podrías volver a golpearme en el centro del pecho y empujarme contra el sofá.

Podrías echarle ovarios y ganas, y dejar atrás la falsa sensación de libertad que buscas.

Podrías apagar el ventilador y quitarme la camisa, soltarte el pelo, dejar que me abra hueco en ti casi sin darnos cuenta, vivir pegados, formar parte del otro, esperar el final borrachos y desnudos en el balcón, con la sonrisa del que ya no tiene nada que perder en la vida.

No te gana nadie, y yo siempre pierdo pero me lo dice bien Varry Brava:

“Y cuando no pueda aguantar saldré a buscarte una vez más.”

Hundir la flota.

Tenemos la eterna sensación de no ser dueños de nuestros pasos, ni de nuestras vidas. Somos los últimos de la cadena de mando, simples soldados que obedecen órdenes, que nunca pueden decidir por sí mismos. Tenemos a otros al lado o por encima que nos dicen siempre qué hacer y cómo hacerlo, para impedirnos pensar.

Somos presa y víctima de padres, hijos, hermanos, amigos, jefes, cuñados.

Somos los heridos del combate diario y salimos siempre renqueantes del choque, y tenemos que volver a casa con la garganta llena de frases que no se han pronunciado y que se convierten en astillas que se clavan.

Nosotros que íbamos a tenerlo todo sin tener que luchar por ello, somos víctimas del trabajo, las expectativas de otros y el bombardeo constante de mentiras mediáticas.

Rugimos como las leonas y los tigres enjaulados en el zoo esperando la libertad que nunca llega.

Nosotros que estamos así porque no hemos sabido decir que no a tiempo para liberarnos de cargas que nos lastran y que no queremos soportar. Tampoco hemos sabido parar los pies y ahora estamos obligados a hacer algo que va en contra de nuestros deseos. Y ahora nos pilla por completo el derrumbe porque se nos olvidó saltar cuando todavía estábamos a tiempo.

Ahora nos pesan los pies y los párpados, y nos cruje el corazón en lugar de las articulaciones

Aunque no nos demos cuenta siempre hay quien se atreve a tendernos la mano para salvarnos de nuestro propio desastre cuando no somos capaces de abrir los ojos lo suficiente para percatarnos de la situación en la que nos encontramos.

Aunque todo parezca una auténtica mierda siempre hay alguien dispuesto a ayudar, por mucho que en nuestra oscuridad seamos incapaces de ver lo bueno.

A día de hoy, aún no te has dado cuenta de que eres tú lo único bueno que me pasa, que eres tú quien me impide esta caída sin fin al vacío, no has notado que puedes salvarme o jugar conmigo a hundir la flota.

Puedo aceptar las dificultades, los problemas, los largos silencios, la incertidumbre.

Tocado.

Pero no la indiferencia, la ambigüedad, una vida sin ti.

Y hundido.

#8M

8M con M de mandar a la mierda al machismo.

Los machistas de raíz que creen que no lo son están perplejos, hay mujeres luchando por sus derechos como si no los tuvieran todos piensan.

Estos días de reivindicación salen los más rancios a la luz, aquellos que aún se preguntan por qué las mujeres quieren hacer huelga o por qué quieren ir a la manifestación con argumentos como que «la igualdad ya está conseguida», que «ellas tienen ventajas que nosotros no tenemos». Algunos creen que todo es un capricho y que la culpa es de las «feminazis».

Y entonces es cuando tienes que abrir los ojos y darte cuenta de todo el trabajo que queda por hacer y de todo lo que se debe luchar todavía.

No sé si está mal que yo como hombre alce la voz contra esto y quite el foco de mujeres que, sin ningún tipo de duda, saben reivindicar más y mejor que yo todo aquello que necesitan y buscan en la sociedad actual.

Desde el apoyo que intento mostrar por todas las causas que considero justas me anexiono al movimiento, sin pretender ser quien tire del carro, si no tan solo una mano más que empuje junto al resto.

Porque no ves que mueren a diario mujeres como consecuencia de una sociedad patriarcal, en la que el hombre tiene el poder y se encuentra por encima.

Porque no te has dado cuenta de que las utilizan como reclamo sexual para entrar a las discotecas, en los anuncios de televisión (que sí, que no me digas que en los anuncios sólo salen hombres guapos y con cuerpo de gimnasio, gañán).

Porque no has visto que en toda historia las tratan como si fueran las frágiles y a quienes hay que salvar cuando también tienen dientes, puños y palabras.

Porque las obligan a vender su cuerpo y las transportan como mercancía.

Porque hacen los mismos trabajos por menos dinero.

Porque no tienes miedo de volver solo a casa de madrugada.

Porque les cuesta más llegar a un puesto directivo con los mismos títulos y aptitudes.

Porque si todo lo que piensas sobre ellas fuera real hoy en día no les haría falta salir a la calle para gritar su realidad.

Sólo os digo una cosa, mujeres:

Sentíos libres.

Alzad el puño.

Como podáis, como sepáis, como queráis

Dos minutos.

Más basura, más sangre, más mierda en las manos, y siempre mirando hacia otro lado. No somos conscientes del vertedero en el que estamos convirtiendo el planeta y la humanidad, de lo mucho que vamos a lamentarlo todo que estamos haciendo sin pensar y reflexionar sobre ello.

Hemos dejado el mundo en manos de dos locos que juegan con el dedo sobre el botón rojo y el tiempo corre, el reloj avanza sin que nosotros cambiemos nada de nuestro día a día.

Hemos creado una sociedad que pase lo que pase permanece inamovible, la rueda no se detiene, nunca deja de girar. Seguimos levantándonos, mirando nuestro whatsapp a los cinco minutos de abrir los ojos, escuchando las noticias en la radio para ir a trabajar, criticando, opinando sin hacer, sin formar parte activa del cambio que tanto buscamos. Se nos dan bien los discursos, la fachada, mantener la imagen y la sonrisa intactas mientras somos como esas manzanas que llevan semanas en el cuenco de la fruta.

Hemos aparcado las cosas que deberían importarnos de verdad.

Hemos olvidado que no hay futuro sin gente, y que no hay personas sin derechos.

Y ya no luchamos por nada.

Nos quedamos idiotizados viendo la televisión desde el sofá, sin levantarnos más de dos o tres veces al día. Nos quedamos mirando el teléfono durante horas, viviendo a través de pantallas que no nos transmiten realidad.

El Reloj del Apocalipsis marca desde hace unos días que quedan dos minutos para el Juicio Final, que la extinción de la raza humana está más cerca que nunca por culpa de todo lo que hemos creado y destruido. Importa poco que se trate sólo de algo simbólico, pero debería hacernos reaccionar de algún modo.

Deberíamos replantearnos la evolución, la revolución, el cambio.

Deberíamos mandarlo todo a la mierda, abrazarnos, besarnos, dejar de preocuparnos por lo que no es fundamental.

Respirar, vibrar y crecer.

Y aunque realmente faltaran sólo dos minutos para la medianoche, para que todo el mundo conocido se acabara, seguiría tendiéndote la mano esperando a que llegaras.

 

Utopía.

[Del lat. mod. Utopia, isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516, y este del gr. οὐ ou ‘no’, τόπος tópos ‘lugar’ y el lat. -ia’-ia’.

1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización.

2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.]

¿Cómo imaginas el futuro?

Para mí queda lejos toda esa utopía de la ciencia-ficción del siglo XX que creía en coches voladores plagando las alturas, edificios de cristal inteligentes que sustituyen a las casas comunes, viajes interestelares y trajes inteligentes y extremadamente ajustados que se adaptarán a la temperatura exterior sin que tengamos que hacer nada.

Aunque estamos cerca de convertir el planeta en un lugar inhabitable, de tener que crear agua y oxígeno en los laboratorios, y de llenarlo todo de elementos que nos permitan seguir realizando las funciones básicas y vitales sin envenenarnos en el intento. Estamos cerca de curar lo incurable, de implantar microchips y detectores en el cerebro y bajo la piel, de relacionarnos y controlarlo todo sólo a través de pantallas táctiles y cámaras en la distancia. Ya conocemos la atmósfera y las aguas abisales, la química de los volcanes y de qué está hecho el núcleo de la tierra. Conseguimos que en plena noche parezca mediodía y decirle al agua por dónde tiene que ir. Y parece mentira, pero seguimos sin saber cuidar a los demás, seguimos sin ser capaces de empatizar, preocuparnos, dar sin recibir nada a cambio.

Según evolucionamos, en el sentido técnico de la palabra, involucionamos en el aspecto humano.

Y no sé si conseguiremos vivir para siempre, si volveremos a pelearnos con bombas, si nos tocará empuñar las armas y matar al prójimo de la manera más rastrera que conozco.

No estoy seguro de que consigamos detener la paranoia ascendente, el odio, y el miedo paralizante que empieza a difundirse por las alcantarillas, bajo nuestros pies.

Lo único que tengo claro es tan débil ahora mismo y late tan lento.

Lo único que tengo claro es la sensación que me recorre por dentro.

Mi futuro sí que es una auténtica utopía porque sólo quiero estar contigo.

Y eso, eso ya he visto que sí es un verdadero imposible.

[Se repetía cada día: con ella al fin del mundo, aunque no lleguemos.]

El peor pecador.

Divagamos constantemente, cuando no pensamos en algo concreto nuestra mente se encarga de comprar un billete a cualquier parte y viajar sola, sin nuestro consentimiento. Quizá por eso estamos siempre con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de astillas que tenemos que sacar cuidadosamente con pinzas de punta fina. Quizá por eso silbamos a la nada y miramos las noches sin estrellas entre las ventanas.

Nunca nos damos cuenta de nada, somos así de idiotas.

No hemos caído en el pequeño gesto de quien te deja comerte el último trozo de tortilla del plato, ni en quien te acerca a casa aunque le suponga una pérdida de tiempo. Tampoco hemos pensado en lo que significa que alguien te recomiende un libro porque piensa que te gustará, o una canción, o que quiere ir al cine a ver una película que no le gusta sólo por pasar un rato contigo.

Aún no hemos asumido que hay quien coge trenes de largo recorrido para estar menos de veinticuatro horas con otra persona, quien se acerca los domingos a casa de sus padres sólo para verles sonreír, quien te deja una nota o te manda un mensaje sólo para desearte un buen día.

Todavía nos quedan buenas intenciones pero parece que hoy en día demostrarlo es un signo de debilidad. No se valora la sinceridad, ni la lealtad, ni estar en la sombra siempre a punto para evitarte una caída. Somos parte de una sociedad que premia el cinismo, el sarcasmo y el doble sentido.

Nosotros podemos solucionarlo, hacernos el bien el uno al otro, mirarnos cada noche mientras no podemos evitar que se caigan los párpados por el cansancio, taparnos bajo la misma manta cuando apriete el frío, acurrucarnos juntos en la cama para ahuyentar a los fantasmas y los malos espíritus, besarnos cada vez que el mundo nos parezca un desierto, amarnos cuando suene nuestra canción favorita, no poder evitar que nos caiga una lágrima cuando algo nos emociona, cerrar las puertas cuando lleguen las malas épocas y dejar que pase el temporal.

Pero yo que proclamo, que hablo como si estuviera lejos y apartado de toda la hipocresía soy el más peligroso, porque acabo siendo una de esas cuerdas que tira fuerte para abajo y te hunde en las aguas profundas y oscuras. Yo que creo que voy con la misma armadura que un príncipe sólo soy un ladrón más. Yo que pienso que camino sobre las aguas y estoy libre de todo mal soy el peor pecador de este teatro que es la vida.

Y es que me destruyo a mí mismo cada vez que consigo reconstruirme, por eso no quiero dejar sobre tus hombros la responsabilidad de salvar a alguien como yo.

Loco.

Querer a alguien nunca había sido tan fácil para mí.

Lo complicado es todo lo demás.

La gente me llama loco por seguir aquí, sobre el nivel del agua, aunque me llegue al cuello. La gente me llama loco por no haberme rendido todavía pero es que no sé hacerlo, no puedo cuando sé de sobra que algo vale la pena.

Y claro que soy un loco porque lo contrario es ser aburrido, y lo cierto es que me dan igual cien camisas de fuerza y las pastillas para dormir y dejarme sin conciencia. Sé que aunque me encerraran en una habitación sin ventanas seguiría recordando tu nombre cuando me dejaran ver la luz del sol. Sé que recordaría tus ojos en cualquier habitación, atado a la cama, llorando en silencio.

Claro que soy un loco porque creo en el amor, y en ti, y en que algunos días las nubes se van y el sol sólo brilla por nosotros.

Creo que la cordura mata al mundo, la cordura mata las emociones, la cordura acaba matando lo extraordinario que hay dentro de nosotros. Y es eso mismo, nuestra parte rara y diferente lo que nos hace únicos, lo que nos hace especiales, lo que hace que se nos iluminen los ojos cuando hablamos de una canción, un recuerdo, un libro que nos gusta o recitamos un poema que sabemos de memoria. Es esa locura la que nos hace estar vivos y respirar con ganas, reír con una explosión de alegría, compartir lo único que realmente podemos compartir, que es la vida.

Podéis seguir siendo muñecos de ojos apagados, marionetas que se dejan llevar por lo que dicen los periódicos y los iluminados de turno.

Podéis apagar vuestras conciencias viendo la telebasura y leyendo los best-sellers de los anuncios de televisión.

Podéis dejaros controlar por la tecnología y el qué dirán, y toda esta sociedad intoxicada que nos rodea en cada momento.

Yo prefiero seguir intentando salirme del círculo, enamorarme más de ti cada día, saber apreciar la lluvia que vendrá en otoño, el olor a tostadas quemándose otra mañana más.

Prefiero seguir siendo un loco.

Que sobrevuelen los misiles.

Nos va a destruir antes el ego que las bombas. Somos incapaces de ser sinceros, de mirar a los ojos, de tendernos la mano. Casi es mejor que el mundo se venga abajo, que resurjamos de nuestras propias cenizas, que todo vuelva a empezar para tener otra oportunidad.

Y es que la vida es una ocasión tras otra pero parece que nunca las sabemos aprovechar y después sólo sabemos quejarnos porque todo nos va mal. Si tiramos la toalla al primer problema, si desistimos al primer escollo, si renunciamos al amor al primer temblor de tierra.

Parece que hoy en día cualquier riesgo no vale la pena, que todo esfuerzo es demasiado y que no estamos dispuestos a hacer nada por conseguir lo que queremos. Parece que todo nos cuesta y no debería ser así.

Es que si no luchamos cualquier día estaremos rotos, lejos, muertos, y todo habrá sido para nada. No vale la pena sufrir si al final no podemos sentarnos frente al mismo fuego y calentarnos las manos, y mirar al cielo y reírnos de lo que tenga que decirnos el futuro.

El día a día es un laberinto imposible de recorrer y todo me parece silencio cuando no estás tú.

Eco, necesidad, final.

En mis pesadillas los caminos están llenos de pólvora y resina, y todos me impiden avanzar hasta ti. Y cuando abro los ojos ya no sé qué es real y qué es mentira, y me pregunto si los besos eran verdad, si queda algo de moral al cerrar la puerta, si alguien puede desconectarme de la realidad para que no me importe nada de lo que bombardea mi conciencia a diario.

La sociedad es tan superficial y yo quiero ser tan profundo contigo, dejar la fugacidad de lado, darle sentido a las cosas, no juzgarlo todo.

Podemos hacerle caso al azar esta vez, que para algo ha unido nuestros suspiros, ha puesto al mismo ritmo nuestros latidos, ha sentado el gris sobre nuestros hombros para que nos refugiemos juntos de todos los fantasmas.

Contigo uso más palabras siempre de las que realmente nos hacen falta, porque no necesitamos más que clavarnos las pupilas y acariciarnos las mejillas, para que se nos olvide todo, para que lo malo parezca menos malo, y París sea una fiesta.

Y a mí me da igual que sobrevuelen los misiles, escuchar el ruido y temblar de miedo si te miro.

Y a mí me da igual que el mundo se acabe porque al menos nos hemos tenido y eso debe quedarse formando parte de algún quark. Seremos partículas elementales cuando todo tenga que crecer otra vez, seremos como el agua llenándolo todo de vida.

Defectos, deseos y las cartas del destino.

Defectos.

He vuelto a descubrirme miles de defectos, los he cogido y los he sumado a los otros miles que ya tenía anotados en una lista. Y me los recito uno tras otro en el espejo con firmes palabras de predicador.

Al final del día tenemos que acostarnos siendo conscientes de nuestros errores, nuestras imperfecciones y nuestras malas decisiones.

Y seguir adelante.

Todo supone lastre, sacos llenos de piedras que son sentimientos que no sabemos gestionar. Todo supone tierra en los ojos, agua de mar en la garganta y sal en las heridas.

Pero la vida continúa aunque nosotros no queramos, aunque nos guste detenernos y mirar el cielo para contemplar las lágrimas que prenden en medio de la oscuridad cada mes de agosto. Seguimos pidiendo deseos efímeros que nunca llegan a cumplirse.

Pero ya no podemos confiar ni tan sólo en el firmamento, ni en los viejos del lugar, ni en lo que nos dice el corazón. No podemos confiar en la magia ni en los rituales ancestrales. No podemos confiar en la memoria ni en quienes escriben la historia. Y tampoco en los que dicen que estarán con nosotros para siempre y se han caído del caballo después de saltar la primera piedra.

Nos rodea la misma corrupción moral que gobernó a los romanos y a los emperadores chinos.

Nos rodean los pactos de silencio, los indios y vaqueros, los paraísos artificiales.

Nos rodea la mentira, la falta de escrúpulos y remordimientos.

Y da igual, porque ya no se ensalza el bien ni a sus defensores, porque vivimos en los tiempos del cuanto peor mejor, porque se premia a los culpables, porque se difama a los que luchan, porque hay que reivindicar en voz baja y sin molestar, porque el amor real ya está manchado de todos los clichés de las películas.

La sociedad actual, otro defecto.

Y, a estas alturas, ya no podemos confiar en los deseos.

Digan lo que digan yo no pierdo la esperanza.

Será por eso que siempre pido que te quedes a mi lado, y las cartas del destino me juegan de nuevo una mala pasada, porque mi deseo, por mucho que mire cada noche las estrellas, aún no se ha cumplido.

Los tristes.

Los tristes bien podríamos ser una especie aparte. Se nos reconoce con facilidad, casi con tanta facilidad con la que se nos critica. Podemos reír, seguir el juego y, sin embargo, sentir que estamos muriéndonos lentamente y que nadie lo percibe. Es la horrible sensación de pasar por invisible.

Alegra esa cara, hombre.

Lo dicen como si fuera tan fácil, como si supieran lo que nos pasa por dentro, como si por un miserable segundo se hubieran parado a pensar lo que es sentir lo mismo que sientes tú. Está tan al alcance de nuestra mano criticar las actitudes de los demás que se nos olvida que detrás de las acciones y los sentimientos hay personas.

Deja de regodearte en tu dolor.

Haz algo.

Me pregunto por qué, por qué debo hacer lo que ni mi cuerpo ni mi mente están dispuestos a comenzar en este momento. La vida tiene sus procesos y hay momentos para la nostalgia, la melancolía y el golpearse el pecho con el puño cerrado. Estoy un poco harto de una sociedad que sólo premia al que sonríe siempre aunque sea de manera fingida. Quizá es que sólo necesitamos un mundo que nos abrace mientras lloramos desconsoladamente por todo aquello que nos ha salido mal en el día, en lugar de un entorno que nos señale con el dedo por no estar bebiendo cerveza y haciéndonos fotografías con nuestros amigos.

Los tristes necesitamos nuestro espacio, cerrar los ojos cuando escuchamos música de piano, huir de nuestra mirada en cualquier espejo, flotar en alta mar, ver cuadros que ha pintado alguien con más talento del que nunca rozarán nuestras manos, sonreír cuando te descubres en la ansiedad de otros.

Los tristes necesitamos mirar la lluvia caer en un día gris mientras bebemos café y nos preguntamos por qué seguimos solos.

Pero siempre me acabo respondiendo rápido, y es que tampoco tengo mucho que ofrecer porque al final soy sólo un triste.

Y nadie quiere pasar el resto de sus días con uno de nosotros.

Por mucho que ese triste te cuide con cariño, te folle con ganas y te diga que te quiere.