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Colisiones.

Accidentes inesperados que acaban siendo como un choque entre estrellas, encuentros  entre dos que pueden desencajar de un momento a otro el universo, por completo. Colisiones entre cuerpos que siendo tan diferentes deciden unirse por un instante y congregar todo lo bueno entre sus pieles, acelerar el pulso, latir sin miedo, reír, llorar, follar sin prisa. Apenas dura unos segundos la sensación eléctrica, la piel de gallina, los pelos de punta, las endorfinas viajando desde el cerebro hasta el ambiente, la confianza en que quien tienes a tu lado no te hará nunca daño, la tranquilidad de dar la vuelta al mundo sobre la cama y de su mano.

Y después de ese soplo de vida todo puede derrumbarse, caer al vacío, dejarte con el corazón ciego y sordo y mudo.

La suerte y la desgracia se mezclan en el día a día, como la saliva, las lágrimas y el barro con la lluvia.

Lo bueno y lo malo siempre vienen juntos, supongo que por eso algunas veces me soportas a tu lado.

Los opuestos atrayéndose siguiendo la ley de Lorentz, sin hacer caso a los tribunales.

Los Jedi y el lado Oscuro de la Fuerza batiéndose otra vez en duelo.

S.H.I.E.L.D contra Hydra.

La cantata ciento trece de Bach frente a la sinfonía número cuarenta de Mozart.

Y mientras el mundo se divide en dos, mientras en lugar de predominar los grises cada vez se hacen más marcadas las diferencias entre norte y sur, este y oeste, buenos y malos; la noche vuelve a sorprenderme mientras te espero, mientras observo por la ventana cómo la gente se recoge de camino a sus hogares y yo me pregunto si alguna vez encontraré el mío, si algún día sentiré que pertenezco a algún sitio más allá de la cuna de la que vine.

Me pregunto si algún día entraré en casa y me darás las buenas noches.

El vértigo.

Me salvo sólo con rozarte.

[Mirarte.

Abrazarte.

Besarte.]

Me salvo sólo con verte.

Pero todas estas frases están tan leídas y escritas que me sabe a poco.

No sé muy bien cómo decir todo sin usar palabras que ya se han oído antes.

Relatos repetitivos, historias en bucle, amores de barrio, de cama, de carretera que acaban en felicidad o tragedia.

El amor pastel de los libros, el rosa del sexo prohibido a principios de siglo XX, lo erótico de hombres fornidos y mujeres adelantadas a su época (¿qué época?) en las Highlands.

Quiero acabar con el cliché del amor en la literatura.

Con las escenas de sexo en silencio en las películas.

Con los besos a escondidas mientras los demás se quedan en la fiesta del jardín.

No sé muy bien cómo alejarme de esa poesía basura que nos llena las pantallas del teléfono y los oídos en estos días de amores superficiales que desaparecen antes que una story de Instagram; ni cómo dejar de repetir sensaciones y sentimientos tan manoseados que han perdido su auténtico y verdadero significado.

Sólo intento salvarnos del tiempo, desesperados, mientras nos buscamos en medio del naufragio diario.

Sólo intento alejarnos de la basura cósmica y también de la mundana, convertirlo todo en una normalidad de la que no tengamos que aburrirnos.

Sólo intento que se nos cierren las heridas sin que tenga que dolernos nada nunca más.

Acariciarnos los huesos cuando temblemos los días de lluvia.

Darnos la mano cuando nos quedemos sin respuestas.

Ser nuestro único antídoto en medio de este mundo lleno de veneno.

Poder abrazarnos por la espalda cuando nos llene el miedo.

Y la pena.

Y la alegría.

Y el vértigo de perdernos en cualquier instante.

 

 

Jodidos por dentro.

Me sirve si todo esto vale para algo, si después de ti ya no va a llegar nadie más que me rompa en mil pedazos y trate de esconder los trozos debajo de la alfombra como si no hubiera pasado absolutamente nada, borrando los restos del crimen, intentando ocultar las verdades, los recuerdos y las deducciones que creímos hacer correctamente.

Suena Carolina Durante y el calor aprieta tanto como lo hacen tus manos alrededor de mi garganta.

El problema no lo tengo en olvidar, el problema viene cuando follar está muy bien pero de pronto vuelve tu nombre a la cabeza y tengo ganas de saltar por la ventana.

He leído que todos los escritores acaban relatando de una u otra forma sus propias historias de amor (perfectas, tórpidas, tóxicas, idílicas, eternas, medievales, platónicas, etílicas), que sufren, que se desangran, que unos lo superan y otros se quedan flotando en la balsa de la memoria hasta el fin de los tiempos.

Al final todos estamos jodidos, por uno u otro motivo, pero estamos jodidos por dentro.

Y no nos acaba curando ni el Mundial, ni la cerveza, ni una puesta de sol en las mejores playas, ni dormir abrazados a la persona que queremos.

¿Qué haces cuando no hay antídoto?

¿Qué haces cuando sabes que nada sirve?

No sé si tú también tienes esa sensación de vacío permanente, aunque a veces esté en el centro del pecho y otras lo sientas al mirarte las manos, o al mirar al techo cuando el insomnio se cuela en tu cama; como si no entendieras el propósito que tienen tus pies pisando la tierra.

No sé si también tienes la claridad de un lunático cuando se van las nubes a fin de mes respecto a la mierda de tus sentimientos.

No sé si también te odias a ti mismo, si te lamentas por todo, si sientes que has perdido el tiempo, las ganas, las fuerzas, la salud, y que sólo has conseguido llenarte de puñales y náuseas.

Ya llegará el otoño y podré esconderme de nuevo sin que nadie pregunte por mí, mientras tanto fingiremos en el mar, sonreiré para las fotos y me salvaré una vez más sin saber cómo ni por qué.

El perdón y la física cuántica.

Mi vida está llena de café, cicatrices por curar, despertares sin ti.

Y caos.

La tuya también está llena de caos, un caos que desconozco casi por completo. Sigues siendo un misterio a pesar de que pasa el tiempo y hemos ido conociendo las fibras de las que estamos compuestos casi sin saberlo.

En el mundo casi todo acabamos conociéndolo de ese modo, un día te encuentras con una persona de la que no sabes nada y a los meses te descubres recordando su fecha de nacimiento, sus canciones favoritas, su escritor de cabecera y su lugar preferido de la infancia. Sin saber muy bien cómo lo has conseguido de pronto estás mirándole a los ojos, buceando en su boca, meciéndote en sus caderas.

Un día todo cambia, se cruza el muro, dejas atrás los límites y sólo tienes ganas de respirar al unísono con las luces apagadas.

Te pido perdón ahora que no me queda otra, es lo único que está en mi mano ya. Te pido perdón porque no sé hacer las cosas de un modo mejor, no he podido pararme los pies ni he sabido detenerme a tiempo. Perdóname por ser incapaz de quedarme quieto cuando te veo, incapaz de hacer como si no pasara nada, de disimular, de decir en voz alta que no me quedan fuerzas pero seguir siempre luchando por los dos.

Soy, algunos días, como esos peces que el mar arrastra hasta la orilla y buscan oxígeno sin que llegue a sus pulmones y al final la espuma acaba brotando por mi boca. Lo sigo intentando hasta el final pero intuyo que este está tan cerca que me recuerda a esas veces que un maratonista no puede alcanzar la meta por culpa del cansancio, aunque sólo le falten unos metros para conseguir su objetivo.

Lo teníamos tan fácil, al alcance de la mano, estábamos rozándolo todo ya con la yema de los dedos. Estaba oliendo tu pelo al salir de la ducha, buscando el hueco de tu cuello para intuir tus pulsaciones.

Yo siempre estoy esperando y nunca acabas de llegar, es una sensación extraña, como si lo nuestro fuera el gato de Schrödinger de las relaciones. Estamos en un estado de vida y muerte permanente, metidos en nuestra caja con nuestro veneno y nuestra partícula radioactiva.

Juntos y separados al mismo tiempo, cincuenta por ciento.

Pero no me hagas caso, no acabo de tener claro que la física sea la ciencia que mejor explica lo que pasa en el amor.

 

Maldita fortuna.

Los caprichos del corazón, esa lucha interna entre razón y sentimientos que no se puede ganar y acaba reportando dolor. Un dolor profundo, interno, que no se va con la risa cotidiana, ni con cerveza y amigos.

Piensa que es mejor sentir que estar muerto, pero a veces me gustaría sentir la anestesia adormeciendo mi piel, colapsándome las ideas, haciéndome implosionar para empezar de cero.

Y volver a equivocarme, acertar de lleno a tu lado.

Elegirte de nuevo como mi error favorito, y agradecerlo sin más.

Cortarme las alas para, en lugar de volar lejos, quedarme contigo.

Volver a mover los peones, las torres y los alfiles en las mismas jugadas, llegar al mismo punto.

Sin retorno.

Porque ambos sabemos que no hay vuelta atrás, que los pasos siempre van hacia adelante, y tenemos dos opciones, o anudar la soga al cuello y dejarnos morir lentamente, o seguir respirando juntos.

Y a mí, a pesar de todo, me gusta el aire fresco entrando en mis pulmones y sentirme vivo a mi manera.

Entre postales, fotografías y recuerdos.

Entre tus manos, tus miedos y los besos.

Aún quiero ver cómo se desliza el tirante sobre tus hombros, cómo se pierden tus bragas bajo las sábanas, cómo se queda tu pintalabios manchando la almohada, pintando los vasos. Escucharte suplicar bajo mis manos, tu lengua contra mi oído, tu saliva enfriándome el cuello, las pulsaciones contra el techo.

Sé que hay vida más allá de ti pero yo quiero la vida contigo.

Escucha el reloj, quédate conmigo.

Maldita fortuna tenerte, sin tenernos.

Maldita fortuna querernos.

No sirve de nada.

He besado otros labios y no saben igual que los tuyos.

Pensaba que sería la solución a todos mis problemas.

Borrarte de mi mente como se borran las palabras escritas con tiza de una pizarra.

Quería que me tocaran otras manos.

Me miraran otros ojos.

Quitar otra ropa interior.

Abrir otras piernas.

Me dijeran nuevas frases que no me recordaran a ti.

Quería intentar curarme de este mal de una vez.

Y no sirve de nada.

Mis intentos por alejarte de mi mente son siempre en vano y ya no sé qué hacer desde lo alto de este castillo en el que diviso mi futuro lleno de baches, grietas y desastres.

Sin ti.

Sería fácil no complicarnos más la vida estando juntos, dejar a un lado las dudas, los medios besos, las verdades que se quedan sólo entre los dos.

Sería fácil dormir abrazados, reír mientras follamos, compartir cada delito y pecado sin remordimientos.

Podríamos ver el mundo y también mirarnos por dentro, y pisar los charcos de las que un día fueron nuestras lágrimas porque se nos ha olvidado lo que es llorar desde que estamos juntos.

Podríamos pisar los aeropuertos más que nuestra casa, beber vino frente a la catedral de Florencia, pelear de vez en cuando por quién se queda el mando de la tele, ir desnudos por casa y atacarnos por la espalda.

Podríamos encerrarnos un fin de semana sin necesitar más miradas, ni café de bar, que se te olvidara fumar porque tienes las manos y la boca encima de mí, que no pudiéramos mentirnos porque sabríamos lo que nos pasa sólo con entrar por la puerta.

He besado a otras mujeres y no son tú.

Pensaba que sería la solución a mis problemas.

Pero no sirve de nada.

Y me está matando poco a poco saber que te escapas, saber que me difumino en tus retinas, saber que un día sólo voy a ser un número que borrar de la agenda de tu teléfono.

Ojalá te pasara como a mí, que ahora que sé lo que es querer de verdad no quiero otra cosa en la vida.

Santos modernos.

Brindamos con vino que ya ni es la sangre de nadie ni está bendito.

Bailamos al ritmo de algo más que cornetas y tambores.

Y las únicas cruces en las que creemos son en las que marcan las facturas que quedan por pagar en el calendario que cuelga de la cocina según avanza el mes.

Para lo único que me gusta ir a la Iglesia es para ver las vidrieras, los arcos y los retablos que adornan sus altares.

Para lo único que me sirve la religión es para aborrecer a los que la defienden sin limpiarse las gafas. No confío en los que van a misa los domingos pero tienen las manos llenas de sangre, en los que dan limosna para limpiar su conciencia, en los que levantan un paso en Viernes Santo y menosprecian a su mujer cada día al llegar a casa.

La religión da la oportunidad de perdonar sin arrepentimiento, de seguir pecando mientras vayas de vez en cuando al confesionario. Dicen que un señor multiplicó los panes y los peces, que resucitó a los tres días, que murió por nosotros sin que se lo hubiéramos pedido, que hizo que surgieran lenguas de fuego, que enfadó a los mercaderes en el templo.

Y a mí todo me sigue importando poco.

La historia explica que algunas cruces sólo han servido de excusa para causar dolor, perseguir ideas diferentes y obtener la redención.

Ahora todo ha cambiado.

Ahora somos santos modernos, que ven borroso el amanecer todos los sábados y se encierran en su habitación cuando una nube cruza el cielo y oculta las escasas sonrisas que somos capaces de acumular tras las ventanas.

La felicidad es tan efímera, a estas alturas de la vida, que se acaba cuando se vacía el vaso de cerveza fría y la música deja de sonar.

La única religión que me sirve es esa en la que comulgamos al mismo tiempo cogiéndonos de la mano, en la que separamos las aguas sólo con la lengua, en la que mentir para salir ganando no es una carta a los Corintios.

El único perdón que necesito es el tuyo antes de darte un beso.

La única palabra en la que confío es en la que tú dices cuando me miras a los ojos.

El único milagro en el que creo es en el de tenerte en mi cama.

Mi único pecado, el de no querer a nadie que no seas tú.

 

Sacrificio.

La gente dice que hay que sacrificarse por amor y la verdad es que no lo entiendo. Para mí nada que suponga un esfuerzo se parece a querer a alguien, porque querer es algo sencillo, que simplemente surge, aparece de la nada y muchas veces se va sin saber ni cómo ni por qué.

Un día te enamoras y al cabo del tiempo esa sensación ha desaparecido de tu interior sin dejar rastro. Yo recuerdo hacer promesas de amor eterno que se han desvanecido de manera absoluta y entonces me pregunto si hablamos demasiado pronto, si nos decimos las cosas cuando sólo son las hormonas las que están alterándolo todo.

Las hormonas y el sexo.

Culpables de casi todas nuestras malas decisiones.

Yo también pensé que algunas personas se quedarían conmigo para siempre y que yo las querría siempre junto a mí, y ahora me doy cuenta de que no ha sido así. Pasé noches de San Juan entrelazando mis dedos junto a la orilla de una playa desierta, me asfixié a besos en una cama en pleno Agosto, me cuidaron cuando la fiebre se apoderaba de mí, fui lo más importante para alguien durante años.

Y ahora nada.

He ido dejando amores a mis espaldas como quien deja cadáveres, he hecho más daño del que me han hecho a mí.

Hasta que me topé contigo.

Recuerdo que hace un tiempo había cosas que me costaba hacer aunque estuviera enamorado, también recuerdo que yo quería ser el centro. En el fondo, algunas personas usan el amor sólo para satisfacer su propio ego, sólo para sentirse queridos e importantes.

Yo también caí en eso.

Hasta que me topé contigo y convertiste todo lo demás en algo secundario. Te convertiste en el centro de mi extraño sistema solar, en la directora de esta orquesta de órganos y sistemas, en quien rompe mis cadenas.

Hace ya un tiempo que tengo claro que cualquier cosa que te tenga como destino final nunca me costará más de lo que me cuesta cerrar los ojos después de darte un beso y saber que aún tenemos un mañana que vivir.

La gente dice que hay que sacrificarse por amor y la verdad es que no lo entiendo, porque ahora te miro y tengo claro que haría como Drácula, que cruzaría océanos de tiempo para volver a encontrarte, que esperaría a que llegara a septiembre para que me aprobaras nuestra asignatura pendiente, que jugaría a ser espía en medio de la Guerra Fría sólo para toparme contigo al otro lado del muro.

[Luego imagino tu cara de indiferencia al leer esto y se me encoge el pecho y me cuesta tragar saliva. Y lo llena todo un doloroso silencio.]

Como si fuera primavera.

El mundo está tan loco como lo estamos nosotros, como lo está la vida de hoy en día.

3 de Enero y veinte grados, y dejamos que el sol roce de nuevo nuestra cara y nuestros brazos como si fuera primavera.

El invierno apenas ha llegado a nuestras calles y ya se ha ido, supongo que le cansamos, que sabe que este no es su sitio y que no nos gusta demasiado. Supongo que sabe que nos gusta más poder sudar juntos sobre el colchón, con las ventanas abiertas sin tener demasiado claro si nos están viendo los vecinos y sobre todo sin que nos importe demasiado. Te he visto de nuevo en sueños arqueando la espalda, atrapando las sábanas entre tus dedos, buscándome en la penumbra en voz baja, susurrando palabras que sólo entiendo cuando lo haces en mi oído.

Me gustaría estar caminando junto al mar contigo al lado, llevando el mismo paso mientras el rumor de las olas nos trae recuerdos y caricias que no queremos olvidar, mientras nuestras manos y nuestros dedos se buscan igual que lo hacen nuestras bocas cuando apagamos la luz y nos falta el aire.

Sería tan mágico que pudiéramos sentarnos en el suelo y leernos páginas de historias de verdad, contarnos mirándonos a los ojos la vida de todos esos personajes que nos habría gustado ser y pronunciar en voz alta todas aquellas vidas que nos hubiera gustado vivir.: Pisar las calles del París bohemio del Moulin Rouge, caminar por el Londres victoriano intentando encontrar a Jack el Destripador, navegar a bordo de un barco de vapor por el río Mississippi, observar cómo piedra tras piedras las pirámides ascendienden hacia el cielo etéreo del Egipto faraónico, tocar el piano en el Cotton Club.

Y estoy seguro de que la gente hablará de mí por decir un gilipollez detrás de otra, y seguramente dirán que soy un loco porque no te conozco tanto como creo, pero yo no necesito más. No puedo evitar sentir lo que siento al verte, al pensarte, al tocarte, al perderte.

Si tenemos los días contados, no exagero al decir que, quiero contarlos contigo; y que voy a quererte siempre como si fuera primavera.

Alucinaciones hipnopómpicas.

Sueño.

La ropa resbala por su cuerpo lentamente, acariciándole la piel igual que lo hace un susurro al oído. Su tono blanco de completa desnudez le da un toque de indefensión y sólo quiero abrazarla, hacer de escudo, coraza, salvaguarda, para impedir que nada le haga daño, para impedir que nada le duela, para impedir su angustia y sus lágrimas.

Instinto primitivo.

Beso tu cuello, tu espalda, tu abdomen, y tú te enredas en mi nuca, en mi pelo, en mis dedos. El sol tímido se cuela por la persiana aclarando la penumbra y vuelves a parecer una diosa etérea y sin miedos. Todavía no ha sonado el despertador y nuestros ojos están entrecerrados, sintiendo nuestros claros y sombras con las manos. Aún nos tiemblan los huesos estando en la misma habitación y eso sólo puede ser algo bueno. Somos un par de figuras de cristal sobre la cama que se rompen si tocan el suelo.

Esta historia sería un combate injusto si alguno de los dos fuera a perder, pero en el amor eso no pasa. Con el amor sólo se puede ganar, ¿verdad?

Porque si no vibras como las cuerdas de un violoncello al rasgarlas cuando te mira no tiene sentido.

Porque si no te entran ganas de ser mejor persona cuando paseas a su lado no tiene sentido.

Porque si no te mira a los ojos al menos una vez al día para decirte que todo va a ir bien no tiene sentido.

Porque si no te hace sentir que quieres vivir eternamente no tiene sentido.

Ni razón.

Porque si necesitas besar otros labios, tocar otras almas, beber de otros cuerpos, debes mirarte al espejo y dejarte llevar por el ruido cardíaco que habita en tu pecho, por la idea simple de un futuro mejor.

Estoy esperando, dando vueltas en la noria, dispuesto desde hace tiempo a abrir el paracaídas para impedir que choques contra el suelo, para impedir que pienses que no mereces algo mejor (porque lo mereces).

No podemos ser esclavos, ni arriesgarnos a perder los días, porque se esfuman los suspiros con demasiada rapidez, y las horas, las vidas.

Yo no quiero arrepentirme dentro de cinco, diez, veinte, treinta años, no quiero tener que lamentarme porque no nos atrevimos a intentar salir de la cueva buscando el sol.

Sueño contigo a diario, por eso siempre me despierto sonriendo.

Después abro los ojos, pongo un pie en el suelo, y llega la realidad para caer sobre mí como una losa.

Vuelven a dolerme las costillas, pero donde más duele es justo en el centro, en el amor propio.