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No más poemas de amor.

Estoy harto de los poemas de amor que sólo mienten, necesitamos poemas bélicos.

Sí.

Que hablen de batallas.

De lucha.

De no cesar en el intento.

De buscar y conseguir.

De lograr los objetivos.

De no quedarse quieto mirando cómo todo el mundo avanza excepto tú.

De escapar sin tener que huir.

Necesitamos poemas que hablen de fuego y cenizas, de pájaros que vuelan sobre nuestras cabezas sin ningún tipo de miedo, de alcohol y penas que se ahogan, de piedras con las que tropezar que quedan atrás.

Necesitamos más mirarnos a los ojos y menos palabras vacías, más intentarlo y menos oídos contentos, más atrevimiento y menos desconfianza.

Sigo en plena guerra, conmigo mismo, contigo, contra todos; por eso no quiero más poemas de amor de los de siempre, que quieren decirlo todo sin decir nada, que usan palabras repetidas, roídas, que han perdido la verdad que abrazaban antaño.

Observa el mundo que te lo dice todo con una lluvia de estrellas, un atardecer, un poco de brisa fresca en un día tórrido, una mirada cuando más lo necesitas, una llamada de teléfono inesperada, la pantalla del móvil iluminándose a las dos de la madrugada.

Observa el día y la noche, con el sol entre las nubes, acantilados rugiendo en la oscuridad, con los pecados sobre nuestros cuerpos y las plegarias, y el perdón y las flores muertas desde hace años junto a casa.

Obsérvalo todo y si pierdes el equilibrio búscame.

Prometo que aunque creas que no hay nadie allí estaré.

El vértigo.

Me salvo sólo con rozarte.

[Mirarte.

Abrazarte.

Besarte.]

Me salvo sólo con verte.

Pero todas estas frases están tan leídas y escritas que me sabe a poco.

No sé muy bien cómo decir todo sin usar palabras que ya se han oído antes.

Relatos repetitivos, historias en bucle, amores de barrio, de cama, de carretera que acaban en felicidad o tragedia.

El amor pastel de los libros, el rosa del sexo prohibido a principios de siglo XX, lo erótico de hombres fornidos y mujeres adelantadas a su época (¿qué época?) en las Highlands.

Quiero acabar con el cliché del amor en la literatura.

Con las escenas de sexo en silencio en las películas.

Con los besos a escondidas mientras los demás se quedan en la fiesta del jardín.

No sé muy bien cómo alejarme de esa poesía basura que nos llena las pantallas del teléfono y los oídos en estos días de amores superficiales que desaparecen antes que una story de Instagram; ni cómo dejar de repetir sensaciones y sentimientos tan manoseados que han perdido su auténtico y verdadero significado.

Sólo intento salvarnos del tiempo, desesperados, mientras nos buscamos en medio del naufragio diario.

Sólo intento alejarnos de la basura cósmica y también de la mundana, convertirlo todo en una normalidad de la que no tengamos que aburrirnos.

Sólo intento que se nos cierren las heridas sin que tenga que dolernos nada nunca más.

Acariciarnos los huesos cuando temblemos los días de lluvia.

Darnos la mano cuando nos quedemos sin respuestas.

Ser nuestro único antídoto en medio de este mundo lleno de veneno.

Poder abrazarnos por la espalda cuando nos llene el miedo.

Y la pena.

Y la alegría.

Y el vértigo de perdernos en cualquier instante.

 

 

Todo es por ti.

Llevo tanto tiempo metido en mi cuadrilátero, acariciando los barrotes de la jaula creyendo que puedo volar estando preso. He tocado fondo tantas veces y siempre vuelvo a salir a flote. He llorado tantas veces y siempre encuentro motivos para olvidar las lágrimas.

Sólo he alcanzado la felicidad estando a tu lado, y qué putada.

No tengo armas con las que defenderme, ni argumentos suficientes para quedarme atrás. A estas alturas ya no puedo perder nada porque nunca lo he tenido y, sin embargo, aunque parezca lo contrario, no me rindo. Nunca dejo de luchar porque es lo único que me hace sentir que aún estoy vivo. La pelea diaria, el seguir nadando aunque el agua me llegue al cuello, y saber que aún estás ahí con la mirada perdida y siempre confundida.

Se me empaña la vista de vez en cuando y se me nubla el corazón según el día sin que pueda controlarlo, sin tener capacidad suficiente para evitar sentirme acabado, melancólico o, incluso, cínico. No sé qué pensar de mí mismo, si sólo soy un estúpido que está perdiendo el tiempo o si creo tanto en nuestro amor que podría con todo sin necesidad de levantar la voz.

Siempre he sido de fuertes convicciones y, desde hace un tiempo, tengo claro la línea que separa lo que quiero de todo lo demás.

Todo es por ti, lo bueno y lo malo, es por eso que ya no tengo modo de defenderme, de hacerme a un lado y evitar el daño, el sufrimiento que me llega ya a los huesos. No se puede dejar atrás aquello que quieres, no se pueden evitar ciertos sentimientos, ciertas ganas, ciertas certezas.

Y apareces en todo, para mi fortuna o desgracia.

Apareces siempre como esa melodía pegadiza de los anuncios que no deja de brotar en tu cabeza cuando menos te lo esperas.

Y así vuelven a mí tus ojos, tus besos, tus manos.

Y así vuelves a mí en silencio, con lluvia y truenos de fondo, y lágrimas en las mejillas y los brazos abiertos.

Todo es por ti.

Este dolor.

Esta pasión.

Esta espera.

Esta esperanza teñida de azul.

Desde el principio.

Hablamos tanto sin hacer nada, se nos llena la boca con te quieros que se quedan flotando en el aire igual que flota el polvo, igual que flotan las ganas cuando yo te miro.

Nos enseñan desde pequeños a hablar bien pero se entretienen poco a decirnos que las palabras se acompañan con actos, que no podemos pensar de una manera y actuar de otra porque eso tiene un nombre que recoge el diccionario.

Nos enseñan ortografía, gramática, sintaxis, adecuación, cohesión y coherencia, y no tenemos ni idea de manejar las emociones, de explicar cómo nos sentimos, de bautizar con sustantivos todo eso que nos pasa por dentro y nos remueve desde la primera costilla hasta el bazo y la vesícula.

Incapaces, ineptos emocionales, androides a los que destruir después de que hayan sido útiles durante un tiempo. Nos late el corazón sin saber muy bien por quién ni durante cuánto tiempo. Cogemos aire sin saber cómo hablarnos con sinceridad. Nos abrazamos sin tener muy claro cómo usar la compasión, ni qué significa eso de la resiliencia, la perseverancia, la tolerancia, la abnegación.

(No sé si es casualidad que de las virtudes se hable en femenino.)

No es suficiente con escribir en un papel o en una pantalla, no es suficiente con gritar palabras que el viento se lleva cada vez más lejos, no basta con besar si por dentro no se te despiertan los demonios y tienes que guardarlos para no morderle el cuello.

No es adecuado, ni conveniente, ni aceptable arrepentirse de sentir, creerse un loco por querer cuando los elementos están en contra y el teléfono suena sin respuesta.

Deberíamos tocarnos más la piel.

Acariciarnos los párpados cuando cerramos los ojos, besarnos detrás de la oreja, rozarnos el dorso de la mano, palparnos a oscuras.

Y hablar menos.

Porque las palabras se malinterpretan, pierden su significado, pero quitarse la ropa lo deja todo claro.

Desde el principio.

Maldita fortuna.

Los caprichos del corazón, esa lucha interna entre razón y sentimientos que no se puede ganar y acaba reportando dolor. Un dolor profundo, interno, que no se va con la risa cotidiana, ni con cerveza y amigos.

Piensa que es mejor sentir que estar muerto, pero a veces me gustaría sentir la anestesia adormeciendo mi piel, colapsándome las ideas, haciéndome implosionar para empezar de cero.

Y volver a equivocarme, acertar de lleno a tu lado.

Elegirte de nuevo como mi error favorito, y agradecerlo sin más.

Cortarme las alas para, en lugar de volar lejos, quedarme contigo.

Volver a mover los peones, las torres y los alfiles en las mismas jugadas, llegar al mismo punto.

Sin retorno.

Porque ambos sabemos que no hay vuelta atrás, que los pasos siempre van hacia adelante, y tenemos dos opciones, o anudar la soga al cuello y dejarnos morir lentamente, o seguir respirando juntos.

Y a mí, a pesar de todo, me gusta el aire fresco entrando en mis pulmones y sentirme vivo a mi manera.

Entre postales, fotografías y recuerdos.

Entre tus manos, tus miedos y los besos.

Aún quiero ver cómo se desliza el tirante sobre tus hombros, cómo se pierden tus bragas bajo las sábanas, cómo se queda tu pintalabios manchando la almohada, pintando los vasos. Escucharte suplicar bajo mis manos, tu lengua contra mi oído, tu saliva enfriándome el cuello, las pulsaciones contra el techo.

Sé que hay vida más allá de ti pero yo quiero la vida contigo.

Escucha el reloj, quédate conmigo.

Maldita fortuna tenerte, sin tenernos.

Maldita fortuna querernos.

Amor, feliz san Valentín.

Amor, feliz san Valentín.

A ti que quieres de manera innata, sin pensar en las obligaciones que otros te imponen, sin pretender aparentar ante los demás.

A ti que has decidido abrazar a quien cree que no lo merece, que no miras a otro lado cuando quieren darte un beso, que te dejas llevar entre las tinieblas hasta llegar a la cama.

A ti que le coges de la mano sin agachar la mirada, que le sonríes a diario sin que te cueste, que no sientes rabias, ni odio, ni envidia.

A ti que eres feliz con tal de saber que existe en la misma dimensión en la que te encuentras tú, que te basta con compartir tu tiempo, que no necesitas capturarlo todo en fotografías para Instagram.

No sé si los 14 de Febrero son un buen día para celebrar el amor o no, si hay que decir esa frase tan manida de «el amor se celebra a diario» para convencerse a uno mismo. No tengo las respuestas absolutas, no tengo certezas en esto de lo que significa o no querer a otra persona junto a ti; pero sí tengo claro lo que en abstracto significa para mí amar a alguien.

Querer realmente es algo sencillo, que surge sin buscarlo. De pronto, aparece su nombre en el centro de tu pecho y no es posible borrarlo sin que duela. Lo complicado, creo yo, es la manera en la que nos relacionamos las personas porque somos ilógicos y difíciles, y no sabemos manejar ciertas situaciones de la forma adecuada.

Nos hemos acogido a la idea de que nada es duradero, de que las personas se pueden tirar a la basura después de un par de polvos sin que importe lo que sienten, de no querer comprometernos ni complicarnos la vida más de lo necesario.

Nos agobian demasiados mensajes a la vez, vernos más de dos días seguidos, una llamada de teléfono cada noche antes de dormir. Cuando antes eso sólo significaba que le importabas, que algo estaba comenzando a flotar entre los dos, que las partículas que nos rodean empezaban a estructurarse en forma de vínculo.

Tenemos miedo, un miedo increíble a que nos conozcan, a abrirnos la coraza y que alguien pase adentro a calentarse las manos con nuestros rescoldos. Miedo de que vean lo que somos, de compartir, de ilusionarnos, de crecer junto a alguien.

Miedo de que vean nuestro miedo, la fragilidad, lo jodidamente rotos que estamos por dentro.

El amor no es soportar a quien tienes al lado porque no te queda más remedio, tampoco porque no sabes si encontrarás algo mejor, ni porque es mejor tener a alguien que enfrentarte a la soledad de la casa vacía.

El amor no es utilizar a una persona por conveniencia, ni dejar de hablarle sin dar motivos ni explicaciones, ni elegir como si fuera una pieza de ropa que se compra en rebajas.

Amor no es aguantar porque es lo que siempre te han dicho que debes hacer, ni tratar de sacar a flote lo que ya está tan muerto que no puede volver a la vida.

Yo sólo entiendo de cerrar los ojos y verla a ella, de querer abrazarla sin motivo, de quitarle las piedras del camino para que no tenga que tropezar y arañarse las rodillas, de dar besos sin esperarlos de vuelta, de entregarle mis manos en la madrugada, de pedir perdón sin que haga falta, de intentar no herir sus sentimientos aunque no siempre me salga bien.

Yo sólo entiendo de amor desde el día en que me crucé con tus ojos y tuve que tragar saliva porque no podía articular palabra.

Amor, feliz san Valentín.

Música.

Un día alguien inventó la música, golpeando con piedras y palos, haciendo tambores con las pieles de animales, escuchando el chisporroteo de las llamas en una hoguera, los truenos y la lluvia en los días tormentosos. Y vivir fue un poco mejor.

Un día alguien inventó las notas y quiso dibujarlas sobre un papel, ponerles nombre y enseñarlo a los demás. Y entonces se pudo componer y que otros pudieran cantar y tocar todo lo que había salido de tu cabeza.

Y las canciones pasaron de boca en boca y de pueblo en pueblo vertebrando el mundo como si todos estuviéramos hechos de lo mismo. Hidrógeno, oxígeno, carbono y sentimientos.

Llegaron Palestrina, Vivaldi, Bach, Mozart, Chopin, Beethoven, Listz, Brahms, Schubert, Debussy, Dvořák,  Tchaikovsky, Mahler, Prokofiev, Ravel, Albéniz…

Y las orquestas, las bandas, los ensembles, los cuartetos.

Adolphe Sax.

El blues, el jazz, el rock, el pop.

Y cuando necesitas a alguien enciendes la radio y entonces siempre hay quien te hace compañía, que te hace reír o llorar, evocar. Es la manera que inventamos hace mucho para no estar nunca más solos, para poder sentir un abrazo o una caricia en el momento necesario, para poder soltar una carcajada y disfrutar o sentir que nos aprietan el corazón con tanta fuerza que nos falta hasta el aire.

Olvidamos cosas pero siempre hay un estribillo para recordarnos dónde estábamos y con quién en el mejor verano de nuestras vidas. Y un grupo que coreaste hasta quedarte afónico con tus amigos. Y un concierto que te hizo vibrar más que ninguna otra cosa en el mundo.

No sé cómo lo has hecho pero eres todas las canciones de pronto, y la música se reduce a tu cuerpo y al batir de tus alas, y me pierdo entre los pentagramas que surcan tu piel y sonrío al ver los silencios dibujados en tus dedos. Y suenan cadencias perfectas si me abrazas y cierras los ojos. Y el corazón sólo me hace síncopas al verte y se me olvida lo que marca el metrónomo cuando me besas.

Yo no quiero poesía contigo si existe la música,

Y no podía ser de otra manera, porque la música es el arte de las musas.

Y a estas alturas creo que está claro que tú eres la mía.

[Feliz día a todos los músicos.]

Camino.

[Obligatorio leer con esta banda sonora.]

A veces camino como si la banda sonora de mis días fuera una melodía de piano solitario, como si fuera incapaz de despegarme de ese aura gris que creo que me envuelve siempre, como si las calles no estuvieran inundadas de rayos de sol aún en pleno invierno, como si no tuviera a nadie dispuesto a darme un abrazo para salvarme de todo pero por encima de todas las cosas para salvarme de mí mismo.

A veces camino como si supiera lo que es realmente la tristeza, como si la vida fuera un campo de concentración ya vacío, como si yo también estuviera hecho solo de huesos y recuerdos destrozados, como si me hubiera sentido abandonado por todos en algún momento, como si hubiera mirado al monstruo directamente a los ojos justo antes de escaparme de sus garras.

A veces camino como si un violín viejo sonara en la última esquina del barrio y me llegara su re sostenido demasiado alto, como si la esperanza estuviera oculta entre los edificios de cuatro alturas que aún dejan pasar el viento en las peores noches, como si las lágrimas pudieran acabarse algún día, como si la niebla no fuera a taparlo todo durante el mes de diciembre, como si los besos entre nosotros no fueran a extinguirse antes de tiempo.

A veces camino como si la música nos pudiera salvar de los peores sentimientos, porque lo hace, porque hay acordes que te arrancan la melancolía de un golpe y te sacan una sonrisa, que te recuerdan a alguien y rememoran imágenes en tus retinas, que te ponen los pelos de punta y te hacen sentir tranquilo, que te traspasan y te desmontan para que puedas empezar de cero.

A veces camino como si estuvieras conmigo, como si todo no fuera tan malo, como si me conformara con tenerte a medias, como si no importara nada. Porque en el fondo supongo que nada importa más allá de querer y demostrarlo, de estar siempre que me necesites, de verte sonreír y que te brille la mirada, de acariciarte la mejilla y que el mundo se haga pequeño a tu lado, de quedarme sin palabras para decirte todo lo que siento y pienso.

De vez en cuando suena una triste melodía de piano para recordarme lo mucho que te echo de menos.

Veneno en los labios.

La garganta llena de nudos por los que no pasa la saliva, ni el aire.

La sensación de angustia permanente.

La falta de religión que nos de todas las explicaciones que no nos da la realidad.

El exceso de yoga, gimnasio y drogas de colores.

El superávit de información, ruido y sentimientos.

El ir desnudo por la vida, sin mentiras, sin necesidad de ocultar nada.

Hay lobos aullando al mismo tiempo a la luna y dicen que nunca antes había pasado, pero quién sabe, hoy en día todo está del revés.

Vivimos en medio de un caos insoportable, en una espiral de voces sin sentido, de cuadros abstractos y arte callejero. Nos han puesto tan bien la venda sobre los ojos que ni siquiera nos planteamos alternativas para cada uno de nuestros problemas. Acabamos siendo villanos, cómplices, por culpa de la desidia, por ver cómo da vueltas la noria sin intentar bajar de ella.

No sé si damos más asco que pena.

No sé si vamos a bajar del barco o a seguir remando.

No sé nada, sigo sin saber nada.

Hace años que todo me viene grande, que no puedo comprender la ceguera en la que vivimos, que no dejo de lamentarme una y otra vez.

Somos polizones en un mundo que debería ser nuestra casa.

Somos extraños en los brazos de quien debería ser nuestro amor.

Somos animales de compañía más salvajes que la mayoría de mamíferos.

Somos el miedo hecho carne y huesos.

Somos veneno en los labios de quien más queremos.

Somos hierba muerta.

Y no me queda más remedio que poner música, apagar la luz, cerrar los ojos, dejar que todo gire sin que pueda evitarlo. El mundo hace su ruta por el sistema solar y el dinero se mueve de un bolsillo a otro, y las vidas se van como se va un caramelo en una clase de primaria.

No me queda más remedio que besar lento y respirar por los dos, arrancarte la ropa con los dientes, prepararte un hueco a mi lado, cuidarte hasta que no pueda hacerlo, esperarte en el andén, cerrar las ventanas con el temporal, encender la hoguera, cuadrar el círculo, visitarte en sueños, beber de tu boca.

Y escribir, romper las páginas, vivir en bucle, llorar a solas, caer rendido.

Esperar el final.

Pero no el nuestro, ese no.

Bandera blanca.

Están los que olvidan rápido, los que tardan más tiempo, los que no lo hacen nunca, y luego yo.

Igual por eso no sé cerrar las heridas.

Tengo una memoria en la que los buenos y los malos momentos se quedan grabados a fuego, y poco se puede hacer contra eso, porque por mucho que lo intentes hay ciertas cosas que no se van de tu cabeza, por mucho que luches por borrar ciertos pensamientos o ideas, o recuerdos.

O putos sentimientos.

El recuerdo de paisajes borrosos tras los cristales, de palabras que se quedaron suspendidas en el tiempo, de besos sin ningún tipo de contención. El recuerdo de promesas que han caído al suelo y se han convertido en miles de pedazos que no se pueden recoger. El recuerdo de canciones y de frases, y de fotografías donde todo estaba claro y no había indecisión, ni titubeos.

¿Por qué no sacas la bandera blanca y acabas de una vez con esta batalla? No sé si sabes que en las guerras todos los que han ido al frente acaban perdiendo aunque se sientan ganadores.

Y después de todo no nos merecemos perder de esta forma.

Aún me siento borracho de ganas de ti, por desgracia no se acaban, y me llena todavía esa fuerza que me impulsa hasta tus brazos, pero tengo que pararme los pies, decirme en voz baja que ya no puedo tocarte y tengo que mirar hacia otro lado.

Y para qué engañarnos, duele como supongo debe doler un puñal atravesando las costillas, dejándote sin respiración, tirándote al suelo.

Me estás desangrando sin querer remediarlo.

Creo que todo esto duele tanto como te quiero.