Al final sucede que no es tan complicado entender lo que nos pasa, de verdad. No es que nada vaya mal realmente pero tampoco va bien, simplemente se ha quedado todo en un estado de espera que ya no puede prolongarse durante mucho más tiempo.
No entro en sus planes y ella era todos los míos.
Y ha vuelto a pasar otro tren, otro barco, otro avión, otro satélite y ni siquiera los he mirado porque ya no tengo ojos para nada que no sea su destello entre el resto de personas sin brillo.
Ha vuelto a suceder, he vuelto a darme cuenta de que está lejos demasiado tarde, cuando estoy sangrando sin saber cómo parar esta catástrofe.
Ha vuelto a suceder, me he olvidado, me he quedado escondido en el último cajón junto a los calcetines viejos, donde no importo nada.
Supongo que por eso no me ves.
Supongo que por eso no te has dado cuenta de lo que estoy haciendo, ni de que cómo estoy, ni de por qué sigo aquí.
A veces siento que predico en el desierto, que estoy gritando lo que siento para nada, que lo intento sin ningún sentido.
Mira hacia arriba, aún estoy cogiéndote las manos para que no tropieces, para que no caigas a la primera de cambio.
Abre los ojos, escucha mi voz, a pesar de todo te sigo guiando.
Lo peor de dejar huella y que dejen huella en ti es que los recuerdos afloran como una mísera flor en marzo, y son incontrolables, y de pronto vuelve a tus retinas un beso, una frase, un paseo al atardecer en cualquier calle; y se te encoge el corazón, y te quedas callado con la mirada perdida porque estás pensando en ella (aunque no quieras).
Y lo único que quieres es volver a casa, acurrucarte en la cama, abrir los ojos y ver que te está acariciando el pelo y que todo ese dolor que se acumula por encima del estómago no existe.
Que todo este infierno es mentira.