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Ser nada.

Hoy he soñado que caía al vacío y nunca acababa, tenía un nudo en el estómago constantemente que no me dejaba respirar ni gritar. Los ojos abiertos buscando un punto de anclaje que no encuentro.

Me he despertado con la sensación de recibir un golpe con maza en el pecho, mirando al techo en la oscuridad de una habitación que me asfixia, sin ser capaz de buscar un poco de oxígeno en el espacio.

Hay quien se acostumbra a los contratiempos pero no es mi caso. Cada cierto tiempo el puente de madera sobre el que camino se desvanece y tengo que correr hacia atrás para poder volver a empezar cuando se reconstruye.

Y el cuento nunca cambia.

Ahora estoy jugando a no ser, existir simplemente mientras dejo que me crezcan cristales en las tripas y van desgarrándome poco a poco. Sin ser capaz de plantar cara, sin tener recursos suficientes como para sacarlos uno a uno e intentar que no se infecten las heridas.

Abrir los ojos sin tener nombre, ni rostro.

Estar vacío de sentimientos y de ideas.

Dedicarme a deambular por la existencia sin ninguna meta final ni objetivo concreto.

Ser como una roca en la costa que sólo deja que la golpeen las olas del mar.

Un crucifijo de piedra perdido en la montaña.

Una espina que se enquista.

Una mota de polvo que se mece con el viento.

Una raíz muerta en medio de la senda.

El esqueleto de un nido en la rama de un árbol.

Estoy todavía acostumbrándome a la luz blanca y cegadora de este vacío en el que trato de ser nada.

Sigo cayendo en picado, como en el sueño, pero ahora tengo los ojos abiertos.

Podría ser peor, podría estar vivo.

Dejar de respirar.

¿Crees que hemos hecho algo bueno? ¿Que lo nuestro ha merecido la pena?

Me has dicho que me quieres sin apenas estar despierta. Y, sin embargo, tus palabras suenan tan vacías, porque vas a dejar que todo esto se pierda entre la lluvia como las putas lágrimas del épico desenlace de Blade Runner.

Y entonces da igual todo, al final no importa que luches, que tengas ganas, que quieras, porque nada sirve. Todo eso que te dicen apenas importa, apenas tiene sentido, porque se cuela como cualquier rata se cuela en una alcantarilla y se pierde en el fondo entre el resto de desechos.

Y duele, claro que duele.

Joder si duele.

Y no te lo crees hasta que pasa, y lo sientes, y notas como quema, que el cristal desaparece, caes de bruces contra el suelo sin tener tiempo de reaccionar para poner las manos y detener el golpe.

Supongo que he estado tan ciego que no he querido ver la realidad, que no he querido darme cuenta, que prefería vivir en la burbuja a enfrentarme a la verdad. Supongo que he sido yo el que ha seguido estirando el hilo hasta el infinito con tal de agarrarse a un poco de esperanza, con tal de no volver a sentir las ganas de morir poco a poco que siento ahora.

Si piensas que eres un idiota los demás lo acaban pensando, tenemos esa manera de mimetizarnos con el entorno, la jodida empatía. Y yo lo he dicho tanto que me lo he creído, al final he acabado siéndolo y tú lo has asumido como tal.

Tu rechazo es algo así como una herida mortal. Tu silencio una manera de desangrarme lentamente.

Lo único que quiero en el fondo es alguien con quien poder dormir sin que me duela el pecho y me falte el aire. Una mujer a la que olerle el pelo, acariciarle la mano, besarle el cuello, y follar como si cada noche fuera la última. Alguien con quien hablar y compartir, y que se harte de mi palabrería y que me harte con la suya. Y que aunque haga como que no me escucha se quede con cada detalle, y que aunque haga como que no la escucho me quede con cada detalle, con cada suspiro, con cada parpadeo. Con todas esas casi invisibles cosas que sean importantes para ella. Lo mismo que queremos todos, o lo que yo creo que deberíamos querer.

La única cura, para esto que me pasa, va a ser dejar de respirar pronto.

Oro en las heridas.

Me cuesta respirar, disnea quieren llamarlo los médicos. Sensación de ahogo, de que no soy capaz de llenar mis pulmones con la suficiente cantidad de aire. No sé si es culpa del calor asfixiante de este verano, del hastío vital que siempre tengo encima o si a ti también te pasa cuando no estás conmigo.

Dicen que las cosas sólo son bonitas si funcionan, que sólo así pueden serlo pero no estoy seguro. He visto juguetes rotos de los que no he podido quitar la vista durante horas, he visto personas rotas de las que no he querido irme en días, he visto corazones rotos a los que habría querido cuidar durante el resto de mi vida.

También hay algo bonito en lo usado, en lo viejo, en el desastre de la destrucción emocional. Los japoneses tienen nombre para eso también, kintsukuroi, se empeñan en hacer cicatrices de oro en los objetos rotos para que se vean las heridas, para que se muestren en lugar de ocultarlas; porque las grietas sólo indican que el tiempo pasa por nosotros, que estamos vivos y cambiamos, y seguimos. A mí me gustaría hacer eso con tus heridas, besarlas con calma, limpiarlas con mi saliva, pintarlas de oro, y acariciar el relieve que marquen sobre tu piel después. Que las finas ebras doradas que recorran tu cuerpo te recuerden lo malo sin que tenga que doler nunca más.

De eso me encargo yo.

Las cicatrices hay que contarlas y tenerlas presentes para que no se olviden, para no tener que tropezar otra vez con las mismas piedras y que vuelvan a salirnos costras en las rodillas como cuando éramos niños y corríamos por las calles del pueblo sin saber lo que tendríamos que afrontar en la vida.

Me cuesta respirar por mucho que abra las ventanas y deje al viento pasar para revolver las páginas escritas que llenan la mesa.

Me cuesta respirar siempre que estás lejos y te tengo que imaginar.

Podemos poner de moda el amor, ser la envidia de todos por hacer las cosas bien, no cortarnos las alas y darnos siempre la mano.

Y no ser como todo ese dolor del que habla la poesía.

Si te digo la verdad, no tengo miedo de descubrir quién eres realmente, ni de saber si tienes algún lunar que desconozco, no tengo miedo de romperme un poco más aunque tengan que llenarme de oro todas las heridas después.

El verano de nuestras vidas.

Es domingo y el corazón siempre se resiente.

Me vienen a la cabeza las noches contigo, las risas, los besos a escondidas, la adrenalina en las venas o en cualquier otra parte.

Y no sabes lo que me jode ver que este tampoco va a ser el verano de nuestras vidas, que pasan los días y las noches y seguimos intentando respirar a pleno pulmón pero no lo conseguimos.

Y la pena de ver que no hemos quemado los miedos, que seguimos sin ser un par de temerarios capaces de enfrentarse a todos sus demonios y a los de los demás.

Ahora soy sólo un esclavo que no quiere desprenderse de sus cadenas y que se queda encogido en la humedad de la bodega de una embarcación que no va a ninguna parte, un navío que se dedica a zozobrar y a intentar resistir a las tormentas que se suceden una tras otra.

Me has dejado marcas invisibles y algún que otro nombre de galaxia en la cabeza.

Yo, que te habría dado a elegir el lado de la cama, que te habría dado besos inesperados, que te habría hecho castillos de arena en los que no hay monstruos ni princesas.

Yo, que te habría abrazado por la espalda mientras contemplas cómo nos deja el sol tras el mar, que te habría tapado los ojos antes de darte un regalo el día menos pensado.

Yo, estoy lejos de ser perfecto pero lo habría intentado por ti.

Pero tuviste que pensarlo demasiado.

Y eso nunca es buena señal.

Tengo ahora un par de llantos atrapados en el cuerpo, y cientos de nudos en la garganta, porque yo te necesito y tú a mí no. Estigmas en la piel y una mirada translúcida llena de recuerdos que quizá sólo son sueños.

Y a pesar de todo, de que sea verano o el más frío de los inviernos, sé que no hay futuro que valga la pena lejos de ti.

No te asustes.

No dejamos de temblar.

El mundo es cada vez un lugar peor y nosotros también, pero algunos tratamos de seguir arañando toda esa superficie llena de barro para encontrar lo que realmente vale la pena. No nos conformamos con respirar y caminar sin saber a dónde vamos, siguiendo al rebaño. Nos gusta saber el por qué de lo que pasa a nuestro alrededor, entender, comprender, aprehender.

Salir de la cueva y que las ideas y los sueños por cumplir sean nuestras mejores armas. Ver la luz y que sepamos el camino a recorrer aunque nos obliguen a cerrar los ojos. Los planetas se alinean de vez en cuando para ti y para mí, y nos sentimos afortunados por unos minutos de gloria en los que rozarnos las mejillas y mirarnos a los ojos.

Nos gusta pasar las páginas de los libros de papel porque somos nostálgicos y aún creemos que leer es un placer para los sentidos, todos. Igual que sigue siéndolo tenerte a mi lado.

Nos gusta salir los domingos, cuando todavía nadie ha tomado las calles y dejar nuestra huella en la hierba del parque.

Nos gusta reír sin hacer daño y bailar sin saber qué estamos haciendo.

Nos gusta mirar la luna hasta que sale el sol.

Y cogernos de la mano sin mirarnos.

Por si acaso.

Soy de los que sigue prefiriendo dormir contigo a acostarse con muchas, y de los que cree que aún hay cierta salvación en eso de amar a alguien. Sigo disfrutando de enterrar mis manos en la arena de la playa mientras te sientas encima, de que cantes frases sueltas de alguna canción, de que cada adiós contigo sólo signifique que existirá una nueva bienvenida.

Y sigo teniendo miedo.

A estar solo y también a estar acompañado.

A no poder conciliar el sueño y a dormir demasiado.

A olvidarte antes de tiempo y a ser incapaz de recordarte.

A morderte y a que empieces a sangrar.

A que me hagas daño y a que no vuelvas a hacerlo.

Prefiero que vayamos lento, pero seguro.

Y aunque yo siga tiritando, escúchame, mírame como lo haces cuando apagamos la luz.

No te asustes, yo te espero.

El amor debería ser el único superpoder.

Hay días en los que debes alegrarte por el amor de los demás, días en los que debes sonreír porque alguien ha sido capaz de conseguir lo que para ti ha sido imposible. Conocer a alguien y elegirle como compañero de vida. Conocer a una persona, darle la mano y decidirte a enfrentar la vida juntos, paso a paso. No es fácil atreverse a eso, estar completamente seguro de que quieres mirar a alguien cada mañana al despertar y besarle cada noche antes de dormir. No es fácil tener la convicción de que no hay nadie mejor con quién compartir las risas y el café. Por eso, me alegro de verdad cuando veo a alguien amando a otra persona con sinceridad, sin ocultar nada, sin ocultarse. Me alegro cuando veo a alguien siendo él mismo mientras mira al otro a los ojos y busca sus labios, cuando gime mientras acarician su sexo, cuando suspira con calma antes de abandonarse por completo al sueño.

Probablemente habrá mejores cosas en la vida pero no las conozco. He tenido la serenidad y la paz, he compartido todo eso con alguien y ahora, que lo he perdido, estoy inmerso en la búsqueda de algo si no mejor, que sea al menos de características similares.

Sólo quiero coger aire sin preocuparme en exceso, sin que me atenacen los nervios y me maten los celos. Sólo quiero acercarme a la felicidad (para mí inalcanzable) todo lo que pueda, aunque sea por pequeños momentos.

Y pienso huir del estereotipo de novio perfecto que luego es infiel a la primera de cambio. Pienso huir del amor romántico y vacío de las películas. Pienso huir de la pasión inicial que se apaga con los años. Pienso huir de hacer jaulas para dos. Pienso huir de las mentiras, los engaños y gritar después de las diez.

No quiero ser esclavo, ni amo, ni obligar ni ser obligado.

El amor debería reducirse a respirar mirando al otro y saber que nada malo te puede pasar. El amor debería ser el único superpoder.

Yo, en toda mi humildad, sólo puedo garantizarte una cosa por el resto de mis días. Seré honesto contigo desde que salga el sol hasta que cierres los ojos, y te abrazaré siempre hasta quedarme sin fuerzas.

Besos suicidas.

Hemos roto el silencio y hemos terminado con el duelo de las vidas perdidas y pasadas. Lideramos, sin ningún lugar a dudas, la clasificación de besos suicidas. Así que, supongo, que ahora sólo nos queda despegar y dejar atrás el suelo, dejar de tocar tierra, empezar realmente a disfrutar.

La ciudad continúa con su quema de banderas, sus obreros cabizbajos, sus políticos tratando de limpiarse las manos, y nosotros, inconscientes, atracando corazones a diestro y siniestro. Somos adictos al crimen que escriben nuestras manos al tocarse.

Ahora que nos han robado los mapas y tenemos que caminar a ciegas. Ahora que nadie sabe leer su propio futuro en las cartas. Ahora vamos a romper las fronteras que hacen que seamos ilegales. Vamos a ser tú y yo los que abran nuevas sendas en las que no existan las señales porque no haga falta avisar a nadie. Vamos a crear ficción de cualquier realidad. Vamos a predicar nuevas religiones por donde pasemos cogidos de la mano, y a profanar cualquier lugar.

Yo, que consumo el día a día escondiéndome de los monstruos de la ansiedad y el menosprecio, que dejo que cualquier idiota me haga sentir insignificante con un chasquido de dedos, que se me tuerce la sonrisa a la primera de cambio, que alimento a mis demonios cada noche con nuevas inseguridades. Yo, sólo quiero mirar a otro lado sin que nada me importe tanto como debe importarnos respirar.

Respirar, que significa que estamos vivos, que tenemos el privilegio, que podemos decidir, arroparnos por las noches, beber agua fresca cuando la sed nos atenaza.

Respirar, que significa que aún estamos a salvo de una eternidad en la que permaneceremos muertos. Joder, y nos vamos a lamentar. Por no gritar, por no salir del pozo, por vivir enjaulados. Por no decidir y seguir atrapados en estas paredes asfixiantes. Por atormentar nuestras mentes y exprimir nuestros cuerpos sin necesidad.

Como dice Vetusta Morla, el juego nos ha dejado así.

Pero mírame, dame la mano, ven conmigo, qué más da.

El fantasma de la Ópera.

Miras al espejo y no te reconoces.

Nunca.

Nunca lo has hecho, ni en el espejo, ni en el reflejo de las ventanas del metro, ni en sus ojos.

Como mucho, a veces, te reconoces en el último trago de cualquier vaso.

Y sientes que eres alguien en un cuerpo que no es el tuyo, en un envoltorio falso al que detestas.

Desde el centro de control siempre intentan pararte los pies, poner las cosas en su sitio, tratar de que actúes como se supone que debe hacerlo alguien normal.

La normalidad, esta utopía clásica. Esa mentira ideológica.

Todos mis síntomas y signos me llevan al diagnóstico final, al odio hacia mí mismo, a esta manera de darme patadas cuando aún estoy en el suelo para impedir que me levante.

Sé de sobra que soy mi propia piedra, el villano de mi historia, el verdugo al que no le tiembla la mano para tirarse abajo. Es tan asfixiante, tan extenuante, pero forma ya parte de mi existencia, y probablemente si no me ahogara así lo haría de cualquier otra manera. Tengo una facilidad pasmosa para tirarme al vacío y no salir de la espiral, soy capaz de saltar sin mirar lo que hay abajo y no tener fuerzas para volver a subir a ver el sol.

El único consuelo que me queda es saber que los días pasan, que la vida se va acabando aunque no queramos, porque desde que nacemos el mundo y el reloj están en nuestra contra.

Es muy triste pasar por la vida de puntillas, siempre con una máscara, mirando hacia otro lado, con una sonrisa perenne que oculta toda la verdad. Estoy anestesiado desde hace tanto tiempo, para no sentir, para no doler, para protegerme de todos los ataques. Estoy intoxicado de mis ideas, de mis sentimientos, de tanto aire sin oxígeno.

Y sigo igual de vulnerable que el primer día, y voy rompiéndome al respirar.

Aquí dentro siempre hay peligro de derrumbe, porque nunca sé qué puerta debo abrir, ni a dónde debo sujetarme.

Después de tanto tiempo me he dado cuenta de que no tengo solución, de que sigo con miedo, y de que lo de ser feliz debe ser para los demás.

Voy a volver a las catacumbas de la Ópera Garnier, a ser el fantasma, a hacer música donde nadie pueda verme.