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Piedras, muertos y nubes.

La resaca hace meses que no nos deja pensar, con el cerebro conservándose en alcohol barato y el olor de cigarros viejos apestando las cortinas. La decadencia es el día a día en este hogar a medio construir.

Nos da tanta pereza hacer las cosas bien, usar el corazón por una vez en lugar de la cabeza. Nos hemos acomodado para evitar cambiar el rumbo de la historia. Nosotros que  según decían en el instituto estábamos destinados a ser gente importante, a tener buenos trabajos, a formar una familia con dos hijos y un pastor alemán, a ser felices. Nos vendieron humo y nos lo tragamos entero, y ahora va produciendo cánceres con metástasis en nuestros cerebros.

Tanta carne y tanto funeral nos han dejado tumbados en la cama. Y te prometo que aunque sea imposible hay días en los que escucho a las sirenas decirme que me vaya con ellas, que me deje llevar, que olvide lo que es pensar y cierre los ojos aunque no sepa nadar en medio del naufragio. Pero no puedo, hay puertos que te impiden volver a zarpar. Soy el capitán de una nave en ruinas, lleno de heridas que nadie quiere lamer, convertido en cenizas de las que no puedo renacer. Y he aprendido con cada travesía que unas veces se gana, otras se pierde, y nunca sabemos qué será lo próximo.

Supongo que a tu manera me dices que no y soy yo el que no entiende. Nos suele pasar, a las personas, eso de no entender cuando nos hablan otros, y lo de no entendernos a nosotros mismos. Pero es que eres la única estrella que me gusta mirar cuando se hace de noche, el único impulso que me hace ser real. Y no creo en nada si no estás tú.

En toda esta novela gráfica de la que somos personajes en blanco y negro me siento cada vez más indefenso, con los ojos más húmedos, con el corazón más pequeño y frágil. Y no hay café ni alma que vaya salvarnos a todos, que nos saque de este lodo pegajoso por el que caminamos. No hay cócteles molotov suficientes para mandarlo todo al traste. No hay balas que vayan a acertar a la primera. No hay euforia que nos vaya a hacer perder el control y nos lleve a los dos por el mismo camino.

Ni ahora ni mañana.

Somos especialistas en desangrarnos de dolor, amor y otras mierdas.

Somos cazadores fallando al elegir la presa.

Somos reyes que no tienen reino, ni ejército, ni banderas que se puedan respetar.

Somos seres raros a los que nos gusta etiquetar, complicar, y destruir. Con lo bonito que es hacer sonreír a alguien sin pretender obtener algo a cambio, sin esperar nada de su parte. Pero en esta era de la postmodernidad ya nada se hace desinteresadamente. Te beso para que me beses, te quiero para que me quieras, te cuido para que me cuides, te pienso para que me pienses, te escribo para que me escribas.

Y así no, así sólo van a quedar piedras, muertos y nubes sobre la Tierra.

Resaca y domingos.

La peor resaca es la que va dejando la vida, poco a poco, sin que nos demos cuenta. Y, de repente, abres los ojos un día y te duele la cabeza, y sientes náuseas. Empiezas a preguntarte qué coño ha pasado y cómo has llegado a ese punto en el que mirar al techo durante horas es la mejor de tus opciones. Apenas tienes fuerzas para levantarte, caminar tambaleándote hasta el baño y mirarte las ojeras en el espejo.

El único sonido que hay en tu casa es el que se cuela por la ventana y las paredes, las voces de los vecinos, el tic-tac de tus relojes guardados en el cajón de la habitación. La soledad te saluda desde el espejo y te obliga a cerrar la boca, y meterte en la ducha. Y te has dado cuenta de que el único objetivo vital es tumbarte en el sofá y no tener que respirar.

El café ya no es capaz de salvarme de mi victimismo inerte, de mi desgana generalizada, y es que creo que he ido perdiendo sueños e ilusiones por el camino y estoy vacío. No me queda nada a estas alturas, más que penas y algún que otro lamento. Y, de verdad, que hay días que sólo necesitaría uno de esos abrazos que te obligan a cerrar los ojos, tomar aire, conciencia y saber que no pasa nada, que puedes seguir caminando sin querer morir antes de hora.

La peor resaca siempre es la del domingo, día triste por naturaleza. Y es que Dios quiso volver a reírse de nosotros tomándose un día para descansar. Regalándonos un día para que pensáramos de más, para que nos diéramos cuenta de que el ciclo se repetiría cuando empezara el lunes.

Ojalá se acabe esta sensación de vivir sin hacerlo bien, ojalá acabe el vértigo y las ganas de echar a correr sin mirar atrás. Ojalá tener razones para que se vaya el miedo, y temblar contigo.

Sigo naufragando cada vez que me acuerdo de tu cuerpo y por eso sólo puedo beber, sólo puedo ser otro viejo escritor que se empapa en whisky y se lamenta de todo.

Sigo ahogándome cada vez que siento que te pierdo, y no puedo salir de esta vida de resaca y domingos a solas.

De verdad que no puedo.