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La muerte sabe bailar bien.

El antihéroe es un protagonista que vive por la guía de su propia brújula moral, esforzándose para definir y construir sus propios valores, opuestos a aquellos reconocidos por la sociedad en la que vive.

Soy el antihéroe, el raro, ese que no encaja en ninguna parte, un completo incomprendido, apartado, y ese tipo de artista que queda en el olvido porque nadie entiende su mierda de obra.

Soy el mal protagonista de una novela de aventuras, un Romeo venido a menos, el que está en plena decadencia moral y apenas se da cuenta de ello. Inseguro de mí mismo, falto de confianza. Nunca mantengo la mirada demasiado tiempo por si alguien es capaz de leer mis pensamientos. Guardo a toda costa mis sentimientos para no parecer frágil, más de lo que ya soy. Siempre con la máscara de falsa felicidad, de aparente bienestar porque no puedo permitirme el parecer débil.

Todo debería haber sido más fácil.

Yo sólo quería ser el bueno de la película, el que al final gana, el que vence al mal y hace del mundo un lugar mejor, y no ha sido posible. Me quedo siempre a las puertas de conseguirlo todo. Como lo de salvarte, sólo quería hacerlo sin darme cuenta de que, en el fondo, no querías ser salvada. Y contra eso sí que no tengo armas, has logrado desmontarme, volver a convertirme en pequeñas piezas de un puzzle que ya no soy capaz de reconstruir.

Si soy sincero yo no quería esto, sólo quería cerrar los ojos y dejarme arrastrar por la felicidad de una jodida vez, sin darle vueltas a todo, sin cegarme de dolor. Sólo quería que una ola me arrastrara hasta la siguiente y descubrir el final del cuento cuando estuviera en él.

Pero no me has dejado.

Has querido poner las barreras antes de tiempo, llenarlo todo de culpa y silencio.

Da igual, no me hagas caso, lo único que importa es que a estas alturas de la vida ya todos sabemos que la muerte sabe bailar bien.

Y que yo seré su mejor pareja de baile.

Que nada importe.

Casi llega el mes de Abril y nos da igual que el frío nos haya dejado hechos pedazos, seguimos aquí tratando de encajar las miles de piezas de este puzzle sin principio, seguimos tejiendo cuerdas cada vez más largas de las que podernos sujetar cuando tropecemos con el acantilado.

Me he convertido en un extraño ente de barro y sangre, cenizas de otros convertidas en materia viva. Soy el peor francotirador de este ejército de muertos vivientes, enfermo terminal que camina con el cerebro en la mano. Soy como ese pueblo que se queda incomunicado con la primera nevada del año, y tengo que encender la hoguera y calentarme las manos en unos bolsillos llenos de miserias.

Todo esto es ley de vida. Amor y odio, alegría y tristeza, vida y muerte, y también las despedidas.

Las despedidas son tristes, sobre todo cuando no te quieres marchar y, sin embargo, sabes que es lo mejor. Tenemos esa puta manía de anticiparnos a los hechos y de predecir catástrofes con una facilidad pasmosa. Yo, por el contrario, nunca veo venir los golpes, será por eso que ya no me quedan huesos intactos, que sangran todas mis noches, que lloran cada una de mis madrugadas.

Debí aprender hace tiempo a enterrar las ilusiones, a no hacer caso a un corazón defectuoso y con mala puntería. Debí retirarme de la partida antes de mostrar todas mis cartas y volver a perder.

No sé cómo decirte que no me necesitas, que cualquier otro te cuidará más y te querrá mejor que yo, sin que me quiera arrancar la lengua. Trata de no sufrir por mí, después de todo lo normal es que nada me salga bien. Trata de no mirar atrás aunque te grite desde aquí desde el rincón en el que siempre escribo, con poca luz y dolor de sobra.

Lo seguiré intentando, aunque ya no tenga sueños, ni crea en la esperanza. Lo seguiré intentando aunque no pueda remontar nunca en este juego inútil. Lo seguiré intentando porque me dijiste que nunca debía rendirme aunque no quisiera luchar.

¿Cómo vas a querer sujetar mi mano si sigo temblando?

¿Cómo vas a querer vivir junto a un hombre hecho de óxido?

¿Cómo vas a soportar el olor a café cada cinco minutos?

¿Cómo vas a soportar que quiera besarte a todas horas?

Las despedidas siempre son tristes, como lo es levantarse solo cada mañana, como lo son los domingos por la tarde, como lo es fumarse un cigarro sin el sexo previo, como lo son esas calles olvidadas del puerto.

Me despediré de ti antes de romperme por completo. La solución final pasa, creo, por mirar a Medusa a los ojos, convertirme en un gigante de piedra y que pasen los años, que pase el duelo, dejar de sentir y que nada importe.

Que nada importe, ni siquiera yo, ni siquiera tú.