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Cero.

Empiezo de cero.

Ya sé que no me quieres.

Lo sé porque apenas me tocas, porque no eres capaz de aguantarme la mirada, porque te avergüenzas de caminar a mi lado.

Vuelven los días a pasarnos por encima, a dejarnos con las manos llenas de heridas y astillas en los huesos.

Vuelve la primavera a hacernos el mismo daño de siempre, que nos trae el amor con la brisa y  luego nos demuestra lo contrario.

Lo empapa todo la nostalgia a pesar del sol, de la temperatura y de la cerveza fría bajando por la garganta.

Ojalá pudiera deshacerme hoy como un muñeco relleno de arena al que le cortan la tela.

Ojalá dejarlo todo atrás sin que nada me pesara a las espaldas, llegar a otra ciudad, contar otra vida, inventarme un pasado repleto de aventuras increíbles, huidas suicidas e historias llenas de peleas de bar, cicatrices en la cara, whisky sin hielo y pólvora en los dedos.

Duele todo mucho.

Demasiado.

Y no me acostumbro a dejar de sentir para dejar paso a la funesta indiferencia.

Será que no puedo.

O que no sé.

Supongo que la única manera de afrontar ciertos momentos de la vida es olvidando, como mecanismo de protección, hacer como si no hubiera pasado nada, pintar de blanco y comenzar de nuevo.

Rasgar los viejos cuadros y los periódicos de antaño.

Soplar para quitar el polvo de las estanterías.

Abrir las ventanas, el corazón y los ojos.

Y esperar, llegará quien sepa darnos primaveras y abrazos sin que tengan que doler.

Bona Esperanza.

Algunos días parezco Hugh Willoughby tratando de volver a casa, quedando atrapado en el hielo, con el Bona Esperanza y toda su tripulación a bordo.

Me invaden las ganas de dejar el frío atrás, olvidar el invierno, el estar solo en un continente rodeado de aguas gélidas; quizá todo es culpa del mes de marzo y que comienza a calentarse el aire y un poco también el corazón, quizá es que cuando nos quitamos los abrigos sonreímos con algo más de ganas y permitimos que nos abracen sin estar muertos de miedo.

O puede que sólo sea la alergia primaveral quitándonos de un estornudo la ropa.

Es tan extraño sentirse bien en medio del caos, sentir que tus piezas encajan mientras las del resto se descomponen.

Es casi ofensivo, hiriente.

¿Por qué siempre acabamos sintiéndonos culpables de nuestra propia felicidad?

Como si no debiéramos, como si no pudiéramos expresarlo en voz alta por miedo a hacer daño a otros.

Aceptamos muy torpemente las buenas noticias, parece que al final no estamos preparados para casi nada.

Ni para la muerte, ni para la vida.

Somos tan complicados.

Y reducirnos a una serie de adjetivos para definirnos es un craso error.

Por eso me quedo callado cuando te miro, porque si hablara podría estropearlo todo.

 

Desidia.

Todo son explosiones y a mí me duele el estómago, la cabeza y las ausencias.

Lo de ganas de vivir suena a algo desconocido para mí.

Te has dado cuenta ya de que sigues fingiendo, que aparentas estar bien cuando por dentro eres todo arenas movedizas, que todavía intentas sostener el peso del mundo sobre tus hombros pero ya no resistes como antes. Nos desgastamos mentalmente como se desgastan los huesos de un anciano, sin que le des importancia hasta que empieza a latir el dolor en las articulaciones.

Nos damos cuenta de las situaciones casi siempre demasiado tarde, cuando estamos con el agua al cuello y es difícil ya buscar una cuerda que nos saque del agua antes de comenzar a tragar líquidos y morir de una manera parecida a la que nacimos, encogidos en nosotros mismos y sin poder respirar. Vamos haciendo nudos allá donde pisamos, volviéndolo todo complejo y enmarañando los cables hasta electrocutarnos.

Yo no puedo luchar más, voy a dejar que llegue la primavera y las lluvias de abril hagan conmigo lo que tengan que hacer: dejarme en la orilla, arrastrarme hasta el mar, convertirme en un estúpido mensaje dentro de una botella de vidrio.

Dejo ya de gritar porque no tiene sentido hablar en voz alta sin un público atento.

Dejo ya de correr porque no vale la pena esforzarse sabiendo que no vas a llegar.

Voy a dedicarme a mirar por la ventana hasta que las noches empiecen a encenderse con los meteoritos y el mundo huela a azufre, hasta que se me borre la memoria como un disco duro, hasta que no pueda mover las piernas porque ya no sepa hacerlo.

En otra vida trataré de no instalarme en la desidia cada domingo por la tarde pero mientras tanto voy a hacerme un café y a morir un poco, que es lo único que se me da bien.

Como si fuera primavera.

El mundo está tan loco como lo estamos nosotros, como lo está la vida de hoy en día.

3 de Enero y veinte grados, y dejamos que el sol roce de nuevo nuestra cara y nuestros brazos como si fuera primavera.

El invierno apenas ha llegado a nuestras calles y ya se ha ido, supongo que le cansamos, que sabe que este no es su sitio y que no nos gusta demasiado. Supongo que sabe que nos gusta más poder sudar juntos sobre el colchón, con las ventanas abiertas sin tener demasiado claro si nos están viendo los vecinos y sobre todo sin que nos importe demasiado. Te he visto de nuevo en sueños arqueando la espalda, atrapando las sábanas entre tus dedos, buscándome en la penumbra en voz baja, susurrando palabras que sólo entiendo cuando lo haces en mi oído.

Me gustaría estar caminando junto al mar contigo al lado, llevando el mismo paso mientras el rumor de las olas nos trae recuerdos y caricias que no queremos olvidar, mientras nuestras manos y nuestros dedos se buscan igual que lo hacen nuestras bocas cuando apagamos la luz y nos falta el aire.

Sería tan mágico que pudiéramos sentarnos en el suelo y leernos páginas de historias de verdad, contarnos mirándonos a los ojos la vida de todos esos personajes que nos habría gustado ser y pronunciar en voz alta todas aquellas vidas que nos hubiera gustado vivir.: Pisar las calles del París bohemio del Moulin Rouge, caminar por el Londres victoriano intentando encontrar a Jack el Destripador, navegar a bordo de un barco de vapor por el río Mississippi, observar cómo piedra tras piedras las pirámides ascendienden hacia el cielo etéreo del Egipto faraónico, tocar el piano en el Cotton Club.

Y estoy seguro de que la gente hablará de mí por decir un gilipollez detrás de otra, y seguramente dirán que soy un loco porque no te conozco tanto como creo, pero yo no necesito más. No puedo evitar sentir lo que siento al verte, al pensarte, al tocarte, al perderte.

Si tenemos los días contados, no exagero al decir que, quiero contarlos contigo; y que voy a quererte siempre como si fuera primavera.

Flores secas.

Es mirarme al espejo y ver el interrogante sobre mi cabeza:

¿Por qué iba a quererme ella a mí?

Y la pregunta se repite una y otra vez, de muchas formas diferentes.

La inseguridad hace que al final todo se tambalee, que bailemos sobre el alambre sin saber muy bien si darnos de bruces contra el suelo quizá es mejor opción que estar siempre en el aire sin saber cuál es nuestra posición en el mundo.

Dicen que estamos en primavera y yo no soy capaz de encontrarla entre tanto frío, tanta lluvia y un amor que se escapa entre mis dedos igual que lo hacen las flores secas que descubro entre las páginas de un libro.

No sé qué debo pensar, ni qué sentir.

Y ahora tampoco sé muy bien si debo callarme de una vez por todas porque ya nada va a cambiar.

No sé si estamos en el final de la película y estoy a punto de darme cuenta de que he perdido a pesar de remar, a pesar de tratar de correr entre la gente para encontrarte, a pesar de abrir mis brazos para recogerte siempre.

No sé si hemos pasado ya de los títulos de crédito y sólo nos queda levantarnos del cine y que cada uno se vaya a dormir a su casa, dejar de compartir saliva y risas perdidas.

No sé si tengo que sonreír, callar y apartarme.

Y que todo acabe por parecerme bien aunque sea mentira.

Pronto escaparé de la rutina, del día a día al que estoy acostumbrado, y se abre la brecha ante mis pies.

Me siento inestable, con más miedo a mis espaldas del que he sentido antes, y es que no sé cómo saldré de esta.

Sólo quiero unos brazos en los que refugiarme, un beso en la frente, y un susurro que signifique que no pasa nada porque pase lo que pase estará a mi lado.

Y es la mejor forma de ser valiente que se me ocurre.

Con los bolsillos vacíos.

Harto de tanta cobardía, de tanta mentira, de tanto vaivén sin sentido ni objetivo final.

A mí me enseñaron a correr de bien pequeño, me enseñaron a no buscar problemas y a huir de todo lo malo. Y ahora que debería esquivarlos por instinto no hago más que meterme en ellos, y ya no me da tiempo a quitarme tanto fango de los ojos.

Ya no soy capaz de distinguir la corriente para llegar hasta el mar, ni de saber qué nubes nos traerán tormenta.

Camino anestesiado, firme heredero del colapso emocional. Ya he dejado de discernir lo que está bien de lo que está mal, y es porque creo que ya me da igual. Absolutamente igual, porque ya he caído de nuevo en la espiral y no hay quien me salve de esta, ni de todas las demás.

En estos momentos ya no tengo nada que perder porque ya lo he perdido todo mientras recorría el camino. He llegado a la puerta de casa con los bolsillos vacíos de esperanza e intenciones, y ya sólo me guío por la inercia del reloj, por la cadencia del sol en el cielo, por el hambre y el sueño.

Las canciones alegres llaman de nuevo para que les abra la ventana y esta vez no quiero su visita, no las busco esta primavera. Para mí todas esas flores que soy capaz de ver a lo lejos están marchitas.

Lo que necesitamos son más amores de verdad, de esos que te hacen tomar aire por las mañanas sin que te pese la conciencia, de los que te hacen sentir mejor sin perder de vista la realidad que te rodea, de los que te envuelven con ternura y aún así hacen que te suba la temperatura corporal.

Amores de verdad, de los que te elevan no de los que te hunden.

Hoy sólo busco dejar de pensar, que descanse mi hipotálamo, que se borre mi memoria, meter en el congelador por un rato el corazón.

Lo dejo ya, a ver si me salva de esta otro café.

Épica perfecta.

Cambio de hora, de día, de siglo.

Cambio de planes, de estación, de intenciones.

Llega la primavera para colar flores en su almohada, y el sol de poniente para que se ponga esa blusa suelta que hace volar la imaginación.

Vuelve el calor y la humedad a la entrepierna, aún no se ha quitado la ropa para tirarla por el suelo y ya estoy perdiendo el sentido. No sé qué tiene, ese imán de sus ojos y sus manos, para atraerme hasta más allá de sus piernas sin ningún tipo de control. No sé qué tiene como para querer quitarme el corazón del pecho y dejarlo en hielo por un rato.

Anestesiarme primero sólo para sentirla más intensamente después.

Soy capaz de cerrar los ojos y recordar su tacto, sus besos en el cuello, sus dedos en mi pelo, su sexo contra el mío. Ahora que el día dura más y los orgasmos también seguimos perdiendo el tiempo, seguimos sin tocarnos a todas horas.

No nos quedan partes del cuerpo por descubrir y estoy seguro de que, a estas alturas del juego, podría recitar de memoria toda su anatomía.

Es la época perfecta para que se peguen nuestros cuerpos sobre las sábanas mojadas, de que acalles con mordiscos tu placer, de que me mezcles en tu saliva con alcohol y vagos restos de nicotina.

Es la épica perfecta, la de dos cuerpos que luchan el uno contra el otro sin querer que nadie pierda, donde el empate es el mejor resultado. El terreno de juego donde ser egoísta no sirve de nada.

[Abro los ojos.]

Otra vez el sudor frío bajando por la nuca, y tu ausencia rompiéndome sobre la cama. Vuelvo a querer contigo más de la cuenta, vuelvo a querer salir del lugar que me corresponde y tengo que recordarme en medio del silencio inquebrantable de la noche cuál es mi sitio.

Y asiento para mí mismo, trago saliva, cierro los ojos.

Lejos de ti.

Fuego cruzado.

Las cosas nunca vienen como las esperamos, como el odio, que aparece de la nada para apoderarse de todo, para llenarlo todo de rabia, indignación y dolor. Nos empeñamos en clasificarnos, en unirnos por grupos con alguna característica especial que nos defina, nos empeñamos en poner etiquetas a todas y cada una de las cosas que hacemos en lugar de sentir que venimos del mismo lugar de mierda y que acabaremos allí de nuevo, tarde o temprano.

Si no somos más que átomos que se dispersan y se agregan según avanza el tiempo, si no somos mucho más que carbono e hidrógeno bien distribuidos espacialmente.

Todavía somos capaces de matarnos, de envidiarnos, de criticarnos. Y nos llamamos seres superiores, aún tenemos la prepotencia de creernos la única vida inteligente que existe en el Universo que habitamos. Sigo pensando que involucionamos, que dentro de poco volveremos a habitar el agua y nos volverán las branquias, y que todo serán ganas de dejarnos llevar por las corrientes marinas sin más.

No entiendo la elección de una persona por hacer daño, lo de provocar dolor a los demás de manera voluntaria. Si soy sincero ya no entiendo nada, y reconozco que he sido tan ignorante en algún momento como para pensar que lo sabía todo.

Ahora voy a aferrarme a la humildad que me han dado las lecciones de la vida, a las hostias, a los arañazos que unas cosas y otras personas me han ido dejando en la piel.

Y llegas tú en pleno Marzo a congelarme el caos con tanto hielo, a llenarme de mordiscos el alma, a romperme despacito para que me de cuenta poco a poco.

Las calles lloran de nuevo y tú has hecho que se me pare el corazón cuando pensaba que empezaba de una jodida vez la primavera. He caído en la cuenta de que no tengo armas suficientes para salir indemne de este fuego cruzado, y que salí a batallar contigo demasiado descubierto. Y me ha pasado lo que pasa cuando sales a querer sin miedo, que lo haces sin chaleco antibalas y acabas tendido en el suelo rodeado de un reguero de sangre.

Me ha pasado lo que les pasa a todos los valientes, que al final tienen que encerrarse con llave porque el amor es peligroso si para ti es algo más que un juego.

La última cruzada.

Tengo buena memoria, y esa es mi condena, esa es la leña que aviva mi fuego.

Va a llegar Septiembre cualquier día de estos y seguirás sin esperarme. Y los instantes se van repitiendo en mi mente. Soy incapaz de escapar de las ideas y de todos los fuegos que nos queman.

Estoy, una vez más, al otro lado del cristal. Condenado a mirar, a contar, a acariciar el aire sin obtener respuesta. Condenado a sumar pero sobre todo a restar y multiplicar por cero. Que los sabios dicen que la historia no trata de vencedores y vencidos, ni de simples perdedores como yo, pero en el fondo sí. Sólo los ganadores cuentan batallas y graban sus nombres en piedra.

He sentido tarde el estallido de la primavera, pero ya soy incapaz de cerrar los ojos sin que aparezcas. He perdido el norte, el camino y más de un partido contigo.

Nunca había visto florecer amapolas en medio de huesos rotos, ni sabía que un corazón muerto podía latir de nuevo.

Y dicen que no hace tanto frío en Siberia cuando bajo de tu ombligo.

Y dicen que ha llovido en Oporto después de pronunciar tu nombre.

Y casi estoy seguro.

Casi estoy seguro de todo esto y más.

Ya no hay control dentro de mi cabeza cuadriculada, ya no hay piezas de ajedrez moviéndose de manera ordenada, ya no hay natación sincronizada a media tarde, ni frases con sentido en mis folios escritos. Sé que nos quedaremos afónicos de abrir las ventanas y decirle al mundo las verdades, desnudos y con la conciencia tranquila. Y caeremos en picado mientras el mundo arde, y nos tocará reír por una vez cuando, contra todo pronóstico, las cosas vayan bien.

Siempre me gustaron los juegos complicados, desenredar los cables, aprenderme el nombre de los nudos y todos los villanos, saltar precipicios, apagar velas con las manos, esconderme en tus abrazos.

Decidí huir del dolor, del hablar sin sentido, de la taquicardia en plena madrugada, de querer romper los cristales y mis cuerdas vocales. Decidí que podía respirar sin sentirme culpable por cada palabra.

Y no sé ahora en qué lío te he metido.

Esto huele a libro de aventuras, a mapas viejos, a caminos llenos de obstáculos, a buscar el Arca Perdida, a encontrar el Santo Grial, a enredarnos en El Templo maldito y a no tener que acordarme de nada porque La Última Cruzada pienso tenerla contigo.

Todo son mentiras.

Se repiten las noches de insomnio, la taquicardia al despertar y el sudor frío empapando las sábanas limpias.

Se repiten las pesadillas, el quemarme tocando el hielo, el ahogarme en el primer vaso de agua.

Se repiten las palabras entrecortadas, las manos temblorosas, las despedidas en voz baja.

Primavera, buen tiempo, buena cara.

Y todo son mentiras.

Siguen los puñales clavados en la espalda, y las heridas, y me pregunto si esto va a ser así toda la vida.

Siguen la incomprensión, el dolor, tanta mierda arrinconada dispuesta a salir en cualquier momento.

Siguen el cansancio, la falta de fuerzas, y escribir con rabia cada palabra.

De nada sirve nadar contra las olas.

Y todo son mentiras.

Aprendí a ser actor para no tener que dar explicaciones, preparar el papel cada mañana al salir por la puerta de casa y sonreír por pura inercia, mimetizarme con el resto, acostumbrarme a una normalidad que nunca siento.

Ando a todas horas en una obra de teatro de la que desconozco el guión y el resto de la compañía va y viene. Y el escenario está vacío y la luz me enfoca a mí otra vez. Y la mayoría de veces sólo escucho las risas enlatadas de todo este circo contra mí.

Sólo soy otro maldito bufón para entretener al rey.

Un lienzo salpicado de grises y negros. Soy como un jodido cuadro de Pollock que nadie entiende, manchas de pintura, expresionismo abstracto.

«Esto no es arte, es una broma de mal gusto«.

Supongo que todo acabará algún día. Que el timón del barco cambiará, que la rosa de los vientos me volverá a guiar fielmente, que la constelación de Andrómeda no dejará que me pierda de nuevo, y el efecto Coriolis hará que vuelva otra vez al centro de la esfera.

Y todo son mentiras.

Pero podrían ser verdad.