Llueve y se confunde con las lágrimas.
El día gris está pegado a las ventanas impidiendo que veamos nada y a mí me gustaría que nos obligáramos mutuamente a quedarnos, desnudos, bajo el calor de las sábanas.
Pero es imposible, el mundo conspira.
Toca salir, mojarnos, ver cómo cae la luz bajo la cruz.
Siempre acabo pensando en hasta qué punto me muevo guiado por mis propias decisiones o por el influjo de otros. Si realmente decido mis pasos o me delimitan el camino y me ponen señales y luces para que no piense y sólo actúe. No tengo muy claro si tenemos libertad de movimiento, expresión y elección, o está todo orquestado, y da igual lo que hagamos porque alguien ya ha decidido qué y cómo vamos a hacerlo todo. Entiendo, por otro lado, que si me lo planteo significa que sigo a salvo, que todavía estoy fuera del rebaño.
Y que tenemos una oportunidad.
Que no todo está perdido mientras seamos conscientes.
Que podemos mantener los ojos abiertos y la mirada viva a pesar de la religión, el fútbol y Hollywood.
Que todavía hay tiempo para cambiar las cosas, apartar lo insufrible e insoportable, desechar la basura emocional, leer poesía de la que aún es buena.
Mira, creo que justo ahora que arrecia el temporal y el agua me empapa la chaqueta y me empaña las gafas deberías venir.
Para cruzar los dos la calle cogidos de la mano.