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Vengo del futuro.

El mundo es un lugar hecho de enredos, nudos y entresijos; telarañas, jerseys de rayas, animales en peligro de extinción y ricos cada vez más ricos.

No entendemos nada de lo que sucede a nuestro alrededor, muchas veces tampoco queremos, o ni siquiera lo necesitamos para poder seguir andando con prisa, tropezando unos con otros sin mirarnos a la cara. Seguimos sin valorar los cinco minutos tumbados en el sofá después de comer, el poder tener un libro en nuestras manos, el saber que hay alguien escuchando nuestras palabras y que incluso le interesa cómo nos sentimos.

Si todo fuera más sencillo podríamos estar tumbados en la cama hasta la mitad de la mañana, y podríamos no preocuparnos por el dinero que nos queda en el banco a fin de mes.

Si todo fuera más sencillo podría contarle que sueño con ella a diario, y que a veces me despierto de golpe por temor a no volver a verla.

Si todo fuera más sencillo dejaría de callarme de una vez, me atrevería a contarlo todo, sería capaz de borrar las nubes negras, la inseguridad y la estupidez de mi cabeza.

Si todo fuera más sencillo podría despertar siempre a su lado, llenarla de besos, borrarle los miedos.

Pero vengo del futuro.

Y aunque ahora parezca lo contrario, todo acaba saliendo bien.

Sin trucos, sin trampas, sin daños.

Lo prometo.

Y sin embargo, se mueve.

La conciencia es otra de esas capacidades del ser humano que algunos tienen muy desarrollada y en otros parece inexistente. Hay quien es capaz de arrebatar una vida sin un ápice de remordimiento y quien ni siquiera es capaz de esconder que ha suspendido un examen sin que se le caiga el mundo encima.

Somos seres curiosos, ilógicos e inexplicables.

Y muy defectuosos.

Yo ni siquiera sé leer bien los mapas del tiempo, ni acabo de entender de qué va todo eso de la bolsa. Soy torpe con los desconocidos y me hago pequeño cada vez que recibo una burla aunque sea desde el cariño. Mi niño interior, el gordito, empollón y tímido, siempre se acaba resintiendo, siempre acaba saliendo para recordarme que puedo tropezarme, que mi autoestima puede caer en picado en cualquier momento. Que el exceso de ego, esa instancia psíquica de la que hablaba Freud, desaparece tan pronto como vino.

Y sin embargo, se mueve sonrío.

O lo intento.

Estamos llenos de pequeños errores que debemos tratar de corregir.

Estamos repletos de discretos arañazos que van haciendo mella en la coraza y nos acaban por derrocar de nuestro falso trono. Cometimos la equivocación de creernos los elogios, de hinchar el pecho, de creernos guapos, jóvenes y con posibilidades; pero hemos sido siempre cuerpos viejos y enjutos repletos de prejuicios, miedos y que se despiertan cada noche por culpa de las pesadillas.

Quizá es hora de dejar claras nuestras prioridades, de caminar y decidir sin que nos tiemblen el pulso y las piernas.

Quizá es el momento idóneo para elegir quién sí y quién no, y saber qué piedra tenemos que quitar en primer lugar para que caigan todas las demás y poder dejar la asfixia atrás.

Quizá ya no debo hablar de ti, ni de nosotros, porque vuelvo a estar solo ante el peligro y los designios.

En el fondo me importa poco si Galileo pronunció esa recordada frase, pero algunas veces también siento que me señalan diciendo:

-Está muerto.

Y yo susurro:

-Y sin embargo, se mueve.

Algún día.

¿Qué estamos haciendo?

Ha pasado otro año sin que pase nada y mientras pasa todo.

La decepción dentro de mí sólo hace que crecer y crecer, y el desgaste emocional es tan intenso, tan grande, que he llegado al momento crítico, a ese en el que se abren las compuertas del embalse porque va a desbordarse de un instante a otro por culpa de las lluvias torrenciales de otro frente del norte.

Y me quedo en silencio como mecanismo de protección.

Y me quedo parado para no hacer(nos) más daño.

Ni me gusta la Navidad ni las sonrisas postizas, ni los abrazos que la gente guarda durante el resto del tiempo para desempolvarlos justo ahora que hay que desenvolver regalos y abrir sobres.

Sólo hago que repetir una serie de preguntas en mi cabeza pero ya sé todas las respuestas de antemano, porque tengo ese defecto, el de saber que todo lo malo que pienso sucede, el de saber que todo aquello que va en mi contra acabará pasando, porque la suerte siempre es para los demás antes que para mí.

Estoy tan desubicado, tan fuera de lugar en todas partes, ni siquiera soy capaz de encontrarme estando conmigo mismo. Y ya no sé qué me queda, si sucumbir a este ruido infernal que hay en mi cabeza o acallarlo a golpes. Y ya no sé cómo hacer para salir del Averno, para arrepentirme de todo y buscar la absolución.

Vivimos en este tren de sentimientos lleno de paradas en las que sube y baja gente, lleno de retrasos, de cambios de horario, de descarrilamientos. Vivimos parando en estaciones en las que no queremos detenernos, obligados a seguir unos raíles que no queremos seguir. La libertad suena a otra cruel mentira, como suena el amor, la magia y la bondad de las personas.

Yo que había leído en braïlle tus cicatrices ahora tengo que conformarme con recuerdos, con versos, con canciones que siguen y seguirán hablando de nosotros.

Por ponerte a salvo me he puesto ante el peor de los peligros.

Por ti me he convertido en niebla, bruma y brisa estival; en guerrero, rey y bufón; en tablero, pieza y jugador.

Ojalá algún día sonría de verdad contigo.

Ojalá algún día tú, pero sobre todo también yo.

Promesas.

Promesas.

Promesas.

Y más promesas.

Esas mentiras.

Que echamos a diarios.

Todos hemos hecho una alguna vez, y las que hemos cumplido podemos contarlas con los dedos de las manos, si somos generosos. Porque aunque queramos cumplirlas, porque aunque en un momento determinado de nuestra existencia pensemos que seremos capaces de cumplirlas quizá no sea así. No sabemos, por suerte o para nuestra desgracia, cómo será el devenir de las cosas, ni si cambiaremos de parecer, o los acontecimientos nos harán cambiar y elegir otros destinos que no estaban preestablecidos.

Las promesas son peligrosas, como serpientes que se deslizan bajo nuestros pies sin que nos demos cuenta, capaces de volverse en tu contra a la mínima oportunidad. Por eso las promesas no pueden hacerse a la ligera, porque después tenemos la obligación de seguir adelante con ellas, y si somos incapaces de llevarlas a cabo, sentimos una traición hacia nosotros mismos, una sensación de derrota difícil de explicar. Porque al final, una promesa se hace cuando parece sencilla de cumplir. Y darnos cuenta de que algo que pensábamos que nos resultaría fácil acaba complicándose, que nos resulta imposible sacar adelante, es duro, es un golpe difícil de encajar.

Por eso os advierto humildemente, tened cuidado con las promesas, con las palabras que lanzáis al viento y pensáis que no tienen peso suficiente pero que acaban siendo lastre que os hunde en el manto por culpa de la gravedad.

Por eso yo no voy a prometerte amor eterno, voy a hacerlo contigo día tras día, gesto a gesto. No voy a prometerte que cambiaré, te llenaré de besos y te allanaré el camino, haré que los problemas se queden lejos del alcance de nuestras miradas. No voy a prometerte que todo será perfecto, pero trataré de que lo sea. No voy a prometerte que no te haré llorar, pero si lo hago te secaré las lágrimas.

Y es que si no entendéis eso, que el amor es facilitar la vida a quien quieres. Si no entiendes eso es que no has entendido una mierda en esta vida, no has aprendido lo que significa de verdad amar a alguien sin condiciones.

Una última cosa, para que quede claro, la única promesa en la que creo la tiene en su mirada.

[Ahora voy a sentarme pacientemente, con cierto cinismo y una asquerosa superioridad, a mirar vuestros regalos de San Valentín mientras el resto del año rompéis todas vuestras promesas y os escupís en el café.]

Anarquía.

Me ha costado aprender pero lo tengo claro. Hay personas que no se merecen tu perdón, hay gente que te hace tanto daño, que te rompe en tantos pedazos que es imposible ser indulgente con ellos. Porque a veces la absolución no es una opción a tener en cuenta.

Y yo no soy ningún santo, aunque a veces lo intente.

Y estoy ya harto y cansado de ser el más tonto de este corral de comedias, de ser el desgraciado al que siempre le toca poner la otra mejilla y sonreír de la mejor forma posible porque nunca pasa nada y todo está bien.

No nos permitimos el dolor, ni la debilidad, ni el mostrarnos a los demás tal cual somos, sin vestiduras. Desnudos de mentiras, máscaras y conductas socialmente aceptadas que realmente detestamos. La cortesía de hoy en día, la falacia de la vida actual.

No quiero tener que ocultarme más, ni vagar por la vida de rodillas suplicando a los demás un poco de cariño. No quiero esconder nunca más quién soy, ni quiénes somos cuando nos damos la mano.

Todavía no he sido capaz de apreciar a tu lado las calles de plata de esta ciudad, ni he sido capaz de apartar la mirada de tus ojos teniendo el atardecer cerca.

Lo cierto es que aguantamos cualquier cosa, estamos hechos para seguir adelante aunque nos quiten las manos y los pies, y nos dejen sólo un corazón débil en medio de esta jaula de piel y huesos.

Aguantamos todavía la monarquía y el capitalismo, y que haya leyes que no nos dejen alzar la voz y protestar por nuestros derechos. Aguantamos hasta que nos quieran a medias y de mentira.

Este mundo es para el que consigue la adaptación al medio, se supone que sobrevive siempre el más fuerte. Y yo nunca lo he sido. He sido el débil, el que prefiere esconderse y agachar la cabeza a defenderse, el que prefiere rodear el peligro a enfrentarse a él.

Y me han llovido las críticas por ello, y me llueven, y me lloverán.

Yo que siempre he ido recorriendo la vida con paciencia tengo prisa ahora, tengo la necesidad de que las cosas pasen rápido.

Yo que siempre he sido defensa, ahora soy parte de la caballería, de la delantera mítica, y me he quitado el lastre y ahora corro más rápido y seguro.

Me gusta pensar que hacemos que vuelvan idiomas extinguidos cuando ruge el colchón bajo tu cuerpo, y que tu voz viene de algún lugar del Paraíso que no sale en los libros. Me gusta imaginar cómo se deshacen los hielos en contacto con tu piel y saciar mi sed contigo en un día caluroso de verano. Me gusta cuando niegas lo evidente y tratas de disimular. Me gusta cuando el sol te roba un destello en la mirada y casi eres tú de verdad.

Que aunque no te guste, eres como un libro abierto para mí.

No sé si te has dado cuenta pero ya vamos caminando por líneas de alta tensión y no somos conscientes del peligro. A veces el riesgo sólo hace más interesante el viaje, la aventura, y llegar al destino sabe aún mejor.

Yo, por si acaso, y pase lo que pase, estaré atento a las señales del cielo, a la divina providencia, a los tambores de guerra, a la electricidad entre los dos.

Yo, por si acaso tendré las armas preparadas para pelear cada batalla.

Pero si tengo que elegir, prefiero refugiarme sin censura en tu anarquía.