Etiqueta: olvidar

Diciembre.

Diciembre siempre es una mezcla de alegría y tristeza, de mesas llenas y corazones vacíos.

Y al revés.

Diciembre es un poco más gris que el resto, a pesar de las luces y los adornos navideños.

Ahora que han pasado los días de comidas y cenas familiares, de sonreír sin ganas y hacer como que disfrutas de todo, ahora vuelven la tranquilidad y el silencio. Toca despedir el año, o que él se despida de nosotros, con un portazo para no volver a vernos.

Espero olvidar pronto los malos momentos. Ha sido un año demasiado raro, tan lleno de baches y subidas, tan lleno de caídas y miradas al abismo, tan lleno de saltos, muros, noches sin dormir, sonrisas en las que no creía y un poco de felicidad.

Y parece que sólo he conseguido mantenerme a salvo gracias a tus manos.

Parece que me has hundido sólo para salvarme de nuevo.

A partir de ahora habrá que ver las películas nominadas a los Oscars en el cine, esperar los resultados de las elecciones después de la primavera, buscar nuevos grupos que nos alegren los días, intentar viajar más y más lejos, encontrar un hueco en el que sólo haya sitio para nosotros.

Necesito tiempo y café infinitos, menos vasos de plástico y más calma.

Me hacen falta menos libros y más lecturas, más música y menos discos.

No sé si ahora me entiendes o sigo explicándome mal, como me pasaba al principio.

Pero sigo callando te quieros por miedo a equivocarme.

Jodidos por dentro.

Me sirve si todo esto vale para algo, si después de ti ya no va a llegar nadie más que me rompa en mil pedazos y trate de esconder los trozos debajo de la alfombra como si no hubiera pasado absolutamente nada, borrando los restos del crimen, intentando ocultar las verdades, los recuerdos y las deducciones que creímos hacer correctamente.

Suena Carolina Durante y el calor aprieta tanto como lo hacen tus manos alrededor de mi garganta.

El problema no lo tengo en olvidar, el problema viene cuando follar está muy bien pero de pronto vuelve tu nombre a la cabeza y tengo ganas de saltar por la ventana.

He leído que todos los escritores acaban relatando de una u otra forma sus propias historias de amor (perfectas, tórpidas, tóxicas, idílicas, eternas, medievales, platónicas, etílicas), que sufren, que se desangran, que unos lo superan y otros se quedan flotando en la balsa de la memoria hasta el fin de los tiempos.

Al final todos estamos jodidos, por uno u otro motivo, pero estamos jodidos por dentro.

Y no nos acaba curando ni el Mundial, ni la cerveza, ni una puesta de sol en las mejores playas, ni dormir abrazados a la persona que queremos.

¿Qué haces cuando no hay antídoto?

¿Qué haces cuando sabes que nada sirve?

No sé si tú también tienes esa sensación de vacío permanente, aunque a veces esté en el centro del pecho y otras lo sientas al mirarte las manos, o al mirar al techo cuando el insomnio se cuela en tu cama; como si no entendieras el propósito que tienen tus pies pisando la tierra.

No sé si también tienes la claridad de un lunático cuando se van las nubes a fin de mes respecto a la mierda de tus sentimientos.

No sé si también te odias a ti mismo, si te lamentas por todo, si sientes que has perdido el tiempo, las ganas, las fuerzas, la salud, y que sólo has conseguido llenarte de puñales y náuseas.

Ya llegará el otoño y podré esconderme de nuevo sin que nadie pregunte por mí, mientras tanto fingiremos en el mar, sonreiré para las fotos y me salvaré una vez más sin saber cómo ni por qué.

Como si fuera primavera.

El mundo está tan loco como lo estamos nosotros, como lo está la vida de hoy en día.

3 de Enero y veinte grados, y dejamos que el sol roce de nuevo nuestra cara y nuestros brazos como si fuera primavera.

El invierno apenas ha llegado a nuestras calles y ya se ha ido, supongo que le cansamos, que sabe que este no es su sitio y que no nos gusta demasiado. Supongo que sabe que nos gusta más poder sudar juntos sobre el colchón, con las ventanas abiertas sin tener demasiado claro si nos están viendo los vecinos y sobre todo sin que nos importe demasiado. Te he visto de nuevo en sueños arqueando la espalda, atrapando las sábanas entre tus dedos, buscándome en la penumbra en voz baja, susurrando palabras que sólo entiendo cuando lo haces en mi oído.

Me gustaría estar caminando junto al mar contigo al lado, llevando el mismo paso mientras el rumor de las olas nos trae recuerdos y caricias que no queremos olvidar, mientras nuestras manos y nuestros dedos se buscan igual que lo hacen nuestras bocas cuando apagamos la luz y nos falta el aire.

Sería tan mágico que pudiéramos sentarnos en el suelo y leernos páginas de historias de verdad, contarnos mirándonos a los ojos la vida de todos esos personajes que nos habría gustado ser y pronunciar en voz alta todas aquellas vidas que nos hubiera gustado vivir.: Pisar las calles del París bohemio del Moulin Rouge, caminar por el Londres victoriano intentando encontrar a Jack el Destripador, navegar a bordo de un barco de vapor por el río Mississippi, observar cómo piedra tras piedras las pirámides ascendienden hacia el cielo etéreo del Egipto faraónico, tocar el piano en el Cotton Club.

Y estoy seguro de que la gente hablará de mí por decir un gilipollez detrás de otra, y seguramente dirán que soy un loco porque no te conozco tanto como creo, pero yo no necesito más. No puedo evitar sentir lo que siento al verte, al pensarte, al tocarte, al perderte.

Si tenemos los días contados, no exagero al decir que, quiero contarlos contigo; y que voy a quererte siempre como si fuera primavera.

Eres como Florencia.

Últimamente todos los días tienen esas trazas de desasosiego de un domingo por la tarde. Esa sensación de vacío de cuando volvías del pueblo al final del verano y tocaba retomar la realidad. Ese inexplicable sentimiento de añoranza, de pérdida, de no ser capaz de volver el tiempo atrás para poder disfrutar de todo de nuevo con más intensidad. Esa incapacidad de dejar atrás experiencias para poder afrontar las nuevas.

Todos los días comienzan a adoptar el mismo color cálido, amarillento y apagado de los campos de trigo después de la siega. Todos los días comienzan a ser un cenicero lleno de colillas que nadie recuerda vaciar. Y me repito, y voy a acabar yendo de bar en bar con tal de intentar olvidar.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos cuando llenabas mis días de color, aunque tú dijeras que todo iba mal, aunque el mundo se desmoronara bajo nuestros pies. Pero íbamos cogidos de la mano y me daba igual absolutamente todo. No me importaban ni la tectónica de placas, ni las guerras remotas, ni la capa de ozono, ni la estación espacial internacional. Tampoco me importaban los libros de Kant, el turismo en Madrid, las banderas rojas de las playas ni los parques para perros. Porque ahora y siempre has hecho que todo se esfume, que lo demás se quede en ese ángulo muerto en el que ya no puedes verlo.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos que crezcan primaveras por allá por donde caminamos, con lo que a mí me gusta el frío del invierno, el paisaje helado y blanco. Echo de menos que nos broten flores de las manos cada vez que nos tocamos. Y que surjan fuentes con cada uno de nuestros besos. Y, sobre todo, echo de menos esa sonrisa limpia, la de cuando no te preocupa nada, la de cuando te sientes libre y caminas decidida; y te conviertes entonces en el motor que mueve mi vida.

Te digo una cosa, de verdad que te permito toda esta guerra si luego vas a llenarme de paz, si vas a allanarme el camino, si los días van a ser durante un tiempo mar en calma y noches estrelladas.

Te permito todo si los relojes y los calendarios van a ser invisibles para los dos, si nos pasaremos las tardes mirando por el balcón, si cuando seamos viejos vamos a sentirnos más jóvenes y fuertes que nunca mientras nos damos las buenas noches y nos dejamos caer sobre el colchón.

Y es que no sé para mí eres como Florencia, tan bonita que si no existieras habría que inventarte.

 

¿Sabes qué pasa?

¿Sabes qué pasa?

Porque yo no. No entiendo nada de un tiempo a esta parte, no te entiendo a ti, ya no me dejas hacerlo.

Estoy lleno de esa rabia que sólo se quita con tus besos, mordiendo tu carne, gimiendo en tu oído.

¿Sabes qué pasa, vida?

Que me niego a tirar la toalla, a desistir, a olvidar este intento. Quizá es que para ti es más sencillo rendirte, pero yo no tengo nada que perder. No es ganador el que nunca pierde, sino el que nunca deja de intentarlo.

Ya está bien de lamentarse en lugar de seguir escalando mirando hacia el cielo. A veces, veo tus ojos en medio de miles de constelaciones, escucho tu voz entre los estribillos de mis canciones favoritas, siento tus manos acariciarme en forma de brisa estival.

¿Sabes qué pasa?

Que no es el momento de sentirse abatido, que quiero seguir convirtiéndome en cenizas de tu mano, que espero las lluvias de otoño mojando tu pelo.

¿Sabes qué pasa?

Que sólo somos tú y yo, y la eternidad.

O no, quizá sea algo más efímero, convertirnos en polvo o quedarnos de piedra. Quizá sólo tenemos que ser como fuegos artificiales en una noche helada.

Ojalá lo supiera, ojalá pudiera decirte que todo irá bien y que no habrá problemas. Pero hay cosas que sólo se saben si abres la boca y hablas aunque te tiemble la voz, y los labios, y todos los miedos en la cabeza.

Ojalá tuviera el poder de ver el futuro y el poder de borrar la indecisión de tu vocabulario y la distancia gélida que usas como arma, como si fuera a ser la solución a algo.

Pero no es lo importante, lo relevante es tener motivos para seguir, buscarlos, tratar de alzar el vuelo, cogernos de la mano.

Joder.

Lo importante se reduce a un beso tuyo antes de dormir.

¿Sabes qué pasa, vida?

Que sin ella me estoy muriendo.

Los pequeños detalles.

No es lo mismo querer para siempre que no dejar de querer nunca.

La cuestión es que no todo el mundo es capaz de darse cuenta de lo que implican cada una de esas dos expresiones. Un ligero matiz que se acaba volviendo importante con el paso del tiempo, como la mayoría de las cosas en esto del amor.

Hoy he vuelto a ver nubes grises sobre mi cabeza, a sentir que caía en picado, que el agua me llegaba al cuello.

Y no sé por qué.

Si la vida es un tren quiero que pare, que se detenga de una vez en alguna estación, que me permita llenar de aire los pulmones durante un minuto, pensar con calma, sentir que la tierra se mueve por debajo de mis pies, apreciar de nuevo tu sabor en mi boca.

No es que lo quiera, es que lo necesito, porque las manillas del reloj continúan con su movimiento a expensas de mis deseos, y todo avanza sin que nada cambie.

Va a explotarme la vena de la sien, va a reventarme el corazón en el latido menos inesperado de todos. Otra vez se me han ido las cosas de las manos, otra vez me atrapan las montañas de sentimientos y de libros sin demasiada compasión, otra vez me entierra tu indiferencia en lo más profundo.

Ya he caído en la cuenta de que el orden de las cosas no varía demasiado, que vas a seguir atada a la misma piedra el resto de tus días. Lo que pasa con las piedras es que te hunden hasta el fondo, y sólo se sale a flote si se corta la cuerda.

Te quedarás en la otra orilla mientras yo me marcho, y ni tan solo estoy seguro de si veré brotar algunas lágrimas de tus ojos, de si realmente eras sincera, de si cada beso en los suburbios tenía para ti sentido.

No es lo mismo recordar que no olvidar, también existe una diferencia que hay que saber entender.

Y esos pequeños detalles, eso que quizá para otros pasa desapercibido, todo eso y más es lo que a mí me pasa contigo.

Esperanza dicen. Qué locos.

Nos hemos acostumbrado tanto a la violencia que se nos ha ido de las manos el amor, ya no sabemos querer a los demás sin cometer errores, sin cagarla en el momento menos pensado.

Y los gritos, los reproches, las peleas y las balas parecen normalidad.

Refugiados sin refugio, mares cementerio y mosaicos de civilizaciones antiguas que hoy están resquebrajados, como la mayoría de corazones.

Lo justificamos todo, y me da vergüenza.

No entiendo a las personas que sólo saben ver desde su posición, que conocen la empatía sólo de oídas, que piensan que son poseedores de la verdad más absoluta; cuando ya se encargaron los científicos de decir que todo es relativo, hasta en los sentimientos y las letras.

No entiendo que utilices armas que hacen daño en lugar de palabras para reconfortar a los demás, no entiendo que utilices tus manos para quitar aire a otros en lugar de abrazarlos, no entiendo que desperdicies tus noches sin estar besando a alguien, no entiendo que dejes a Neruda cogiendo polvo en una estantería, no entiendo que no sepas apreciar una puesta de sol en compañía.

Nos han puesto vendas en los ojos, nos han dicho que el mundo es un negocio y que no se puede ir a contracorriente. Nos han dicho que nuestra alma tiene precio y nuestras manos sólo sirven para hacer algo productivo.

No tengo preguntas ni respuestas, ni comienzos ni finales. No soy nadie en todo este laberinto de caminos sin nombre en el que tú no estás presente.

Y me gustaría olvidar que tengo que olvidar para poder sonreír mejor. Me gustaría volver a abrir las ventanas y que el frío del invierno se burlara de mi cara de dormido. Me gustaría dejar de romper páginas en las que hablo de ti.

Es ya septiembre y sólo espero nuevas tempestades tras tus ojos empañados.

Es ya septiembre y aquí sigo con las manos vacías, sin rosas que regalar, sin tiempo por delante.

Esta existencia, de cuentas atrás y contrarrelojes, me parece cada día un poco peor y no consigo quitarme las ganas de ti.

Y todavía hay quienes me dicen que no pierda la esperanza, que al final todo valdrá la pena.

Esperanza dicen. Qué locos.

Incógnita.

Cierra las ventanas, dejarlas abiertas ha hecho que el interior de ese viejo piso esté casi helado. No es un gran sitio para vivir, pero es lo de menos. Está acostumbrado a no tener muchos lujos y a vivir con poca cosa. No es que el trabajo le haya dado grandes alegrías, más bien al contrario. Mala suerte, chico.

 Era mejor esperarte en la calle. — Dice ella frotándose las manos, siempre atrevida, siempre sin un pelo en la lengua. Y no hay estufa para calentarse allí dentro. Él tira de mantas a la hora de dormir, y el resto del tiempo trata de estar en otras partes. No es que ese cuchitril al que llama casa le entusiasme realmente.

Harvey la mira en silencio mientras prepara un par de cafés, no piensa entrar al trapo, por una vez en su vida puede quedarse callado y no hablar para cagarla. No puede creer que Daphne esté ahora frente a él, no tiene ni idea de si realmente está sentada frente a su cocina o si es una mera ilusión, un juego que su cabeza quiere compartir con él. No es divertido. Le tiende una taza y deja que el tarro con el azúcar se deslice por el banco de mármol.

— Sírvete. — Él, sin embargo, deja que unas cuantas gotas de whisky caigan sobre su taza y se sienta en una silla junto a la morena. Williams tiene tantas preguntas guardadas en la cabeza desde que la ha visto en medio de las sombras que no sabe por dónde empezar, quizá la primera que sale de sus labios no es la primera que debería pronunciar. — ¿Por qué? —Escruta la mirada de la mujer que tiene a su lado sabiendo que ésa no es la primera cuestión que espera recibir por su parte. Siempre le resultó difícil pillarla desprevenida, siempre fue una mujer que iba un paso por delante de los demás, que siempre se adelantaba a sus movimientos. Puede que esa fuera una de las cualidades que la hacían destacar entre el resto, ese aire de peligro que te atraía y te hacía mantener las distancias al mismo tiempo. Eso parece no haber cambiado mucho en todos esos años que hace que no la ve.

Daphne alza la vista para clavar sus ojos en los de él, hacía tiempo que sus miradas no se cruzaban tan de cerca. Pero ella es capaz de leer en Harvey lo mismo que leía cuando casi respiraban al compás.

— Era lo que tenía que hacer. —contesta escueta, y eso intriga e indigna por igual al hombre que bebe de su café. — Si me hubiera quedado, posiblemente estarías muerto. — Él la mira, frunce el ceño y se queda callado. Necesita saber más. — Fue la mejor opción. —La única quizá, pero Harvey no lo sabe y ella no está segura de lo que dice.

—¿Y ahora qué haces de nuevo aquí? —En una ciudad que ya no la recordaba, en un piso que ya no la echaba de menos. Cuando alguien desaparece de la noche a la mañana las personas aprenden a vivir sin esa persona, por su propio bien. La gente aprende a olvidar su nombre, el color de sus ojos y hasta el sonido de su voz.

El problema es que Harvey Williams nunca consiguió nada de eso.

Óxido.

Afuera llueve y el cielo gris me invita a pensarte. Los ojos glaucos del gato miran a la calle desierta mientras olisquea los aromas que trae el viento hasta aquí adentro. Las nieblas sobre las montañas me hacen recordar todo lo que fuimos y nos encargamos de destruir. Otro día que tengo que abrir la botella para quitarme el miedo y calentarme las entrañas.

Observo las fotografías de aquella chica desaparecida en el periódico, y pienso en todos esos que de pronto se esfuman de sus vidas y no vuelven nunca más. Con una sonrisa ladeada llena de tristeza dejo el diario doblado sobre la mesa y apago la radio, que sigue contando noticias que se repiten constantemente.

Una leve brisa me eriza la piel, y así no puedo pensar en otra cosa que no sea en ti. En tus besos en el cuello, en tus manos en la nuca, en tu saliva dejándome huella, en tus palabras abriéndome la piel hasta tocar hueso.

Vivimos en un eterno bucle sin sentido.

Y la nostalgia nunca acaba con nosotros del todo.

Me despierto cada día contigo en la cabeza, y soy incapaz de borrar tu voz de mi memoria y tus manos de mis músculos. Ahora sigo buscando en los libros la manera de olvidarte, sigo esperando que alguna canción de Bon Iver me diga qué hacer conmigo. Cómo reciclarme, cómo recuperarme poco a poco, cómo caminar sin tener que mirarte en las fotos.

No sé si algún día volveré a estar curado, no sé si me atreveré a querer a alguien sin protección. No sé si podré pasar de nuevo la barrera sensorial con alguien que tenga otro nombre. Ahora es cosa mía, lo de contenerme, lo de no volver a caer, el mantenerme abstemio. No quiero tropezar de nuevo.

Miraré al frente tratando de sonreír, pensando que todo fue mentira. Deshaciendo cada nudo que creé contigo para soltar la cuerda y dejar que tú también sigas viviendo.

La niebla entre las montañas me remueve por dentro, me deja inestable y débil, como cuando estabas a mi lado. Con la lluvia todo se oxida, y nosotros que tenemos el corazón de metal caminamos ya por la vida chirriando. No quiero volver a hacer daño, no quiero volver a tocar y destrozar nada, no quiero rozarte y que te vayas a romper como la porcelana.

Y es que es ahora, después de un tiempo, cuando salen a la luz todos los miedos, cuando florecen las semillas más raras, cuando entre las cenizas de un incendio crecen los árboles más fuertes.