Civilización extraña la nuestra, que ya no recuerda a los viejos, que detesta la noche y lo llena todo de luces para no ver las estrellas. Civilización extraña nosotros.
Atlántico entre los dos, y yo ando loco perdido. Vagar por tu cuerpo cansado de pensar, soñar sin sueño, abrir los ojos después de cerrar la puerta, hacer paracaidismo entre fuegos artificiales.
Pacífico de aguas claras, que baña las playas de tus piernas, marinero sin hogar, Hemingway post-moderno, malhechor desterrado por tocarte a deshoras. Y te das cuenta de que también quema el sol cuando ella no está, y que sigue habiendo oxígeno y sangre en el día a día.
Índico con archipiélagos que son como tus risas y nombres tan raros como todo eso que te gusta y desconozco. Estamos en la orilla y nos salpican las olas en forma de verdades eternas y tenemos que apartar la vista, obligados a no mirar el mañana por si duele más de lo que nos gustaría y llega el fin.
Antártico bravo, de atardeceres infinitos, de esplendor dorado, tan lejos de los dos como ese frío corazón que habita nuestra piel. Barcos hundidos, intentos fallidos de huida, valentía arrinconada en el último confín del mundo.
Ártico, frío y solo, de hielo roto, de blanco imperfecto. La muerte del intrépido, el grito del cobarde perdiéndose en la nada. El iceberg entre tanto azul oscuro, entre tanto viento levantando faldas y velas.
Ártico soy yo, sin ti. Océano infinito.