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Sólo quiero.

Debe ser ya abril en París porque no estoy entendiendo lo que me pasa dentro del pecho, aunque fuera el frío siga congelando pestañas y las olas rompan con más fuerza que nunca contra las playas del norte.

El tiempo ya ha demostrado que es frágil, escurridizo, que le gusta escaparse entre los dedos igual que se escapan los mechones de tu pelo entre los míos mientras veo cómo vuela la noche más oscura sobre mis hombros para llenarme de miedo y viejos temores.

El tiempo es, al menos, tan caprichoso como lo somos nosotros, que algunos días lo queremos todo y al día siguiente lo tiramos a la basura, sin preocuparnos demasiado, y después nos arrepentimos sin que podamos remediarlo.

Algunas veces tomamos decisiones sin pensar y otras pensamos tanto que nunca llegamos a decidir nada, que nos quedamos pisando el alambre sin atrevernos a comenzar a caminar sobre él.

Somos animales de costumbres, que prefieren quedarse en su cueva a salir a encontrar algo nuevo por si no es mejor de lo que tienen. El «por si» delante de un no sale bien es casi tan mortal como el «pero» después de un te quiero.

Somos animales racionales muy irracionales, que se dejan llevar por los instintos, por la atracción de unos labios, por el magnetismo de una mirada, por la sonoridad de las palabras, por la canción adecuada en el momento justo.

Sólo quiero abrazarla y que todas las piezas vuelvan a su sitio.

Sólo quiero que nada le duela.

Sólo quiero estar cuando más le haga falta, y no puedo.

Realmente sólo quiero hacerle la vida fácil.

Sólo eso.

Todo eso.

[Siempre serás mi desastre preferido.]

 

Todavía sueño.

Dicen que existen otros mundos, otras realidades, otras existencias en las que todo puede ser igual pero de un modo distinto. Mundos en los que nosotros podríamos ser nosotros y mirarnos a los mismos ojos pero con otros sentimientos, con un fondo diferente. La función es diferente cada vez que se representa en el teatro, y la sinfonía suena distinto cada vez que se interpreta, y supongo que eso podría pasar con nuestras almas, que cuando cobran forma de nuevo, cuando vuelven al mismo cuerpo todo puede cambiar.

En una realidad paralela todo sería muy distinto, te lo aseguro.

En una realidad paralela todo es diferente pero no exactamente del revés.

En una realidad paralela no todas pero algunas cosas son mucho mejor.

Los meses de otoño no son tristes.

La soledad no duele.

Las sonrisas permanecen.

El silencio no es incómodo.

La sensibilidad es una virtud.

Los abrazos y los besos no se tienen que pedir.

Hay libros para todos.

La muerte te pide permiso.

El dinero no lo es todo.

Siempre hay tiempo para las despedidas.

Se demuestra lo que se siente.

No se oculta la verdad.

Mirar a los ojos es un mandamiento.

El miedo no existe.

El agua nunca falta.

Lo bonito no se tiene que esconder.

En una realidad paralela ahora mismo estás cogiéndome la mano, entrelazando tus dedos con los míos, paseamos juntos, los domingos no son tan grises.

Al final nunca pierdo la esperanza, quizá por eso todavía sueño.

Bienvenida a mi otoño.

Debemos dejar atrás esas épocas de sentirnos envoltorios vacíos, de pensar que sólo somos otro fraude, de imaginar que las personas están mejor sin nosotros.

Porque rara vez es cierto.

Todo esos pensamientos de inferioridad, de creernos menos, de sentirnos diminutos frente al resto están dentro de nuestra cabeza y la mayor parte del tiempo los demás no lo comparten. Digo la mayor parte del tiempo por no decir nunca.

Pero qué puedo hacer cuando me siento tan poca cosa, cuando no puedo dejar de compararme, cuando pienso que en realidad soy lo último que necesitas a tu lado. Qué hago cuando todavía no me quiero lo suficiente como para hablar de verdad y sin miedo de todo lo que estoy guardando para ti.

Tengo tan marcado a fuego que no merezco nada, que puedo conformarme con poco, que debe ser suficiente con lo que los demás quieran darme.

Llevo tan adentro la culpabilidad, el castigo, y esa sensación de que no puedo ser feliz, de que tengo que contentar siempre a los demás antes que a mí mismo.

Y ahora empieza a estar todo lleno de hojas secas por el suelo, de viento en las calles, de faldas al vuelo, de cabellos despeinados, de corazones temblando. Y todo parece un problema. Se hace antes de noche, nos sentimos más solos y no hay nadie para consolarnos. Ni palmadas en la espalda, ni palabras de ánimo, ni sonrisas que te tranquilicen durante más de veinticuatro horas seguidas.

Nos toca volver a preguntarnos dónde están aquellos primeros días del verano donde todo parecía ir bien, aunque fuera más una sensación que una realidad frente a nuestros ojos.

Nos toca volver a dejar que se enfríe el café mientras pasa el vendaval y volvemos poco a poco a nuestro sitio.

Quizá estamos así porque aún no te has dado cuenta de cuáles son mis verdaderas intenciones.

Quizá es que no crees que todo lo que digo que siento pueda ser real.

Quizá es que estás viéndolo todo con el prisma equivocado.

Quizá te quieres tan poco a ti misma como me quiero yo.

Quizá es que aún no entiendes que soy solución y no problema en tu vida.

Calor.

A ver si este calor va a ser culpa de que estemos tan cerca.

A ver si este calor va a ser culpa de las ganas que te tengo.

O no.

Quizá es solo que llega el verano otra vez.

Y a las estaciones les sigue dando igual si nosotros nos queremos o es todo otra mentira más.

Hasta la próxima.

Ha vuelto la nostalgia infinita del domingo por la tarde y el echar de menos tus piernas rodeando mi cintura. Los pies tocando el suelo frío, recordándome que sigo vivo por los pelos, que pude irme de este mundo aquel día que me detuve en medio del puente dispuesto a saltar.

Noto los ojos rojos por culpa del alcohol y de leer una página tras otra buscándonos en cualquier historia. Me duele la garganta de gritar para que vuelvas, e iría de nuevo a nuestro lugares si fuera a encontrarte, si supiera que no te has ido para no volver.

Si te encuentro en alguna parte te diré sin temor que nadie cogió mi mano como lo hiciste tú, que no pude nadar en ningunos ojos como lo hice en los tuyos, que no me sentí tan seguro de nada en la vida como lo estuve de quererte.

Y que después del amor queda la desolación.

Sentimientos emborronados.

Vísceras por el suelo.

El vacío.

Y no nos dimos cuenta de que la culpa fue nuestra, de que el daño nos lo hicimos nosotros mismos por tensar la cuerda y disparar la flecha.

Nos hemos perdido el uno al otro y hemos vuelto a encontrarnos a nosotros mismos.

He vuelto a ser capaz de salir de la cama por las mañanas sin esperar tu voz al otro lado del teléfono, sin depender de tu sonrisa, sin necesitar tus manos en mi nuca, ni tus besos cada vez que te emborrachabas. Y ya no necesito del volcán que te quemaba siempre por dentro, de tu rabia acumulada, de tus celos enfermizos.

He vuelto a coger la libreta y escribir la vida de otras mujeres que no son tú, he vuelto a imaginar que alguien me quiere y puedo ser feliz.

Y en medio de todos esos pensamientos aparece ella. A ella le da igual mi pasado, los nombres que surcan de vez en cuando mi mirada, el dolor que siento a veces en las costillas, que me acurruque bajo las sábanas cuando algo me atormenta, que no me gusten las mismas cosas que le gustan a ella, que necesite romper un par de hojas cada día, que la mire en silencio cuando no se da cuenta.

Y me abraza por la cintura y me besa en el centro de la espalda y siento que aspira mi olor, y que se refugia ahí mismo. Y entonces te olvido y puedo sonreír.

Me giro, la cojo de la mano y miramos juntos por la ventana el futuro incierto.

Estoy tranquilo otra vez, ya te has ido.

Hasta la próxima.

Côte d’Azur.

Yo nunca he estado en la Costa Azul.

Sólo sé de Niza y Cannes por el cine.

No he recorrido las carreteras en un descapotable, ni he visto la Fórmula 1 en Montecarlo desde un yate de blanco impoluto.

No he bebido champagne del bueno en Saint Tropez mientras la puesta de sol nos pone tibios el corazón y las orejas.

No he podido caminar descalzo sobre las playas blancas, ni he dejado que mis ojos contemplen cómo las olas se acercan despacio hasta nosotros.

No he probado la sal en tu piel con mi lengua, ni he conseguido enredar mis manos en tu cabello mojado.

No me he visto reflejado en el cristal de tus gafas de sol de siempre, ni te he quitado un poco de helado de la comisura de los labios.

Todavía no me he manchado la camisa de vino para que te enfades conmigo.

Pero yo he visto cómo un poco de brisa te levanta el vestido mientras sujeto tus zapatos en la mano de vuelta a casa y te giras para ver si voy contigo.

Yo que soy un cínico, desencantado de la vida, he sonreído al ver cómo miras la playa desde la ventana abierta.

Yo que sigo herido, que vivo escribiendo cosas sin sentido, he visto cómo ojeas mis notas cuando me hago el dormido.

Nos he descubierto como a Cary Grant y Grace Kelly en Atrapa a un ladrón.

Pero seguimos siendo dos islas en medio del mismo mar Mediterráneo, esperando a que nada pase.

Seguimos mirando por las noches la marea, sin hacerle demasiado caso, y va a desbordarnos.

Yo nunca he estado en la Costa Azul.

Pero creo que ya lo he vivido contigo.

Ruleta rusa.

Ya no quiero hablar de ti, ni de nosotros. Nos hemos perdido entre tanta risa inútil y tanta llamada en plena madrugada. Y ahora siento el nudo amargo en el estómago cuando abro los ojos en la cama y tengo el cuerpo de una desconocida que no ha querido irse a dormir a su casa, que ha preferido dejar su olor en mis sábanas arrugadas y en mi piel.

Llevo un saco cargado de decepciones que sólo hace que llenarse y al final voy a tener que dejar de arrastrarme y quedarme quieto. Avanzo tan lento, tan torpe, tan poco, que menos mal que el mundo gira y se desplaza, o sería incapaz de ver la luz del sol ir y venir todos los días.

Hay atardeceres de sangre en la Albufera y me los estoy perdiendo todos, y lunas de fresa que ya no voy a poder ver hasta dentro de setenta años. Hay cosas en la vida que sólo pasan una vez y las estamos dejando escapar. Ya no sabemos apreciar cada uno de esos detalles únicos, como la primera bocanada de aire después del orgasmo, el agua caliente de la ducha matutina, la risa nerviosa, las miradas esquivas, las caricias a medias, un no dicho a tiempo, un sí en medio de un abrazo. Las gotas de lluvia en verano, taparse con las sábanas cuando empieza a asomar el frío, llegar a casa después de un largo viaje, pararse un momento y contemplar el mundo con música de fondo.

Estoy metido en una ruleta rusa, y giro el cargador cuando se estrena el día y suspiro cuando veo que he sobrevivido a otra fecha crucial, y sigo apostando para adivinar cuánto tardará en llegar el final.

Los sentimientos han acabado siendo el más arriesgado de los negocios porque no hay manera de ganar. Tarde o temprano asoma el dolor y no se puede fingir. Y no hay más remedio que meter otra decepción en el dichoso saco y seguir caminando. Aunque no se pueda.

El rencor se acaba borrando, igual que el frío y la pasión.

Cuéntale al público que soy el error que nunca deberías haber cometido, que soy esa persona que al final de la partida no deberías haber conocido.

Cuenta bien la historia, porque quiero ser el malo y reírme a carcajadas, y cerrar la puerta sin mirar atrás.

Me da igual lo que diga la gente, sólo necesito un golpe de suerte.

Voy a volver a apretar el gatillo.