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El vértigo.

Me salvo sólo con rozarte.

[Mirarte.

Abrazarte.

Besarte.]

Me salvo sólo con verte.

Pero todas estas frases están tan leídas y escritas que me sabe a poco.

No sé muy bien cómo decir todo sin usar palabras que ya se han oído antes.

Relatos repetitivos, historias en bucle, amores de barrio, de cama, de carretera que acaban en felicidad o tragedia.

El amor pastel de los libros, el rosa del sexo prohibido a principios de siglo XX, lo erótico de hombres fornidos y mujeres adelantadas a su época (¿qué época?) en las Highlands.

Quiero acabar con el cliché del amor en la literatura.

Con las escenas de sexo en silencio en las películas.

Con los besos a escondidas mientras los demás se quedan en la fiesta del jardín.

No sé muy bien cómo alejarme de esa poesía basura que nos llena las pantallas del teléfono y los oídos en estos días de amores superficiales que desaparecen antes que una story de Instagram; ni cómo dejar de repetir sensaciones y sentimientos tan manoseados que han perdido su auténtico y verdadero significado.

Sólo intento salvarnos del tiempo, desesperados, mientras nos buscamos en medio del naufragio diario.

Sólo intento alejarnos de la basura cósmica y también de la mundana, convertirlo todo en una normalidad de la que no tengamos que aburrirnos.

Sólo intento que se nos cierren las heridas sin que tenga que dolernos nada nunca más.

Acariciarnos los huesos cuando temblemos los días de lluvia.

Darnos la mano cuando nos quedemos sin respuestas.

Ser nuestro único antídoto en medio de este mundo lleno de veneno.

Poder abrazarnos por la espalda cuando nos llene el miedo.

Y la pena.

Y la alegría.

Y el vértigo de perdernos en cualquier instante.

 

 

Náufragos en el s. XXI

A mí me da la risa cuando veo que el mundo sigue girando y que yo giro con él, porque pensaba que no me iba a levantar jamás de algunos golpes, que no iba a olvidar nunca algunas palabras y lo he hecho. Mírame, muy a tu pesar, sigo vivo. Tengo el Universo sobre mi cabeza cada noche y el suelo bajo mis pies.

Y, a pesar de todo, estoy lleno de esperanza. O medio lleno, siempre me queda un rescoldo de gris y cenizas, de melancolía intrínseca, añoranza, nostalgia, noches de tristeza inabarcable.

Sigue rugiendo el mar, llorando el viento, riendo la brisa, danzando las hojas, fluyendo los ríos. Todavía recuerdo hacer nudos marineros y cogerte la mano para correr los días de verano entre los escasos coches que circulan por la ciudad. Todavía recuerdo beber contigo y que al día siguiente me doliera todo el cuerpo. Todavía recuerdo sudar en la misma cama y ahuyentar las malas sensaciones con un beso húmedo. Todavía recuerdo el miedo al primer desnudo contigo, la inseguridad del primer te quiero en la bendita oscuridad.

He oído historias de algunos lugares lejanos, de esos que tú y yo no hemos visitado jamás. Historias de grandes ciudades venidas a menos, de amores eternos que se acabaron por culpa de dioses estrictos, de hombres y mujeres valientes que murieron en las guerras más absurdas, de tesoros escondidos en las cuevas más recónditas, de tumbas sin nombre y monumentos en ruinas.

He leído tu futuro en las estrellas y es mejor de lo que piensas, y yo estaré tan lejos que cuando pronuncien mi nombre no recordarás quién era, ni que te gustaba acurrucarte junto a mí, ni que cerrabas los ojos y disfrutabas de la calma conmigo.

He leído tu futuro y no recordarás nada.

Y yo seguiré bebiendo, escribiendo en folios en sucio imaginando lo que pudo haber sido y se quedó en el camino, lamentándome siempre en medio de un banco del parque, machacándome los nudillos contra cualquier pared maltratada del barrio, viendo a los niños jugar sintiéndome cada vez más viejo y solo.

He leído tu futuro y yo no estoy en él.

Pero aquí sigo, y estoy perdido y me muero de frío.

Contigo acabo siempre siendo un náufrago de mi propio corazón.

Rescátame esta vez. Te lo pido.

Otro triste idiota.

Siento un dolor fuerte en el pecho, como un desgarro.

Es un dolor urente, punzante, transfictivo, que consigue partirme en dos cada vez que aparece. Es un dolor que quema, pero no como consigue quemar el fuego sino como lo hace el hielo.

Hasta que ya no siento nada.

Y me convierto tan sólo en un caparazón vacío que va a acabar en el fondo del mar junto a los restos del naufragio.

Siento que sólo necesito que se me borre la memoria, y que no me importe más que el canto de los bosques, el pájaro de fuego, el rugido de las flores.

Siento que la distancia ha hecho que nos despertemos del letargo, de toda esta niebla en la que nos habíamos envuelto durante largos meses. Y ahora que tengo todas las puertas y ventanas abiertas sigo sin querer marcharme, sigo queriendo quedarme contigo, sigo eligiéndote a ti por encima de las demás, sigo prefiriendo pasar solo el resto de mis días.

Siento que soy sólo otro triste idiota que ha sucumbido al dictamen de un corazón enfermo.

Siempre huyes y yo corro tras de ti, y acabamos siguiendo todas esas luces parpadeantes y pálidas que nos marcan el futuro. Y te he perdido, a estas alturas ya no sé si estás tomando té con el Sombrerero o siguiendo las baldosas amarillas hasta Oz.

Hace tiempo que ya no sólo consiste en quitarnos la ropa y las ideas a la vez, hace tiempo que hay latidos y miedos de por medio, y silencios largos, y palabras que parecen alfileres bajo las uñas.

Todo este lío es culpa mía, nunca debí haberte metido en mi espiral, nunca debí darte permiso para entrar y revolverlo todo.

Nunca debí darte el poder.

Nunca debí decirte la verdad.

Sigo mirando a la luna buscando tus ojos, acariciando con paciencia el frío cristal en noches de verano, soplando el café, soñando que enredo mis dedos en tu pelo, caminando cansado, buscando las palabras exactas que te hagan quedarte a mi lado.

Siento un fuerte dolor en el pecho.

Y eres tú.

Después de ti.

Su cuerpo es un naufragio, de esos que acaban con todo, y arrasó conmigo. Y ahora no tengo ganas de nadar, sólo quiero respirar hondo y llenarme los pulmones de agua salada.

Que la muerte sea más rápida que este dolor que nunca para de crecer.

Su cuerpo es ese paraíso perdido que todo el mundo quiere encontrar. Y después de haberlo acariciado sólo quiero cerrar los ojos y dormir el resto de mis días.

Que vivir a partir de ahora sólo va a ser un cruel castigo autoinflingido.

Ya nada tiene sentido.

Ni la noche.
Ni el día.
Ni el invierno.
Ni el verano.

Ni la guerra y paz de nuestros labios contra los del otro, ni las marcas en la piel y las astillas en el corazón.

Podríamos haber hecho magia juntos pero tuviste que poner las cartas sobre la mesa antes de tiempo.

Y es que quizá para ti sólo he sido un entretenimiento, el peor con el que podías encontrarte de todos los posibles candidatos. Si tiraste a dar, acertaste de pleno en la diana.

Ahora, y por mucho que lo intentes, no vas a conseguir que te odie. No voy a ponértelo tan fácil. No ha entrado nunca en mis planes otra cosa que no sea quererte.

Sabes de sobra que podríamos haber sonreído a diario, pelearnos por tonterías, perdonarnos a besos, hacernos fotos a oscuras, visitado ciudades en las que nos diera igual no entender el idioma mientras tuviéramos entrelazados nuestros dedos.

Sabes de sobra que podríamos haber sido los espías más vigilados de toda la ciudad, los mejores amantes después de los cuarenta, un par de cazadores de auroras boreales.

Me topé contigo, el iceberg de todo Titanic.

No sé si tú has aprendido la lección, pero yo no me veo capaz de volver a comprobar lo que duele el amor verdadero.

Después de ti, ya no.

Después de ti no creo en los finales felices.