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Cómplices.

Otra mujer asesinada a manos de su marido, de su pareja, de su ex-pareja, sale en las portadas de los periódicos y los telediarios. Otra mujer asesinada, y parece que lo único que hace es engrosar una lista anual de víctimas de violencia de género. Otra mujer asesinada y lo decimos con resignación, como si no pudiéramos hacer nada frente a eso, como si ya estuviéramos acostumbrados a la tragedia.

Vosotros que os ponéis un #JeSuisParis cuando hay un ataque terrorista, no os veo hacer nada cuando un marido mata a su mujer. Lo único que os veo hacer es un puchero, apretar los puños y decir que «a los hombres también nos matan», y entonces sólo puedo pensar que sois unos auténticos gilipollas que pensáis que lo que buscan las mujeres es un poco de caso. Porque no estáis entendiendo nada, absolutamente nada.

Vosotros que os pasáis por el forro la presunción de inocencia según os conviene ahora la reclamáis para un grupo de chicos que agredieron sexualmente a una joven que estaba pasándolo bien de fiesta.

Hay problemas de pareja que no se resuelven dentro de la pareja, hay problemas de pareja que son problemas de todos.

Siempre que mantengamos los estereotipos hombre-mujer, siempre que demos roles diferentes a hombres y a mujeres, siempre que fomentemos una cultura en el que un sexo está por encima del otro estamos siendo cómplices. Cómplices que luego se quejan de que la manzana está podrida, que se quejan del resultado pero no hacen nada para que el fruto crezca sano desde que se planta la semilla bajo tierra.

Cómplices por escuchar a los vecinos gritarse todos los días, hasta que un día ella deja de gritar.

Cómplices por ver cómo le está llamando puta por cómo ha salido vestida a la calle.

Cómplices por esa amiga que te cuenta que no quiere mantener relaciones sexuales con su pareja a la que le dices que es su obligación.

Cómplices por pensar que el control es amor.

Cómplices por no lanzarles la mano y prestarles ayuda.

Cómplices por no disipar el miedo y ser su compañía.

Cómplices por dudar de su palabra cuando reúnen la fuerza suficiente para contarlo.

Y mientras haya cómplices sus nombres seguirán llenando lápidas frías en el cementerio.

Kamikazes.

[Tienes todo un día por delante y vas a desperdiciarlo estando lejos.]

No hace falta jurar ya que somos un par de locos pidiendo la hora al final del partido, y que vamos a tener que echar a correr antes de que empiecen a caer los meteoritos a nuestro alrededor.

Escondidos y perseguidos, queriendo siempre más.

El mundo está paranoico y nosotros también.

Un par de kamikazes que se chocan las caderas cuando encuentran una cama. Un par de locos suicidas que se besan en todas las esquinas que se acaban encontrando por ahí. Estamos en el borde, en la cornisa, todavía abrazados y descalzos, enredando nuestras lenguas mientras no suena el despertador. Tenemos los ojos cerrados y nos dejamos llevar, mientras nos mojamos los dedos y nos arde la entrepierna. Hemos llenado la casa de cerveza, sudor y saliva.

Somos cazadores furtivos de sexo en medio de la madrugada, que mantenemos vivo el milagro de tener el corazón en llamas.

Y sigue siendo increíble, aunque acabemos por deshacernos y quemarnos como si estuviéramos hechos de papel.

Pero ahora van a empezar a escucharse los rugidos de las bombas por encima de nuestros jadeos.

Sólo hay que abrir los ojos para darse cuenta de que tarde o temprano vamos a desaparecer, que nos vamos a borrar los dos como si fuéramos huellas en la playa, que dejaremos de existir en nuestras respectivas memorias.

Y quizá sea mejor así.

Quizá el único propósito de conocernos fue el de sonreír durante un rato.

Lo bueno se acaba.

Y lo malo.

Y todo lo demás que sea que haya entre medio de los dos extremos.

Creo que debemos dejarnos caer a la vez, mirar al vacío antes de darnos la mano y lanzarnos a toda esta explosión que nos recorre por dentro.

Y dejar el llanto y el horror para cuando lleguen los malos tiempos.

Quiero correr contigo hasta que no pueda más, hasta llegar más allá sin tener que despertar.

Quiero que seas mi esperanza, mujer guerrera.

#YoTambiénSoyAlan

#YoTambiénSoyAlan y tú. Eres Alan porque siempre has tenido claro lo que eras y cómo te sentías, porque te has mirado al espejo cada día sin tener que preguntarte por qué vestías ropa de mujer cuando eras un hombre, porque no has tenido que fingir ante el resto de la gente que te gustaban los hombres, porque no has tenido que poner una mueca de incomodidad cada vez que alguien se refiere a ti en un género con el que no te identificas.

#YoTambiénSoyAlan y tú. Porque has tenido la libertad para querer sin que nadie te mire mal, porque no te han confinado al vestuario de discapacitados o a encerrarte en un baño distinto para que nadie vea cómo te cambias de ropa, porque todo el mundo ha dado por hecho que eres una mujer por vestir como una mujer, o que eres lesbiana por vestir como un hombre.

#YoTambiénSoyAlan y tú. Porque hay sonrisas que se llevan por dentro, cuando alguien te mira y se confunde contigo, cuando por fin puedes liberarte y la gente te llama por tu nombre de verdad, cuando no hay miedo al qué dirán o a si alguien te hará daño.

#YoTambiénSoyAlan y tú. Porque por fin tienes la libertad de ser, estar y parecer. Porque te das cuenta de que no haces daño por ser hombre o mujer. Porque eres mejor persona que esos que te han hecho añicos el corazón y te han reducido a cenizas. Porque nadie debería aplastar a nadie. Porque deberíamos cortar las cuerdas y sonreír más. Porque la vida son dos días y la estamos incendiando.

Porque Alan sólo era un hombre que había nacido en un envase incorrecto.

Porque Alan sólo quería ser feliz, y no le dejaron, le pusieron un muro contra el que chocó tantas veces que se inmoló.

Porque Alan sólo quería vivir y se fue, le obligaron a marcharse.

#YoTambiénSoyAlan y tú, tú eres más Alan de lo que te crees.

Uno menos, otro más.

La lluvia amortiguaba sus pasos sobre el pavimento, el barri Gòtic de noche parecía tenebroso, las torres-campanario de la catedral de la Santa Cruz y Santa Eulàlia emergían de entre las sombras como si tuvieran vida propia. El ruido y el agua le venían bien para ocultarse entre la gente que volvía a sus casas, dejando las estrechas y peatonales calles desiertas. Paso tras paso, evitando los charcos, evitando hacer más ruido y caminar más rápido que lo haría cualquier otra persona a aquellas horas de la noche. Todavía no eran las diez, pero la tormenta hacía que la gente buscara refugio en sus hogares antes de lo habitual. El agua fresca de Abril le daba en la cara, haciendo que se secara los ojos con el dorso de la mano de vez en cuando. Seguía a un hombre de estatura media, de piel morena y pelo oscuro, un par tatuajes asomaban por su cuello, le daban un aspecto algo fiero sin que llegara a llamar la atención. Por su forma de caminar parecía tener algún problema en la rodilla derecha, cojeaba levemente, con un ritmo parecido al del compás de tres por cuatro.

Alzó la vista para fijarse en las cámaras que había instaladas por las calles. Jodida Barcelona. Suspiró brevemente, aprovechando para quitarse un par de mechones de pelo de la cara. Ya se había empapado por completo, pero no por eso iba a dejar de cumplir con su cometido aquel día. Metió una de las manos en la chaqueta, haciendo como que buscaba algo, a refugio en un pequeño balcón que paraba la fuerza del agua. Sacó la pistola con silenciador, una nueve milímetros que serviría de sobra para lo que había venido a hacer. El hombre se detuvo en un portal pequeño, cuyas puertas estaban pintadas por un graffiti que no debería ni tan siquiera llevar ese nombre, un par de letras mal hechas habían servido para satisfacer algún ego de delincuente juvenil. Con tranquilidad caminó hacia el hombre hasta ponerse a sus espaldas y apretar el gatillo con un dedo enguantado justo cuando abría la puerta. La nuca recibió el proyectil a quemarropa, y aprovechó así la inercia del cuerpo para que cayera dentro del patio, y seguir su camino. Guardó el arma con disimulo en el bolsillo interno mientras el olor a pólvora quemada se le incrustaba en el nervio olfatorio y también en la memoria. Uno menos. Otro más. Se repetía.

Al doblar la siguiente esquina se resguardó en otro portal, y tomó aire durante unos segundos. Pensó con calma cuál era ahora su mejor opción. Metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar sin prisas bajo la lluvia, observando el suelo, observando sus propios pasos sobre la superficie desgastada por el paso diario de miles de turistas. Se negó a pensar en lo que había hecho para que la culpa no asomara aquella noche. Sacó el teléfono y marcó el número de siempre.

–Eliminado.

–Aprendes rápido, Espectro de Seda.

Odiaba que le llamara así, Espectro de Seda nunca había sido uno de sus personajes favoritos de Watchmen, pero calló y colgó intentando borrar la risa críptica que siempre se escapaba al otro lado de la línea después de que la llamara de esa forma. Tiró el teléfono en la siguiente alcantarilla y siguió de vuelta a casa. Una ducha caliente le esperaba para borrar todos sus pecados.

Uno menos. Otro más.


El anterior es un fragmento de una novela en gestación.

Génesis.

Siempre tiene que mirar el calendario para saber en qué día vive, siempre tiene que mirar quién duerme en su cama para recordar su nombre, siempre tiene que borrar una y otra vez las palabras que escribe, y también, tiene que rellenar sin parar el vaso de whisky con hielo que descansa junto a su bloc de notas. Se pasa ambas manos por la cabeza, arrastrando mechones de cabello a su paso, en un signo claro de desesperación. Resopla y acaba por tirar el bloc contra la pared.

― Joder. ― grita, y su voz quebrada suena en medio de la noche rompiendo el silencio tenso de una casa a oscuras en un barrio tranquilo de la ciudad.

La luz de una de las mesitas de noche se enciende y un ligero bostezo acompañado de pasos se acerca hasta él.

― ¿Qué pasa? ― Ella lleva una de sus camisetas de Juego de Tronos y verla así le sacaría una sonrisa de no ser porque está demasiado cabreado consigo mismo.

― Soy incapaz de escribir nada. ― dice con aire frustrado.

La chica se agacha para recoger la libreta y apenas le importa que se vea su ropa interior blanca mientras lo hace, sin picardía, sin segundas intenciones. Camina, arrastrando los pies de forma grácil sobre el suelo de madera y se deja caer a su lado, apoyando el bloc sobre sus piernas desnudas.

― Deja de machacarte así.

― Lo intento, pero no me gusta nada de lo que sale. Nada es suficiente, nada me sirve. Estoy frustrado, eso es todo. ― Se sincera, exhalando un sonoro suspiro.

― Prueba a empezar a otra vez. Cuando algo no funciona es la mejor opción. ― Es más joven que él, y aún así le supera en madurez, está convencido de que le supera en todos los aspectos.

Los ojos brillantes en medio de la penumbra le hacen sonreír, les hacen sonreír. Y es un simple abrazo el que le devuelve a la vida, y unas palabras vulgares las que le hacen recuperar el aliento, la esperanza. Y es un beso el que les acaba de desnudar una vez más esa noche.

Ahora entiendo por qué a Bécquer le obsesionaban las pupilas.

Son las dos y media de la madrugada y hace horas que debería estar durmiendo. No es mi día, ni tampoco mi semana, o eso pienso desde que empezó el lunes a las siete de la mañana. Cansado, trastocado por una vida que a veces me decepciona más de lo que la gente cree, y con unas ojeras que no me hacen justicia. Podría parecer un muerto de hambre cualquiera si sólo me miras de pasada, muy lejos de la realidad. Lo cierto es que llevo la cartera llena y estoy dispuesto a dejarme medio sueldo en aquel sitio con tal de olvidarme un poco de tanta mierda, de las mentiras rutinarias, de la máscara que llevo a todas horas.

Nuestras miradas se cruzan en el pub durante unos segundos, yo la observo y ella a mí, y tengo miedo. Trago saliva y miro el vaso de whisky con hielo que sujeto en la mano. Ella tiene esos ojos que te empujan al abismo, unas pupilas que son como balas directas al corazón. Me ha revuelto el estómago y tengo náuseas, siempre me pasa con las mujeres como ella, aunque dudo que en este caso haya alguien como ella. Me bebo el resto del vaso de un trago y cuento hasta diez antes de seguir sus pasos. Sus ojos se me han quedado clavados, los tengo guardados en la retina, son de esos que no olvidas. Una mirada azul que es como un par de espadas que te penetran, que traspasan los pulmones y dan una estocada mortal. Tiene unos ojos que pueden enamorarte por sí solos, sin necesidad de que abra la boca, sin decir ni una palabra es capaz de transmitir mucho más que cualquiera con un largo discurso.

Sus tacones van haciendo ruido delante de mí y miro el ritmo con el que camina, el movimiento de su cadera, cómo ondea su pelo de manera victoriosa. Está tan segura de sí misma que yo me voy haciendo pequeño, que en cualquier momento podría desaparecer en el asfalto que va dejando con sus pasos. Puedo oler su perfume desde la distancia, y me doy cuenta que no he descubierto en ella todavía el fallo que me haga dejar de seguirla, que me haga recapacitar y volver al taburete de la barra. 

Se gira en la siguiente esquina y me mira con una sonrisa marcada en sus labios pintados de rojo. Casi puedo sentir que me tiemblan las piernas, que tengo un nudo en la garganta. Me pide fuego para un cigarro y le entrego el mechero, como si no quiere devolvérmelo, con tal de que me siga mirando así le daría la vida. Ella apenas habla, es más de actuar, de observar, de acariciar, y de besar, y yo me dejo hacer. Ni me doy cuenta de que acabamos en mi casa hasta que veo mi ropa en el suelo de la habitación y a ella sobre mí, a contraluz, dejándose llevar sin ningún tipo de pudor. Uno, dos, tres orgasmos cuento durante el resto de la noche, hasta que sale el sol.

Cerrar los ojos es la despedida, el último adiós, o quizá sólo el primero de muchos. Al despertar ella ya no está pero su perfume sigue allí, instalado en medio de mi habitación, en las sábanas, en mi cuerpo. Lo único que sé es que no voy a olvidar ese azul, que ahora la voy a buscar al cruzar cualquier calle, al doblar cualquier esquina, que volveré a beber whisky en aquel pub por si no era sólo una simple coincidencia.

Maldita sean sus pupilas, maldita ella, la mujer perfecta.