Etiqueta: mentira

Cuidarnos.

Un día estás en la cima y al otro revolcándote en la ciénaga.

No tenemos equilibrio.

No existe el punto medio.

Has vuelto a descubrirte con una mentira entre los labios, tratando de convencer a los que te rodean de algo que no crees ni tú mismo. Sigues esperando a ser tú; como si tuvieras que arreglarte, coserte las heridas y borrarte las cicatrices para eso.

Nos impiden salir a la calle cojeando, con dudas, sin saber qué queremos.

Nos obligan a estar perfectos para que nos quieran, como si tuviéramos que presentarnos intactos, todavía con el envoltorio en su lugar, como si viviéramos en un escaparate preparados para la foto desenfadada, para el atardecer perfecto, para la sonrisa permanente.

Ya no disfrutamos, sólo aparentamos buscando la luz, el ángulo, el momento, el lugar; siguiendo la corriente, haciendo caso a los consejos de gente que nos importa una mierda.

Todo es mentira.

Menos algunas cosas.

Algunas miradas.

Algunos besos.

Algunos abrazos.

Algunas palabras.

Sólo hay que darse cuenta y cuidarlo.

Y cuidarnos.

Hasta cuando no tengamos ganas ni de levantarnos de la cama.

 

El mentiroso.

La mentira es una manera fácil de lograr algo. Sirve tanto para conseguir ciertos beneficios u objetivos como para evitar reproches y castigos. Sirve también para manipular, ocultar, ganar o cualquier otro verbo que pueda conjugarse a esos efectos.

Muchas veces utilizamos las mentiras como un modo de autoconvencernos, pensamos que si decimos ciertas cosas en voz alta y hacemos partícipes al resto el pensamiento o la idea en sí mismo se convierte en realidad de manera automática. Hacemos algunas afirmaciones que son puro autoengaño con el único fin de estar un poco más tranquilos con nosotros mismos.

Buscamos la paz a costa de fingir, de mentir, y así sólo aumentan las guerras internas, las batallas diarias, las peleas de costillas para dentro.

Ya no sé qué pensar, hace tiempo que dejé de tenerlo todo claro.

Lo único que sé últimamente es que no consigo conciliar el sueño durante más de dos horas seguidas y que ya no recuerdo lo que es despertarme sin sobresaltos por culpa de las pesadillas.

Y que las ojeras no hacen más que crecer.

Sólo conozco el miedo.

Mi vida me parece algunos días como esas novelas enigma del siglo diecinueve en las que al final todo se descubre, pero yo no llegaré a verlo para entenderlo porque seré el cadáver rodeado de una silueta de tiza blanca.

Mi vida me parece algunos días como una de esas bromas pesadas de cómico inglés que sólo se entienden en determinados momentos o circunstancias, o compartiendo cierta visión cultural.

Al final sólo tenemos dos opciones, como en muchas ocasiones: mentir o elegir la verdad, ocultar o dejar que todo salga a la luz; y es fácil y a la vez tan difícil.

Pero elegir un rumbo u otro nos acaba delatando, nos coloca sobre el tablero, muestra nuestras cartas con sólo un pequeño gesto, elegir nos acaba definiendo por mucho que creamos lo contrario.

Yo tengo claro de qué lado quiero estar pero quizá soy sólo un mentiroso que se dice a sí mismo que le quieres porque no es capaz de seguir adelante sin ti.

Pero a ti siempre te he dicho la verdad.

El rey de nada.

Va a empezar el año igual de mal que terminó el anterior.

Va a terminar el año igual de mal que empezó el anterior.

Será que ya no tengo ilusión por nada y todo me sabe igual de mal, como si con cada trago de agua fuera ingiriendo un poco de veneno que me ha robado la fuerza y las ganas, como si no consiguiera apartar de mí los secretos y las tormentas.

Será que ahora tengo claro que es todo mentira.

Ahora las calles escupen mis piezas, me derraman sobre el alquitrán y no puedo ni recomponerme ni levantarme, ni huir de tanto silencio que me consume. Esta vez no voy a salvarme, lo supe desde el primer paso, aunque en realidad nunca me he salvado, sigo acompañando este calvario hacia el monte de los olivos.

La senda acaba en el acantilado, el barco choca contra el iceberg, el frío arrecia, la indiferencia congela y conserva.

Creo que debería despertar ya de una vez, dejar de soñar, impedir que pasen los años en vano, asumir el fin. Todo lo que me atormenta y me duele me lo he autoinflingido.

Esto de pelear contra uno mismo siempre es tan agotador, el no cambiar de argumentos, el no encontrar excusas, el no encontrar verdades, el no encontrar motivos. El hecho de cavar, de buscar y no encontrar nada que me calme y me sacie. Ya sé que el problema es mío, no puedo ni quiero culpar a nadie de mis vicios, miedos, inseguridades, grietas, sentimientos, errores, problemas.

Sólo me queda hacer las cosas a tientas en medio de esta habitación a oscuras en la que me muevo intentando no chocarme contra las paredes, por eso ahora voy a quedarme quieto en medio de todo este sinsentido que me he forjado como modo de vida.

Sólo me queda dejar a un lado mi creencia en el amor inocente, en la sinceridad como herramienta universal.

Sólo me queda borrarme del mapa, ser el rey de nada.

Y ahora no sé si salir a emborracharme hasta caer inconsciente o ponerme el pijama.

Cara B.

Nos dejamos llevar por la corriente sin pensar en lo que queremos nosotros. La corriente nos arrastra sin darnos tiempo a reaccionar, sin darnos tiempo a reflexionar lo suficiente. Siempre hay alguien que nos dice lo que tenemos que hacer, por qué y cómo tenemos que hacerlo, y así nos ahorra el esfuerzo de decidir por nosotros. En lugar de consejos buscamos órdenes de cualquiera para no asumir responsabilidades, para derivar las consecuencias.

A todo el mundo le gusta lo brillante, lo que se encuentra en primer lugar, lo que destaca. El oro, los diamantes, los actores y actrices de las películas multimillonarias de Hollywood, los cantantes que llenan estadios, los libros que anuncian en todas partes.

A mí me gustan cosas más sencillas, la cantante anónima de un pequeño bar de ciudad, los actores que salen en una película de bajo presupuesto pero que me ha hecho replantearme la vida tres veces seguidas, el teatro casi vacío con una obra que no voy a entender por mucho que me esfuerce pero que me deja pegado al asiento, la cerveza de siempre, los besos con amor, el café todavía caliente.

Pero hay algo que me gusta mucho más y eres tú.

No puedo evitarlo.

La vida está llena de claros y oscuros, de caminos y recovecos, de portadas y contraportadas, de humo y cigarros, de bilis y sangre; pero sobretodo de imprevistos.

Ahora voy descalzo caminando sobre los cristales que has ido dejando a tu paso, marcándome un camino que no me lleva a ningún lado, guiándome hacia a ti sin que pueda salir de este círculo solitario de noches rojas y días oscuros, de vasos vacíos y corazones a medio llenar.

Siento que soy como la cara B de un vinilo olvidado en la estantería al que nadie escucha, al que nadie mira, al que nadie toca. El punto muerto del retrovisor.

Me has convertido en una mentira, en un te quiero oculto.

Me has convertido en tu hombre invisible.

El rey del baile de máscaras.

¿Sabes lo que me gustaría?

Sentir que me necesitas tú a mí alguna vez, que no soy yo el único que pone de su parte, que no soy yo el que siente todo esto, que no vivo una mentira que me desgarra poco a poco.

Pero es que creo que ya no queda nada bueno en mí, ya no soy nada que valga la pena mirar ni escuchar. Me he convertido a mí mismo en un nadie, uno de esos que se transforman en sombra y se quedan en la trastienda porque nunca pueden enseñarse a los demás.

Soy alguien digno de ocultar y olvidar para siempre en el último cajón de la mesita de noche, junto a los calcetines que no te pones jamás y acabas tirando después de un tiempo prudencial. Es verdad que soy como esa ropa vieja que se queda guardada en el armario y acaba oliendo a humedad, y que sólo sirve para echar al contenedor.

Y mientras tanto, mientras sigues pensando que no vales nada, que nada de lo que haces importa, que da igual lo que te digan y te hagan porque al fin y al cabo te lo mereces todo.

El daño, la mentira, la ausencia, el vacío, el olvido.

Y llega un punto en el que lo crees de verdad, es como una ley fundamental que rige tu vida. Esa sensación de menosprecio hacia ti mismo que te hunde poco a poco y sin que te des cuenta, hasta quitarte por completo el brillo de los ojos, hasta convertirte en un muerto viviente que finge que todo va bien, que no hay problemas.

Soy el puto rey del baile de máscaras, y siempre bailo solo.

Llega un punto en el que crees que las cosas no pueden ser de otra manera. Como si fuera a ser siempre así, como si la vida no pudiera ser diferente. Como si un día no fuera a llegar alguien que te va a querer con los brazos abiertos y sin tener que medir las palabras, alguien que pueda mirarte a los ojos y acariciarte la mejilla sin sentirse culpable por nada, alguien a quien le baste y le sobre con ver tu sonrisa al final del día para ser feliz.

Lo que me jode es tener que esperar a que eso pase cuando yo te quiero a ti. Ayer, hoy y mañana.

Y no sabía que eso acabaría siendo una mierda, no sabía que iba a tener que aprender a no estar contigo.

Calor.

A ver si este calor va a ser culpa de que estemos tan cerca.

A ver si este calor va a ser culpa de las ganas que te tengo.

O no.

Quizá es solo que llega el verano otra vez.

Y a las estaciones les sigue dando igual si nosotros nos queremos o es todo otra mentira más.

Ya no creo en el amor.

Nos hemos cogido de la mano mientras observábamos caer las torres más altas ante nuestros ojos, y parece que se nos ha olvidado. Porque lo bueno se olvida si no se mantiene, si no se pule, si no se sopla de vez en cuando para que se vaya la capa de polvo que lo va llenando todo con el paso de los días.

Las relaciones se oxidan como las articulaciones, de no usarlas, y la rutina es más tóxica que algunas personas de las que se cruzan en tu camino. Somos expertos en quejarnos de todo pero no hacer nada para solucionar los problemas, para dejar de cometer los mismos errores de siempre, para dejar de criticar cuando nosotros somos peores que el resto.

Tienes la sensación de que se desmorona el Universo sin ciertas cosas, sin esa persona, y al cabo de un tiempo te das cuenta de que el nudo en la garganta ha desaparecido y de que sigues hacia adelante sin echar nada en falta. Sólo a veces te viene a la memoria, y notas una cierta sacudida en la columna, como cuando bajaba del tren y te besaba con los ojos cerrados. Todo parece mentira, ficción literaria, invenciones; pero fuimos eternos durante algún tiempo y nos dejamos rastro.

Y ahora te encuentro en algunas calles y en las páginas de algunos libros, pero no nos salvaron las locuras, las escapadas sin avisar a nadie, el follar en silencio en plena madrugada. No nos salvó París, ni el otoño siguiente, y nos dijimos adiós durante el invierno con tal de no volver a vernos.

Puede ser que fuéramos perfectos pero lo jodimos, lo destrozamos todo, y he aprendido la lección. Ya no soy el mismo tonto que se abrió el pecho y te dejó jugar con su interior. Ya no soy el mismo tonto que acabó pareciendo el villano de la función, el que te hizo infeliz cuando sólo quería lo contrario.

Y ahora ya no creo en el amor que tú me enseñaste porque me he hecho adicto a su piel, a la verdad que hay en su saliva, a la sinceridad de sus ojos húmedos antes de que salga el sol y vuelva a colarse en la habitación.

Y ahora ya no creo en el amor porque no hace falta creer cuando estás tocando su alma, cuando acaricias su mirada, cuando besas sus ingles y las pecas de su espalda.

Ya no creo en el amor porque está ella, y es mejor.

Preferiría.

Me despierto y no estás tú.

Es lo normal.

Es la costumbre.

El día que me despierte con alguien a mi lado de forma habitual no sabré qué hacer. Supongo que por eso siempre callo, y no molesto.

Y me voy sin decir nada.

Apenas me percato ya del aroma del café recién hecho por las mañanas mientras observo la taza entre mis manos con ojos de dormido. Apenas me doy cuenta de que el sol se cuela con menos fuerza por la ventana que hace unas semanas. Algo tan básico, y que ahora ya no me hace ni pensar en los cambios de estación.

A estas alturas de la vida me parece tan difícil darse cuenta de que alguien a quien quieres te hace daño, es tan complicado ver que sin querer te va abriendo en canal. Es tan fácil estar ciego y asumir lo malo como lo normal. Quedarse con las migajas, las sobras, el resto, lo que la otra persona se atreve a darte un par de veces al mes. Y aún tienes que sentirte afortunado por tener un poco de miel en los labios.

También duele ver que solamente eres un objeto de la colección, un libro que dejar en la estantería después de leer para no tocarlo nunca más. Te han usado, y ya han tenido suficiente, y ya sólo puedes hacer como que no ha pasado nada.

La verdad es que darse cuenta de todo eso es una auténtica putada.

Preferiría seguir viviendo la mentira idílica donde todo es posible, donde hay un futuro imperfecto, donde puedo sonreír cada día y tú vas a verlo, y nos va a dar igual ser dos pájaros sin nido.

Preferiría seguir en esa falsa felicidad del que se engaña creyendo que nos cogeremos de la mano por el mundo aún sabiendo la verdad.

Preferiría seguir con las ganas de correr hacia a ti y de querer abrazarte en cada eternidad que me tuviera que cruzar.

Preferiría seguir pensando que las noches se nos van a hacer cada vez más cortas y los días van a sabernos a poco hasta cuando estuvieran llenos de rutina.

Preferiría seguir matando monstruos y aullando por ti.

Preferiría seguir sin miedo pensando que sí.

Preferiría seguir como hasta ahora, con la venda en los ojos, con ilusión en las manos, contigo en los labios.

Indiferencia.

Hay días en los que todo te da igual aunque no sea así. Hay días en los que haces de tripas corazón y disimulas de la mejor forma que sabes, pones tu mejor cara y sigues caminando con las manos en los bolsillos y una sonrisa de dolor en el rostro.

La vida se presenta tan gris de cara a un otoño sin ti.

Siento que el tiempo ya se nos acaba y que vamos a quedarnos tan atrás, que cualquier día el saludo se nos va a atravesar en la garganta, que nos giraremos las caras antes de ocultarnos en cualquier esquina.

Y va a ser tan triste todo eso.

Desaparecer de tu vida y que te de igual.

Que desaparezcas de la mía y que nada sea igual.

Es tan complicado.

Cuando se pierde la ilusión no queda nada, se apaga la llama, se funde la bombilla, y sólo somos carne de cañón.

Parece que ha sido una cruel mentira, que después de tantos meses todo se ha puesto realmente en su sitio y resulta que el mío está lejos de ti.

Más de lo que me gustaría.

Al final sólo he resultado ser otro juguete roto con el que probar, al que morder y al que acabar tirando cuando la cosa se complica.

Qué jodida es la puta indiferencia, y cuánto duele sin que se haga nada. O quizá, precisamente por eso.

Has sido para mí como esa trampa mortal en la que quedarme atrapado, una de esas de las que si logras escapar acaba dejando secuelas importantes, de las que no se van con facilidad, de las que quedan para siempre.

Y no hay quien supere eso.

Espero que alguien sepa besar mis cicatrices, que las acaricien con las mismas ganas con las que yo lo he hecho contigo.

No seguiré esperando afuera, cierra la puerta.

Estoy agotado.

Inconexo.

Siento que siempre estoy mirando desde la otra orilla, en el rincón inerte, sin vida. Que me separa algún muro del resto de personas. Que nadie va a entenderme realmente.

Y los demás estáis ahí buscando la felicidad de cualquier manera.

Y algunos la encuentran.

Y otros viven toda su vida pensando que la han encontrado.

Y es mentira.

Puede que necesite otra mente, empezar de cero, aprender más y mejor a hacer las cosas. Puede que tenga que poner más empeño, cambiar mis ideas. Puede que tenga que dejar de hacer caso al dolor y seguir caminando.

Creo que tengo que pedir más perdón y confiar más en la suerte.

Sigo obligado a mirar solo al cielo cuando arrecia la tormenta pero, al menos, ya no tengo que fingir que soy fuerte porque sabes la verdad. Me rompiste la coraza al primer instante y tuve miedo, de ti, de mí, del futuro.

Me has visto frágil y no has dudado en abrazarme.

Siempre estaré en deuda. Siempre te llevaré conmigo.

Me conformaré con ser el último pensamiento que tengas antes de dormir, una sonrisa en la frase de cualquier canción, una moneda en la funda de un músico callejero, el último sorbo de vino blanco, el anillo escondido entre la ropa interior de un cajón, la última campanada del año.

Me toca jugar a imaginar, jugar a que es normal, jugar a que todo va bien, jugar a que da igual, jugar a que no duele, jugar a que podré soportarlo al acabar.

He perdido el equilibrio por tu culpa y mis ideas ya no tienen conexión. Ya no sé dónde hemos dejado la lógica y las pulsaciones. Ya no hay moral, ni estamos a salvo de todo mal. Ya no hay palabras que no nos recuerden a otras.

Está todo escrito, está todo sentido, está todo pensado, usado y desgastado; como nuestros corazones.

Y sabemos que van a llamarnos locos por besarnos en invierno, pero no queremos tratamiento.