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Atemporal.

A temporal de lluvia y truenos no te gana nadie.

Has pisado de nuevo los charcos salpicando a quien pasaba por tu lado.

He encendido las luces del pasillo para ver si estabas al final.

Y nada.

Todo esto sigue siendo atemporal.

Promesas sin realizar.

Y el olvido nunca es fácil.

El ritmo electrónico me machaca los oídos y las entrañas, y vuelvo a despertar empapado de rabia, daño y efectos colaterales.

No dejas de aparecer y desvanecerte junto a mí, como esas farolas que parpadean en las historias de terror que acaban todavía peor de lo que imaginabas al principio.

Y es curioso porque sigues haciendo que todo deje de importar, la decadencia de la sociedad, el abismo hacia el que camina la humanidad, la extinción de las especies en peligro, el Apocalipsis zombie, la incorrección de los correctos.

Podríamos perdernos de nuevo, que nos de igual lo que pongan en la tele, preguntarnos por si acaso hay algo del otro que aún desconocemos, bebernos como si fuéramos el primer café de la mañana.

Podríamos salir de nuevo esta noche y dejar que hablen la música y la luna por nosotros.

Podrías volver a golpearme en el centro del pecho y empujarme contra el sofá.

Podrías echarle ovarios y ganas, y dejar atrás la falsa sensación de libertad que buscas.

Podrías apagar el ventilador y quitarme la camisa, soltarte el pelo, dejar que me abra hueco en ti casi sin darnos cuenta, vivir pegados, formar parte del otro, esperar el final borrachos y desnudos en el balcón, con la sonrisa del que ya no tiene nada que perder en la vida.

No te gana nadie, y yo siempre pierdo pero me lo dice bien Varry Brava:

“Y cuando no pueda aguantar saldré a buscarte una vez más.”

Puntos suspensivos.

Hace tiempo que vago sin saber muy bien a dónde ir, sin saber si debo seguir mirando a los ojos o haciéndome pequeño entre las sábanas de mi cama. Sigo viendo el sol aparecer por la ventana y volver a esconderse sin haber salido de casa, encerrado entre cuatro paredes que se me caen encima porque ya no puedo sujetarlas en solitario. Sigo viendo la luna asomar, con sus cráteres, con su color plateado que invita a quitarse la ropa y transformarse.

Tengo un mapa frente a mis ojos lleno de zonas desiertas. He tachado con rotulador rojo todos los lugares en los que no estás. He hecho una equis donde sé que te encontraré y no coincide con la mía. He ido uniendo nuestra distancia con pequeños puntos y no estamos tan lejos como parece, sólo nos hacen falta más ganas para llegar a abrazarnos cualquier noche.

Nunca me he sentido tan humano como siendo vulnerable, cuando sé que te necesito para que el corazón lata tranquilo aunque me aceleres el pulso cada vez que asomas por la puerta. Es esa mezcla de nervios y calma con la que me llenas siempre la que me hace sentir vivo, y supongo que esa debe ser mi droga, lo que dispara mi adrenalina, lo que me mantiene aquí.

Nunca me he sentido tan humano como cuando he sentido tus labios contra mi piel y has suspirado contra mi cuello antes de cerrar los ojos, dándote por vencida. Y he vibrado en silencio, notando la paz en medio de la noche después de desatar huracanes y tormentas tropicales sobre el colchón.

El otoño va a aplastarme de nuevo, con sus nubes, con ese viento que despeina y que abre las chaquetas al cruzar la avenida. Lo bueno es que si tú quieres podemos compartir algo más que manta, café y películas. Me comprometo a susurrarte canciones, a cocinar entre semana, a dejar de escuchar a tristes cantautores, a dejarte dormir y no hacer ruido los sábados por la mañana. Prometo olvidarme del teléfono cuando te tenga delante, hacerte sonreír siempre que pueda, besarte despacio, abrirte la puerta y cederte el paso sólo si te apetece.

No me digas que vamos a quedarnos siendo sólo puntos suspensivos porque eso, de verdad, sólo puedo aceptarlo si es porque todavía no sabes cómo quieres que pase todo entre nosotros.

Como la luna y el sol.

Visitar el mar siempre te permite pensar. Sólo hay que buscar algún rincón de playa perdido entre dunas de arena, estirar la toalla, y sentarse a observar las olas durante un rato. Un libro junto a las piernas, agua helada en la botella y música en los auriculares.

Y eso te conduce a tener el deseo de que algunos instantes duren para siempre, de sentir lo eterno. Y me pasa exactamente lo mismo cuando beso tus labios.

Ojalá algunas cosas duraran para siempre, como todo esos sentimientos que me envuelven el corazón aunque ya no haga frío.

El problema (porque siempre hay un problema) es que en lugar de desconectar, en lugar de divagar por mis ideas en busca de algo nuevo he vuelto a recaer en ti, he vuelto a tener tu figura dibujada en mi lóbulo occipital.

Justo como algunas noches, cuando abro los ojos en medio de la oscuridad con la respiración agitada y el sudor empapándome la nuca, con la horrible sensación en la garganta de que te ha sucedido algo malo. Supongo que es con detalles como ese cuando te das cuenta de que alguien te importa más de lo que habías esperado nunca, cuando querrías conocer el tipo de magia que chasqueando los dedos permitiera estar a su lado para comprobar que todo sigue bien, que ella está bien.

Lo único importante para mí desde hace mucho tiempo.

Pero da igual, sigue habiendo muchas cosas que dan igual y lo darán. Como mis buenas noches, mis caricias en silencio, mi predisposición permanente, mi ayuda incondicional, mis besos en el cuello.

Al final parece que estamos destinados a no ser, a no estar juntos, a no alcanzarnos nunca, a no hacer planes de futuro.

A ser la noche y el día.

Y nunca más tocarnos.

Como la luna y el sol.

Vueltas.

Otra vuelta de tuerca.

Otra vuelta ciclista.

Otra vuelta de campana.

Otra vuelta al mundo en ochenta días.

Otro error a la vuelta de la esquina.

Vuelve el cántaro a la fuente hasta romperse y esparcir su agua por el suelo.

Nos hemos olvidado de lo fundamental, de lo de querer arrugarnos el uno al lado del otro hasta acabar siendo lo mismo que éramos al inicio.

Nada.

Nos hemos olvidado de lo importante, de lo de respetar, de lo de no juzgar, de lo de dejar de etiquetar y clasificar todo lo que se nos pone por delante, de abrir la mente y quitarnos el corsé en el que están encerradas todas nuestras ideas.

Y ya no sabemos abrir fronteras ni dejar de tirar bombas.

A veces estoy convencido de que nos hemos vuelto todos gilipollas y ya no tenemos remedio, de que el mundo ya ha perdido la cordura y de que el ser humano es el animal menos racional de todos los que pisan nuestro planeta.

Entre tanto caos siempre hay alguien que nos permite parar el tiempo, abrir las puertas, desconectar de todo. Entre tanto caos siempre aparece el rayo de luz entre las nubes grises que nos saca una sonrisa, nos permite ser.

Tenemos que llevar cuidado, dejar de contar dinero, reír más y llorar menos.

Tenemos que permitirnos el lujo de salir en plena madrugada a ver la luna desde el balcón, sonreír con las tonterías que sólo entendemos nosotros dos, beber de nuestras bocas sin prisa, bailar con nuestros cuerpos sobre la cama.

Canciones a medias, páginas de libros en las que está escrito tu nombre, deseos por cumplir, fuego en el pecho y la tristeza bien lejos de nuestros pasos.

Decidle que ella es mi única patria y bandera.

Decidle que no tema que por muchas vueltas que de la vida, el sol o las circunstancias, no me iré.

Decidle que no tema, que aunque ella no me elija para mí siempre será la primera.

Mal presentimiento.

Dolor de cabeza, mal presentimiento.

Suena el despertador, miras al techo todavía con cierta niebla entre los párpados, tienes el cerebro sumido en un vaivén que no te abandona hasta que pasan unos minutos. Y te aparecen todos los miedos, se te plantan delante, y te obligas a apretarte contra el colchón tratando de esconderte de ellos. Poner un pie en tierra cada día tiene consecuencias, a veces los demonios te visitan a plena luz del día y oyes sus carcajadas en tus tímpanos, y cuando eso pasa se me eriza la piel y tengo que cerrar los ojos, respirar hondo, mirar hacia otro lado, dejar de pensarte.

Me ha vuelto a suceder, al salir a la calle parece que veo en todas partes tu nombre y que me atormenta tu recuerdo, el de tus piernas rodeando mi cintura, el del viento en nuestra piel, el de la lluvia mojándome las entrañas a tu lado. Estoy seguro de que hay avenidas que todavía se acuerdan de nuestras manos entrelazadas y de los besos que me dabas de puntillas, de cómo te esperaba junto a la estación, de cómo nos daban igual el ruido y los vecinos.

Pienso que lanzamos monedas al aire y que nunca las vemos caer, que hablamos sin entendernos, que nos atrapan tantas gilipolleces que ya no vemos lo importante.

Todavía no ha llegado la luna a lo más alto y ya estoy completamente agotado. Las farolas parpadean de nuevo, me visitan los fantasmas y caminan conmigo. Me dicen, sin morderse la lengua, que no me asuste al mismo tiempo que me susurran que no necesitarás mi abrigo ni mis manos en tu pelo. Sólo puedo pensar en que no sabía que sería incapaz de alejarme de ti, que me voy a pasar la vida tras las manillas de un reloj esperando a que aparezcas, que soy demasiado joven para haber cometido tantos pecados y tener que pagarlos de golpe.

Siempre acabo subido a los tejados lamentado las heridas, contando las secuelas que me has dejado en el corazón, las brechas con las que me has llenado el espíritu. Me he quedado destrozado con tanta indecisión, con este nosotros que no tiene fácil solución.

Dolor de cabeza, mal presentimiento.

Y es que hay días que es mejor no abrir los ojos ni levantarse de la cama, ni pensar más de la cuenta.

Una jodida y desastrosa maravilla.

El atardecer volvía a encender las calles, a reflejar el fuego en todas las ventanas, a llenar de luz de hoguera los rostros de todos los cualquiera que seguían pisando las aceras a pesar de la desgana que llena los días de tintes grises.

Y es otro día en el que estás tú pasando frío y yo muriendo (un poco más) sin ti.

Como siempre.

Acostumbrados ambos a estar sin estarlo, a ser sin serlo, a querer sin quererlo. Acostumbrados a abrazarnos por la espalda y besarnos en el cuello, a deslizar los dedos por la piel sin saber dónde acabarán, a romper el molde, caer al suelo, llorar a solas, morder sin miedo.

Es fácil acostumbrarse a lo bueno pero nadie nos prepara para cuando llegue lo peor. El amor siempre te pilla desprevenido e inocente, como si siguieras siendo un adolescente, quinceañero, al que por primera vez le late la entrepierna, el corazón y el cerebro al mismo tiempo. Y la sangre acude por si sola al mismo lugar.

Llevo tanto tiempo siguiendo todos los caminos para que me guiaran hasta a ti, he conseguido sobrevivir recordando las frases perdidas, continúo despertando en la noche susurrando tu nombre mientras me arde el pecho. Tengo en la retina las curvas marcadas de tu cuerpo, tu saliva pegada en los labios, el sudor en la nuca, y tu sabor manchando mi piel.

Sigo pisando cada dos por tres acordes menores, haciendo canciones cada vez más tristes, cayendo hacia el abismo, rompiendo motor. Sigo llenando de melancolía las tardes de invierno. Y es que me van más lentos los sueños si no estoy contigo.

Se podrá dormir la luna antes de que deje de aullar en tu busca.

Se podrá apagar el sol antes de que suelte tu mano.

Se podrán secar los mares antes de que no quiera tus besos.

Podrán caer montañas, morir los arrecifes, deshacerse los glaciares, inundarse los desiertos antes de que me canse de mirar tus ojos.

El amor es una jodida y desastrosa maravilla.