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Acuarelas por el suelo.

No sé por qué no me canso de buscarte entre mis sábanas. No entiendo este afán de creer que todo ha ido siempre bien. Este desastre que creamos era una especie de paraíso perdido en el que los dos vivíamos sin límites, creyéndonos invencibles, pensando que jamás nos haríamos daño, imaginando que nos podríamos curar aunque fuera en la distancia de las noches de verano.

Yo estaba intentando dibujarnos un futuro mejor, (sí, para los dos) porque se supone que merecemos querer y ser queridos. Merecemos la verdad, la pasión, las caricias sin ningún tipo de mecanismo de contención, morirnos de calor al mezclar nuestra saliva.

Y ahora están todas las acuarelas por el suelo, poniéndolo todo perdido de colores con los que teníamos que pintar nuestros cuerpos antes de ponernos a retar al sol y a las mareas.

Y sigo tus huellas en la arena, tratando de encontrarte de nuevo antes de que el mar lo borre todo, como mi cerebro quiere borrar tu recuerdo cuando me baño entre lágrimas ácidas. Y no lo consigo ni con otros cuerpos más dóciles, más ágiles, más suaves que tocan a mi puerta.

No sé si hemos sido sólo guerra y vicio, o si realmente había amor en tus palabras, en tus abrazos, en tus susurros y en tus miradas de reproche.

Lo malo (o lo único bueno) es que luego la veo: me abraza, me besa, me mira, y se me olvida el dolor, el sufrimiento y la tristeza.

Como si nunca hubieran estado ahí.

Como si fueran las nubes que se van después de la tormenta.

Y vuelta a empezar.

La llave.

Aún no siento el calor, el verano este año tardará en llegar si no es que pasa por delante de mis ojos y mis manos sin que pueda cogerlo y abrazarme a él para sentirme reconfortado.

Todos los planes que un día parecieron perfectos se han ido al traste y ha dado igual la espera, el salto, incluso la caída; han dado absolutamente igual las lágrimas, las heridas, las confesiones a pecho abierto.

Ha dado igual esta vez y todas las anteriores.

Veo, sentado desde mi columpio oxidado, a los demás niños y niñas jugando a lo lejos, disfrutando bajo la sombra de los chopos. Es curioso recordar la sensación de tranquilidad y felicidad cuando hace mucho que no la vives, me transporta a los días en los que no había más preocupación que sentir el peso de tu cuerpo sobre el mío, aquellos en los que la única preocupación era preguntarnos qué íbamos a comer porque ninguno de los dos tenía ganas de cocinar, aquellos en los que daba igual besarnos por la calle y que al otro lado alguien gritara nuestros nombres.

Es tan doloroso ir convirtiéndote en una estatua de piedra para dejar de sentir, dejar de sentirlo todo, hasta la lluvia fría sobre la piel. Es tan doloroso ver tu indiferencia frente a mi cara, transcrita en forma de letras vacías contra la pantalla.

He intentado aprovechar cada momento, enseñarte cómo es el mundo desde mi vista cansada, abrazarte cuando era yo el que necesitaba que lo abrazaran.

Hay muchas cosas difíciles en la vida, eso lo tenemos claro, pero tú has sido capaz de verme sangrando sin intentar taponarme la herida, has sido capaz de apartarte unos pasos, los justos, para no tener que ser testigo de la tragedia. También tenemos claro que sobrevivimos, que la vida sigue a pesar de todo, pero no lo hace de la misma forma después de que sucedan ciertas cosas.

Me pregunto qué vas a hacer si te olvido, si de verdad acabas siendo un punto insignificante para mí; si sentirás alivio, si entenderás todo este daño, si te llenarás de la niebla densa que me recorre por dentro.

Me pregunto si entonces querrás tocar a mi timbre y besarme con ganas.

Me pregunto si debí haberme ido hace mucho para que empezaras a correr en mi dirección.

Me pregunto qué vas a hacer si un día mi puerta se cierra ante ti para no abrirse nunca más.

Tengo la llave en la mano pero aún no he decidido qué hacer con ella.

Se me hace raro, siempre has sido tú la que la llevaba en el bolsillo.

Alucinaciones hipnopómpicas.

Sueño.

La ropa resbala por su cuerpo lentamente, acariciándole la piel igual que lo hace un susurro al oído. Su tono blanco de completa desnudez le da un toque de indefensión y sólo quiero abrazarla, hacer de escudo, coraza, salvaguarda, para impedir que nada le haga daño, para impedir que nada le duela, para impedir su angustia y sus lágrimas.

Instinto primitivo.

Beso tu cuello, tu espalda, tu abdomen, y tú te enredas en mi nuca, en mi pelo, en mis dedos. El sol tímido se cuela por la persiana aclarando la penumbra y vuelves a parecer una diosa etérea y sin miedos. Todavía no ha sonado el despertador y nuestros ojos están entrecerrados, sintiendo nuestros claros y sombras con las manos. Aún nos tiemblan los huesos estando en la misma habitación y eso sólo puede ser algo bueno. Somos un par de figuras de cristal sobre la cama que se rompen si tocan el suelo.

Esta historia sería un combate injusto si alguno de los dos fuera a perder, pero en el amor eso no pasa. Con el amor sólo se puede ganar, ¿verdad?

Porque si no vibras como las cuerdas de un violoncello al rasgarlas cuando te mira no tiene sentido.

Porque si no te entran ganas de ser mejor persona cuando paseas a su lado no tiene sentido.

Porque si no te mira a los ojos al menos una vez al día para decirte que todo va a ir bien no tiene sentido.

Porque si no te hace sentir que quieres vivir eternamente no tiene sentido.

Ni razón.

Porque si necesitas besar otros labios, tocar otras almas, beber de otros cuerpos, debes mirarte al espejo y dejarte llevar por el ruido cardíaco que habita en tu pecho, por la idea simple de un futuro mejor.

Estoy esperando, dando vueltas en la noria, dispuesto desde hace tiempo a abrir el paracaídas para impedir que choques contra el suelo, para impedir que pienses que no mereces algo mejor (porque lo mereces).

No podemos ser esclavos, ni arriesgarnos a perder los días, porque se esfuman los suspiros con demasiada rapidez, y las horas, las vidas.

Yo no quiero arrepentirme dentro de cinco, diez, veinte, treinta años, no quiero tener que lamentarme porque no nos atrevimos a intentar salir de la cueva buscando el sol.

Sueño contigo a diario, por eso siempre me despierto sonriendo.

Después abro los ojos, pongo un pie en el suelo, y llega la realidad para caer sobre mí como una losa.

Vuelven a dolerme las costillas, pero donde más duele es justo en el centro, en el amor propio.

Borrón y cuenta nueva.

Ha llegado diciembre y el frío, y estoy buscando el calor en fotografías en las que aún sonrío, en las que aún sonríes.

Puede que me equivocara desde el principio.

Nunca debí dejar tan claro que siempre iba a estar ahí, que me tendrías para todo pasara lo que pasara. Fue algo así como quedarme sin armas a la primera de cambio, fue como hacerme un trapo para que me usaras y me desecharas, fue como ser tu pañuelo de lágrimas para que pudieras reír y vivir con los demás mientras yo me quedo aislado. Pero quise darlo todo, quise exponerme por completo, arriesgarme por una vez en la vida y ha salido mal.

Ha salido realmente mal.

Quizá es que tenía que haberme ido cuando sí me echabas de menos, cuando aún había posibilidades de que hubieras venido a buscarme, de que no me dejaras marcharme.

Ahora ya nada tiene sentido.

En mi cabeza todo es una espiral de caos, de palabras, de besos, de sueños, de fracasos, de ansiedades, de miedos, de abrazos, de despedidas, de gestos tímidos, de verdades a medias, de silencios críticos, de días pasados, de conversaciones que nunca aclaran nada.

Los pies metidos en el lodo, el corazón en punto muerto, las manos sujetando una taza de café, el sol de invierno riéndose de mí, y la tristeza en mi sofá creciendo cada día, como la escarcha en los cristales de los coches.

Sigo esperando a la nada, sigo creyendo en lo imposible, sigo de pie sin saber muy bien cómo ni por qué. Y ha dado igual todo, mis intentos, mis palabras, mis verdades. Se han quedado suspendidas en el aire, y yo pensaba que se detenía el tiempo pero llevo más de veinte meses muriendo sin saberlo.

Y tengo que admitir que esta vez pierdo la partida y la ocasión, que me he perdido y también te he acabado perdiendo a ti, que te aferras tanto a lo conocido.

Admítelo de una vez, sólo soy un tachón en tu libreta, un simple borrón en tu historia.

Lo peor de todo es que yo no quiero hacer cuenta nueva si no estás conmigo.

Y sigue doliendo.

Dejar de respirar.

¿Crees que hemos hecho algo bueno? ¿Que lo nuestro ha merecido la pena?

Me has dicho que me quieres sin apenas estar despierta. Y, sin embargo, tus palabras suenan tan vacías, porque vas a dejar que todo esto se pierda entre la lluvia como las putas lágrimas del épico desenlace de Blade Runner.

Y entonces da igual todo, al final no importa que luches, que tengas ganas, que quieras, porque nada sirve. Todo eso que te dicen apenas importa, apenas tiene sentido, porque se cuela como cualquier rata se cuela en una alcantarilla y se pierde en el fondo entre el resto de desechos.

Y duele, claro que duele.

Joder si duele.

Y no te lo crees hasta que pasa, y lo sientes, y notas como quema, que el cristal desaparece, caes de bruces contra el suelo sin tener tiempo de reaccionar para poner las manos y detener el golpe.

Supongo que he estado tan ciego que no he querido ver la realidad, que no he querido darme cuenta, que prefería vivir en la burbuja a enfrentarme a la verdad. Supongo que he sido yo el que ha seguido estirando el hilo hasta el infinito con tal de agarrarse a un poco de esperanza, con tal de no volver a sentir las ganas de morir poco a poco que siento ahora.

Si piensas que eres un idiota los demás lo acaban pensando, tenemos esa manera de mimetizarnos con el entorno, la jodida empatía. Y yo lo he dicho tanto que me lo he creído, al final he acabado siéndolo y tú lo has asumido como tal.

Tu rechazo es algo así como una herida mortal. Tu silencio una manera de desangrarme lentamente.

Lo único que quiero en el fondo es alguien con quien poder dormir sin que me duela el pecho y me falte el aire. Una mujer a la que olerle el pelo, acariciarle la mano, besarle el cuello, y follar como si cada noche fuera la última. Alguien con quien hablar y compartir, y que se harte de mi palabrería y que me harte con la suya. Y que aunque haga como que no me escucha se quede con cada detalle, y que aunque haga como que no la escucho me quede con cada detalle, con cada suspiro, con cada parpadeo. Con todas esas casi invisibles cosas que sean importantes para ella. Lo mismo que queremos todos, o lo que yo creo que deberíamos querer.

La única cura, para esto que me pasa, va a ser dejar de respirar pronto.

La primavera de mi otoño.

Algunas personas simplemente te hacen sentir bien, las ves, sonríes y sabes que da igual lo que pase porque estarás bien. Son esas mismas personas que te hacen sentir en casa cuando te encuentras con ellas después de meses o años y es como si el tiempo no hubiera pasado nunca entre vosotros, aunque ya no conozcas qué hace en su día a día ni a qué dedica sus horas libres.

Algunas personas te hacen las cosas fáciles, te acompañan en el camino aunque sea por un breve trayecto y hacen más sencillo todo lo que venga detrás. Hay quien te hace sentir bien con un corto abrazo, con una palmada en la espalda y una sonrisa, hay quien te infunde valor con un «vive» pronunciado a contraluz, o incluso en voz baja.

Deberíamos saber distinguir a quién queremos a nuestro lado, lo que necesitamos de verdad. Deberíamos ser capaces de elegir con quien compartir nuestras vidas. La verdad es que conformarse ya no está de moda. Conformarse es de una cobardía insultante. Por suerte, podemos decidir cambiar de vida y retirar a más de un replicante obsoleto, que se pasa el día junto a nosotros, está al alcance de la mano.

Lo que nos pasa, lo que nos pase, está a cargo de nuestras decisiones. No sirve de nada quejarse cuando tú mismo eres la llave para abrir otras puertas. Lo que es un sinsentido es que pudiendo hacerlo todo nos quedemos sin hacer nada.

Y es ahora cuando llega septiembre, cuando tenemos que plantearnos los cambios y decir adiós a algunas cosas y saludar a las que vengan con ganas. Es ahora cuando tenemos que enfrentarnos a las verdades sin dejar de mirarlas a los ojos, sin dejar de vernos las caras.

Y yo te miro y me pregunto si vas a ser la primavera de mi otoño, si vas a llenarlo todo de flores mientras se caen las hojas de los árboles, si vas a pintar de color todo el gris de mi alma, si vas a apagar mi fuego con tu saliva, si vas a soplar para apagar velas y llevarte mis lágrimas.

Me pregunto si vamos a dejarnos de tanto drama, de tanta despedida a medias, de tanto soltarnos la mano al doblar la esquina.

Sigo sin respuestas y creo que no voy a saberlo nunca.

Te espero, tienes el café humeando sobre la mesa.

Los últimos días del verano o agua sobre fuego.

Los últimos días del verano son para mí los más tristes del año, me llenan de una extraña melancolía que no sé explicar muy bien con palabras, y tampoco soy capaz de darle sentido. No sé si es porque siempre veo un otoño lleno de hojas por el suelo con mi corazón pisoteado. Es una sensación compleja, llena de matices a los que no soy capaz de ponerle nombre.

Quizá todo se deba a que el sol comienza a caer antes entre los edificios o porque deben empezar de nuevo todos los ciclos, y yo no tengo objetivos claros. Estoy bailando en el vacío sin ningún pasamanos al que sujetarme para no caer. Estoy jugando solo a la pelota otra vez. Estoy mirando por la ventana con nostalgia, esperando algo que no llega. Estoy deseando otro disparo certero en forma de te quiero.

Y es que parece que ya he dado todo lo que podía dar de mí mismo y no me quedan fuerzas ni para caminar, ni para sonreír, ni para abrir los ojos por la mañana y tener ganas de apagar el despertador.

No soy capaz de ponerle banda sonora a estos meses y también es triste, y me desconcierta.

Creo que vuelvo a estar más perdido que nunca ahora que creía haber encontrado el camino. Vuelvo a encerrarme en mí mismo, a hacerme pequeño, a llenarme de miedos, a quedarme callado, a no dormir por las noches, a sufrir más de lo que debería, a preocuparme por todo. Y escapa absolutamente a mi control, me miro las manos y siento que ya no puedo dominar nada, ni a mí mismo.

Pensaba que había llegado a la cima y sólo tenía que darle la vuelta al papel para ver que estoy de nuevo en el abismo, que he caído y no quiero levantarme, que voy a dejar que duela todo lo que tenga que doler porque no puedo curarme ya.

Y tú eras la calma para mí, agua sobre fuego, la sábana que me protegía de Eolo por la noche, el bálsamo que hacía que el alcohol en las heridas no escociera, el sabor dulce en el paladar.

Y ahora qué.

Todo estará bien.

Aunque te pierda, aunque me pierda.

Todo estará bien.

Dicen que si repites mucho algo al final se hace realidad.

Pero creo que conmigo no funciona.

Todo estará bien.

Mi sangre sobre el suelo y yo empapado en lágrimas que no quiero.

Ojos de mar.

La vida ya no tiene ni rastro de esperanza.

El futuro es un desierto que no tengo fuerzas para cruzar. Y tampoco tengo ganas de arrastrar mis pasos entre la arena, sorteando los peligros que me pueda encontrar. Sólo quiero cavar un agujero lo suficientemente hondo como para meterme en él, cubrirme de arena y dejar que la falta de aire en mis pulmones y el tiempo hagan el resto.

La mirada triste, el latido débil.

Y ni siquiera camino como si quisiera llegar a alguna parte de verdad. Me muevo con la misma inercia con la que se mueven las hojas de un árbol cuando sopla el viento. Me muevo porque si estoy mucho tiempo parado alguien toca el claxon y me hace avanzar un par de metros para dejar de obstaculizar el camino. Al final caes en la cuenta de que sólo eres un estorbo, otro muro, una puta pared, otra piedra a la que golpear y alejar para poder andar.

Acabo siendo siempre un tronco caído en medio del sendero.

Acabo siendo siempre un lastre que hay que abandonar y soltar.

Y sigo sin tener a nadie a quien aferrarme, porque cuando necesitas una mano casi todo el mundo acaba escondiéndola detrás de la espalda y mira hacia otro lado.

Joder, qué triste, que a pesar de los años no haya nadie que quiera quedarse junto a ti, y darte un abrazo, y susurrarte bajito que al final todo irá bien, aunque sea mentira. Porque, al final, las cosas nunca van bien pero necesitamos creer en ese engaño para poder levantarnos cada día y fingir que hacemos algo valioso con nuestras vidas. Somos una puta mota de polvo en la infinidad del Universo y ni uno solo de nuestros actos servirá para nada, ni una sola de nuestras acciones cambiará el curso de la Historia. Ni una sola.

¿Cómo no voy a tener los ojos llenos de mares?

Si sólo quiero llorar, llover, acurrucado contra ti.

Y que, por favor, se acabe el verano y todas esas pesadillas en las que no estás.

Entre las sábanas.

Hay noches y días en los que no piensas, o no puedes pensar. Y es que tienes la cabeza en otra parte, con la imaginación perdida, con los recuerdos erizándote la piel, con tu subconsciente haciendo ritmo y juegos con las palabras. Insomnio en toda regla, temores volviendo a aparecer en las paredes y el olor a alcohol y tabaco. Se mezcla todo en esos momentos que has podido capturar como si fueran fotografías para intentar guardarlos: el hambre, las ganas, la sed, el frío, el miedo, el sueño y su piel.

Nos convertimos juntos en dos borrones en la penumbra, gemidos en medio de la noche, mordiscos que arrancan mentiras para dejarlas flotando en el aire, besos de esos que dejan marcas que no se borran jamás, un orgasmo de los que hacen que pierdas la vergüenza de una vez. Siendo republicanos nos transformamos en reina y rey de un tablero de ajedrez, esperando que la partida acabe en tablas. Somos ese abrazo que te borra las lágrimas de golpe cuando sólo quieres derrumbarte. La brújula que apunta siempre al norte para no perdernos en medio de tanto mapa incomprensible. La copa de vino que atenúa las penas. El faro en la costa que impide que te des de lleno contra las rocas. El aliento que hace falta cuando no te quedan fuerzas.

Entre las sábanas, los dos, somos un par de superhéroes sin ropa interior que sólo quieren librarse del mal a su manera. Y es que por un momento, mientras nos enredamos las lenguas y nos empapamos con saliva, somos el eje del mundo y lo hacemos girar como giran nuestros cuerpos sobre un colchón que ya huele a ti. Somos el núcleo, la caja fuerte, el pecado y el perdón, la primera página de una novela, la mejor frase de tu canción favorita. Un par de almas revolucionarias que suben la temperatura en una habitación.

Afortunados de tenernos y ser libres, y de no tenernos y ser esclavos al mismo tiempo.

Después de escuchar los truenos y ver los relámpagos, de que el cielo negro fuera un aviso para los dos. Después de escuchar la lluvia y el viento golpeando con fuerza contra la ventana mientras hacíamos crujir la cama y algún que otro hueso, cerramos los ojos por un momento, todavía entrelazando nuestras manos. Respiramos al mismo tiempo durante un par de segundos, nos acariciamos aún con las manos temblorosas y guardamos risas suaves en la garganta. Algo parecido a la felicidad.

Y siempre me dan ganas de mirarte a oscuras, intuyendo tus ojos y susurrar:

¿Qué hace una chica como tú rompiendo un corazón como este?

La gente quiere ser feliz.

La gente quiere ser feliz, sin tener ni idea de lo que es. Tantas definiciones diferentes, tantas maneras de entender las cosas. Como para saber quién tiene la razón, si es que no la tenemos todos.

La felicidad será una mezcla de todo y de nada a la vez, igual que nosotros dos. Un conjunto de salir con los amigos, ver un atardecer sin nervios de por medio, dormir sin preocupaciones, algo de dinero en el bolsillo, un libro por empezar, una cerveza que nunca se acabe, tener una mano a la que apretar siempre que lo necesites, un jardín floreciendo en pleno invierno, un hilo de agua saliendo de un manantial remoto, un pentagrama por escribir, el primer copo de nieve del año, alguna señal que nos permita saber que no lo hacemos todo tan mal.

Nos han prometido que seremos felices en algún momento pero parece que nunca llega, que estamos envueltos de sufrimiento y que cuando las cosas se nos ponen fáciles no las queremos. Estamos hechos de daño, del espíritu de animales en peligro de extinción, y cuando algo es sencillo nos invita a desconfiar con rapidez. Estamos hechos para resistir, aunque haya disparos a nuestro alrededor, y nos metan balas en la carne, y nos apuñalen varias veces en el pecho.

Y es que nos gusta complicar las cosas, hacerlo difícil, poner trabas para justificar por qué actuamos tan mal. Nos gusta la pelea y morder fuerte, y sentir algo de acción en nuestras vidas aburridas. Nos gusta empezar por el final y doler sin motivo. Nos gusta que muera el malo y que al final triunfe el amor, pero nunca le dejamos.

La gente quiere ser feliz, pero cuando de verdad tiene la oportunidad de serlo tiene miedo y se queda parada viendo cómo escapa otro tren, viendo caer las lágrimas por haber vuelto a fracasar.

Llevamos media vida preparándonos para encontrarnos y ahora vamos a permitir que todo se eche a perder. Que tanto abrazo, tanto beso, tanto esfuerzo quede en nada.

A estas alturas yo no sé si es mejor reiniciar el cerebro o el corazón.