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El juguete roto.

La vida sigue sonriéndome, a su manera pero lo hace, aunque nada vaya tan bien como me gustaría. A pesar de que no tengo muchas de las cosas que creo que merezco, a pesar de que sigo arrastrando errores y respiro el aire viciado de mi interior. Entiendo ya que el gris no tiene por qué pintarlo todo de tristeza y que sólo soy otro color más en el lienzo que recorre nuestros días.

¿Sigues respirando?

A veces tengo que repetirme esa pregunta y ser consciente de que sigo vivo, de que esta ruina diaria en la que ando metido no ha acabado conmigo.

Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos.

Soy consciente de mi peso sobre el colchón, del silencio, de que el sol se va elevando y ya entra por mi ventana.

Soy consciente de que he vuelto a sobrevivir a un día y a una noche, y supongo que es mucho más de lo que esperaba.

La de veces que he querido quedarme inconsciente para siempre, mirar hacia otro lado, perderme en la nada. Y ahora el único lugar en el que quiero perderme es en el iris de tus ojos, verme reflejado porque sigues a mi lado.

Me envuelve el humo de mil cigarros sin apagar, los restos secos de cerveza en las botellas, las palabras perdidas de Brautigan en Babilonia y la soledad. La soledad, como un lastre que se abraza a mi columna y me obliga a arrastrarla allá por donde vaya.

Ojalá fuera capaz de quitarme esa sensación perenne de encima, dejar de sentirme siempre tan vacío, insatisfecho y perdido.

Ojalá tuviera armas para enfrentarme a mí mismo y a todos esos demonios que creé en el pasado y soy incapaz de destruir.

Inseguridad, miedo y abismo.

Me siento el juguete roto del fondo del baúl, ese que nadie elige si no queda más remedio. Ese que un día nos hizo felices y que ya no nos sirve para nada.

Quizá la vida no está sonriéndome, quizá es que la estoy mirando del revés.

No volveré a verte.

La primavera se nota en la calle, la noche pierde terreno y ya he visto a valientes que han colgado los abrigos y no piensan cogerlos hasta que llegue Noviembre. El frío se ha quedado atrás y tengo claro que no volveré a verte. Lo cierto es que la mayoría de las veces un adiós a tiempo ha salvado más vidas que algunos tratados de paz.

A pesar de que el sol ya nos calienta los brazos seguimos con el miedo acurrucado en nuestro pecho, nos puede el pánico a la soledad aunque sea de manera efímera. Seres sociales por naturaleza sólo unos pocos son capaces de aislarse del resto sin sufrir las consecuencias.

Soy capaz de mirar bajo mis pies y ver lo inestable del suelo en el que piso. La mayoría de días vivo en una realidad paralela que me impide darme cuenta de lo que realmente pasa, y arrincono la verdad por temor a que vuelva a hacerme daño.

Últimamente, lo único que me produce paz es el ruido, el movimiento y las tormentas. De pronto es como si me sobraran la calma, la tranquilidad, la serenidad; necesito el estruendo, la detonación de mis propios pensamientos hasta vomitarlos a gritos con la primera canción que me recuerda a ti.

Convertido en un juguete roto que espera en la orilla del mar a que vuelvas, a que envíes un mensaje dentro de una botella. Hazme saber de alguna forma que por un momento fui importante, que de verdad te pasó como a mí, que te habrías atrevido a construir un barco en el que navegar los dos hasta acabar convertidos en hielo y sal.

Miénteme, porque de tus labios la verdad nunca fue capaz de curarme las heridas. Miénteme y dime que volverás algún día, y que podré sonreír de nuevo sin partirme en dos pensando en ti.

Qué cruel el destino que me mantiene tan lejos, que lo único que me permite saber con claridad es que nunca fui tuyo y que, en el fondo, nunca quisiste quererme.