Etiqueta: imposible

Utopía.

[Del lat. mod. Utopia, isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516, y este del gr. οὐ ou ‘no’, τόπος tópos ‘lugar’ y el lat. -ia’-ia’.

1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización.

2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.]

¿Cómo imaginas el futuro?

Para mí queda lejos toda esa utopía de la ciencia-ficción del siglo XX que creía en coches voladores plagando las alturas, edificios de cristal inteligentes que sustituyen a las casas comunes, viajes interestelares y trajes inteligentes y extremadamente ajustados que se adaptarán a la temperatura exterior sin que tengamos que hacer nada.

Aunque estamos cerca de convertir el planeta en un lugar inhabitable, de tener que crear agua y oxígeno en los laboratorios, y de llenarlo todo de elementos que nos permitan seguir realizando las funciones básicas y vitales sin envenenarnos en el intento. Estamos cerca de curar lo incurable, de implantar microchips y detectores en el cerebro y bajo la piel, de relacionarnos y controlarlo todo sólo a través de pantallas táctiles y cámaras en la distancia. Ya conocemos la atmósfera y las aguas abisales, la química de los volcanes y de qué está hecho el núcleo de la tierra. Conseguimos que en plena noche parezca mediodía y decirle al agua por dónde tiene que ir. Y parece mentira, pero seguimos sin saber cuidar a los demás, seguimos sin ser capaces de empatizar, preocuparnos, dar sin recibir nada a cambio.

Según evolucionamos, en el sentido técnico de la palabra, involucionamos en el aspecto humano.

Y no sé si conseguiremos vivir para siempre, si volveremos a pelearnos con bombas, si nos tocará empuñar las armas y matar al prójimo de la manera más rastrera que conozco.

No estoy seguro de que consigamos detener la paranoia ascendente, el odio, y el miedo paralizante que empieza a difundirse por las alcantarillas, bajo nuestros pies.

Lo único que tengo claro es tan débil ahora mismo y late tan lento.

Lo único que tengo claro es la sensación que me recorre por dentro.

Mi futuro sí que es una auténtica utopía porque sólo quiero estar contigo.

Y eso, eso ya he visto que sí es un verdadero imposible.

[Se repetía cada día: con ella al fin del mundo, aunque no lleguemos.]

Borrón y cuenta nueva.

Ha llegado diciembre y el frío, y estoy buscando el calor en fotografías en las que aún sonrío, en las que aún sonríes.

Puede que me equivocara desde el principio.

Nunca debí dejar tan claro que siempre iba a estar ahí, que me tendrías para todo pasara lo que pasara. Fue algo así como quedarme sin armas a la primera de cambio, fue como hacerme un trapo para que me usaras y me desecharas, fue como ser tu pañuelo de lágrimas para que pudieras reír y vivir con los demás mientras yo me quedo aislado. Pero quise darlo todo, quise exponerme por completo, arriesgarme por una vez en la vida y ha salido mal.

Ha salido realmente mal.

Quizá es que tenía que haberme ido cuando sí me echabas de menos, cuando aún había posibilidades de que hubieras venido a buscarme, de que no me dejaras marcharme.

Ahora ya nada tiene sentido.

En mi cabeza todo es una espiral de caos, de palabras, de besos, de sueños, de fracasos, de ansiedades, de miedos, de abrazos, de despedidas, de gestos tímidos, de verdades a medias, de silencios críticos, de días pasados, de conversaciones que nunca aclaran nada.

Los pies metidos en el lodo, el corazón en punto muerto, las manos sujetando una taza de café, el sol de invierno riéndose de mí, y la tristeza en mi sofá creciendo cada día, como la escarcha en los cristales de los coches.

Sigo esperando a la nada, sigo creyendo en lo imposible, sigo de pie sin saber muy bien cómo ni por qué. Y ha dado igual todo, mis intentos, mis palabras, mis verdades. Se han quedado suspendidas en el aire, y yo pensaba que se detenía el tiempo pero llevo más de veinte meses muriendo sin saberlo.

Y tengo que admitir que esta vez pierdo la partida y la ocasión, que me he perdido y también te he acabado perdiendo a ti, que te aferras tanto a lo conocido.

Admítelo de una vez, sólo soy un tachón en tu libreta, un simple borrón en tu historia.

Lo peor de todo es que yo no quiero hacer cuenta nueva si no estás conmigo.

Y sigue doliendo.

Compañía en los peores días.

La soledad es algo universal, como tantos otros sentimientos o pensamientos, o remordimientos.

Todos tenemos en algún momento esa sensación de no tener a nadie a quien recurrir, nadie a quien tender la mano, nadie a quien hablarle antes de dormir, nadie con quien poder llorar sin tener miedo a sus preguntas, nadie a quien mirar sin estar obligado a abrir la boca, nadie a quien susurrarle tus miedos en la penumbra, nadie a quien decirle que te gustan los días de lluvia si hay café esperando sobre la mesa, nadie a quien contarle un cuento que no acabe del todo mal, nadie con quien tener secretos porque no son necesarios.

Todos hemos sentido en alguna ocasión esa sensación de vacío existencial en el pecho, un hueco que no se llena jamás, como si tuviéramos un orificio de bala por el que la sangre siempre corre, hasta que acabamos de ser.

Y quizá sea ese mismo sentimiento el que nos haga, paradójicamente, estar menos solos.

Lo importante es que a pesar de todo seguimos aquí tratando de vivir. Intentando ser felices a nuestra manera, que al final es siempre la mejor porque para algo es la que elegimos.

Si lo pensamos bien, en el fondo no nos va tan mal.

Quizá es que pedimos demasiado, quizá es que hemos vuelto a querer lo imposible. Y ya sabemos lo que acaba pasando con estas cosas. Que se nos rompe el corazón y las lágrimas, que nos quedamos atrapados en cualquier tela de araña tejida por una mujer de sonrisa bonita, que nos acabamos identificando con cualquier poema de mierda.

Si recuerdas por un momento, hemos sido los mejores cabalgando después de las doce, hemos hecho largas las noches más frías, hemos gritado cuando querían que nos quedáramos callados, nos hemos hecho compañía en los peores días.

Después de tanto tiempo, he visto cómo te desnudaban con la mirada y sonreído por dentro al saber que acabarías en mi cama.

He visto cómo me miras y que te da igual que no tenga abdominales.

He visto cómo me abrazas y que sin mí ya no te reconoces.

He visto que lloras, que sufres, que ríes, que gritas, que muerdes, que lates, que te corres, que lees, que nadas a contracorriente, y que te gustan las cosas que no le gustan a nadie.

Supongo que por eso te acabé gustando yo.

Y no te miento si digo que al final lo único que quiero es que me beses durante un rato y me quites esta existencia gris de encima, que me espantes la melancolía aunque vuelva a abrazarme cuando desapareces por la puerta.

No sé para el resto, pero para mí la soledad es sólo cuando no estás.

Ángeles caídos.

No sabía lo que iba a pasar, quizá porque nunca he tenido demasiada confianza en mí mismo, nunca he confiado realmente en que nadie pueda querer abrazarse a mí para dormir mientras se hace de noche y después de día. Supongo que pienso desde hace tanto tiempo que no valgo la pena que lo tengo asumido como algo normal, algo imposible de cambiar.

Entiendo que la gente esté convencida de que exagero, que mi vida no es tan triste ni yo tan penoso como creo, pero eso es porque no se han paseado durante un segundo por dentro de mi cabeza. No han visto al monstruo de debajo de mi cama.

El problema de todo esto es que ser tan gris es agotador, sonreír por fuerza y estar roto por dentro desde hace tanto acaba pasando factura, y yo ya no sé qué hacer conmigo mismo. Ni saltar por la ventana, ni vaciar tres cajas de benzodiacepinas, ni colgarse desde el techo son opciones válidas.

Los días de sol tampoco consiguieron levantarme el ánimo lo suficiente como para quitarme las preocupaciones. Pocas veces consigo dejar la mente en blanco, echar el freno, dejar de pensar en el futuro.

Y es que proclamo casi todo lo que no hago, reivindico todo lo que no tengo, pero al final sigo sin moverme.

No sé luchar por lo que quiero.

Me enseñaron a bailar con la resignación y no he dejado de hacerlo desde que recuerdo, por eso ya no sé si es que me toca siempre perder o yo me dejo ganar sin plantar cara, sin sacar los puños, apretar los dientes y lanzar los golpes. Probablemente sea todo culpa de bajar los brazos y la mirada, y cambiar de rumbo con lágrimas en los ojos.

Nunca sé qué es lo correcto, y no sé nada, y a la vez sé algunas cosas.

Que todos necesitamos algo.

Alguien que nos proteja de este infierno en el que vivimos.

Alguien que nos bese los párpados mientras dormimos.

Necesitamos un respiro, una palabra de ánimo, un abrazo, una verdad, un espejo.

Y yo, y tú, podemos serlo.

Ovejas negras, que pintan un lienzo en blanco.

Ángeles caídos, sin alas, con sexo, y vamos a cuidarnos.