Etiqueta: ilusión

Pearl Harbor.

He perdido la ilusión, las ganas de soñar, la fuerza para intentar darle la vuelta a todo. Eché la pelota a tu tejado y la sigo esperando, como un perro que espera permanentemente la vuelta de su dueño cuando este ya ha muerto. Tiré pequeñas piedras a tu ventana esperando a que te asomaras en algún momento y veo la luz encendida pero nunca sales a por mí.

El futuro hace tiempo que no existe ni me interesa lo más mínimo, desde que sé con certeza que no vas a despertarme por las mañanas porque quiero quedarme cinco minutos más con los ojos cerrados abrazado a tu cuerpo, calentando mis manos.

Ya no creo en lo que está por venir, ni tengo expectativas más allá de levantarme de la cama por inercia para pasarme el resto del día sentado con la mirada perdida entre letras.

Me siento tan idiota, porque todo me ha pillado tan desprevenido como a los americanos el ataque sobre Pearl Harbor. Creía que éramos otra cosa, que habíamos sido verdad, que había algo más allá del entretenimiento momentáneo entre los dos.

Juro que vi cosas en sus ojos antes de besarla, y quise creer que eran tan reales como la piel que habitamos.

Ahora tengo las manos en alto, soy culpable de todo lo que quieras: de intentarlo, de creer, de luchar, de quererlo, de cuidarlo, de protegernos.

Dime en qué esquina decidiste no volver la vista atrás.

O no, quedémonos callados eternamente, podemos mirarnos siempre sin ser claros, dejarlo todo en el aire, que la herida no se pueda curar, que siga doliendo tanto que no pueda respirar nunca más sin recordarte.

Me está pasando, eso de que todo me recuerde a ti, de que sea superior a mis fuerzas, de no poder evitarlo.

No sé ya si me va a tocar rezar para que alguien me libre de este mal.

Has llegado tan lejos como una bala en campo abierto, como la longitud de onda, como la música en medio del silencio, y nunca nadie llega tan lejos para dejar marchar.

Porque no tiene sentido hacerlo bonito para dejarlo a medias, para que se acabe sin saber por qué, para no ser felices pudiendo serlo.

No tiene sentido dejarlo morir pudiendo salvarnos.

Yo te dije que era para siempre y lo estoy cumpliendo.

La hora del último te quiero.

¿Te acuerdas?

Aquella noche fuimos dejando el amor por todas partes, haciéndolo mundano, haciéndolo nuestro. Lo alejamos de la divinidad y lo platónico para hacerlo cotidiano, real; para hacerlo verdad.

Lo fuimos rompiendo a pequeños trozos y lo dispersamos.

Quedó un poco sobre la barra de aquel bar en el que colocaste tu mano sobre mi rodilla por primera vez, y en aquella farola en la que nos sujetamos borrachos sin atrevernos a darnos un beso. También en el colchón que vio juntos en primer lugar nuestros cuerpos, nuestros versos, nuestros nombres. Perdimos un poco en los asientos del coche, y en el ascensor en el que parecíamos fieras buscándonos las grietas.

Nos olvidamos un poco en plazas anónimas que se acuerdan de nosotros aunque tú y yo las hayamos olvidado. Se nos cayó en la acera en la que tropezamos un día de lluvia por no soltarnos de la mano.

Lo dejamos un día en la última fila de la línea 6 de camino al centro, también en los taxis, y encontramos algo más que droga en los baños de una discoteca.

Lo alimentamos como se alimentan las buenas historias, sin querer, o queriendo más de lo que nos podíamos permitir sin darnos cuenta. Y creció como hacen los monstruos en la oscuridad, rápido y dando miedo.

Porque el amor, a veces, da más miedo que Mefistófeles tratando de engañarnos.

También dejamos parte en lugares que sólo tú y yo sabemos, habitaciones de puertas cerradas y luces apagadas en las que conteníamos la respiración para que nadie nos escuchara. Perdimos un poco en algunos conciertos junto con la voz, y la ilusión, y los saltos bañados en cerveza.

En los libros que llevan nuestras firmas.

Los bares que nos han visto sonreír.

Las ciudades que nos dejaron ver sus puestas de sol.

Las canciones que nos han dejado cantarlas.

Hemos ido dejando tantos pedazos en todo lo que hemos vivido que sólo queda uno, y lo tengo guardado en un cajón junto a un reloj que todavía marca la hora del último te quiero que escuché en tu boca.

Sujétame fuerte, yo no quiero irme.

Peces koi.

Se cierra una etapa y se abre otra.

Inevitablemente.

Porque el tiempo no se detiene, porque tu respiración es continua, porque Siberia no se ha movido del sitio, porque vas a seguir protestando ante la injusticia.

Tenemos que decir adiós y hola al mismo tiempo.

Tenemos que cerrar puertas y abrir ventanas, para que el viento se lleve todo lo malo.

Hemos sobrevivido de nuevo a las bombas, a las normas sin sentido, a las leyes que van en nuestra contra. Hemos ganado otra victoria silenciosa de puertas para adentro y ahora toca pelear ahí afuera. Los puños arriba, las piernas preparadas, el gancho de izquierdas, la sangre en la lona. Nadie dijo que el mañana fuera fácil, ni que la lluvia no fuera a calarnos hasta la médula ósea. Y es que desde un aula de instituto la vida nos engaña y se camufla de oportunidades que no vamos a tener.

Al final hay nada.

Sólo hay nada.

Silencio y vacío infinito; pero antes.

Antes somos luz y destellos de color.

Piratas buscando el tesoro en cualquier mapa que tenga una X.

Jazz de Nueva Orleans.

Inocencia perdida antes de tiempo.

Amor que se mantiene vivo.

Abrazos por las noches.

Se nos da bien enredarnos a besos y palabras que sólo tienen sentido para los dos. Disimular con los demás, que nadie sepa la verdad. Mantener la ilusión dentro de una bola de cristal que nos siga calentando el esternón cuando lo imposible se nos venga encima.

Es curioso que te pierdas en cualquier calle conocida pero que yo busque tu mano cuando no encuentro la salida, que seas mi guía, que seas el sol sobre el que no puedo evitar girar. Es curioso que digas que eres torpe pero que yo cierre los ojos sin miedo cuando me tienes en tu lengua, que arregles mis descosidos, que escribas en mi piel sin dudar.

Nadie va a quitarme la sed como tú.

Y es que somos peces koi que nadan hacia arriba, que van a contracorriente, luchando contra todo y todos, llegando hasta la cascada para convertirnos en dragones.

Y acabar siendo leyenda.

Gracias y perdón.

Al año que se va le debemos mucho y no le debemos nada.

Seguimos subidos a una montaña rusa que nunca para, que nunca nos da tregua, que no nos deja seguir tranquilos y con la vida amarrada a puerto. Todavía no sabemos muy bien lo que queremos, o lo sabemos pero disimulamos perfectamente.

Hemos intentado parecer seguros de todo y hemos acabado demostrando nuestras debilidades.

El amor ha ido y ha venido, como hace siempre cada cierto tiempo. Nos han roto el corazón y lo hemos roto. Hemos llorado y reído a partes iguales, aunque probablemente las lágrimas han pesado mucho más que las sonrisas. Hemos aprendido a guardar verdades y a dar abrazos de mentira. Hemos robado demasiados besos y perdido un poco más de dignidad. Hemos dicho te quiero en miles de susurros e insultado a gritos.

Nos hemos mojado los pies y el alma. Nos hemos deshidratado en una cama y emborrachado en cualquier terraza. Nos hemos muerto de frío y también de risa. Hemos bebido el doble de café del que es recomendable y más cerveza de la que un hígado quiere para estar tranquilo.

Hemos perdido dinero y ganado en madurez.

Se nos ha muerto el perro, la rabia y las neuronas.

Ahora tenemos nuevas canciones favoritas, libros que huelen a vidas antiguas en las estanterías y más ganas de luchar por nosotros que antes.

Has mordido de menos y te han herido de más.

Has regalado rosas y te han devuelto calabazas.

Has perdido el tiempo y ganado en ilusión.

Has vivido segundos eternos y meses efímeros.

Claroscuro, días grises y pop art.

Novela negra, prosemas y ensayo.

Más música y menos discusiones.

Has tenido orgasmos y perdido el norte.

Demasiadas horas de trabajo, amigos y familia. De castigo y obsesión.

Soledad frente al espejo y bajo las sábanas.

Adiós a Starman, Hallelujah y Purple Rain.

Ha vuelto Star Wars y se ha ido la princesa Leia.

Hemos crecido a nivel humano y han hecho que se nos encoja el corazón.

Hemos sufrido y lo seguiremos haciendo, pero tendrás siempre mi mano.

Te he mirado como nunca he mirado a nadie y me has dolido como nadie lo había hecho antes.

He aprendido a ser sincero.

Te quiero. No sé si más o menos que nadie, si mejor o peor.

Y aún así seguimos rotos y arreglando nuestras mitades con pegamento.

Al año que se va le digo lo mismo que te digo a ti.

Gracias y perdón.

Cenizas y miserias.

Nos han puesto otra trampa y no la he podido esquivar a tiempo, y estoy de nuevo de bruces contra el suelo. He perdido la cuenta de las despedidas y los reencuentros, de las tragedias, de los refugiados y de los fantasmas que conviven con nosotros.

Yo creo que sabes más de lo que dices, que tienes más poder del que crees, y que hay respuestas que aún no has dado a conocer. No tendrías por qué haber usado el miedo conmigo o contra mí. No era necesario. Soy capaz de asustarme sin necesidad de dar un paso para adentrarme en el bosque.

Y ahora que todo quiere oler a los ochenta, ahora que todo el mundo quiere tener carteles luminosos y perseguir Nexus-6 por las calles. Yo busco la paciencia en páginas de libros que aún no estoy preparado para entender. Y otros más sabios me hablan desde hace siglos y saben lo que pienso mucho mejor que yo.

Supongo que todo sigue siendo una ilusión y que no hay verdad en todo esto.

Supongo que tarde o temprano voy a despertar desconcertado por este sueño tan largo y extraño.

Igual estaba vivo y no he sido capaz de darme cuenta a tiempo.

Solo quiero que llueva tan fuerte y constante como en Blade Runner. Y que alguien se apiade de mí al final y me rescate de caer desde la cornisa de un edificio.

Has hecho que me pierda y me has dejado sin hilo de oro delante del minotauro. Y ahora no sé volver a casa.

Quizá todo esto no es más que otra expresión agónica, otras cuatrocientas palabras sin sentido que he dejado caer sobre una página en blanco. Quizá todo esto no sea más que otro final que no importa y va a servirnos de catarsis.

Volveremos a ser el ave fénix que resurge de sus propias cenizas y miserias, y emprende un nuevo vuelo hacia ninguna parte. Con total libertad, sin cadenas.

Lo peor de todo es que yo no te buscaba, que todavía estaba quitando las malas hierbas que me habían crecido por dentro, que estaba en plena crisis existencial y más desprotegido que nunca.

Ahora nos encargamos de respirar hondo y mordernos la lengua cada vez que hablamos.

Y aún así parecemos eternos.

Creo que lo que nos conviene es seguir abrazándonos hasta que todo acabe, por si acaso.

Creo que nos conviene bailar mientras los demás duermen.