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Oniria, Insomnia y lo imposible.

El péndulo de Foucault continúa girando, demostrando la rotación del planeta desde 1851, y yo llevo prácticamente el mismo tiempo demostrando que soy un idiota. Algunos se dedican a cosas importantes durante su existencia, otros simplemente a lamentarnos por todos los errores que vamos sumando a nuestras espaldas.

Lo malo de darse cuenta de ciertas cosas es que sabes cuándo vas a equivocarte mucho antes de que suceda. Suelo ver con anterioridad que voy a meter la mata, que voy a quedarme colgando de un hilo, que va a darme un vuelco el corazón pero acabo dejando que las cosas sucedan sin modificarlas. Me pasó igual contigo, sabía que me metía en la boca del loco sin linterna, tenía claro que el suelo comenzaría a desmoronarse bajo mis pies en algún momento y en lugar de huir me quedé quieto, esperándote siempre.

Decidí, contra todo pronóstico y sentido común, elegirte por encima de las circunstancias y de mí mismo. Te convertí en el eje en torno al cual todo giraba y se movía alrededor, tratando de mantener un extraño equilibrio universal que me ha dejado sin fuerzas, sin aire, y con miedo.

Con mucho miedo.

Vivo siempre en este mundo entre la vigilia y el sueño, entre la realidad que me golpea hasta arrancarme los dientes y la ficción en la que te abrazo cada noche. Quizá somos como Oniria e Insomnia, un mismo ser en otra vida.

Pero no en esta.

Quizá es hora de que borre estos absurdos deseos, este anhelo que crece cada vez que me cruzo con tus labios.

Quizá tú y yo juntos somos sólo una quimera y ya es hora de que me pellizque, de que encienda la luz y deje de creer que somos posibles.

Se me están llenando los ojos de escarcha ahora que ha comenzado la primavera, y tengo los huesos hechos de cristales de hielo que hacen que todo duela.

Voy perdiendo el equilibrio sobre esta cuerda floja en la que vivo, y no sé si se romperá pronto o yo caeré antes. Sólo sé que abajo no me espera ningún colchón para amortiguar el golpe, ni ningún equipo de emergencias para reanimarme cuando mi corazón decida pararse y comenzar a borrar tu nombre.

Todavía estás a tiempo de salvarte.

Para eso nunca es tarde, te lo digo siempre pero no quieres escucharme.

Sigo descalzo, sujetando la puerta para que entres y me abraces.

El invierno más largo.

Seguimos siendo niños descalzos que no saben de qué va el juego. Seguimos siendo tan inocentes como irresponsables, y hacemos daño sin querer porque no vemos nunca más allá.

Inconscientes, ajenos, despreocupados; la desgracia siempre nos pilla desprevenidos. No vemos venir los golpes, ni las olas, ni los huracanes. Y tampoco los besos, el amor y las derrotas.

Apenas hemos rascado la superficie tú y yo, y nos creemos que ya lo sabemos todo. Y la respuesta directa es un no rotundo pero en forma de murmullo lejano.

¿Te cuento un secreto?

Mi única intención era levantarme cada mañana para besarte más y mejor que el día anterior, y abrirte la puerta con una sonrisa, enfadarnos por que se nos ha vuelto a olvidar comprar café para el desayuno.

Mi única intención era aprender contigo día a día, no dejar de crecer.

Y ahora tengo una llaga en el corazón, que no se va.

Todo es inercia, fuerzas gravitatorias que no entiendo, electrones girando, bases nitrogenadas fuera del sitio adecuado; y amaneceres que lo llenan todo de luz para callarnos la boca, para que dejemos de hacer el idiota y nos paremos por un momento a pensar. Mira ahí, si el sol vuelve a salir por el mismo sitio que ayer y se volverá a esconder. Lo que hagas en medio es cosa tuya, y la conciencia y la memoria no dejarán de hacerte recordar.

Me siento como un muro por el que la hiedra no quiere ir trepando, como el último al que eligen para entrar en el equipo, el trazo que se sale del círculo. Porque nada ni nadie es mi sitio.

Aquí estoy, jugando solo, sonriendo a ratos, llorando otros.

Quiero los abrazos, los besos, las confesiones, las noches en las que dormir era secundario, volver contigo a las trincheras, alumbrarnos con la mirada, respirarnos a escondidas, quitarnos el barro y la sangre de las heridas con caricias. Todo era más fácil cuando la única preocupación era comerte con calma, dejar que la magia saltara al darnos la mano, cuando mirábamos las flores de los balcones y me clavabas las uñas en la espalda entre jadeos.

Sólo queríamos bailar y abrazarnos, escaparnos tan lejos que nadie pudiera perseguirnos; y aún sonrío si lo pienso.

Tenías (y tienes) el don de hacerme sentir invencible sólo con mirarme, de hacerme fuerte con sonreírme, de hacerme inmortal con tu cuerpo contra el mío. Ahora que estás lejos me siento tan pequeño, tan débil, tan muerto que no sé si llegaré a sentir el calor de la próxima primavera.

Este va a ser el invierno más frío, el más cruel.

Ya no estás.

Ya te has ido.

Y no vuelves.

Este va a ser el invierno más largo.

Y lo peor, es que no te has dado cuenta de que estoy hecho añicos.

Otro triste idiota.

Siento un dolor fuerte en el pecho, como un desgarro.

Es un dolor urente, punzante, transfictivo, que consigue partirme en dos cada vez que aparece. Es un dolor que quema, pero no como consigue quemar el fuego sino como lo hace el hielo.

Hasta que ya no siento nada.

Y me convierto tan sólo en un caparazón vacío que va a acabar en el fondo del mar junto a los restos del naufragio.

Siento que sólo necesito que se me borre la memoria, y que no me importe más que el canto de los bosques, el pájaro de fuego, el rugido de las flores.

Siento que la distancia ha hecho que nos despertemos del letargo, de toda esta niebla en la que nos habíamos envuelto durante largos meses. Y ahora que tengo todas las puertas y ventanas abiertas sigo sin querer marcharme, sigo queriendo quedarme contigo, sigo eligiéndote a ti por encima de las demás, sigo prefiriendo pasar solo el resto de mis días.

Siento que soy sólo otro triste idiota que ha sucumbido al dictamen de un corazón enfermo.

Siempre huyes y yo corro tras de ti, y acabamos siguiendo todas esas luces parpadeantes y pálidas que nos marcan el futuro. Y te he perdido, a estas alturas ya no sé si estás tomando té con el Sombrerero o siguiendo las baldosas amarillas hasta Oz.

Hace tiempo que ya no sólo consiste en quitarnos la ropa y las ideas a la vez, hace tiempo que hay latidos y miedos de por medio, y silencios largos, y palabras que parecen alfileres bajo las uñas.

Todo este lío es culpa mía, nunca debí haberte metido en mi espiral, nunca debí darte permiso para entrar y revolverlo todo.

Nunca debí darte el poder.

Nunca debí decirte la verdad.

Sigo mirando a la luna buscando tus ojos, acariciando con paciencia el frío cristal en noches de verano, soplando el café, soñando que enredo mis dedos en tu pelo, caminando cansado, buscando las palabras exactas que te hagan quedarte a mi lado.

Siento un fuerte dolor en el pecho.

Y eres tú.

Será falta de autoestima.

Desde que tengo uso de razón, la mayor parte del tiempo, he querido ser otra persona. Ya no hablo de habitar otro cuerpo (eso sólo me pasa desde que cumplí los cinco años). He querido ser alguien distinto, con otra cabeza, que no piense ni actúe de la forma en la que lo hago yo.

Me sigue pasando a día de hoy, y supongo que me pasará siempre.

Yo no sé en qué momento comencé a exigírmelo todo, a tener que saber, entender y hacer más que los demás. Yo no sé por qué me obligué a estudiar hasta que me doliera la sien, a leer por las noches hasta tener los ojos rojos, a escribir hasta ser capaz de contar algo que valiera la pena. Yo no sé por qué tenía que llegar siempre el primero a todas partes y salir el último. Por qué tenía que marcar más goles, sacar más nota en los exámenes, ser el mejor músico de mi clase.

Duele tanto, duele tanto tratar de comprenderlo todo, de entenderlo todo. Dejarse en último lugar, que los demás vayan siempre por delante. Porque al final es lo que hago, porque al final me preocupo más por cualquier persona que me diga buenos días que por mí mismo, porque da igual. Porque el dolor lo arrastro desde siempre y va conmigo. Porque al final estaré bien, sobreviviré a cualquier cosa, sobreviviré a la mayoría de lo que me suceda.

Porque tienes que ayudar a los demás, no ser egoísta, ponerte en su lugar.

Y me definieron tan bien la marca que separa al bien y el mal, lo que puedo y no puedo hacer, hasta dónde puedo llegar, porque tu libertad acaba donde empieza la de los demás.

Yo creo que lo de ser así de idiota no tiene solución, que con eso nadie va a ayudarme, que no hay quien pueda hacer que cambie.

Será todo falta de autoestima, de buscar la aprobación de los demás. O que soy gilipollas directamente.

[Igual la fiebre y la falta de sueño son culpables de todo esto.]