Es tan raro eso de que los seres humanos podamos ser capaces de lo mejor y lo peor.
Capaces de unirnos en masa para alzar la voz y las manos contra la injusticia.
De crear obras de arte que trascenderán a lo largo de los siglos.
De inventar seres invisibles y omnipresentes para justificar el motivo de nuestros actos.
De no perder la esperanza ni si quiera cuando lo hemos perdido todo.
Capaces de odiar y de increpar.
De dormir tranquilos después de la tragedia.
Infligimos dolor físico.
Destrozamos mentes, autoestimas y cuerpos sin ningún tipo de control.
Construimos barricadas, refugios, búnkers y campos de concentración.
Odiamos por razón de sexo, raza, religión.
Arrancamos bosques y los sustituimos por bloques de hormigón.
Cambiamos el mirar de frente por hablar a las espaldas.
Volamos por las nubes y saltamos hasta el fondo.
Perdemos la consciencia.
Aplastamos a otras personas igual que hacemos con los insectos.
Bailamos al son de canciones que desconocemos.
Tendemos la mano.
Levantamos puentes para unirnos y fronteras para separarnos.
Agitamos banderas y escupimos desde el balcón.
Gritamos a ídolos que se funden cuando vuelan cerca del sol.
Queremos suerte.
Lanzamos misiles y también besos.
Amamos, matamos, sangramos.
Y no hay lógica por mucho que nos la hayan querido explicar la física y la filosofía.
Sólo queda el miedo, la incertidumbre, el futuro incierto que nos espera de brazos abiertos, el caos, el laberinto del día a día.
Y al final del día preguntar si de verdad somos seres humanos.
Si eres humano.
Si soy humano.
Y yo ni siquiera sé muy bien qué debe ser la humanidad.