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Tampoco entiendo el futuro.

Otro ciclo.

Nueva etapa.

Y nunca he sabido afrontar bien los cambios.

El miedo inicial a que todo vaya mal, a tropezar con la primera piedra que encuentre, a caer en el hastío, a no ser un hombre bueno.

Que me lo dice mi madre, que siempre he hecho lo mismo.

Y ella acaba teniendo razón.

Como pasa con todas las madres.

Se me rompen los esquemas casi con tanta facilidad con la que tú me rompiste el corazón sin darte cuenta. Y siempre ando buceando entre recuerdos que no estoy seguro de querer guardar por el resto de mis días. Me pasa igual que a Vetusta Morla en sus Cuarteles de Invierno, que acabo haciendo del duelo mi triste pero acogedor hogar.

Sé que en algún momento fui capaz de sonreír sin que me supusiera un esfuerzo, sin que todo me agotara psicológicamente, sin tener que hacer un drama de cada pequeño gesto. Lo peor de todo, o quizá no, es darse cuenta de esas cosas y no ser capaz de cambiar el rumbo. No ser capaz de sacar los pies de las arenas movedizas y caminar con paso firme de una jodida vez, es como si estuviera condenado a tambalearme una y otra vez pero sin el final ridículo de darme de bruces contra el suelo.

De todos modos, no sé cómo es posible cambiar de época encerrado en una jaula propia sin tener a nadie que me escriba, sin las noches en vela llenas de caricias silenciosas, sin el murmullo de las olas entrando por la ventana mientras nos miramos. Tampoco entiendo el futuro sin poder seguir tu rastro, sin tus nanas en mi oído, sin tus latidos en mis manos.

Aún así, sigo pensando que estamos solos, que sólo nos vamos cruzando con gente para que la vida pase más rápido y luego estás tú que intentaste abrir los barrotes y al final tuviste miedo.

Y yo sólo quiero parar el tiempo, el de cuando no había más que sonrisas y presente.

Malvivir.

Despertarse con la sensación de que estás solo, escuchar el silencio del hogar y saber que eso no va a cambiar en las próximas veinticuatro horas. Saberlo con certeza. Abres poco a poco los ojos y miras el techo durante unos segundos, antes de hacer un barrido por la habitación en penumbra y exhalar un suspiro mientras decides levantarte a abrir la ventana. Con el primer bostezo todavía en los labios y los ojos entrecerrados vas al baño te lavas la cara y preparas un café solo antes de sentarte en la mesa a leer las noticias del día. Para esquivar esa sensación de soledad enciendes el ordenador, revisas tus redes sociales por inercia y te pones una sitcom que te haga pensar que no eres tan desgraciado, que tu vida de mierda puede ser como la de cualquier otro. Miras el teléfono, compruebas que no tienes ningún mensaje y lo vuelves a dejar sobre la mesa. Ya estás cansado de respirar y todavía no son ni las diez de la mañana. Casi prefieres la rutina del trabajo, el tener la cabeza ocupada, el pensar en los problemas de los demás en lugar de en los tuyos. Casi preferirías que tu cuerpo te permitiera seguir dormido un par horas más. Haces algo de ejercicio con música de fondo, te das una ducha y te vistes, aún sabiendo que no vas a abandonar las cuatro paredes que te rodean en ningún momento, pero nunca te ha gustado la sensación de llevar el pijama puesto todo el día.

Un libro, música, preparar la comida.

Café.

Y la desesperación que va creciendo en tu interior. Maldices el momento en el que preferiste encerrarte en ti mismo. Maldices el momento en el que preferiste decir adiós a intentarlo.

No hay quien frene esta espiral de decadencia sin compás.

Estoy perdido y no sé cuándo voy a estar preparado para encontrarme de nuevo, para mirarme al espejo y reconocerme, y reconocerte en las cicatrices sin tener que llorar tu ausencia.

No puedo distinguir a estas alturas lo que está bien y lo que está mal.

Sólo sé que sigo muriendo por dentro y soy incapaz de curarme en soledad.

Sólo sé que no te tengo.

Y que tengo que malvivir con ello.

Ayer pensé en llamarte.

Ayer pensé en llamarte y tuve que obligarme a dejar el teléfono sobre la mesa y mirarlo fijamente durante unos segundos. Iba a llamarte para decirte que todavía hay canciones que me recuerdan a ti y que me hacen pensar que el tiempo no ha pasado, que todavía seguimos intactos y sólo nos importan las sonrisas. Iba a llamarte para decirte que te quiero, como hacía antes cada noche, pero entonces caí en la cuenta de que ya no podía hacer eso.

Me gustaría ser capaz de contarte todo lo que pienso y todo lo que he pasado durante el último año. Me gustaría ser capaz de abrirte la puerta y sonreír sin deshacerme. Me gustaría dejar de pensar en todo lo que hicimos juntos, en cada una de las tristezas y de los baches por los que tuvimos que pasar para acabar siendo nada. Me gustaría ser capaz de explicarte que conocí a alguien y que sólo he conseguido romperme un poco más.

Tú que eras para mí esa columna a la que agarrarme cuando todo se tambaleaba bajo mis pies inestables. Tú que fuiste castillo y muralla. Tú que eras refugio, hogar y cama. Tú que fuiste todos mis motivos. Tú que ahora sólo eres una imagen borrosa en mis retinas.

Nunca quise creerme que había amores capaces de marcarte de por vida.

Nunca.

Nunca quise, hasta ahora.

Y es tan jodido cuando sabes que alguien no es para ti y que aún así no vas a poder olvidarle. Es tan jodido saber que aunque mires otros ojos, otras manos, otros labios, la tendrás en la cabeza. Es tan jodido que sólo puedes decidir mirar hacia adelante para no destrozarte a ti mismo.

Te obligas a caminar sin ganas, a saltar por la ventana cuando sale el sol, a mirar las nubes con física lógica, a respirar contando los segundos, a llorar a escondidas, a gritarle a la almohada antes de dormir.

La mayor parte del tiempo el mundo no tiene sentido, por mucho que trate de encontrárselo.

Ayer pensé en llamarte, y doy gracias por no haberlo hecho, sólo de pensarlo me han sangrado todas las heridas que llevan tu nombre.