Treinta grados en la calle y me estoy muriendo de frío.
Al final siempre acabo convertido en hielo, ralentizando el tiempo, congelando las sonrisas.
Soy esclavo del tiempo, del clima y de las estaciones.
La gente me dice que espere, que todo lo bueno tarda en llegar, que después de todo merece la pena. El problema es que ya nada me consuela, y que camino porque no me queda más remedio, y que pateo las piedras con las que siempre vuelvo a tropezar.
Voy a volver a perderme la hora del té. Espero siempre algo que nunca va a llegar. Y no hay verde esperanza, ni aliento en las canciones.
Rebasé todas mis líneas rojas, traspasé todos mis límites y acabé decepcionándome tanto que apenas puedo mantenerme la mirada antes de ir a dormir.
Hay errores que no olvido. No voy a perdonarme, voy a coser mis errores a una chaqueta desgastada que llevar hasta la tumba. Que me reconozcan en el otro lado por todo aquello que no hice bien, que se olviden mis victorias, mis palabras, y todos los sentimientos que alguna vez profesé por alguien.
Mi diálogo interno es cada vez más duro, más terco, más largo, y es que al final me doy cuenta de que no soy capaz tenerme en cuenta. No puedo ponerme en primer lugar, para alzar la voz y reclamar lo que realmente quiero.
Volveré a encogerme de hombros, a asentir levemente con la cabeza y que todo me parezca bien.
Voy a gritarme a la cara que soy un imbécil, que siempre he sido un completo idiota y que voy a acabar rodeado de nubes negras y poca gente.
Sé que ya he emprendido el camino eterno, el de quererme poco y venirme a menos.
Sé que ningún relojero tiene el don de parar el tiempo.
Sé que gobernaré allí donde nadie quiere hacerlo, con otras sombras, con otras almas inmortales. Y remaré por el Estigia hasta cansarme.
Aquí dentro nunca llega el sol, y no me siento los dedos de las manos ya, ni el corazón. Y todo fue culpa del amor, de dejarme llevar, de querer y no poder, de hacer las cosas sin saber actuar mejor. Y el arrepentimiento me ha roto poco a poco, me ha dejado herido, dolido, y con un sabor amargo al final del paladar que me da náuseas y taquicardia si lo pienso demasiado.
Ella se fue y yo me hice el muerto. Y respiro veneno en el Inframundo del que soy el puto Hades. Y ahora qué, si dicen que de este infierno no se puede salir, que quien navega en la laguna Estigia se queda para siempre.
Ojalá ser capaz de engañar a Caronte o de caminar sobre las aguas para volver a buscarte, para tener la oportunidad de encontrarte.
Voy a pedírtelo una vez.
Dame la mano, desde que te vi ya no quiero vivir aquí.