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Pearl Harbor.

He perdido la ilusión, las ganas de soñar, la fuerza para intentar darle la vuelta a todo. Eché la pelota a tu tejado y la sigo esperando, como un perro que espera permanentemente la vuelta de su dueño cuando este ya ha muerto. Tiré pequeñas piedras a tu ventana esperando a que te asomaras en algún momento y veo la luz encendida pero nunca sales a por mí.

El futuro hace tiempo que no existe ni me interesa lo más mínimo, desde que sé con certeza que no vas a despertarme por las mañanas porque quiero quedarme cinco minutos más con los ojos cerrados abrazado a tu cuerpo, calentando mis manos.

Ya no creo en lo que está por venir, ni tengo expectativas más allá de levantarme de la cama por inercia para pasarme el resto del día sentado con la mirada perdida entre letras.

Me siento tan idiota, porque todo me ha pillado tan desprevenido como a los americanos el ataque sobre Pearl Harbor. Creía que éramos otra cosa, que habíamos sido verdad, que había algo más allá del entretenimiento momentáneo entre los dos.

Juro que vi cosas en sus ojos antes de besarla, y quise creer que eran tan reales como la piel que habitamos.

Ahora tengo las manos en alto, soy culpable de todo lo que quieras: de intentarlo, de creer, de luchar, de quererlo, de cuidarlo, de protegernos.

Dime en qué esquina decidiste no volver la vista atrás.

O no, quedémonos callados eternamente, podemos mirarnos siempre sin ser claros, dejarlo todo en el aire, que la herida no se pueda curar, que siga doliendo tanto que no pueda respirar nunca más sin recordarte.

Me está pasando, eso de que todo me recuerde a ti, de que sea superior a mis fuerzas, de no poder evitarlo.

No sé ya si me va a tocar rezar para que alguien me libre de este mal.

Has llegado tan lejos como una bala en campo abierto, como la longitud de onda, como la música en medio del silencio, y nunca nadie llega tan lejos para dejar marchar.

Porque no tiene sentido hacerlo bonito para dejarlo a medias, para que se acabe sin saber por qué, para no ser felices pudiendo serlo.

No tiene sentido dejarlo morir pudiendo salvarnos.

Yo te dije que era para siempre y lo estoy cumpliendo.

Sólo quiero.

Debe ser ya abril en París porque no estoy entendiendo lo que me pasa dentro del pecho, aunque fuera el frío siga congelando pestañas y las olas rompan con más fuerza que nunca contra las playas del norte.

El tiempo ya ha demostrado que es frágil, escurridizo, que le gusta escaparse entre los dedos igual que se escapan los mechones de tu pelo entre los míos mientras veo cómo vuela la noche más oscura sobre mis hombros para llenarme de miedo y viejos temores.

El tiempo es, al menos, tan caprichoso como lo somos nosotros, que algunos días lo queremos todo y al día siguiente lo tiramos a la basura, sin preocuparnos demasiado, y después nos arrepentimos sin que podamos remediarlo.

Algunas veces tomamos decisiones sin pensar y otras pensamos tanto que nunca llegamos a decidir nada, que nos quedamos pisando el alambre sin atrevernos a comenzar a caminar sobre él.

Somos animales de costumbres, que prefieren quedarse en su cueva a salir a encontrar algo nuevo por si no es mejor de lo que tienen. El «por si» delante de un no sale bien es casi tan mortal como el «pero» después de un te quiero.

Somos animales racionales muy irracionales, que se dejan llevar por los instintos, por la atracción de unos labios, por el magnetismo de una mirada, por la sonoridad de las palabras, por la canción adecuada en el momento justo.

Sólo quiero abrazarla y que todas las piezas vuelvan a su sitio.

Sólo quiero que nada le duela.

Sólo quiero estar cuando más le haga falta, y no puedo.

Realmente sólo quiero hacerle la vida fácil.

Sólo eso.

Todo eso.

[Siempre serás mi desastre preferido.]

 

Mil razones.

Creo que me falta oxígeno, valentía y fuerza para seguir adelante con todo.

Me tiemblan las piernas y las manos la mayor parte del día.

Y la presión del pecho nunca cesa.

Ni las ganas de ti.

No sé si a veces nos arrepentimos más de las cosas que hemos hecho o de todo aquello que dejamos en el tintero, de todo lo que se queda a medias y de lo que nunca sabremos cuál habría sido el resultado final. Si hubiéramos ido a aquel viaje, si hubiéramos dado aquel beso, si hubiéramos sonreído a alguien en un bar, si en lugar de haber callado nos hubiéramos atrevido a decirlo todo a la cara.

Hay tantos caminos y sendas, y carreteras, y al final sólo elegimos una opción, desechamos el resto de ellas y decidimos andar por el motivo que sea en una dirección concreta. Es tan difícil, es tan difícil seguir hacia adelante sabiendo que te estás equivocando, sabiendo que todo podría ser diferente y mejor, sobre todo mejor.

Yo nunca he sabido aceptar el error cuando podría acertar.

Nunca acepto la injusticia cuando todo podría cambiar.

Nunca he podido darme por vencido sabiendo que todavía queda lucha por delante.

Nunca preferiría otros labios a los tuyos.

Nunca.

Y lo digo más convencido que la mayoría de los que se aferran a los mandamientos y al nuevo testamento, de los que juran sobre biblias y se ponen de rodillas, de los que hablan con dioses que no se ven ni se tocan, ni muchas veces se sienten.

Lo digo más convencido que cualquier otro porque yo te tengo a ti y puedo tocarte, mirarte, escuchar tu risa, mecerte en mis brazos. Aunque no siempre, por eso soy ya como esa llama que calentaba mucho y ahora se extingue, esa que se ha convertido en cenizas que son capaces de desaparecer con un golpe de viento. Sólo soy ruina y desastre, humo y residuos, perdición sin sentido.

Y te he arrastrado a esta espiral, al caos.

Todo porque yo estoy preparado para todo contigo, tú no.

No sé cómo hago para que la historia se repita una y otra vez, que me entrego y al final me quedo vacío por completo por haberlo dado todo, convertido en un recipiente que tirar a la papelera.

¿Qué va a ser de nosotros si sonamos a frase de Luis Brea?

[Hay mil razones para ser feliz,

pero a mí me bastaría contigo.]

 

Efecto Golem.

Algunas veces si creemos con fuerza que algo va a suceder acaba pasando, si deseamos algo con los ojos apretados y abrazados a la almohada llega a producirse. Como le pasó a Pigmalión que enamorándose de su estatua Galatea consiguió que cobrara vida. La profecía autorrealizada en la que la propia motivación acaba ayudando a que algo tenga lugar.

Pero a mí me pasa lo contrario, que pienso siempre que nada bueno puede venir, que todo va a ir mal, que tengo tan pocas posibilidades de que algo vaya bien que solamente puede ir a peor. Y quizá eso es lo que te asusta, que siempre camino con la vista clavada en el suelo, que me pongo nervioso si me miras mucho rato, que me siento observado y siempre actúo de manera encorsetada, que no me dejo conocer de verdad, que no soy capaz de expresar mis emociones si no es escribiéndolas sobre un papel, que no sé quitarme la máscara y dejar todas mis heridas al aire.

Pero contigo no, se me cayeron las vendas y la ropa antes de que me diera cuenta, antes de ser consciente de que ya era demasiado tarde como para dar un paso atrás y protegerme. Te convertiste en un refugio silencioso sin saberlo, un lugar en el que sentirme protegido y no tener miedo, un lugar en el que la vida se sostenía sin que tuviera que esforzarme. Un lugar en el que podría quedarme el resto de mis días sin cansarme, sin aburrirme, sin temer el día a día y la rutina.

Quizá es que estoy haciéndolo todo como no toca, quizá me estoy equivocando contigo desde el primer día, quizá es que no debí mostrarme como un perdedor antes de darte el primer beso. Quizá es que tuve que hacerte creer que sería capaz de todo, que podría ganar todos los partidos, que no tropezaría nunca, que sería viento para tus velas, que podría convertir el agua en vino.

Pero no, soy el claro ejemplo del Efecto Golem, que me quiero tan poco, que me desprecio tanto que estoy consiguiendo que tú también lo hagas, y ahora sólo soy para ti un desecho, un panfleto arrugado en medio de la calle al que dar patadas y llevar de un lado a otro.

Y a este paso, voy a tener que esculpir en mármol a alguien que me quiera de verdad, que me mire como yo te miro a ti.

Justicia poética.

Ojalá tuviera algo bueno para dar, algo que hiciera que quisieras quedarte a cenar los restos del día anterior, algo que hiciera que quisieras abrazarme con fuerza, besarme lento, quitarme la ropa sin aburrirte nunca.

Ojalá hubiera algo bueno en mí y tú pudieras verlo, algo que hiciera que la distancia entre nosotros fuera imposible de concebir para ti, algo que hiciera cada día igual de misterioso e infinito para los dos, algo que nos hiciera entrelazarnos para no rompernos nunca.

Ojalá nadie apague este hechizo y siga creciendo la magia, y te sigas riendo de mis trucos aunque ya no sean nuevos.

Ojalá nunca toquemos el horizonte porque siempre estemos avanzando, y el mar no tenga rincones secretos para nosotros porque los hayamos recorrido todos.

Ojalá el invierno sea largo y frío para poder meternos bajo las mantas y no tener que salir si no es estrictamente necesario.

Ojalá al verme vieras lo mismo que veo yo en ti, montañas infinitas, la paz sin miedo a romperse y el tiempo en nuestras manos.

Lo malo de imaginar es que de pronto te topas con la realidad y miras a tu alrededor, y en la televisión ponen algo que ni tan solo te apetece ver, y en la calle escuchas las voces de gente que todavía tiene vacaciones y el ruido silencioso de la nevera, y todavía tienes algo de hambre pero ya es demasiado tarde como para comer algo sin arrepentirte.

Ojalá un día no haya que pensar y todo suceda sin que tenga que desearlo con fuerza, cerrando los ojos, llorando algún rato y apretando los puños; que suceda sin rabia, sin odio, sin reproches acumulados en las venas.

Ojalá un día podamos cruzar al otro lado del río, empapados, sonriendo, sin que importe lo que dejamos atrás.

Ojalá un día me quieras tú a mí sin que sea tarde.

Ojalá un día se haga justicia poética con nosotros.

 

 

La muerte lenta del corazón.

Hace calor.

El amparo de la noche ya no es suficiente para mantenerse a salvo.

Y es que no lo estamos.

Somos víctimas de nosotros mismos, de nuestros sueños, de proyectos, de mentiras, de autoengaños, de obligaciones que no queremos tener pero que sacamos adelante de la mejor forma que sabemos.

Existen ciertas cosas en esta vasta existencia destinadas a no suceder, destinadas al tibio fracaso por mucho que intentemos lo contrario.

Como tú y yo, que ya somos sólo un poco de chatarra abandonada en algún camino que sólo se transita un par de veces al año.

Se ha esfumado todo, como lo hace el vaho en el mes de octubre.

Has hecho que desaparezca como un trilero hace con la bola, como un político hace con el dinero, como un asesino hace con sus víctimas.

No queda ya esperanza, y mucho menos quedan fuerzas.

Me has dejado en los huesos a nivel emocional y ahora no creo que me recupere y pueda ser el mismo. Tengo un velo en la mirada, unas ojeras cada vez más marcadas, un pensamiento más endeble.

Esperaba que las cosas después de tanto tiempo transcurrido fueran diferentes, muy diferentes, pero nunca hice caso a tus advertencias de principio de viaje. Esperaba que lucharas un poco, que valiera la pena, que todo este desierto indómito y salvaje se llenara de cálidos oasis en los que dejarse llevar por tu piel.

Y el fallo es mío.

Una vez más.

Por intentar cambiar ciertas cosas, que ya sabemos que lo que está escrito en piedra no se modifica jamás. Y admito que no he podido, que vuelvo a ser un caballero al que ha matado el dragón.

Con lo sencillo que debería ser vivir y ni siquiera sé hacerlo bien. Otro de esos múltiples fallos de mi sistema nervioso central.

Con lo sencillo que habría sido un buenos días, un beso en la nuca, el olor a café recién hecho, la ropa interior sobre la cama, salir desnudo de la ducha y toparme con tu sonrisa.

Con lo sencillo que habría sido y lo que duele ver que no.

Es jodido encontrar al amor de tu vida, disfrutarlo, creerlo, y que luego se quede siendo otro imposible más, que se te escape entre los dedos como lo hace el agua fresca de un arroyo. Que se quede ahí, siendo otra grieta más que soportar hasta acabar por romperte con un simple roce.

Yo no sé si aguantaré más golpes y caídas, con esto ya he tenido suficiente. Y creo que ya necesito de todas las velas, linternas y antorchas para caminar entre esta oscuridad interior que no deja de crecer y que empieza a asfixiarme con su abrazo mortal.

La muerte lenta del corazón.

La historia de perdición de cualquier ser humano.

Una historia de amor.

Culpa, crimen y castigo.

Por una vez no voy a echarme la culpa.

No.

He decidido parar momentáneamente. Hasta que vuelva a tener otro cortocircuito neuronal.

Esta vez no es mi culpa, y no va a volver a serlo.

Serás tú quien no tenga las ganas, ni la fuerza, ni la valentía necesaria y suficiente para correr ahora. Para escapar, para besarme en cualquier esquina.

No seré yo el que se esconda, ni cuente los días, ni mire con el corazón detenido los horarios del tren. No voy a esperar más en ninguna estación, ni pienso guardarme los abrazos para ninguna habitación de hotel.

Carretera y manta, y el cielo lleno de estrellas que ya se han burlado lo suficiente de nosotros. Y, es que, tarde o temprano surge una nueva cumbre borrascosa que no podemos escalar, otro palo que salta a las ruedas de nuestras bicicletas, otra gota de sangre que mancha tu vestido blanco.

Todo se acaba torciendo, deformando ante mis ojos y nunca soy capaz de ponerle remedio. Falta capacidad de reacción y sobre todo mucha acción.

Pero esta vez, de verdad que no. No estoy dispuesto a quedarme a un lado y ver las carreras desde las gradas, ni a quedarme con el premio de consolación si es que todo esto se trata tan sólo de tener una jodida copa de latón en la estantería.

Igual es que tengo que afilar de nuevo las garras y los colmillos con los que solía pelear.

Igual es que tengo que aullar y abrazar a la luna más fuerte.

Igual es que tengo que ser para ti refugio y ciudad.

Soy un crimen, bendito tu castigo.

Lo único que quiero es hacer siempre el amor por encima de la guerra.