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Vueltas.

Otra vuelta de tuerca.

Otra vuelta ciclista.

Otra vuelta de campana.

Otra vuelta al mundo en ochenta días.

Otro error a la vuelta de la esquina.

Vuelve el cántaro a la fuente hasta romperse y esparcir su agua por el suelo.

Nos hemos olvidado de lo fundamental, de lo de querer arrugarnos el uno al lado del otro hasta acabar siendo lo mismo que éramos al inicio.

Nada.

Nos hemos olvidado de lo importante, de lo de respetar, de lo de no juzgar, de lo de dejar de etiquetar y clasificar todo lo que se nos pone por delante, de abrir la mente y quitarnos el corsé en el que están encerradas todas nuestras ideas.

Y ya no sabemos abrir fronteras ni dejar de tirar bombas.

A veces estoy convencido de que nos hemos vuelto todos gilipollas y ya no tenemos remedio, de que el mundo ya ha perdido la cordura y de que el ser humano es el animal menos racional de todos los que pisan nuestro planeta.

Entre tanto caos siempre hay alguien que nos permite parar el tiempo, abrir las puertas, desconectar de todo. Entre tanto caos siempre aparece el rayo de luz entre las nubes grises que nos saca una sonrisa, nos permite ser.

Tenemos que llevar cuidado, dejar de contar dinero, reír más y llorar menos.

Tenemos que permitirnos el lujo de salir en plena madrugada a ver la luna desde el balcón, sonreír con las tonterías que sólo entendemos nosotros dos, beber de nuestras bocas sin prisa, bailar con nuestros cuerpos sobre la cama.

Canciones a medias, páginas de libros en las que está escrito tu nombre, deseos por cumplir, fuego en el pecho y la tristeza bien lejos de nuestros pasos.

Decidle que ella es mi única patria y bandera.

Decidle que no tema que por muchas vueltas que de la vida, el sol o las circunstancias, no me iré.

Decidle que no tema, que aunque ella no me elija para mí siempre será la primera.

Besos suicidas.

Hemos roto el silencio y hemos terminado con el duelo de las vidas perdidas y pasadas. Lideramos, sin ningún lugar a dudas, la clasificación de besos suicidas. Así que, supongo, que ahora sólo nos queda despegar y dejar atrás el suelo, dejar de tocar tierra, empezar realmente a disfrutar.

La ciudad continúa con su quema de banderas, sus obreros cabizbajos, sus políticos tratando de limpiarse las manos, y nosotros, inconscientes, atracando corazones a diestro y siniestro. Somos adictos al crimen que escriben nuestras manos al tocarse.

Ahora que nos han robado los mapas y tenemos que caminar a ciegas. Ahora que nadie sabe leer su propio futuro en las cartas. Ahora vamos a romper las fronteras que hacen que seamos ilegales. Vamos a ser tú y yo los que abran nuevas sendas en las que no existan las señales porque no haga falta avisar a nadie. Vamos a crear ficción de cualquier realidad. Vamos a predicar nuevas religiones por donde pasemos cogidos de la mano, y a profanar cualquier lugar.

Yo, que consumo el día a día escondiéndome de los monstruos de la ansiedad y el menosprecio, que dejo que cualquier idiota me haga sentir insignificante con un chasquido de dedos, que se me tuerce la sonrisa a la primera de cambio, que alimento a mis demonios cada noche con nuevas inseguridades. Yo, sólo quiero mirar a otro lado sin que nada me importe tanto como debe importarnos respirar.

Respirar, que significa que estamos vivos, que tenemos el privilegio, que podemos decidir, arroparnos por las noches, beber agua fresca cuando la sed nos atenaza.

Respirar, que significa que aún estamos a salvo de una eternidad en la que permaneceremos muertos. Joder, y nos vamos a lamentar. Por no gritar, por no salir del pozo, por vivir enjaulados. Por no decidir y seguir atrapados en estas paredes asfixiantes. Por atormentar nuestras mentes y exprimir nuestros cuerpos sin necesidad.

Como dice Vetusta Morla, el juego nos ha dejado así.

Pero mírame, dame la mano, ven conmigo, qué más da.