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Historia breve de nuestros fracasos.

He ido recolectando en una botella de vidrio todos los errores cometidos, todos los fracasos que alcancé y ahora los tengo guardados, a modo de colección en la estantería que hay encima del televisor del salón para que cualquiera que entre a casa pueda verlos. Lo cierto es que ningún invitado hasta la fecha se ha acercado lo suficiente como para preguntarme qué hay dentro pero no sigue ningún orden ni concierto. Acumulo todo aquello que sólo con verlo me trae recuerdos, sean del tipo que sean. Hasta algunos que preferiría olvidar pero creo que merece la pena recordar, por la profundidad de las heridas que dejaron, por todo lo que supuso el naufragio que provocaron.

Un ticket de parking, una piedra pequeñita, una llave vieja y ya oxidada, la última página de un libro que no quise leer para que la historia no acabara, una servilleta con tu pintalabios marcado, un pendiente que perdiste y encontramos a los meses, una chapa de un botellín de cerveza que tomamos en Madrid, el set-list de un concierto de Vetusta Morla, la pulsera de aquel festival para olvidar, los billetes de avión a ninguna parte, el envoltorio de la mejor chocolatina que he probado en la vida, un chupete mordido, la entrada de Up, la tarjeta de visita de aquel psicólogo loco, una polaroid borrosa em la que salimos metidos en las fiestas de tu pueblo.

Ahora miro atrás y veo un fracaso tras otro, un traspiés, un tropiezo, una caída.

Y no sé cómo lo he hecho para levantarme siempre, para conseguir mirar al frente y mantener el paso, aunque no todo el tiempo sea firme, como la zancada del soldado en un desfile.

Supongo que la vida va de eso, de recomponerse siempre, pase lo que pase, porque nosotros seguimos mientras otros ya se han ido, y otros seguirán cuando nosotros nos vayamos.

Y parece que al final todos redactamos de un modo u otro, con letra, fotografías o canciones, la historia breve de nuestros fracasos.

Para no olvidar, pero sobre todo para no volver.

Texto escrito para Krakens y sirenas.

Magia.

Hace un día radiante y no vamos a disfrutarlo, seguramente por miles de razones para ello. Los días soleados y sin nubes a la vista me recuerdan a Henry David Thoreau y su obra. Le hemos dado la espalda a un mundo que nos vio nacer y nos acogió con los brazos abiertos, que nos dejó ser, que nos permitió respirar cuando podría no hacerlo. Somos un regalo que viene al planeta entre llanto y líquido amniótico.

Llamaría magia a todo eso que nos rodea si realmente fuera bonito pero seamos sinceros, todo es un asco. Nos hemos encargado de llenarlo todo de sentimientos basura, verdades a medias y fracasos. No somos capaces de solucionar nuestros problemas con sinceridad y nos encerramos en corazas hechas de tiempos mejores como si eso fuera a ayudarnos en algo.

Seguimos viviendo en un pasado que ya no es presente, y que no nos deja mirar hacia el futuro.

Seguimos culpándonos por todo.

Seguimos pensando que no merecemos nada bueno y que no vamos a luchar por ello.

Cada día que pasa pienso más en lo hundidos que tengo los pies en la mierda y las constantes náuseas que siento al final de mi esófago, y me pregunto en qué momento me dejé caer por el acantilado con los ojos cerrados, me pregunto en qué momento dejé de ser el dueño de mis pasos y mis decisiones.

Y no tengo respuestas.

Y tampoco sé muy bien si quiero tenerlas porque todo me acaba doliendo más de lo que me gustaría.

Llamaría magia al momento en el que apareciste, a aquel en el que sin darme cuenta me quedé mirándote a los ojos.

Llamaría magia al instante en el que sentí tu mano acariciándome el pelo en una noche cualquiera.

Llamaría magia al momento en el que un corazón hace crack para no recomponerse más.

Llamaría magia a tantas cosas que no tiene sentido.

Así que seamos realistas, ya que no vamos a decir en voz alta que nos queremos podemos conformarnos con gritar que todo esto es un asco.