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El vuelo de tu falda.

Te he escrito cartas desde el infierno que aún no has abierto y estamos caminando sobre los senderos más peligrosos. Vamos otra vez al filo, jugando con lo imposible. Tendremos suerte si podemos contarlo.

Sigo atrapado, sigo siendo un cuervo al que han disparado un par de flechas, sigo con medio cuerpo en el abismo.

Joder, es que yo no sabía que todo iba a ser tan difícil.

Hemos visto entrar en erupción a todos los volcanes, y sentido bajo nuestros pies mil movimientos de tierra con sus mil y una réplicas. Hemos sufrido las inundaciones en los ojos y huracanes en el pecho.

Y todavía no sé cómo hemos logrado mantenernos en pie.

Será que en el fondo nos soportamos más de lo que creemos, y bailamos al mismo tiempo las mismas canciones. O quizá es que dibujamos los mismos círculos y los pintamos sin salirnos de la raya. O puede que en el fondo sea que nos estamos riendo juntos de la vida, y que ahora le estamos sacando toda la burla que ella nos ha sacado antes.

Te he escuchado en pleno silencio.

Hemos hecho jarrones de barro con nuestros cuerpos.

Te he besado en medio de la nada.

He sentido agujeros negros en el pecho con tu ausencia.

He hundido sin ti las manos en la nieve.

Has aparecido en las canciones de otros.

He visto el Louvre pensando en lo que verían tus ojos.

Hemos compartido amaneceres con las persianas bajadas.

Nos hemos sorprendido sin querer.

Y todo es distinto.

Y ya nada será igual.

Pero es que vivir es un torbellino incontrolable de sucesos, sentimientos y pensamientos. Y no podemos hacer nada porque se nos rompen todos los planes, el orden, los días.

Y es cuando te das cuenta de que todo es frágil.

Y también fuerte, ya sabes.

Todo es raro hoy en día, sobre todo nosotros.

No sabía que iba a enamorarme sin haberte desnudado la mente y el cuerpo. Tampoco había pensado que todo lo malo iba a darme exactamente igual, ni que iban a gustarme más tus defectos que tus virtudes.

Me enseñaste a volar sin darte cuenta, sin tener la más remota idea, y ahora sólo quiero que veas el mundo desde aquí arriba conmigo, donde se respira mejor, donde se soporta cualquier tipo de dolor, donde podemos tener razón sin pelear.

Ahora ya sé que no me has hecho un muñeco vudú, que no había compasión en tu mirada, que para ti no era sólo una diana sobre la que acertar todos los dardos, que no tenías ninguna daga para clavarla en mi espalda.

Ahora ya sé que hay cosas que no tienen que hacer daño, que se gana más con un abrazo que con un reproche, que las decisiones hay que tomarlas a tiempo, que una jaula no atrapa ningún alma.

Ahora sé tanto que he vuelto a no saber nada.

Te seré sincero, me conformo con volar más bajo.

De tu mano.

Me conformo con ver el vuelo de tu falda.

Huracanes en tu falda.

Prefiero siempre el refugio y el abrigo que me otorga la noche, sensación de protección y libertad, de no deberle nada a nadie, de no tener que sonreír por pura cortesía. Y también prefiero la noche porque siempre acabas apareciendo entre la niebla, en medio de la lluvia que me cala hasta los huesos, me tiendes la mano, me besas la frente y caes rendida.

Te has quedado sin fuerzas y coges el aire a bocanadas, la vida te ha arrollado sin pensarlo y no te deja dormir a pierna suelta.

Insomnio, alcohol, pastillas.

Las alucinaciones hipnagógicas son el pan de cada día y el cuchillo en medio de la espalda está llegando cada vez más profundo.

Y luego están los momentos en los que me coges por sorpresa y me das un beso en medio de la calle, o te aferras a mi mano, y saltamos cualquier charco en el que se reflejan las luces de neón. Y no hay laberinto en el que tengamos miedo de perdernos.

Invencibles, con una armadura dorada que nos protege de todo lo que nos hace daño.

Pero cada cierto tiempo hay jornada de puertas abiertas en nuestras miserias y volvemos a sentir el sabor de la sangre en el paladar, nuestros dientes en el barro, nuestras manos manchadas de penas. Nos vuelve a abrazar la triste indiferencia del que sabe que nada bueno va a pasar, del que ha perdido la ilusión y se le nota en las pupilas.

Solemos hacer oídos sordos cuando estamos juntos en la cama, cuando nos arde la piel bajo las sábanas deshechas, cuando escuchamos la sangre bombeando en nuestros oídos, cuando el único mensaje que lanzamos hacia el cielo es el de nuestro placer. Una tregua en medio de la madrugada, tu sabor en la punta de la lengua, tu genética mezclándose con la mía, y la sensación ardiente en los pulmones y en el bajo vientre.

Lo acabamos dejando todo de lado, sin aprovechar cada minuto, sin luchar con la fuerza suficiente, escupiendo con rabia como si no fuéramos a acabar bajo una fría lápida, a tres metros bajo tierra.

Vamos a desperdiciar la vida separados, y la gran putada es que es la única que tenemos. Pero te aseguro que, a pesar de todo, seguiré siendo capaz de predecir huracanes en tu falda.

Te miro a los ojos, trago saliva como puedo y lo digo, aunque me cueste:

―Sabes que algún día no estaré.

Y me callo un:

―También sabes que no vas a hacer nada para evitarlo.

Y acabará dando igual que te quiera, que me quieras, porque sólo habrá dolor.

Voy a ponerle otro cerrojo al corazón.

[Retírate del juego, necio.]