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La piel cansada.

¿Que si me acuerdo de la primera vez que te vi? ¿Cómo no iba a hacerlo? Si aún te miro como entonces, como si todo fuera nuevo, como si fueras un regalo al que estoy quitando el envoltorio con prisa porque me muero de ganas de ver qué hay dentro, como si no supiera lo que hay detrás de tu sonrisa y tu mirada, como si no supiera que tras la ropa sólo hay piel cansada y lágrimas saladas.

Estamos hechos de cosas que no se olvidan y vacío, de pequeños fragmentos de pasado y deseos, de esperanza y viejas historias.

Yo no sé si mañana vamos a ser sólo aire o si vamos a estar bajo la misma piel de lobo manteniéndonos lejos del frío. Ni siquiera sé si voy a verte despertar algún día más, ni siquiera sé si voy a despertar algún día más. Tampoco sé si habrá dinero o si me queda café en la despensa y puedo seguir viviendo, o hacer lo que hago.

Pero no importa, lo que importa es que estoy aunque no me veas, aunque no puedas tocarme cada vez que quieras.

Estoy.

Justo a tu lado.

Estoy como está una sombra, o una huella sobre la arena, sin que te des cuenta, sin que le des importancia. Pero no somos nadie sin sombra. Mira lo que le pasó a Peter Pan, que huía de ella, y cuando la perdió y volvió a encontrarla tuvo que acabar cosiéndola. Porque tenemos miedo a todo eso que es parte de nosotros mismos, porque intentamos no ver ni mirar hacia dentro, porque no sabemos qué hacer con nuestros sentimientos llenos de nudos ni sabemos mirarnos al espejo sin cerrar los ojos. Tememos hacernos adultos, crecer, ser responsables, y asumimos que algunas cosas no deben cambiar para no tener que volver a empezar.

No creas que me pasan estas cosas con cualquiera, que nadie me ha hecho perder el sueño como tú, que nadie me ha hecho temblar en la oscuridad como tú, que nadie me ha besado con prisa como tú lo has hecho, que nadie me ha borrado las dudas de golpe como tú lo has hecho.

Escribiría por ti miles de páginas sin esfuerzo, y sonreiría cuando las nubes grises se posaran sobre nosotros, cantaría desafinando después de dos cervezas si es cuestión de reír contigo. Si tuviera que elegir te salvaría a ti de cualquier desastre.

Quizá por eso yo lo tengo todo tan claro y tú no.

Declaración de intenciones.

Has vuelto a soltar mi mano sin que me de cuenta.

Has vuelto a irte de puntillas en la penumbra para no despertarme y retenerte cinco minutos más en la cama.

Has vuelto a abrazarme con prisa.

Has vuelto a bajar la mirada cuando quiero hablar sobre algo serio contigo.

Has vuelto a sentir pena por un pobre enamorado como yo.

Has vuelto a construir la muralla, a ponerte la coraza, a fingir que aquí no pasa nada.

Has vuelto a arañarme por dentro y ya me duelen las costillas.

Has vuelto a dejar café recién hecho en la mesa de la cocina.

Has vuelto a quedarte dormida sobre mis piernas después de la cena.

Has vuelto a llegar tarde al trabajo por mi culpa.

Has vuelto a besarme después de una copa de vino.

Has vuelto a intentar hacer lo correcto.

Has vuelto a no jugar con fuego pero te has acabado quemando.

Y ahora somos cenizas que flotan en medio de la nada, esperando que una ráfaga de viento las lleve hacia otro lado, a donde haya tierra nueva y podamos asentarnos, y ser alimento para los nuevos tallos que florecerán más tarde.

Somos el germen, el inicio de algo mejor, pero tú.

Tú aún no quieres darte cuenta.

Nadie dijo que la vida fuera fácil, ni que las cuestiones del corazón sean lógicas, ni tampoco que no haya decisiones que nos van comiendo por dentro, del mismo modo que hacen las termitas con la madera o las ratas con los cables del teléfono.

Y al final, nos quedamos llenos de huecos que solamente la persona que los hizo tiene el poder de sanar.

El miedo ha hecho ya que dejes de escuchar tus latidos.

Y en estos asuntos, ya se sabe, al último al que hay que hacerle caso es al necio de nuestro cerebro, que prefiere quedarse tranquilo en un sillón con la serotonina por las nubes antes de dar el salto final que nos lleve a la meta que queremos conseguir.

Has vuelto a tener dudas.

Y con tus dudas no puedo.

[Mientras la lluvia inunda la calle todavía me queda un poco de esperanza.

Tengo un te quiero en forma de bala en la recámara.

Es mi última oportunidad contigo.

No pienso fallar.]

Hacia rutas salvajes.

Al menos, él hizo con su vida lo que quiso, sin importarle nada más. Tal vez fue un egoísta, un egocéntrico narcisista revolucionario que no pensó en los demás. Pero fue feliz mientras pudo. Antes de que la vida se escapara tras la niebla del McKinley.

Otros, como nosotros, como tú y como yo, nunca podremos apreciar la vida como él lo hizo. Sólo nos podremos quedar de pie ante las vías de un tren que nunca pasa, ante un muro de acero que no nos deja ver más allá, ante la comodidad de lo conocido.

Otros, como nosotros, como tú y como yo, siempre tendremos en la recámara una pregunta que nos matará poco a poco con el paso de los años, por ser incapaces de pronunciar algunas cosas en voz alta, por guardar palabras para no herirnos o para no tener que enfrentarnos al rechazo:

¿Qué habría pasado si nos hubiéramos atrevido a estar juntos?

Al menos, aparte de cierta estupidez, McCandless nos enseñó algo.

Supongo que en eso debería consistir la vida, en intentar conseguir todo aquello que quieres, en esforzarse, en luchar, en pelear con uñas y dientes por las causas justas. Ser consecuente.

Algunos necesitan dinero, otros amor, otros tan solo contemplar una puesta de sol, pero todos, a nuestra manera, intentamos ser felices.

Lo que no deberíamos aceptar en nuestra historia es el dolor, el daño, la indiferencia, el odio ni la rabia.

Lo que no deberíamos aceptar es el quedarnos con las dudas, quedarnos quietos por culpa del miedo, no dejar que se extiendan nuestras alas.

Lo que no debería aceptar es seguir sintiéndome un idiota por quererte.

Ojalá algún día sea capaz de anestesiarme y que todo, absolutamente todo, me de igual.

Sobre todo tú.

Vals triste.

Son buenos tiempos para cambiar.

Es la época de conseguir aquello que quieres, sin más. De plantar cara, de mirar de frente, de gritar con el viento en contra y decir toda la verdad.

Tiempo de lucha, de intentos y nuevos logros.

Tiempo de paisajes intactos, de bocas abiertas, de corazones desesperados al borde de un precipicio.

Tiempo del ahora.

Deberíamos dejar atrás lo malo, lo tóxico, todo aquello que nos asfixia y no nos deja respirar a diario. Deberíamos ser capaces de reflexionar y ver lo que nos va produciendo pequeñas heridas que luego escuecen pero no se ven.

Sigo pensando que soy un buen hombre, a pesar de los errores, a pesar de todo lo que he destrozado a mi paso como el más hijo de puta de los huracanes. Las palabras mal dichas, las verdades a medias, lo que dije sin pensar, lo que pensé y no pude decir.

Y todavía estoy a tiempo.

No estará todo tan perdido si aún soy capaz de emocionarme con el Kreutzer de Beethoven o Un sospiro de Listz como si fuera el primer día.

No será todo tan malo si aún puedo recordar tus besos con nitidez.

No lo habré hecho tan mal si a pesar del insomnio duermo con la conciencia tranquila.

Aún puedo leer tu rostro, y reconocer tus letras, y ver el amor en otros ojos. Aún puedo sentir cómo laten todas mis cicatrices cuando piensas en mí. Aún tiemblo de miedo porque no te tengo. Aún pienso en lo injusto que fue el tiempo con nosotros.

Lo que no veo claro a estas alturas es eso de merecerme algo.

Lo que no entiendo demasiado bien es si deberían pasarme cosas buenas, si debería sentirme más afortunado, si debería dar las gracias por lo que tengo y lo que hago.

Lo que me genera muchas dudas es no saber si tengo que conformarme o pedir más.

Mucho más.

Me veo viejo y solo de aquí a algún tiempo.

Me veo bailando a oscuras el vals triste de Sibelius mientras afuera llueve y la madera cruje bajo mis pies.

Estamos jodidos.

Nos hemos deshumanizado o, al menos, estamos en ello. Pero yo aún espero a que las cosas dejen de dolerme cuando lo necesito, a que todo me de realmente igual y no haya nada que me queme el diafragma.

Lo intento cada día pero no consigo llegar a ser fuerte, y dan igual los golpes, el entrenamiento, los pensamientos. No hay nada que consiga hacerme despegar los pies del suelo.

Y si lo hay no voy a admitirlo en voz alta porque ya no tiene sentido.

Hemos sido un par de cometas cruzando el cielo al mismo tiempo. Extraño fenómeno. Pero el hechizo se rompe, a todos se nos acaba cayendo la venda de los ojos, y da igual que resuciten los muertos cuando nos cogemos de la mano. Supongo que tú también tienes miedo, que te da pánico ver que te acabo dejando caer. Y a este paso, será verdad.

La ciudad huele a desierto sin ti, las nubes tóxicas dejan caer lluvia que envenena y camino por las calles como si fueran un cementerio en el que dejar mis huesos descansar. Creo que cada vez estoy más cerca de estar muerto por dentro, de encallar en cualquier orilla que se deje querer.

Todo son dudas existenciales en este mundo nihilista.

Estamos jodidos, porque algún día escribiré nuestra verdad y entonces llorarás conmigo.