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Otra dimensión.

Creo que debo estar hipomaníaco, el pensamiento me va tan rápido últimamente que no soy capaz de concentrarme del todo y voy saltando de una cosa a la otra haciendo varias cosas a la vez. Supongo que el tomar cinco o seis tazas de café al día para mantener despierto entre hojas rayadas, bolígrafos y subrayadores de todos los colores tampoco ayuda demasiado.

Llevo unas cuantas noches durmiendo un par de horas, más que suficiente para coger energías y seguir adelante con toda la paranoia que llevo dentro. Ni el hecho de ir al gimnasio con la primera luz del día ha conseguido calmarme un poco los nervios o rebajarme la energía, o quitarme el entresijo de pensamientos que me va llenando capilares y sistema nervioso periférico al mismo tiempo.

He vuelto a redescubrir la radio de madrugada, ahora entiendo por qué cuando te haces anciano recurres a ella para que te acompañe en medio del insomnio que no quitan las benzodiacepinas ni los hipnóticos recetados por el médico de cabecera.

Y cuando no es suficiente me veo obligado a encender la luz de la mesita de noche y a coger el libro que llevo a mitad desde hace meses para ir avanzando en la historia.

Ahora que viene el frío tengo calor metido en las sábanas de una cama que se va haciendo más grande con los meses y me acabará tragando sin que me de cuenta, llevándome a otra dimensión donde quizá los sueños se cumplan sin tener que sufrir por ellos.

El vacío nunca deja de crecer, el agujero negro del pecho acabará con todo.

Voy a guardarme la esperanza y las palabras pronunciadas porque no sé qué va a pasar.

Ataraxia.

Si al final lo único que queremos es dormir tranquilos, lo único a lo que aspiramos en la vida es no tener preocupaciones, poder besar, reír, abrazar, sin que nada duela, sin que nada pese y nos arrastre como si fuera una corriente marina traicionera.

El miedo ha ido creciendo dentro de mí y es tan tramposo, porque nos hace inseguros, cobardes. El miedo nos transforma y puede sacar lo peor de nosotros mismos: el odio, el rencor, la rabia. Estoy haciendo una lista con los errores que he cometido contigo para quemarla en San Juan, para intentar empezar de cero conmigo mismo y ser capaz de perdonarme. De nuevo soy el culpable de todo, de nuevo he arruinado la situación. Ahora me siento tan responsable de todo el daño que te he hecho, de todo el caos que he causado, que soy incapaz de cerrar los ojos sin que me despierte la taquicardia.

Contigo conseguía esa paz estoica, esa extraña calma en la que puedes escuchar cómo crecen las flores y ahora lo he convertido todo en un campo de minas, tan peligroso para lo dos.

Contigo todo era ataraxia, conseguía estar en equilibrio y quitarme los remordimientos, el malestar conmigo mismo. Lograste que pudiera mirarme al espejo sin odiarme, sin querer arrancarme la piel al desnudarme, que me sintiera querido, cuidado y protegido. Ayudaste a que buscara eso que todos deberíamos buscar por nosotros mismos: ser mejores, llegar más lejos, saltar más alto.

Supongo que ya te habrás dado cuenta de que, por mucho que pueda o sepa escribir, sigo expresándome mejor con besos que con palabras, que al final sólo los gestos nos representan realmente, y a tu lado se me atragantan las oraciones subordinadas, acabo diciendo lo contrario a lo que quiero decir, me explico peor de lo que me gustaría.

Espero acabar siendo una figura de mármol, que todas estas turbulencias que siento se vayan lejos, quedarme inmóvil por un tiempo, que pasen los días y las noches lo más rápido posible, que desaparezca esta sensación que tengo en la piel, dejar de echarte de menos más de lo que he echado de menos a nadie antes, querer vivir de nuevo.

O que lo arregles todo y vengas a salvarme con un abrazo, y me dejes llorar en el hueco de tu cuello hasta calmarme, que tus besos sean bálsamo y no veneno.

 

Mientras tú y yo nos besamos.

El rosal de afuera se mueve con suavidad, como te mueves tú por la noche cuando duermes conmigo y te deslizas bajo las sábanas buscando espacio entre los dos.

Yo sé que sólo te dejas querer a ratos, que el resto del tiempo no te gusta esa sensación de pertenecerle a nadie, pero me gustas así todo lo salvaje que quieras ser, con las uñas arañándome o acurrucándote contra el pecho mientras escuchas mi respiración, con maquillaje o sin él, vestida o desnuda, hablando, gritando o en silencio, esquivándome o abrazándome fuerte.

Yo sé que escucho música rara y que digo cosas sin sentido que no interesan a nadie. Ya sé que vivo en las nubes la gran parte del día y que me repito demasiado. Ya sé que parece que sólo puedo hablar de café, música, libros y muertos, y que dejo de ser interesante a la segunda conversación. Ya sé que debo ser poca cosa en la cama y que estoy cada vez más lejos de ser lo que buscas y necesitas en estos momentos.

Tu voz, a veces, me suena como deben sonar las estrellas para quienes saben escucharlas. Tu sonrisa se dibuja tan suave como debían pintar los pinceles de Degas o Monet sobre un óleo. Tu cuerpo ha sido la única paz que he encontrado en todo este viejo y largo camino.

Yo no sé si los lobos aún te siguen al andar, ni si te das cuenta de todo el desastre que me has dejado en el alma.

Y es que me da igual, a mí me pasa como en el Evangelio, que una palabra tuya bastará para sanarme, y que podrías convertir el agua en vino y resucitarme con sólo un suave toque sobre el corazón. Porque yo lo tengo claro, pienso en lo que quiero, lo hago con calma, y sólo puedo verte a ti, y si tu imagen se difumina, si pienso que no estás en este trayecto todo se vuelve oscuro, sin sentido, y no encuentro nada que me ilumine la vida como lo hacen tus ojos al mirarme.

En tu ausencia no puedo ni quiero vivir.

No quiero contigo ni guerras ni fronteras ni silencios dolorosos.

Sabes que encajamos como esos puzzles sencillos de cuando éramos niños, y eso no debería darte miedo ni hacerte huir a ninguna parte que no sea a mi lado.

Soy tu oportunidad y tú la mía.

Seamos todo pero juntos.

Y después que se rompa el mundo, el tiempo y el universo si quieren mientras tú y yo nos besamos.

Loco.

Querer a alguien nunca había sido tan fácil para mí.

Lo complicado es todo lo demás.

La gente me llama loco por seguir aquí, sobre el nivel del agua, aunque me llegue al cuello. La gente me llama loco por no haberme rendido todavía pero es que no sé hacerlo, no puedo cuando sé de sobra que algo vale la pena.

Y claro que soy un loco porque lo contrario es ser aburrido, y lo cierto es que me dan igual cien camisas de fuerza y las pastillas para dormir y dejarme sin conciencia. Sé que aunque me encerraran en una habitación sin ventanas seguiría recordando tu nombre cuando me dejaran ver la luz del sol. Sé que recordaría tus ojos en cualquier habitación, atado a la cama, llorando en silencio.

Claro que soy un loco porque creo en el amor, y en ti, y en que algunos días las nubes se van y el sol sólo brilla por nosotros.

Creo que la cordura mata al mundo, la cordura mata las emociones, la cordura acaba matando lo extraordinario que hay dentro de nosotros. Y es eso mismo, nuestra parte rara y diferente lo que nos hace únicos, lo que nos hace especiales, lo que hace que se nos iluminen los ojos cuando hablamos de una canción, un recuerdo, un libro que nos gusta o recitamos un poema que sabemos de memoria. Es esa locura la que nos hace estar vivos y respirar con ganas, reír con una explosión de alegría, compartir lo único que realmente podemos compartir, que es la vida.

Podéis seguir siendo muñecos de ojos apagados, marionetas que se dejan llevar por lo que dicen los periódicos y los iluminados de turno.

Podéis apagar vuestras conciencias viendo la telebasura y leyendo los best-sellers de los anuncios de televisión.

Podéis dejaros controlar por la tecnología y el qué dirán, y toda esta sociedad intoxicada que nos rodea en cada momento.

Yo prefiero seguir intentando salirme del círculo, enamorarme más de ti cada día, saber apreciar la lluvia que vendrá en otoño, el olor a tostadas quemándose otra mañana más.

Prefiero seguir siendo un loco.

Incendiar el mundo.

Dicen que la noche es para dormir pero nosotros nunca hacemos caso a los demás. Hace ya tiempo que decidimos llevar las cosas a nuestra manera, caminar a nuestro modo, recorrer lo senderos sin dejar que nadie nos guíe.

Preferimos entendernos mutuamente que intentar entender al resto.

Y donde más nos entendemos es entre las agónicas sombras de la madrugada, donde no hace falta que hablemos para saber dónde y cómo tenemos que acariciarnos, para saber en qué momento tenemos que besarnos o susurrarnos cualquier cosa que no sea un te quiero contra el cuello. Nos gusta chocar las caderas sin que suene la música, nos gusta notar el sabor del alcohol en el paladar, lamernos todas las heridas que aún tenemos sin cerrar.

Nos gusta repetir y alzar el vuelo entre las cuatro paredes de mi habitación.

Nos gusta dejar el miedo a un lado, llenarnos de silencio y vivir el momento; disfrutar el poco tiempo que tenemos entre este caos vital del que somos víctimas.

Quiero abrazarme a tus caderas y que me mezas con ellas hasta ser capaz de cerrar los ojos.

Quiero apoyarme en tu pecho y dejarme llevar.

Quiero reptar sobre las sábanas hasta encontrarme con tu ombligo y mezclar mi saliva contigo.

Somos sólo un par de almas en pena que se encontraron al final del túnel, que se chocaron cuando estaban llenos de tristeza y todo era barro en sus ojos.

Y ahora nos queda incendiar el mundo cada vez que nos tocamos, nos miramos a los ojos y damos otro trago a la copa de vino. Ahora nos cazamos en cada esquina, vivimos el desorden, nos cuidamos de manera clandestina.

Podría acostumbrarme a tu cuerpo sobre el mío, a escuchar cómo te escapas de las sábanas cuando sale el sol, a tus besos en la espalda mientras me estoy despertando.

De verdad que podría acostumbrarme a tu fuego.

[Está Marea sonando fuerte, resonando en mi cabeza, diciendo que duermas conmigo.]

El Universo a tus pies.

Te invade una extraña sensación.

Despiertas de buen humor, con una sonrisa, y hace mucho que eso no pasa.

No hay nadie en tu cama pero apenas importa, porque hay sensaciones que son certeza. Como que ella no está y que ya da igual, como que no habrá más pecado y que no estarás a su lado.

La cosa es que tragas saliva y parece que todo está un poco más claro. Ya no hace falta que te esfuerces por esconderte, no es necesario que trates de ocultar la verdad. Lo sé todo desde antes de que pasara. Y tengo algún testigo que puede confirmarlo.

Yo quería comerme el mundo contigo y ahora, sin ti, creo que voy a morirme de hambre.

Diría que no voy a buscarte más pero no puedo, porque me gusta cumplir todo lo que prometo. Todavía creo en las palabras y en las miradas frente a frente, mente a mente. Y es que siento que me estoy matando contigo, que a tu lado he gastado ya seis vidas y ahora camino sobre las cornisas con más miedo que antes.

Crees que no pero me he percatado de todo, de que esto no es para siempre, de que me quieres pero no me necesitas. O al revés.

He querido poner el Universo a tus pies y me he dado cuenta de que se queda pequeño, que en el fondo no soy suficiente, que probablemente la culpa es mía porque no te he dado lo que querías, porque no he sabido hacerme imprescindible en tus veinticuatro horas.

Me hago cargo, soy yo el que se tortura, el daño me lo he hecho solo.

Quedas absuelta, te declaro inocente.

Lo único que esperaba era encontrarte en mi cama cuando se apagara la luz, decirte buenas noches antes de caer rendido, brindarte orgasmos después de que sonara el despertador, hacerte rabiar sólo para verte fruncir el ceño y arrugar la nariz, darte el aire que le faltan a tus alas, avivar el fuego que arde débil en tu hoguera.

Quería abrazos en los días silenciosos, y un poco de luz cuando acechara el gris. Libros con olor a viejo en nuestras estanterías y fotografías nuevas por las paredes.

Y ahora soy esa puta bombilla en ámbar que parpadea, sin saber si hay que frenar o acelerar. Sin saber si tengo que seguir besándote, buscar la adrenalina o saltar de una vez por la ventana.

Lo malo de esto es que lo digo como si fueras a decirme que me calme, que todo está bien, y que cierre los ojos porque es hora de dormir.

Robin Hood.

Las luces apagadas de su casa me hacen saber que ya no está. No tengo ni idea de dónde ha ido y me tiembla la mano si pienso en coger el teléfono y marcar un número que me sé de memoria aunque lo borrara de la agenda. Hace mucho que no compartimos vicios, ni un poco de vida. Y los recuerdos en color sepia no nos sirven. Y nada importa. Y ahora está todo tan muerto como esas plantas que dejamos secar al sol al irnos de vacaciones.

Siempre me debatí entre ser dueño de tu corazón o de tus ojos, y cuando sopla la brisa desde el mar aún te recuerdo desnuda en mis brazos.

Ya no sé dónde voy a ir, ni cuál es mi objetivo.

Esta montaña rusa diaria me ha desorientado por completo y estoy todavía demasiado lejos del olvido. 

¿Recuerdas que teníamos un plan?

¿Recuerdas que sabíamos lo que queríamos?

¿Recuerdas cuando me decías que me creía un Robin Hood moderno?

¿Recuerdas que siempre he intentado lo imposible?

Ahora hay pocas cosas ya que me dejen sin aliento, y ni siquiera tengo tanta hambre como para querer comerme el mundo como antes. Jugamos como adolescentes a ser príncipes y princesas, y nos dejamos llevar por el viento sin tener ni idea de que podíamos rompernos como dos vasos de agua al borde de una mesa.

He perdido la esperanza y no creo ni en mí mismo, ni en los demás.

La batalla está aquí dentro desde que tengo el corazón ardiendo y apunto de destrozarlo todo. Y no sé si la resistencia va a ser capaz de entrar en mi cabeza como hizo la Nueve en París aquel 24 de Agosto del 44. No sé si yo soy capaz de volar tan alto como lo hicieron antaño nuestros sueños.

Dudo que en estos momentos pueda seguir poniendo a los demás por delante de mí, y lo que más me importe sea devolver su dinero a los pobres. Dudo que siga siendo tan valiente como para pelear contra Goliat.

Sólo quiero dormir, como esos viejos de ojos cansados e historias largas.

Estoy cansado de caminar cada noche sobre los tejados poniendo a prueba mis siete vidas.

Cerrar los ojos.

Respirar.

Volver a nacer en algún momento.

Y hacerlo todo mejor.