Etiqueta: domingo

Vidas normales.

Perros en pisos de cuarenta metros cuadrados.

Baños compartidos.

Pinzas que caen al vacío tendiendo los calcetines.

Los gritos del vecino de al lado a su madre con Alzheimer.

Muebles siendo arrastrados un sábado a las nueve de la mañana.

Olor a paella los domingos.

Ingleses de vacaciones en el 3º B.

Un beso de despedida en el portal.

Café y tostadas para desayunar el fin de semana.

El wifi desconectándose cada cuatro días.

El pakistaní de la esquina abierto hasta las tres de la mañana para comprar helado después de follar.

Dormirse viendo Netflix todas las noches.

El hueco vacío en el sofá.

Tus fotos en la mesita de noche.

Un par de libros que no consigues acabar.

Las noticias en la radio de despertador.

El late night de turno en la pantalla del teléfono mientras vas a trabajar.

Conversaciones de política.

Peleas por culpa del fútbol.

La luna delantera del coche llena de barro.

El semáforo parpadeando siempre que vas a cruzar la calle.

El supermercado cerrando tarde por tu culpa.

Y tú pidiéndome que me vaya.

Otra vez.

Sin dejar que me haga un hueco en la vida junto a ti.

Escandinavia.

Los domingos son parecidos a bailar un bolero con el reloj, y nos van rasgando un poco el corazón aunque no nos demos cuenta.

Es momento para detestar los lunes por encima de todas las cosas, para ver los huecos en la mesa, en la cama y el sofá.

Los domingos se visita el cementerio.

Se encienden velas.

Se pasea por la plaza.

Se toma vermú.

Se come en familia.

Se dejan sin respuesta muchas preguntas lanzadas al viento.

Se extraña más que se echa de menos.

Duele todo y no da tiempo a pensar en Escandinavia.

Los domingos tienen ese tinte de final agónico, de resaca, de afonía culpa del alcohol, el tabaco y los gritos de la madrugada del sábado.

Los domingos se puede planear una huida, una estampida o seguir dudando de todo.

Repican las campanas y la calma invade las calles a la hora del café.

El tren se escucha a los lejos.

La gente prepara las maletas y se despide con besos.

Entiendes lo que significa la palabra saudade.

Algunos fuegos dejan de quemar.

Y otros se encienden sin saber que se apagarán algún día.

Confesaré que siempre detesto los domingos por la tarde, menos cuando estoy contigo y pisamos el mismo suelo.

Polizón.

Otro beso al borde del abismo, el sudor cayendo por la espalda y el nudo en la garganta.

Y la esperanza hace tiempo que se quedó a los pies de la cama.

He oído tantas veces que la paciencia siempre tiene recompensa y yo aún no la he paladeado, sólo tengo el sabor amargo al final de la lengua que me dice que he perdido, que no importo, que no valgo, que no sirvo más que para que se limpien el barro de las botas sobre mi espalda.

Y aquí sigo robando besos furtivos mientras me pudro por dentro, mientras mis huesos se convierten en cenizas que cualquier mala racha de viento se lleva bien lejos.

Nunca debí darte permiso para todo, nunca debí olvidarme de mí para ponerte siempre por delante, nunca debí dejar que me convirtieras en polizón en este viaje; oculto en las sombras a la vista de todos y de nadie.

Habría parado antes, antes de sentirme tan roto, tan extraño, tan lejos de mí mismo.

Habría parado cuando aún tenía dudas, cuando no sabía si eras lo que quería y necesitaba, cuando sólo era un cuerpo contra otro cuerpo y apenas me importaba si sobrevivíamos juntos o acabábamos cada uno por su lado.

Habría parado si hubiera podido, si hubiera querido, si hubiera sabido.

Ahora me miro al espejo y me veo distinto, y sin embargo, no consigo sonreír de verdad sin que todo queme por dentro, sin que salga pus de las heridas.

Estoy otro día, otro maldito domingo en soledad, esperándote con café y ha vuelto a quedarse frío.

Yo no quería vivir de recuerdos, quería experiencias nuevas contigo.

Y has hecho que tenga que conformarme con la memoria mentirosa y las fotografías que sólo guardamos tú y yo.

Desidia.

Todo son explosiones y a mí me duele el estómago, la cabeza y las ausencias.

Lo de ganas de vivir suena a algo desconocido para mí.

Te has dado cuenta ya de que sigues fingiendo, que aparentas estar bien cuando por dentro eres todo arenas movedizas, que todavía intentas sostener el peso del mundo sobre tus hombros pero ya no resistes como antes. Nos desgastamos mentalmente como se desgastan los huesos de un anciano, sin que le des importancia hasta que empieza a latir el dolor en las articulaciones.

Nos damos cuenta de las situaciones casi siempre demasiado tarde, cuando estamos con el agua al cuello y es difícil ya buscar una cuerda que nos saque del agua antes de comenzar a tragar líquidos y morir de una manera parecida a la que nacimos, encogidos en nosotros mismos y sin poder respirar. Vamos haciendo nudos allá donde pisamos, volviéndolo todo complejo y enmarañando los cables hasta electrocutarnos.

Yo no puedo luchar más, voy a dejar que llegue la primavera y las lluvias de abril hagan conmigo lo que tengan que hacer: dejarme en la orilla, arrastrarme hasta el mar, convertirme en un estúpido mensaje dentro de una botella de vidrio.

Dejo ya de gritar porque no tiene sentido hablar en voz alta sin un público atento.

Dejo ya de correr porque no vale la pena esforzarse sabiendo que no vas a llegar.

Voy a dedicarme a mirar por la ventana hasta que las noches empiecen a encenderse con los meteoritos y el mundo huela a azufre, hasta que se me borre la memoria como un disco duro, hasta que no pueda mover las piernas porque ya no sepa hacerlo.

En otra vida trataré de no instalarme en la desidia cada domingo por la tarde pero mientras tanto voy a hacerme un café y a morir un poco, que es lo único que se me da bien.

En mitad del sombrío invierno.

Nos creemos los héroes cuando quizá no seamos más que los villanos.

Yo sólo sé que soy como un soldado que en plena guerra tiene el brazo roto y no puede sujetar el fusil, y por eso ya no sirve para nada, por eso me mandan a las trincheras y de vuelta a casa en mitad del sombrío invierno (in the bleak midwinter*). Soy a ese al que mandaron en primer lugar a dar la cara, a recibir las balas, los golpes y a llenarse de barro las botas porque mi pérdida no supone nada, porque no soy tan valioso, porque sólo sirvo para sentirme halagado con lo que me toque por fortuna.

Me siento ya en retirada, caminando silencioso entre la bruma y el humo de tabaco, deseando que la lluvia deje de calarme las entrañas para llegar a casa y que alguien, que probablemente no lleve tu nombre, me cure las heridas y me cuide el corazón.

Sabemos que el mundo va a consumirse a sí mismo, que nosotros estamos ayudando a que todo se desintegre más rápido de lo que debía hacerlo. Pero imagina, imagina por un instante que existe una cuenta atrás, imagina que hay un plazo, que tenemos una fecha exacta en la que todo se destruirá.

Imagina que eso va a suceder en cinco años, que entonces el mundo ya no será mundo y tú no serás tú, y tus manos no serán manos. Y todo se habrá acabado, de un instante a otro, todo desaparece y no hay conciencia, ni cultura, ni ricos, ni pobres, ni historia, ni facturas, ni peleas, tampoco miradas cómplices, ni caricias, ni la tristeza de un domingo por la tarde.

Imagina que el mundo tiene fecha de caducidad y que tú tienes un temporizador marcando una cuenta atrás que llegará a cero y lo destruirá todo. Piensa bien a quién querrías dar el último abrazo, el último beso, a quién hablarías por última vez, qué canción escucharías antes de ser parte de alguna estrella, qué comerías la última noche, qué dirías para despedirte.

De verdad, para un segundo.

Un minuto.

Dos.

Tres.

Los que sean necesarios para que pienses un poco.

Mira a tu alrededor, mira tus manos, tus pies, tu cara en el espejo del pasillo.

Mira tus libros en las estanterías, las últimas conversaciones en tu teléfono.

Mira tu vida y piensa si estás haciendo con ella lo que realmente quieres.

Y si la respuesta es no.

Si la respuesta es no, cámbiala porque quizá el mundo no acabe tan pronto, pero el tiempo pasa rápido, y entonces respirar no te habrá servido para otra cosa que para doler, y estoy convencido de que no hemos venido al mundo para eso.

Si la respuesta es no: sal de casa, búscale, llama a su puerta para quedarte, y aprovecha el tiempo hasta la muerte o hasta el fin del mundo, lo que llegue antes.

*In the Bleak Midwinter, es un poema de la poetisa inglesa Christina Rossetti. Fue una frase popular entre los soldados de la Primera Guerra Mundial. Aparece en varios capítulos de la serie de la BBC Peaky Blinders.

Vivir sin ti.

No sabría decir qué olor tienen ahora las tardes de domingo, ni las mañanas. Quizá es una mezcla de sábanas usadas, folios impresos, subrayadores y café.

Y nostalgia, o pura tristeza, tampoco sé distinguirlo demasiado bien.

Los sentimientos se han comenzado a mezclar aquí dentro como si la vida se tratara de una batidora o una trituradora que todo lo destroza, sin más motivo que el de destrozar por destrozar.

A estas alturas del año esperaba cosas muy distintas a las que tengo, esperaba que todo hubiera cambiado a mejor y sólo puedo pensar que con el paso del tiempo la mayoría de aspecto vitales están yendo a menos, apagándose como la luz de una vela con las horas. Esperaba algo de nieve en los tejados, algo de amor en el sofá, algo de verdad en los telediarios, algo de sinceridad en tus palabras.

Creo que leo mejor los ojos que los labios, por eso sé que callas más de lo que debes y realmente quieres callar.

A estas alturas del año que estoy tan lleno de miedos e inseguridades, tan lleno de nervios y ansiedades, tan repleto de tristeza y escasez de voluntad.

A estas alturas y tú tan lejos.

Será que no necesito más que cogerte de la mano mientras gira el mundo como siempre lo ha hecho.

Será que me importa poco lo que pase en la ciudad si tú estás a salvo.

Será la tranquilidad de saber que mientras tú estés bien yo podré estar bien.

Pero no lo estás, y yo tampoco.

Aunque diga lo contrario sonriendo (casi creyéndomelo).

Por eso esto no funciona como debería estar funcionando, por eso estoy encogido sujetándome las rodillas con los brazos mirando a la nada pensando en todo. Y me gusta tan poco el futuro que imagino sin ti, me gustan tan poco los días sin el reflejo de tu pelo entrando por la puerta, me gusta tan poco existir sin tus besos. La verdad es que no me gusta nada habitar en un paisaje en el que no aparezcas a diario.

Vas a dejarme marchar sin oponer resistencia, sin sujetarme por los brazos, si detenerme con un beso que se haga eterno, y parece que no te importa lo más mínimo, como si el final de todo esto dependiera únicamente de mí.

¿Sabes? Pensaba que esto del amor era siempre cosa de dos.

Y no sé qué voy a hacer ahora, porque a mí me pasa como pasa en la canción.

Ya no puedo vivir sin ti.

No hay manera.

Todavía sueño.

Dicen que existen otros mundos, otras realidades, otras existencias en las que todo puede ser igual pero de un modo distinto. Mundos en los que nosotros podríamos ser nosotros y mirarnos a los mismos ojos pero con otros sentimientos, con un fondo diferente. La función es diferente cada vez que se representa en el teatro, y la sinfonía suena distinto cada vez que se interpreta, y supongo que eso podría pasar con nuestras almas, que cuando cobran forma de nuevo, cuando vuelven al mismo cuerpo todo puede cambiar.

En una realidad paralela todo sería muy distinto, te lo aseguro.

En una realidad paralela todo es diferente pero no exactamente del revés.

En una realidad paralela no todas pero algunas cosas son mucho mejor.

Los meses de otoño no son tristes.

La soledad no duele.

Las sonrisas permanecen.

El silencio no es incómodo.

La sensibilidad es una virtud.

Los abrazos y los besos no se tienen que pedir.

Hay libros para todos.

La muerte te pide permiso.

El dinero no lo es todo.

Siempre hay tiempo para las despedidas.

Se demuestra lo que se siente.

No se oculta la verdad.

Mirar a los ojos es un mandamiento.

El miedo no existe.

El agua nunca falta.

Lo bonito no se tiene que esconder.

En una realidad paralela ahora mismo estás cogiéndome la mano, entrelazando tus dedos con los míos, paseamos juntos, los domingos no son tan grises.

Al final nunca pierdo la esperanza, quizá por eso todavía sueño.

Eres como Florencia.

Últimamente todos los días tienen esas trazas de desasosiego de un domingo por la tarde. Esa sensación de vacío de cuando volvías del pueblo al final del verano y tocaba retomar la realidad. Ese inexplicable sentimiento de añoranza, de pérdida, de no ser capaz de volver el tiempo atrás para poder disfrutar de todo de nuevo con más intensidad. Esa incapacidad de dejar atrás experiencias para poder afrontar las nuevas.

Todos los días comienzan a adoptar el mismo color cálido, amarillento y apagado de los campos de trigo después de la siega. Todos los días comienzan a ser un cenicero lleno de colillas que nadie recuerda vaciar. Y me repito, y voy a acabar yendo de bar en bar con tal de intentar olvidar.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos cuando llenabas mis días de color, aunque tú dijeras que todo iba mal, aunque el mundo se desmoronara bajo nuestros pies. Pero íbamos cogidos de la mano y me daba igual absolutamente todo. No me importaban ni la tectónica de placas, ni las guerras remotas, ni la capa de ozono, ni la estación espacial internacional. Tampoco me importaban los libros de Kant, el turismo en Madrid, las banderas rojas de las playas ni los parques para perros. Porque ahora y siempre has hecho que todo se esfume, que lo demás se quede en ese ángulo muerto en el que ya no puedes verlo.

Y, ¿sabes qué?

Echo de menos que crezcan primaveras por allá por donde caminamos, con lo que a mí me gusta el frío del invierno, el paisaje helado y blanco. Echo de menos que nos broten flores de las manos cada vez que nos tocamos. Y que surjan fuentes con cada uno de nuestros besos. Y, sobre todo, echo de menos esa sonrisa limpia, la de cuando no te preocupa nada, la de cuando te sientes libre y caminas decidida; y te conviertes entonces en el motor que mueve mi vida.

Te digo una cosa, de verdad que te permito toda esta guerra si luego vas a llenarme de paz, si vas a allanarme el camino, si los días van a ser durante un tiempo mar en calma y noches estrelladas.

Te permito todo si los relojes y los calendarios van a ser invisibles para los dos, si nos pasaremos las tardes mirando por el balcón, si cuando seamos viejos vamos a sentirnos más jóvenes y fuertes que nunca mientras nos damos las buenas noches y nos dejamos caer sobre el colchón.

Y es que no sé para mí eres como Florencia, tan bonita que si no existieras habría que inventarte.

 

Un respiro.

Otro domingo de golpes y caídas.

Te das cuenta de que estás solo cuando no tienes a nadie con quien llorar y tienes que abrazarte a la almohada para sentirte un poco reconfortado.

Otro domingo lleno de minas de sal, de silencio en casa y ruido en las calles.

Estoy roto en tantos pedazos que cada vez que intento recomponerme lo hago peor y ya no sé cómo era mi yo original. Alguien con tantos destrozos, uno detrás de otro, no puede acabar bien.

Y ya no puedo mirarme al espejo sin sentir pena de mí mismo.

Necesito un respiro, coger aire antes de ahogarme de una vez y para siempre. Necesito una pausa, un momento de dejar la mente en blanco, de no pensar en nada, de no existir. Si tan sólo pudiera desaparecer unas horas, dejar de ser, dejar de hablar, de imaginar, de ver, de escuchar.

Ha llegado un punto en el que mis letras me duelen casi tanto como la realidad y no puedo soportarlo y necesito parar, golpear el teclado, tirarlo todo por la borda y no escribir durante un tiempo.

Necesito detenerme en este punto y mirar hacia dentro y prender la mecha para ver si esto cura de verdad o todo es mentira. Necesito pensar si todo este tiempo lo que había en mi cabeza han sido puras fantasías o ha sido algo real. No sé si este descanso durará días, semanas, o quizá meses; pero creo que necesito un tiempo para dejar de hacerme más daño a mí mismo.

Ya he tenido suficiente.

Me quedo aquí de pie, mirando el Ártico tan perdido o más que siempre. La inmensidad helada y yo congelándome como siempre ha debido ser. Yo muriendo de frío sin ser capaz de ver un rayo de sol. No sé por qué intenté encontrar un camino que no está hecho para mí.

Esto no es un adiós, de verdad, lo digo sinceramente (como cuando la miro a ella a los ojos).

Esto no es un adiós, sólo un hasta luego.

El verano de nuestras vidas.

Es domingo y el corazón siempre se resiente.

Me vienen a la cabeza las noches contigo, las risas, los besos a escondidas, la adrenalina en las venas o en cualquier otra parte.

Y no sabes lo que me jode ver que este tampoco va a ser el verano de nuestras vidas, que pasan los días y las noches y seguimos intentando respirar a pleno pulmón pero no lo conseguimos.

Y la pena de ver que no hemos quemado los miedos, que seguimos sin ser un par de temerarios capaces de enfrentarse a todos sus demonios y a los de los demás.

Ahora soy sólo un esclavo que no quiere desprenderse de sus cadenas y que se queda encogido en la humedad de la bodega de una embarcación que no va a ninguna parte, un navío que se dedica a zozobrar y a intentar resistir a las tormentas que se suceden una tras otra.

Me has dejado marcas invisibles y algún que otro nombre de galaxia en la cabeza.

Yo, que te habría dado a elegir el lado de la cama, que te habría dado besos inesperados, que te habría hecho castillos de arena en los que no hay monstruos ni princesas.

Yo, que te habría abrazado por la espalda mientras contemplas cómo nos deja el sol tras el mar, que te habría tapado los ojos antes de darte un regalo el día menos pensado.

Yo, estoy lejos de ser perfecto pero lo habría intentado por ti.

Pero tuviste que pensarlo demasiado.

Y eso nunca es buena señal.

Tengo ahora un par de llantos atrapados en el cuerpo, y cientos de nudos en la garganta, porque yo te necesito y tú a mí no. Estigmas en la piel y una mirada translúcida llena de recuerdos que quizá sólo son sueños.

Y a pesar de todo, de que sea verano o el más frío de los inviernos, sé que no hay futuro que valga la pena lejos de ti.