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Las víctimas de la memoria.

La vida acaba siendo un desastre tras otro, no necesariamente de manera natural. La mayor parte de las ocasiones lo forzamos todo tanto que lo transformamos, y nos transformamos, hasta ser simples caricaturas de lo que un día fuimos. O más bien, pienso, en lo que creemos que un día fuimos.

Somos más víctimas de la memoria que de las mentiras.

Aquellos recuerdos dorados en los que te ves sonriendo apenas existieron, apenas fueron buenos aquellos días de verano aunque ahora los recuerdes con un aire de añoranza. Tampoco pienses que aquella tarde cerca del mar fue de las mejores de tu vida. Nos encargamos de aderezar los instantes pasados para creer que fueron irrepetibles, adornamos con palabras y giros de guión aquella escapada, aquel viaje rutinario, aquella noche en la que tan sólo dormimos juntos y tenemos la sensación de que follamos como si fuéramos salvajes. Nos aferramos al pasado porque somos incapaces de construir un buen presente, porque preferimos recordar y sonreír a hacer algo con esfuerzo y que sea mejor. Es tan sencillo acomodarse, dejarse caer en el sofá y encender el televisor, poner el piloto automático en la vida y que el avión nos lleve por donde nos tiene que llevar, a una altura y un rumbo definidos. Sin pensar mucho, sin desgastarnos la materia gris.

Somos fruto de nuestros propios engaños, de todas las vendas que nos ponemos sobre los ojos para no ver la realidad que nos golpea como el viento de poniente en pleno verano.

Vivir del autoengaño, a eso nos dedicamos en el siglo XXI, a autoconvencernos, a cerrar los ojos con fuerza, a no escuchar a los otros, a no mirar a los lados.

Hemos sido absorbidos por el afán de aparentar, de tener que sonreír siempre, de pretender ser más que los demás. Tener más éxito, dinero, sexo, planes, ropa, teléfonos, coches, casas, vacaciones.

No sé en qué momento llegará eso de buscar más dignidad, honradez, sinceridad, valentía, respeto, tolerancia, comprensión.

No sé si dejaremos de aparentar para simplemente ser.

Y eso también me lo pregunto cuando pienso en nosotros.

Y sólo hace que quemarme por dentro.

Sólo quiero.

Debe ser ya abril en París porque no estoy entendiendo lo que me pasa dentro del pecho, aunque fuera el frío siga congelando pestañas y las olas rompan con más fuerza que nunca contra las playas del norte.

El tiempo ya ha demostrado que es frágil, escurridizo, que le gusta escaparse entre los dedos igual que se escapan los mechones de tu pelo entre los míos mientras veo cómo vuela la noche más oscura sobre mis hombros para llenarme de miedo y viejos temores.

El tiempo es, al menos, tan caprichoso como lo somos nosotros, que algunos días lo queremos todo y al día siguiente lo tiramos a la basura, sin preocuparnos demasiado, y después nos arrepentimos sin que podamos remediarlo.

Algunas veces tomamos decisiones sin pensar y otras pensamos tanto que nunca llegamos a decidir nada, que nos quedamos pisando el alambre sin atrevernos a comenzar a caminar sobre él.

Somos animales de costumbres, que prefieren quedarse en su cueva a salir a encontrar algo nuevo por si no es mejor de lo que tienen. El «por si» delante de un no sale bien es casi tan mortal como el «pero» después de un te quiero.

Somos animales racionales muy irracionales, que se dejan llevar por los instintos, por la atracción de unos labios, por el magnetismo de una mirada, por la sonoridad de las palabras, por la canción adecuada en el momento justo.

Sólo quiero abrazarla y que todas las piezas vuelvan a su sitio.

Sólo quiero que nada le duela.

Sólo quiero estar cuando más le haga falta, y no puedo.

Realmente sólo quiero hacerle la vida fácil.

Sólo eso.

Todo eso.

[Siempre serás mi desastre preferido.]

 

¿Estás lista?

Sólo hay eco.

En las calles y en tu cabeza.

Y nada más.

Los perros callejeros aún duermen, un botellín de cerveza nada por la alcantarilla y yo sigo en mi guarida, de la que creo que no debería volver a salir.

Pequeñas luces apagándose y encendiéndose en la penumbra de tu mente mientras aparece el sol con timidez entre las paredes de tu habitación. Sonidos y voces de vecinos que comienzan a elevarse tras los muros, y la sirena de alguna ambulancia que, ha quitado el sueño a más de uno y de una en el barrio, sigue el efecto doppler.

Tienes la mirada turbia y esquiva desde hace meses por no atreverte a hablar en voz alta, puede verse toda esa cantidad de palabras que se te atraviesan en la garganta, que te arañan por dentro dejando marcas que no van a irse, puede verse cómo viaja tu mente de una idea a otra sin que seas capaz de hacerles frente. Supongo que te estás preguntando si estamos preparados, y yo podría responderte pero no me quieres escuchar. Te da absolutamente igual lo que te diga, y te deja indiferente, y creo que hay pocas cosas tan mortíferas y venenosas como la indiferencia creciendo entre dos personas.

Porque, por si no lo sabes, la indiferencia se acaba convirtiendo en odio o en olvido, o en algo peor.

Explosión, desastre y luego, un silencio eterno.

Llegará ese punto en el que ya no se rozarán nuestras manos, ni compartiremos latidos ni besos, ni enfados, ni sonrisas.

Va a llegar.

¿Estás lista?

Porque yo no.

No creo que pueda estarlo nunca.

La piel cansada.

¿Que si me acuerdo de la primera vez que te vi? ¿Cómo no iba a hacerlo? Si aún te miro como entonces, como si todo fuera nuevo, como si fueras un regalo al que estoy quitando el envoltorio con prisa porque me muero de ganas de ver qué hay dentro, como si no supiera lo que hay detrás de tu sonrisa y tu mirada, como si no supiera que tras la ropa sólo hay piel cansada y lágrimas saladas.

Estamos hechos de cosas que no se olvidan y vacío, de pequeños fragmentos de pasado y deseos, de esperanza y viejas historias.

Yo no sé si mañana vamos a ser sólo aire o si vamos a estar bajo la misma piel de lobo manteniéndonos lejos del frío. Ni siquiera sé si voy a verte despertar algún día más, ni siquiera sé si voy a despertar algún día más. Tampoco sé si habrá dinero o si me queda café en la despensa y puedo seguir viviendo, o hacer lo que hago.

Pero no importa, lo que importa es que estoy aunque no me veas, aunque no puedas tocarme cada vez que quieras.

Estoy.

Justo a tu lado.

Estoy como está una sombra, o una huella sobre la arena, sin que te des cuenta, sin que le des importancia. Pero no somos nadie sin sombra. Mira lo que le pasó a Peter Pan, que huía de ella, y cuando la perdió y volvió a encontrarla tuvo que acabar cosiéndola. Porque tenemos miedo a todo eso que es parte de nosotros mismos, porque intentamos no ver ni mirar hacia dentro, porque no sabemos qué hacer con nuestros sentimientos llenos de nudos ni sabemos mirarnos al espejo sin cerrar los ojos. Tememos hacernos adultos, crecer, ser responsables, y asumimos que algunas cosas no deben cambiar para no tener que volver a empezar.

No creas que me pasan estas cosas con cualquiera, que nadie me ha hecho perder el sueño como tú, que nadie me ha hecho temblar en la oscuridad como tú, que nadie me ha besado con prisa como tú lo has hecho, que nadie me ha borrado las dudas de golpe como tú lo has hecho.

Escribiría por ti miles de páginas sin esfuerzo, y sonreiría cuando las nubes grises se posaran sobre nosotros, cantaría desafinando después de dos cervezas si es cuestión de reír contigo. Si tuviera que elegir te salvaría a ti de cualquier desastre.

Quizá por eso yo lo tengo todo tan claro y tú no.

Nuestra hora.

No sé si tú te acuerdas de aquellas noches en las que nos daba igual el frío y lo combatíamos todo con abrazos desde el sofá.

No sé si tú también estás esperando a los días de lluvia para venir conmigo y dejar que pase el tiempo y la vida por delante.

No sé si tú recuerdas los gemidos ahogados contra la almohada y el corazón bombeando con más fuerza que nunca.

No sé si tú también intentas que se rompa el muro para dejarme entrar para siempre en tu pecho.

No sé si tú también necesitas mi saliva en tu piel y mis manos sobre tus caderas.

Yo creo que el único problema es que has dejado de soñar, te has obligado a hacerlo y no te das cuenta de que da igual que sea un desastre porque es perfecto así, con todas las astillas que nos clavamos, con todos los cristales que dejamos por el suelo y que nos pueden cortar si caminamos descalzos.

Y yo ya sé que no tengo que esperar nada de nadie, ni confiar, ni dejarme llevar, porque siempre me doy de bruces, y que tengo que aprender a gestionar las decepciones y los fracasos e intentar salir más fuerte después de cada golpe. Pero es que no me creo que todo esto sea artificial. No me creo que la gravedad no haga contigo lo mismo que hace con mi alma poniéndola a tus pies. No me creo que nuestro límite esté acercándose como lo hace una valla en una carrera de cien metros.

Estás a tiempo aún y el Universo no hace más que mandarte señales, y en esto pasa como en el tráfico, que si no haces caso a las señales acabas chocando contra algo.

Estamos a tiempo de hacerlo todo, de tenerlo todo, de querernos con todo y sin nada. No te dejaría de lado por mucho que la vida se me pusiera en contra, no te olvidaría aunque quisiera hacerlo.

Nada de esto es el preludio del final.

Hazme caso, cierra los ojos, dame la mano.

 

Yo que ya sabes que siempre pienso lo peor, que dejé el optimismo a un lado cuando cogí aire por primera vez, aún no veo cuervos ni aves carroñeras sobrevolando sobre nosotros esperando a la tragedia, pero es porque no llega, porque no toca. Tampoco hay gatos negros mirándonos fijamente desde el alféizar de la ventana.

Sigo aquí, respirando contigo en la penumbra, oliendo todavía a vino y tabaco.

Sigo aquí, esperando que el despertador no suene para que no tengas que marcharte otra vez.

Es hora ya, la nuestra.

Como dice la canción, nos toca arder con chispa de futuro.

Mientras tú y yo nos besamos.

El rosal de afuera se mueve con suavidad, como te mueves tú por la noche cuando duermes conmigo y te deslizas bajo las sábanas buscando espacio entre los dos.

Yo sé que sólo te dejas querer a ratos, que el resto del tiempo no te gusta esa sensación de pertenecerle a nadie, pero me gustas así todo lo salvaje que quieras ser, con las uñas arañándome o acurrucándote contra el pecho mientras escuchas mi respiración, con maquillaje o sin él, vestida o desnuda, hablando, gritando o en silencio, esquivándome o abrazándome fuerte.

Yo sé que escucho música rara y que digo cosas sin sentido que no interesan a nadie. Ya sé que vivo en las nubes la gran parte del día y que me repito demasiado. Ya sé que parece que sólo puedo hablar de café, música, libros y muertos, y que dejo de ser interesante a la segunda conversación. Ya sé que debo ser poca cosa en la cama y que estoy cada vez más lejos de ser lo que buscas y necesitas en estos momentos.

Tu voz, a veces, me suena como deben sonar las estrellas para quienes saben escucharlas. Tu sonrisa se dibuja tan suave como debían pintar los pinceles de Degas o Monet sobre un óleo. Tu cuerpo ha sido la única paz que he encontrado en todo este viejo y largo camino.

Yo no sé si los lobos aún te siguen al andar, ni si te das cuenta de todo el desastre que me has dejado en el alma.

Y es que me da igual, a mí me pasa como en el Evangelio, que una palabra tuya bastará para sanarme, y que podrías convertir el agua en vino y resucitarme con sólo un suave toque sobre el corazón. Porque yo lo tengo claro, pienso en lo que quiero, lo hago con calma, y sólo puedo verte a ti, y si tu imagen se difumina, si pienso que no estás en este trayecto todo se vuelve oscuro, sin sentido, y no encuentro nada que me ilumine la vida como lo hacen tus ojos al mirarme.

En tu ausencia no puedo ni quiero vivir.

No quiero contigo ni guerras ni fronteras ni silencios dolorosos.

Sabes que encajamos como esos puzzles sencillos de cuando éramos niños, y eso no debería darte miedo ni hacerte huir a ninguna parte que no sea a mi lado.

Soy tu oportunidad y tú la mía.

Seamos todo pero juntos.

Y después que se rompa el mundo, el tiempo y el universo si quieren mientras tú y yo nos besamos.

La tormenta que llevas en tus ojos.

Creo que todos sabemos ya que la vida es una mierda, la cuestión es que a algunas personas les cuesta más que a otras asumirlo.

Yo lo tengo claro, casi tan claro como que la tierra es redonda y que gira alrededor del sol y no al revés. La vida es meter los pies en el fango una y otra vez, un domingo permanente que se te mete en la columna vertebral, una trampa de la que es imposible escapar. Hasta que ella dice basta. Como en todo, porque ella siempre tiene la última palabra, te va a llevar por donde quiera sin que puedas elegir, eres sólo una mancha de aceite flotando en una masa de agua, eres una neurona sin conexión.

Ya no queda café en el fondo de la taza, ni tengo tu cabeza sobre mi hombro mientras leo otra de esas novelas negras que me saben a la historia de siempre. Noto como el aire ya no entra en mis pulmones con fluidez, culpa de la nube tóxica en la que lo has convertido todo. Siento que el suelo por el que camino se va resquebrajando y que los edificios a mi paso se derrumban sin sentido. Otro movimiento sísmico va a dejarlo todo patas arriba, otra explosión va a darle la vuelta al cielo y a la tierra, otro orgasmo tuyo va a escucharse al otro lado de la calle.

Vas a arrasar conmigo, como un desastre nuclear del que uno no se recupera jamás. Y es que bajé la guardia, me dejé llevar por la tormenta que llevas en tus ojos y ahora soy sólo otro bote varado en la peor de las orillas, en la que tú no estás.

Prendiste la llama y te olvidaste de apagar mi fuego.

Y eso no se hace.

Cuando uno se va debe dejarlo todo como cuando lo encontró, y yo ya estaba roto pero ahora no me encuentro entre tantos pedazos.

Todo son certezas cuando veo que no estás, todo son verdades cuando no estoy bajo tu influjo. Tus actos no hacen más que confirmar todas mis sospechas.

Vas a dejarme naufragando después de todo esto, y espero que alguien sepa rescatarme, que me pegue los fragmentos, que me limpie las heridas aunque escueza porque lo que pica cura.

Y es que, en el fondo, no soy nadie para ti, sólo un desconocido que te mostró su sonrisa, que te tendió la mano, que te llenó de electricidad, que hizo que te diera un vuelco el corazón.

Pero soy nadie.

Porque en el fondo lo que haga por ti no va a servir de nada y dejarme ir será el mayor de los errores.

Besar otros labios.

Somos hijos del destino.

Porque si no, yo no entiendo cómo estamos los dos aquí de pie sujetándonos todavía la vida con las manos.

Asumamos que el azar lo ha elegido así, que en medio de este caos sin control, de toda esta nube tóxica, nos hemos encontrado en el momento menos esperado, de la forma menos esperada. Con la misma suavidad con la que se deslizan unos patines por el hielo, o resbala una lágrima por cualquier mejilla. Con la misma facilidad con la que los buenos ganan en las películas o se roba un caramelo a un niño.

Las sombras están de nuestro lado y esa forma de actuar sacada de los libros de espías británicos, con el gris de campaña de fondo, con los encuentros furtivos, con el pintalabios manchando el cuello de la camisa.

Hemos conseguido aguantar después de un desastre tras otro, tras sufrir una lluvia de relámpagos rompiendo el cielo, tras mojarnos los pies y todas las vértebras pisando charcos sin querer.

Y supongo que todo eso debe significar algo, aunque no queramos darnos cuenta.

Si después de todo no tiramos la toalla.

Y resistimos en el ring.

Y aguantamos los golpes.

Y nos negamos a perder sin oponer resistencia.

A estas alturas no dejamos que nadie nos diga cómo hacer el equipaje, ni que nos paren los pies. Es hora de subir a la cima y de cavar el túnel, de romper el hielo y hacer fuego, de ser alma y carne, de perdernos y volver a encontrarnos, de mirar atrás y sonreír porque a partir de ahora todo será mejor.

Yo ya sé que soy su pasatiempo favorito, quizá por eso duele tanto.

Aún así me repito sin parar que ella no puede darme más, y prometo en voz baja que me gustaría olvidarla.

Pero es que besar otros labios no va a ser la solución.

Piénsalo bien.

No somos tan distintos.

Cuando me preguntan cómo me veo dentro de veinte años tengo que pararme un momento antes de responder, pero tengo clara la respuesta de antemano. Me veo con más barba y muchas más canas que ahora pero igual de solitario (o gilipollas). Pasando las noches en vela, con más dioptrías, bebiendo algo menos de café, sin poder mirarme al espejo, recordándote como aquella droga que fuiste.

Hay cosas en este humilde universo que habitamos que no tienen solución y yo soy una de ellas.

A día de hoy sigo con la máscara puesta y escondido con demasiado miedo porque, otra vez, todo ha salido mal. Porque, de nuevo, lo he intentado con quien no debía.

Sólo veo nubes pixeladas en mi mente e ideas borrosas en el subconsciente, y así es imposible avanzar. Estoy con el ancla echada y no hay manera de moverme de aquí, y veo que todo el mundo empieza a zarpar y yo voy a quedarme en tierra. Observo cómo algunos valientes se lanzan a cumplir sus sueños, a pelear por la vida que realmente quieren, a dejarse la piel por todo aquello que desean.

Y yo sigo llorando por ti.

Salvar a alguien que no quiere salvarse es inútil, y yo ya te he hecho el boca a boca un par de veces sin que realmente quieras seguir respirando. Y me he quedado sin toallas que tirar por esperar, sin tener que hacerlo, a la siguiente ocasión. Te he dado tantas veces mi mano esperando a que te agarres con fuerza para salir corriendo juntos a cualquier parte, o a ninguna.

Eso de estar estático empieza a ser un mal vicio, y se me están atrofiando los músculos y oxidando las articulaciones de usarlas poco. Se me está parando el corazón por intentar de manera constante dejarlo dormido para no escucharlo, para que no empiece a doler de nuevo, para poder seguir mirándote de los ojos.

Quedan los restos de un desastre que ya ha pasado y nos hundió a los dos aunque no nos hayamos dado cuenta. Ahora hay ruinas, los escombros, y todo por reconstruir.

Yo creo que no nos queda tiempo, y que alargar la agonía sólo conduce a una mala muerte.

Y ya no sé si puedo, ya no sé si quiero, ya no sé si debo dejarme de lado por ti, anteponerte siempre a mis intereses.

Fíjate bien, en el fondo no somos tan distintos.

Drama.

Somos drama.

Y cómo cansa.

Nos complicamos a diario, desde que salimos de la cama. Es como si por la noche, mientras dormimos, fuéramos incubando todas las cagadas que vamos a hacer al día siguiente. Como si nuestro cerebro aprovechara nuestra falta de consciencia para ir hilando nuestro futuro sin contar con nuestra aprobación. Quizá es por eso que siempre tenemos la sensación de que algo se nos escapa, por muy atado que lo tengamos todo.

Y es que al final, de lunes a domingo nos encargamos de fingir. No nos damos ni un minuto de tregua, y al final la máscara debe caer. Al final los disfraces llenan el suelo y se mezclan con las lágrimas, con el dolor, con la desesperación.

Nos han exigido tanto, nos hemos exigido tanto. No hay quien aguante tanta presión sin venirse a bajo.

Por si fuera poco nos encargamos de ir complicándolo todo, de ir tomando decisiones que nos ponen contra las cuerdas. De dejarnos llevar. De cogernos a una liana sin ser capaces de soltar la anterior.

Nos puede el miedo a lo desconocido, nos puede la atracción permanente del pecado, nos puede navegar en el desastre.

Y ahora tenemos que disimular, mentir, tejer una red, y después no hay quien arregle las cosas. Después no hay quien sea capaz de poner el parche, de arreglar el descosido, de explicar las cosas sin que parezca todo aún peor de lo que es en realidad. Se nos traba la lengua, nos tiemblan las manos y ya no podemos mirarnos a los ojos sin que nos de una punzada el corazón.

Y a mí no me gusta todo esto. No me gusta tener que arreglar lo que no hacía falta destrozar.

Después de todo, supongo que soy más básico de lo que pensaba. Incluso de lo que pueda parecer.

Sólo pido dejar atrás tanta tragicomedia griega, que se allane el terreno, que por una vez las piedras se queden a un lado de esta travesía, que no haya nubes, coger todos los semáforos en verde, que el café nunca se enfríe, que tus ojos nunca dejen de mirarme.

Me gustaría que fuera sencillo, sentirme mejor, no tenerte tan lejos, conformarme con esto.

Pero no soy capaz de hacerlo.

La triste realidad es que sé exactamente lo que quiero, y no puedo tenerlo.

Como siempre.