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Polizón.

Otro beso al borde del abismo, el sudor cayendo por la espalda y el nudo en la garganta.

Y la esperanza hace tiempo que se quedó a los pies de la cama.

He oído tantas veces que la paciencia siempre tiene recompensa y yo aún no la he paladeado, sólo tengo el sabor amargo al final de la lengua que me dice que he perdido, que no importo, que no valgo, que no sirvo más que para que se limpien el barro de las botas sobre mi espalda.

Y aquí sigo robando besos furtivos mientras me pudro por dentro, mientras mis huesos se convierten en cenizas que cualquier mala racha de viento se lleva bien lejos.

Nunca debí darte permiso para todo, nunca debí olvidarme de mí para ponerte siempre por delante, nunca debí dejar que me convirtieras en polizón en este viaje; oculto en las sombras a la vista de todos y de nadie.

Habría parado antes, antes de sentirme tan roto, tan extraño, tan lejos de mí mismo.

Habría parado cuando aún tenía dudas, cuando no sabía si eras lo que quería y necesitaba, cuando sólo era un cuerpo contra otro cuerpo y apenas me importaba si sobrevivíamos juntos o acabábamos cada uno por su lado.

Habría parado si hubiera podido, si hubiera querido, si hubiera sabido.

Ahora me miro al espejo y me veo distinto, y sin embargo, no consigo sonreír de verdad sin que todo queme por dentro, sin que salga pus de las heridas.

Estoy otro día, otro maldito domingo en soledad, esperándote con café y ha vuelto a quedarse frío.

Yo no quería vivir de recuerdos, quería experiencias nuevas contigo.

Y has hecho que tenga que conformarme con la memoria mentirosa y las fotografías que sólo guardamos tú y yo.

¿Sabes qué pasa?

¿Sabes qué pasa?

Porque yo no. No entiendo nada de un tiempo a esta parte, no te entiendo a ti, ya no me dejas hacerlo.

Estoy lleno de esa rabia que sólo se quita con tus besos, mordiendo tu carne, gimiendo en tu oído.

¿Sabes qué pasa, vida?

Que me niego a tirar la toalla, a desistir, a olvidar este intento. Quizá es que para ti es más sencillo rendirte, pero yo no tengo nada que perder. No es ganador el que nunca pierde, sino el que nunca deja de intentarlo.

Ya está bien de lamentarse en lugar de seguir escalando mirando hacia el cielo. A veces, veo tus ojos en medio de miles de constelaciones, escucho tu voz entre los estribillos de mis canciones favoritas, siento tus manos acariciarme en forma de brisa estival.

¿Sabes qué pasa?

Que no es el momento de sentirse abatido, que quiero seguir convirtiéndome en cenizas de tu mano, que espero las lluvias de otoño mojando tu pelo.

¿Sabes qué pasa?

Que sólo somos tú y yo, y la eternidad.

O no, quizá sea algo más efímero, convertirnos en polvo o quedarnos de piedra. Quizá sólo tenemos que ser como fuegos artificiales en una noche helada.

Ojalá lo supiera, ojalá pudiera decirte que todo irá bien y que no habrá problemas. Pero hay cosas que sólo se saben si abres la boca y hablas aunque te tiemble la voz, y los labios, y todos los miedos en la cabeza.

Ojalá tuviera el poder de ver el futuro y el poder de borrar la indecisión de tu vocabulario y la distancia gélida que usas como arma, como si fuera a ser la solución a algo.

Pero no es lo importante, lo relevante es tener motivos para seguir, buscarlos, tratar de alzar el vuelo, cogernos de la mano.

Joder.

Lo importante se reduce a un beso tuyo antes de dormir.

¿Sabes qué pasa, vida?

Que sin ella me estoy muriendo.

Metamorfosis.

De gusano a mariposa, de óvulo y espermatozoide a ser humano. O algo parecido. Organismos vivos que deambulan por el mundo sin ningún objetivo aparente. Somos la especie que destruye la especie.

Cambiamos a diario, nos transformamos. Convertimos sueños en realidad, paz en tragedia y la calma en tempestades. Palacios en ruinas, sal en alimento y amor en migajas. Capaces de lo más grande y lo más ruin. Lo tenemos todo en nuestras manos y estamos perdiendo el tiempo, se nos escapan los minutos a cada vuelta de las manecillas por la esfera del reloj y seguimos contemplando el paisaje como si nada.

Somos incapaces de reaccionar y dar un paso más.

Somos incapaces de cogernos de la mano y perdernos por la vida.

Somos incapaces de quedarnos sin voz, mirar más allá de nuestro ombligo, respetar al disidente.

Intransigentes para con todo.

Y es que es tan trágico todo esto que nos pasa, lo de no poder ver la realidad si no hay alguien que nos abra los ojos antes. Es tan trágico lo de ceder ante el fracaso en lugar de levantarnos y seguir luchando. Es tan trágico lo de no poder decir lo que quieres en voz alta por miedo, porque te tiembla el corazón, porque va a llegar la nada de nuevo a cantarnos antes de dormir.

Yo sólo sé que ya tenía frío antes de quedarme solo.

Por eso ahora tengo que abrazarla con fuerza, porque protegerla a ella es protegerme a mí mismo.

Y, no sé, supongo que con el paso del tiempo nos quedaremos en los huesos, y ya se habrán acabado los besos húmedos entre risas.

Pero nos tendremos, a un golpe de vista, a un aliento de distancia, a una caricia temblorosa por culpa del Parkinson.

Nos tendremos y no creo que haya nada más importante que eso.

Por mucho que cambiemos, y evolucionemos por el medio.

Por mucha metamorfosis.

Acabaremos siendo algo bonito, por ejemplo, cenizas.

Cenizas y miserias.

Nos han puesto otra trampa y no la he podido esquivar a tiempo, y estoy de nuevo de bruces contra el suelo. He perdido la cuenta de las despedidas y los reencuentros, de las tragedias, de los refugiados y de los fantasmas que conviven con nosotros.

Yo creo que sabes más de lo que dices, que tienes más poder del que crees, y que hay respuestas que aún no has dado a conocer. No tendrías por qué haber usado el miedo conmigo o contra mí. No era necesario. Soy capaz de asustarme sin necesidad de dar un paso para adentrarme en el bosque.

Y ahora que todo quiere oler a los ochenta, ahora que todo el mundo quiere tener carteles luminosos y perseguir Nexus-6 por las calles. Yo busco la paciencia en páginas de libros que aún no estoy preparado para entender. Y otros más sabios me hablan desde hace siglos y saben lo que pienso mucho mejor que yo.

Supongo que todo sigue siendo una ilusión y que no hay verdad en todo esto.

Supongo que tarde o temprano voy a despertar desconcertado por este sueño tan largo y extraño.

Igual estaba vivo y no he sido capaz de darme cuenta a tiempo.

Solo quiero que llueva tan fuerte y constante como en Blade Runner. Y que alguien se apiade de mí al final y me rescate de caer desde la cornisa de un edificio.

Has hecho que me pierda y me has dejado sin hilo de oro delante del minotauro. Y ahora no sé volver a casa.

Quizá todo esto no es más que otra expresión agónica, otras cuatrocientas palabras sin sentido que he dejado caer sobre una página en blanco. Quizá todo esto no sea más que otro final que no importa y va a servirnos de catarsis.

Volveremos a ser el ave fénix que resurge de sus propias cenizas y miserias, y emprende un nuevo vuelo hacia ninguna parte. Con total libertad, sin cadenas.

Lo peor de todo es que yo no te buscaba, que todavía estaba quitando las malas hierbas que me habían crecido por dentro, que estaba en plena crisis existencial y más desprotegido que nunca.

Ahora nos encargamos de respirar hondo y mordernos la lengua cada vez que hablamos.

Y aún así parecemos eternos.

Creo que lo que nos conviene es seguir abrazándonos hasta que todo acabe, por si acaso.

Creo que nos conviene bailar mientras los demás duermen.

El sitio incorrecto.

A ella le daría hasta mi café.

No hace falta que nadie me pregunte qué estaría dispuesto a hacer por ti, porque lo llevo grabado en los ojos. Es una de esas cosas en las que sobran las palabras, porque al verbalizarlo todo parece poco comparado con la verdad, con lo que va por debajo de la piel.

Yo sólo sé que me has vuelto a tocar y tengo el alma del revés, y que cada día que pasa me hago más grande contigo al tiempo que me siento más pequeño.

Podría ser todo tan sencillo. La vida fácil que nos vendieron durante los años veinte, los vaqueros y las camisetas blancas de los rebeldes sin causa aparente. Esa vida asequible que predican que hay en los mares del sur.

Podría ser todo tan simple como elemental, querido Watson.

Me conformo con verte cerrar los ojos cada noche.

Me conformo con pelear contigo por la manta las noches de invierno.

Me conformo con tener que hacer otra vez la compra para dos.

Me conformo con leer los domingos por la tarde con tu cabeza apoyada en mi hombro.

Me conformo con que nos valga con no hacer nada.

Y seguir respirando sea suficiente para los dos.

Hemos creados templos y dioses que no valen la pena, y nos hemos olvidado de las personas. De tocarnos más y mentirnos menos. De mirarnos a los ojos y cantar sin que desafinar importe en absoluto. De abrir las ventanas y dejar que salga lo malo. De respirar profundo y cerrar los ojos. De recorrer tu cuello y acabar perdido entre tus piernas.

Llevo mal lo de no ser nadie y tener que saltar siempre sin saber lo que me espera.

Ya no tengo claro si he de pedir perdón o atacar otra vez. Si tengo que parar el coche y quedarme a un lado del camino. Si es mejor apagar la hoguera y barrer las cenizas o dejar que todo arda.

Siempre estoy en el sitio incorrecto, descolocado, sin hogar ni rumbo fijo y vas a acabar conmigo antes de tiempo.

Otra noche que acaba en Réquiem.

Al final del día se me amontonan las preguntas, sigue habiendo demasiadas cosas que no me atrevo a decir en voz alta y cuando llega la medianoche tengo que taparme la cara con la almohada y gritar, gritarme a mí mismo por volver a equivocarme.

Al parecer he decidido de manera inconsciente hacerme amigo de cada una de las piedras con las que tropiezo, y convertirme así en un obstáculo para los demás. Ahora soy yo el que está en medio del camino y no deja avanzar al resto. Será porque siempre llego tarde, porque nunca es mi momento, porque tengo demasiadas cicatrices que sangran sin que lo pueda evitar.

Estoy desubicado, y ningún sitio es casa, es refugio, es hogar. Vivo en coordenadas poco precisas, en bosques perdidos que no salen en los mapas. Vivo en el margen de un volcán a punto de entrar en erupción y volveré a ser lava y cenizas cuando no vuelva a verte, cuando el adiós salga de tus labios.

En este punto muerto, en el tiempo de descanso de este partido que no acaba, ni siquiera puedo aferrarme a una mano que me ayude a trepar el muro y salir del pozo. Y las normas son estrictas, no hay sonrisas cuando pasan las tres de la tarde.

Sigo viviendo a oscuras, y no sé cómo escapar de esta cárcel, no tengo ni idea de cómo voy a romper tanto puto barrote, tanta cadena, tanta camisa de fuerza. No tengo ni puta idea de cómo voy a devolver tanto golpe bajo, tantos puñetazos en la boca del estómago, tanto revés que me ha dejado sin dientes.

Sólo tengo ganas de correr y perderme en cualquier bar donde beber hasta quedarme inconsciente, y olvidarme de tu nombre y del mío, y de todos estos latidos. Sólo tengo ganas de convertirme en polvo y que soples, para poder irme lejos.

La de hoy sólo es otra noche que acaba en Réquiem, otra noche en la que el muerto soy yo.