Etiqueta: calor

Que se jodan.

Gente asfixiándose por mucho amor.

Países ardiendo de odio.

Nubes lloviendo barro en tus ventanas.

Personas cobrando en negro que se enfadan cuando ninguneas su patria.

Yo que sigo teniendo calor por las noches aunque no duermas conmigo.

Todo es un sinsentido.

Nos hemos vuelto gilipollas, o es que ahora tenemos demasiados medios para verlo sin dudar.

Expuestos en el ojo del huracán.

Ya no podemos escondernos ni pasar desapercibidos.

Todo el mundo lo sabe y tú sigues queriendo ocultarte en las sombras, pasar como si nada por la vida, deambular por las noches de puntillas con tal de no despertar a nadie.

No se puede.

No nos dejan.

O te rindes, o te rinden.

Sin más.

Envueltos en aire tóxico, humo de tubo de escape, luces de neón que parpadean y juegan con tu nombre y con tu mente.

Te van a señalar por no querer seguir el rumbo, por buscar alternativas, por correr cuando otros están parados, por mirar cuando los demás se tapan los ojos.

Espero que te pase como a mí, que cuando los otros señalan me da la risa.

Y entonces tienen miedo porque se dan cuenta de que ya no eres débil.

Has ganado y a ellos les crujen los dientes y las articulaciones mientras tú paseas libre sin necesidad de aplausos, ni de focos.

Algunas veces hay que plantarse y susurrar:

Que se jodan.

Y vivir, que al final es lo que la envidia no soporta.

No es culpa del calor.

La quiero a ella, aunque la vida juntos suene a caos y malabares.

La quiero a ella, aunque nunca vayamos a saber distinguir un planeta enano de una gigante roja.

La quiero a ella, aunque todo sea una especie de sinfonía por acabar y nubes negras.

La quiero a ella, aunque las flores y los pájaros se rían de nosotros.

Quizá porque sólo soy un estúpido que intenta llegar siempre al final del camino, porque no puedo quedarme con la curiosidad de conocer ciertos lugares, porque no soy capaz de conformarme pudiendo descansar contigo.

Lo bueno de los viajes es que vas conociéndote, y ya me voy dando cuenta de que tengo que callar más y pensar el doble, de que la cago demasiado y no sé arreglarlo después, de que necesito más ayuda de lo que estoy dispuesto a admitir, de que soy más cínico de lo que parezco.

En el fondo, supongo que querer a alguien también te hace darte cuenta de que eres mala persona, y algo egoísta, porque buscas atención y tiempo y ganas, y no siempre se puede tener todo, ni al mismo tiempo ni del mismo modo.

Te das cuenta también de que la vida se va retorciendo sobre sí misma y si estás en medio no duda en ir asfixiándote, y que no tiene piedad por mucho que le ruegues. Y siempre puede apretar un poco más.

Pero da igual, todo da absolutamente igual, porque a estas alturas ya está escrito en piedra que te habría buscado antes aún sabiendo que todo sería difícil para los dos.

[Y que sepas que no es culpa del calor, yo ya quería follarte en pleno enero.]

 

Contra tus caderas.

Es verano y nos golpea un muro de calor insoportable, y están nuestros pensamientos deshechos por el suelo, y todos nuestros sentimientos perdidos desde hace tiempo.

Yo pensaba que eras una guerrera cuando me chocaba contra tus caderas pero todas las fachadas engañan.

Creía que éramos gigantes y somos dos cuerpos insignificantes, que ni tan sólo son capaces de luchar por lo que quieren conseguir.

Tarde o temprano, todos nos encontramos con la decepción mirándonos con condescendencia, susurrando un te lo advertí que destroza hasta al más pintado y le revuelve las entrañas.

Yo creía que nos íbamos a comer el mundo de la mano y lo único que hemos hecho es partirnos en pedazos, destrozados, dejando las marcas de nuestras uñas en las paredes en lugar de en nuestra espalda.

Yo creía que íbamos a ser libres este verano, que volaríamos tan lejos que no nos importaría nadie más, que nos dejaríamos caer sobre las tibias aguas de cualquier piscina y nos daríamos besos en la orilla de un mar en calma.

Yo creía que disfrutaríamos los domingos, con risas de fondo y cerveza fría, y sangría, y que me pondrías crema en la espalda, en todos esos huecos a los que yo no llego y tú consigues llenar.

Yo que creía que romperíamos todos los roles, de damiselas, de caballeros, de rosas y azules.

Creía que haríamos del otoño la mejor época del año, y que embotellaríamos el agua de lluvia para regar las plantas del balcón.

Que dejaríamos los prejuicios rotos de una vez por todas, que daría igual la mirada reprobatoria de familiares y amigos, lo que gritan los del fondo, el camarero que limpia los vasos que no dejamos de vaciar.

Que sería tan simple todo como debe ser de simple la felicidad.

Como era de fácil que chocara contra tus caderas el sábado noche más inesperado del mes.

Acuarelas por el suelo.

No sé por qué no me canso de buscarte entre mis sábanas. No entiendo este afán de creer que todo ha ido siempre bien. Este desastre que creamos era una especie de paraíso perdido en el que los dos vivíamos sin límites, creyéndonos invencibles, pensando que jamás nos haríamos daño, imaginando que nos podríamos curar aunque fuera en la distancia de las noches de verano.

Yo estaba intentando dibujarnos un futuro mejor, (sí, para los dos) porque se supone que merecemos querer y ser queridos. Merecemos la verdad, la pasión, las caricias sin ningún tipo de mecanismo de contención, morirnos de calor al mezclar nuestra saliva.

Y ahora están todas las acuarelas por el suelo, poniéndolo todo perdido de colores con los que teníamos que pintar nuestros cuerpos antes de ponernos a retar al sol y a las mareas.

Y sigo tus huellas en la arena, tratando de encontrarte de nuevo antes de que el mar lo borre todo, como mi cerebro quiere borrar tu recuerdo cuando me baño entre lágrimas ácidas. Y no lo consigo ni con otros cuerpos más dóciles, más ágiles, más suaves que tocan a mi puerta.

No sé si hemos sido sólo guerra y vicio, o si realmente había amor en tus palabras, en tus abrazos, en tus susurros y en tus miradas de reproche.

Lo malo (o lo único bueno) es que luego la veo: me abraza, me besa, me mira, y se me olvida el dolor, el sufrimiento y la tristeza.

Como si nunca hubieran estado ahí.

Como si fueran las nubes que se van después de la tormenta.

Y vuelta a empezar.

Noches de verano.

No sé si los domingos del mes de agosto son todavía peores que los del resto del año. Son más tristes y lánguidos que los de noviembre o marzo.

La ciudad se mantiene viva a duras penas, como moribunda, solitaria. La metrópoli se convierte en un enfermo terminal que puede quedarse en asistolia de un momento para otro. Solamente quedamos unos cuantos tratando de coger aire entre el asfalto caliente y los edificios desconchados de los barrios de extrarradio. Somos el metabolismo básico de las entrañas de la urbe.

No hay ni alcohol, ni tabaco, ni sexo, y los idiotas dicen que es verano.

Ni estrellas fugaces, ni besos, ni tu mirada, y los idiotas dicen que es verano.

Ni mar en calma, ni puestas de sol, ni probar helados de tus labios, y los idiotas dicen que es verano.

Ni sábanas blancas, ni restos de tus pintalabios en mi cuello, ni las ventanas abiertas de par en par, y los idiotas dicen que es verano.

Yo sólo quiero contigo noches infinitas de verano, sin preocupaciones, sin errores de por medio. Que sólo tengamos que cogernos de la mano y no pensar, que sólo tengamos que preocuparnos por respirar y porque no se nos acabe el café para desayunar.

Ojalá mi mundo y el tuyo colisionen y seamos capaces de transformarlo todo.

Ojalá podamos hacer los días largos pero sin miedo a aburrirnos el uno del otro, que siempre haya cosas que contar y que decir, que siempre haya algo nuevo que descubrir bajo la sombra escasa de las nubes en medio de la canícula.

La cuestión principal es que te echo de menos todo el año pero las noches de verano me gustaría coger tu mano, pasear con la brisa de fondo, besarte con calma y el sonido del mar no demasiado lejos.

Y lo que digo no es culpa del calor, ni de las circunstancias, es sólo culpa de este pobre corazón.

No estás conmigo, y los idiotas dicen que es verano.

 

La muerte lenta del corazón.

Hace calor.

El amparo de la noche ya no es suficiente para mantenerse a salvo.

Y es que no lo estamos.

Somos víctimas de nosotros mismos, de nuestros sueños, de proyectos, de mentiras, de autoengaños, de obligaciones que no queremos tener pero que sacamos adelante de la mejor forma que sabemos.

Existen ciertas cosas en esta vasta existencia destinadas a no suceder, destinadas al tibio fracaso por mucho que intentemos lo contrario.

Como tú y yo, que ya somos sólo un poco de chatarra abandonada en algún camino que sólo se transita un par de veces al año.

Se ha esfumado todo, como lo hace el vaho en el mes de octubre.

Has hecho que desaparezca como un trilero hace con la bola, como un político hace con el dinero, como un asesino hace con sus víctimas.

No queda ya esperanza, y mucho menos quedan fuerzas.

Me has dejado en los huesos a nivel emocional y ahora no creo que me recupere y pueda ser el mismo. Tengo un velo en la mirada, unas ojeras cada vez más marcadas, un pensamiento más endeble.

Esperaba que las cosas después de tanto tiempo transcurrido fueran diferentes, muy diferentes, pero nunca hice caso a tus advertencias de principio de viaje. Esperaba que lucharas un poco, que valiera la pena, que todo este desierto indómito y salvaje se llenara de cálidos oasis en los que dejarse llevar por tu piel.

Y el fallo es mío.

Una vez más.

Por intentar cambiar ciertas cosas, que ya sabemos que lo que está escrito en piedra no se modifica jamás. Y admito que no he podido, que vuelvo a ser un caballero al que ha matado el dragón.

Con lo sencillo que debería ser vivir y ni siquiera sé hacerlo bien. Otro de esos múltiples fallos de mi sistema nervioso central.

Con lo sencillo que habría sido un buenos días, un beso en la nuca, el olor a café recién hecho, la ropa interior sobre la cama, salir desnudo de la ducha y toparme con tu sonrisa.

Con lo sencillo que habría sido y lo que duele ver que no.

Es jodido encontrar al amor de tu vida, disfrutarlo, creerlo, y que luego se quede siendo otro imposible más, que se te escape entre los dedos como lo hace el agua fresca de un arroyo. Que se quede ahí, siendo otra grieta más que soportar hasta acabar por romperte con un simple roce.

Yo no sé si aguantaré más golpes y caídas, con esto ya he tenido suficiente. Y creo que ya necesito de todas las velas, linternas y antorchas para caminar entre esta oscuridad interior que no deja de crecer y que empieza a asfixiarme con su abrazo mortal.

La muerte lenta del corazón.

La historia de perdición de cualquier ser humano.

Una historia de amor.

Calor.

A ver si este calor va a ser culpa de que estemos tan cerca.

A ver si este calor va a ser culpa de las ganas que te tengo.

O no.

Quizá es solo que llega el verano otra vez.

Y a las estaciones les sigue dando igual si nosotros nos queremos o es todo otra mentira más.

Vuelta al negro.

Soy el que siempre apaga la luz, el que se queda cuando ya no queda nadie, el que ve los títulos de crédito finales hasta que acaba la música, el que sale a la calle cuando la tormenta termina y asoma el sol.

Sé apreciar el petricor.

Y no me sirve de nada.

El calor me funde hoy el cerebro y la falta de sueño que arrastro desde hace días también, y soy realmente incapaz de despegar mi piel del sofá. Soy incapaz de hilar dos pensamientos, de llegar a alguna conclusión que me haga rebajar la ansiedad.

Back to black nunca ayuda, siempre trae recuerdos que me arrastran hasta la orilla del mar, hasta las rocas escarpadas de cuando nos perdíamos en cualquier parte porque la vida nos miraba con una sonrisa y todo estaba bien. Hasta ese punto inexacto de mi memoria en el que la letra no me hacía daño y la podía cantar por puro placer.

Se han llevado nuestra inocencia, nuestras intenciones más lícitas, nuestras manos arriba, y esa forma de ver el futuro sin preocupación, sin la sensación de que no hay aire suficiente para hincharnos el pecho y dejarnos tranquilos.

He perdido la cuenta de las canciones que he escuchado hoy, de las páginas de libros que han ido llenándome los dedos de tinta, de los besos que te he dado sin que quede rastro de ellos.

Y ahora no queda nada, sólo música y silencio interior.

Y frases sueltas, inconexas, que pueden cobrar el sentido que queramos.

No hay lágrimas ya porque, por suerte, conseguí agotarlas todas hace tiempo. No me tiembla la voz para echar luz en todo este asunto diciendo un poco de verdad, aunque sea la mía. Y es que ya no entiendo dónde está el límite, ni si el mundo sigue dividiéndose entre el bien y el mal a pesar de todo.

No entiendo cómo seguimos teniendo fuerzas para levantarnos cada mañana, ni cómo nos enredamos de tal forma que el sincericidio no es posible.

Seguiré fingiendo y hablando en voz baja para que no me escuches.

Atrévete.

Maniobras de reanimación en un corazón demasiado desestructurado como para salir ileso de tanto golpe. Agua y jabón para limpiarnos las miles de heridas que deja el día a día en nuestra piel.

Demasiada oscuridad rodeándonos como para saber con claridad qué hay al final de cualquier túnel. Demasiada cobardía como para querer averiguarlo. Se está tan bien con la venda en los ojos, caminando despacio y palpando las paredes para no caer antes de tiempo.

Ni siquiera nos atrevemos a mirarnos a los ojos más de dos segundos por si descubrimos nuevas intenciones, por si nos damos cuenta de verdad de que somos seres retorcidos, reptilianos, de sangre fría y corazón de piedra.

La fachada envuelta en poesía y caricias suaves, canciones que hablan de tu historia como si fuera única, el estado de guerra sentimental en el que vivimos, noches de benzodiacepinas y señales de humo. Pólvora y calor para recordarnos los buenos momentos, todavía veo la lluvia salpicando tu cara de sonrisas.

Y ya no hay nada. Vacío y destrucción.

Después de todo nos damos cuenta de que nadie nos entiende, nadie sabe mirarnos cómo nosotros nos vemos y están en nuestra contra. No hay buenas noticias, los periódicos sólo sirven ya para encender el fuego y nuestras manos quedan demasiado lejos como para volver a tocarse.

Y la gente dice que me atreva, que vuelva a saltar, que grite, que dispare la flecha, que abra fuego, que lance la caballería, que me permita latir contigo.

Atrévete tú, yo lo intenté una vez y mira en qué me he convertido.

Ya no sé ni lo que digo.