Gente asfixiándose por mucho amor.
Países ardiendo de odio.
Nubes lloviendo barro en tus ventanas.
Personas cobrando en negro que se enfadan cuando ninguneas su patria.
Yo que sigo teniendo calor por las noches aunque no duermas conmigo.
Todo es un sinsentido.
Nos hemos vuelto gilipollas, o es que ahora tenemos demasiados medios para verlo sin dudar.
Expuestos en el ojo del huracán.
Ya no podemos escondernos ni pasar desapercibidos.
Todo el mundo lo sabe y tú sigues queriendo ocultarte en las sombras, pasar como si nada por la vida, deambular por las noches de puntillas con tal de no despertar a nadie.
No se puede.
No nos dejan.
O te rindes, o te rinden.
Sin más.
Envueltos en aire tóxico, humo de tubo de escape, luces de neón que parpadean y juegan con tu nombre y con tu mente.
Te van a señalar por no querer seguir el rumbo, por buscar alternativas, por correr cuando otros están parados, por mirar cuando los demás se tapan los ojos.
Espero que te pase como a mí, que cuando los otros señalan me da la risa.
Y entonces tienen miedo porque se dan cuenta de que ya no eres débil.
Has ganado y a ellos les crujen los dientes y las articulaciones mientras tú paseas libre sin necesidad de aplausos, ni de focos.
Algunas veces hay que plantarse y susurrar:
Que se jodan.
Y vivir, que al final es lo que la envidia no soporta.