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El puente de los perros suicidas.

Todos tenemos un punto débil que los demás no entienden.

Todos tenemos ese resquicio por el que puedes penetrar en una realidad paralela donde todo es diferente.

Todos tenemos ese imán que nos llama por nuestro nombre de vez en cuando y nos deshace los nervios y los tobillos.

Todos tenemos ese puente que nos atrae como si fuéramos perros suicidas, y nos obliga a saltar una y otra vez; y nos mata más de las siete vidas que tiene un gato.

Yo me obligo a no pensarte pero no puedo evitar deshacer la cama si estás conmigo y querer quedarme encerrado en la habitación mientras el resto de almas en pena vagan por el mundo a sus anchas.

El viento en las calles sigue trayéndote hacia mí, me acerca los ecos de tu voz y el leve aroma que deja la colonia sobre tu tibia piel. Y sigues siendo el silencio, la paz, la calma, en medio de tanto ruido ensordecedor; como tener el móvil apagado en pleno siglo XXI.

Estoy tan acostumbrado a perderme a mí mismo y tan poco a perderte a ti.

Inexplicablemente seguimos viviendo al límite, llevándonos al extremo, jugando contra nosotros mismos.

Y aquí estamos, después de todo, a pesar de todo.

Por algo será.

Stop.

Un minuto.

Ojos cerrados.

Silencio absoluto.

La oscuridad tras los párpados, el oxígeno entrando lento en los pulmones y repartiéndose por el cuerpo, la respiración en calma, los músculos relajados, percibir la posición, sentirse a uno mismo.

Necesitamos la pausa, pulsar el botón de stop de vez en cuando, mirarnos las manos y los pies y ver que seguimos en el sitio de siempre. Ser conscientes del sol, de las nubes, de los árboles, de cada uno de los sonidos de la naturaleza que están ahí y nunca escuchamos. El mundo se derrumba con nosotros dentro y nos da igual, seguimos escupiendo lenguas de fuego hacia la inmensidad, seguimos llenando de humo los paisajes eternos, seguimos creando desiertos donde había manantiales.

La vida va demasiado rápido como para que nos demos cuenta de todo, como para que podamos asimilar todo lo que nos pasa y lo que no nos pasa. La vida va tan deprisa que apenas podemos disfrutarla, el tiempo libre se esfuma y las obligaciones se acumulan. Y seguimos aquí echando piedras sobre nuestro propio tejado en lugar de salir ahí fuera y disfrutar de lo poco que tenemos.

Yo sólo quiero ser consciente de tu mano acercándose a la mía, del calor que desprende tu cuerpo cuando te acercas a abrazarme con ganas, de las sonrisas de felicidad de los míos, de lo sencillo de las pequeñas cosas.

Podríamos escribir nuestra historia como si fuera una historia de Oscar Wilde, envolvernos en papel que huela a viejo y hablarnos con letras de imprenta.

Podríamos descubrir nuevos sentimientos en cualquier banco del parque.

Podríamos besarnos de nuevo bajo aquella farola, andar buscando refugio con la lluvia de fondo mientras nos reímos de todo, buscar lugares del mundo en los que poder perdernos para que nadie nos encuentre.

Podríamos ir directos al cielo, ahorrarnos todo este infierno.

Algunos días saben a café descafeinado, y algunas vidas, y parece que se borran por momentos.

Dejamos de estar aquí en un instante y habremos perdido si no podemos recordarnos juntos.

Sólo te pido un minuto.

Ojos cerrados.

Silencio absoluto.

 

 

Como hacías antes.

Creo que eres algo parecido a un volcán dormido, pero no es miedo lo que me provocas.

Te mantienes en silencio mientras la lava arde en tu interior y algún día entrarás en erupción. Todos tenemos un límite, lo que pasa es que a mí no me gustaría verme en la tesitura de tener que descubrir dónde está el mío. Aún así creo que yo también soy todo rabia contenida, palabras que se han enquistado en mi garganta y van a hacerme escupir veneno el día menos pensado.

Pero ya está.

La historia nos ha puesto a prueba suficientes veces.

Ahora tan solo dejamos que el tiempo pase, sin hablar, porque parece que así todo duele menos, es menos real, así parece que todo lo que ha pasado ha sido un espejismo al que podemos dejar de mirar. Mientras, las circunstancias y las decisiones quedan flotando en el aire sostenidas por mentiras invisibles que van a acabar por estrangularnos sin remordimientos.

Con lo sencillo que es decir la verdad y lo que nos cuesta pronunciarla en voz alta. Somos más cobardes de lo que queremos pensar, nos escudamos en excusas que no tienen fundamento para sentirnos mejor con nosotros mismos, para intentar salvarnos de otro error que ya suma y decanta el marcador en nuestra contra.

Ya basta de fingir y de engañarse.

Ya basta de intentar reanimar lo que está muerto.

El cielo te está mirando de nuevo, desea fundirse contigo, igual que lo deseo yo. Y viene viento, de ese que remueve faldas, quiere jugar contigo, igual que quiero yo.

Sigo escuchando las manecillas del reloj en mi cabeza, sigo esperando a que acabe esta farsa, a que acabe la cuenta atrás y presiones el detonador que me haga saltar por los aires de una vez por todas. Espero el puñetazo en el estómago y el último beso que me deje un mal sabor de boca para el resto de mis días.

Pero, mientras tanto, hasta que eso pase, ¿por qué no vuelves y me pones una mano en el pecho, me besas con calma y cierras los ojos?

Como hacías antes.

Los pequeños detalles.

No es lo mismo querer para siempre que no dejar de querer nunca.

La cuestión es que no todo el mundo es capaz de darse cuenta de lo que implican cada una de esas dos expresiones. Un ligero matiz que se acaba volviendo importante con el paso del tiempo, como la mayoría de las cosas en esto del amor.

Hoy he vuelto a ver nubes grises sobre mi cabeza, a sentir que caía en picado, que el agua me llegaba al cuello.

Y no sé por qué.

Si la vida es un tren quiero que pare, que se detenga de una vez en alguna estación, que me permita llenar de aire los pulmones durante un minuto, pensar con calma, sentir que la tierra se mueve por debajo de mis pies, apreciar de nuevo tu sabor en mi boca.

No es que lo quiera, es que lo necesito, porque las manillas del reloj continúan con su movimiento a expensas de mis deseos, y todo avanza sin que nada cambie.

Va a explotarme la vena de la sien, va a reventarme el corazón en el latido menos inesperado de todos. Otra vez se me han ido las cosas de las manos, otra vez me atrapan las montañas de sentimientos y de libros sin demasiada compasión, otra vez me entierra tu indiferencia en lo más profundo.

Ya he caído en la cuenta de que el orden de las cosas no varía demasiado, que vas a seguir atada a la misma piedra el resto de tus días. Lo que pasa con las piedras es que te hunden hasta el fondo, y sólo se sale a flote si se corta la cuerda.

Te quedarás en la otra orilla mientras yo me marcho, y ni tan solo estoy seguro de si veré brotar algunas lágrimas de tus ojos, de si realmente eras sincera, de si cada beso en los suburbios tenía para ti sentido.

No es lo mismo recordar que no olvidar, también existe una diferencia que hay que saber entender.

Y esos pequeños detalles, eso que quizá para otros pasa desapercibido, todo eso y más es lo que a mí me pasa contigo.

La piel.

Se nos suele olvidar lo que dice la piel, como si no fuera lo más importante. Como si no fuera lo de verdad. Como si no nos dijera muchas más cosas que el cerebro o que el corazón.

Porque la piel siente, la piel sufre, la piel acaba saltando, cayendo al suelo.

Se nos olvidan tantas cosas a diario, como que deberíamos disfrutar de los pequeños detalles con quienes sabemos que nos quieren en lugar de complicarnos la vida con historias que tan solo duelen. Que ni es mejor quedarse con lo que uno conoce, ni es mejor arriesgarse siempre, pero que a veces vale la pena.

Es fácil vivir pero difícil la vida.

Es fácil sentir pero difíciles los sentimientos.

Con lo sencillo que es abrir los ojos, contemplar el paisaje en la distancia y disfrutar del instante. Capturar momentos, sensaciones, percepciones, y guardarlos en las manos. Como los besos, como el sexo, como las caricias que nos damos por detrás de las cortinas.

La verdad es que no tengo ni puta idea de lo que va a pasar, ni conmigo, ni contigo, ni con el nosotros abstracto que tejimos en algún momento, pero me da igual. Voy a dejarme mecer por el viento. Voy a dejarme llevar como lo hacen las hojas al caer al agua.  Voy a cerrar los ojos y sentir que se cierran heridas para que se abran otras nuevas, porque es ley de vida.

Lo de sufrir, reír, morir. Y es inevitable.

Así que voy a dejar de construir muros y murallas, y voy a dejar atrás las armaduras que de poco me han valido hasta el momento. Pienso abrirme el pecho y dejarlo al descubierto, y veremos si empiezan a florecer rosas con la primavera o nos quedamos llenos de los fantasmas del invierno que vendrán a visitarnos para recordarnos los errores, los fracasos, que pudimos serlo todo pero decidimos ser ausencias.

Y es que me miro al espejo y tengo calma, hay una sensación de paz interior que no recordaba. Sin pesos, sin cargas, sin culpa. Y es raro para tratarse de mí, que siempre tengo algo que señalar, alguna bala que dispararme a bocajarro.

Voy a hacer caso a la piel y a acariciarte con cuidado, a besarte despacito.

De verdad, que la piel sabe, que para algo es la única que te ha tocado.