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Que el diablo te acompañe.

El otoño llega cambiándolo todo: el color de las hojas, la temperatura, el ánimo de la gente, la ropa de calle y de cama, los besos, la luz de la ciudad; y todo se reduce a caminar con las manos en los bolsillos de los vaqueros, la espalda ligeramente agarrotada y la mirada perdida deambulando por el barrio.

Y sigo con dolor de cabeza y no so soy capaz de distinguir si es resaca, una contractura cervical o la vida diciéndome que me muera.

He tachado otro día del calendario sin sentirme orgulloso por nada, sin ganas, sin que me importe demasiado lo que pasará mañana o la semana que viene, sin tener un futuro planificado, sin saber si algún día conseguiré que mi cerebro se calle y se apiade de mí.

No tengo ningún clavo ardiendo al que agarrarme, ni la honestidad necesaria conmigo mismo para dejarme ayudar, ni abrazar, ni entender. Prefiero seguir dentro de esta nube tóxica que son mis pensamientos, mi visión gris del mundo y las personas.

Prefiero seguir entre las ruinas de mí mismo sin poder reconstruirme, jugar a esta versión difícil del día a día, hundirme en los charcos y en el pozo, volver a la cueva desnuda de la que vengo y dejar que caigan las ramas y llegue la nieve, y el frío que no se va ni con hogueras, ni tus sonrisas más tiernas.

Algunos días escucho una risa cínica antes de dormir que me susurra:

Que el diablo te acompañe.

Y sé que no puedo hacerte feliz, y que estoy perdido.

Y vuelvo a entrar en las tinieblas y en mis pesadillas más oscuras.

Se alinean los astros.

A veces se alinean los astros y se producen casualidades, pequeños golpes de suerte que estallan alrededor del mundo sin que seamos conscientes de ello, como cuando sin querer tropezamos y empecé a sonreír cuando nadie podía verlo, y empecé a hinchar el pecho y a caminar más seguro de mí mismo.

Existen momentos en los que todo el inmenso telar que es el universo se reduce a nosotros, y cuadran en un instante todos los complejos engranajes de nuestro reloj interior, y te recuerdo que eso ha pasado cuando estamos enredados en las sábanas y también fuera de ellas, con una simple mirada cómplice, con un leve roce de nuestra piel, con risas y sonrisas sin forzar.

La esperanza suele ser una virtud duradera, difícil de esquilmar, que a veces se confunde con la constancia. La esperanza es como esas plantas que no necesitan mucha agua, el cactus de los estados de ánimo. Algunas veces es punzante e incluso puede hacer daño, pero resiste y aguanta pese a todo. También es algo que nos acaba volviendo frágiles, indefensos, porque nos aferramos a ella cuando el bote se hunde en medio del océano. Como si pudiera salvarnos de algo.

Y yo sigo mirando el calendario con ojos de niño, esperando que algo cambie, que aparezcas entre la lluvia con una maleta y toques a mi puerta. Me sigue latiendo el corazón con más fuerza cuando me cruzo contigo, me duele más de lo habitual cuando te pierdo en todas esas pesadillas nocturnas que me despiertan y no me dejan, desde hace ya tiempo, dormir tranquilo.

A pesar de todo lo que diga o haga para ti sigo siendo el débil, el eslabón perdido de la cadena que es mejor dejar en el camino en lugar de volver a recogerlo. Entiendo que soy incómodo, que hablo mucho y pienso más, que intento entenderlo todo aunque me cueste, y racionalizarlo y volverlo tangible. Entiendo que debe ser agotador observarlo desde el otro lado, incluso aburrido.

Me disculpo contigo por quererte de la única forma que he podido hacerlo, sin barreras, sin prejuicios, sin miedo a caer en el abismo.

A veces se alinean los astros, las estrellas brillan un poco más fuerte, y te quedas conmigo para no volverte a ir.

[Tranquila, yo te espero.]

 

Pura comedia.

La vida es pura comedia y nos la tomamos demasiado en serio. Los formalismos, los enfados, la moral cristiana apostólica romana que impregna cada uno de nuestros actos desde la tierna infancia.

La vida es pura comedia y no lo estamos entendiendo. Joder, si al final todos acabamos en el mismo sitio sin que nadie nos recuerde más que en las fechas señaladas por el calendario.

Pensamos que todas nuestras decisiones acaban siendo transcendentales cuando al final sólo somos un pequeño punto invisible en la historia del Universo, sin más importancia que la que tiene cualquier mosquito aplastado contra el cristal de la ventana para nosotros.

Podríamos hacer que todo fuera más liviano, porque en el fondo, si lo pensamos bien, nada es tan grave como lo pensamos. Cualquier nueva decisión nos parece más difícil de tomar que la anterior. Nos creamos jaulas con nuestros miedos más íntimos, nos prohibimos la felicidad sin darnos cuenta. Nos cortamos las alas, somos víctimas de nuestros propios prejuicios, de nuestra dura conciencia que nos golpea antes de cerrar los ojos y coger el sueño.

Nos estamos complicando cuando todo debería ser igual de fácil que cuando éramos niños, pero nos encargamos de hundir todos los botes en los que subimos. Y a veces tengo la sensación de que estoy remando solo, y de que no sirve de nada, y de que no vale la pena, y de que pierdo el tiempo, y, sobre todo, de que soy un imbécil por no darme cuenta antes de todo esto. Es un asco ser un soñador entre tanta gente sin color, entre los que se conforman, entre los que ríen a medias, entre los que tienen miedo a decir la verdad.

La vida es pura comedia y la estamos convirtiendo en el peor de los dramas, porque todo esto no va de luchar, ni de merecer más o menos, en el fondo lo único de lo que va toda esta historia es de querer.

Y estoy tranquilo, porque eso sí lo hago.

[Dime tú si lo hago bien.]