Era cuestión de bailar al mismo compás, de dejarnos llevar por los acordes hasta la siguiente melodía, y de pronto nos quedamos sin pentagrama, y las notas llenaron el suelo del salón como los trozos de vidrio de una copa de vino que se rompe en medio de una discusión.
Dejamos de mirarnos a los ojos y de hablarnos a la cara.
Dejamos de querernos en la cama y fuera de ella.
Dejamos de sujetarnos la cintura y ponernos el paracaídas.
Lo dejamos todo.
Y nos perdimos.
Lo único que siempre dijimos que no dejaríamos que sucediera.
Yo te prometí que siempre estaría, pero no me quedo nunca en los lugares en los que no soy bien recibido. No quiero pisar baldosas que no sean amarillas, ni tener llaves de un corazón que no me quiere de huésped.
Al final va a crecer la indiferencia, como lo hace la mala hierba en un jardín que no se cuida, como la podredumbre entre la fruta que no se come.
Espero que no llegue el odio, porque de ahí sí que no se sale.
El odio lo hace todo más horrible, echar la culpa al otro, tomar una distancia insana, permitirte el lujo de hablar mal de la persona a la que quieres o has querido. No me gustaría formar parte de esa rueda, entrar en ese círculo vicioso y que acabes siendo sólo un punto insignificante. Tú que lo has sido todo sin saberlo, que has llenado todos mis huecos como nadie lo había hecho antes, que me habías devuelto las ganas de respirar sobre la superficie.
Tú que te habías convertido en el sol que lo bañaba todo, en objetivo y en medio, en la lente a través de la cual poder ver.
Tú que te habías convertido en el eje, en la columna sobre la que apoyarme, en el bastón al que sujetarme cuando perdía el equilibrio, en mi sexto sentido.
Yo que sólo quería ser tu amigo, tu amante, tu alivio.
Ahora soy tu olvido.
A pesar de todo, entre este dolor, esta ansiedad, este no saber qué va a pasar conmigo, estoy tranquilo porque he sido de verdad estando a tu lado.
Aunque ahora me toque volver a bailar solo.
[He vuelto al lugar que me corresponde.]