Srta. Alma. – Quinto Piso, puerta 19.
“Ellos se ríen de mí por ser diferente, yo me río de ellos por ser iguales”.
Kurt Cobain.
No sé qué me daba más pena, si ver cómo casi todos los vecinos rechazaban sus tuppers llenos de comida, o los días que hacía que no la veía por no poder aceptarlos yo.
Le dije a Paquita que tenía una intolerancia, que no podía comer cualquier cosa. No podía permitirme el seguir atiborrándome a delicias calóricas si quería que te fijaras en mí… ¡Ay, Jack! Tú no eres como los demás. Mírales, asomados casi todos, recelosos.
Paquita me dijo que si no podía hacerme sonreír con sus deliciosas croquetas, tenía otra cosita que seguro me iba a hacer levitar de verdad.
¿Más? ¿Me notó en las nubes desde que te conozco? Dijo que ya me traería algunas cosas, no me dijo qué, no me dijo cuándo, y ahora mírala, hay un montón de sangre dibujando un fin macabro…
Imagino que la ausencia de Emilio es normal, está tan sordo que no ha debido enterarse de nada. Pobre cuando se entere… ¡Veremos a ver si no le da un infarto y se va al otro barrio! Ni el coronavirus ni el colesterol de los bocatas que se ha metido siempre en el bar… Mal de amores, un corazón parado en seco. Creo que me pasaría lo mismo si hubieses sido tú. Tú, ajeno a todo esto…
Parece que a Mari no le pilla de sorpresa… tu amigo Ezequiel siempre escondido tras su Canon, inmortalizando cada detalle morboso… María Antonia y su semblante, siempre asqueroso…
Raquel, sin embargo parece afectada, tiene siempre esa mirada dispersa pero es la única que nunca ha rechazado a Paquita. Sigo sin entender por qué hace lo que hace cada noche, ¿se cree que nadie más va a darse cuenta? ¿No tiene bastante perdiendo a sus hijas?
Menuda panda de egoístas, de cotillas, de simples. Siempre con sus miradas altivas, creyéndose el ombligo del mundo, sin ningún tipo de empatía por lo que ocurre en mundo.
Ay, Paquita…
¿Hablarán todos bien de ella ahora que ha muerto? Cuando siempre se han reído de su forma de vestir, de su forma de ser, de su forma de sentir. Tan pendientes de su vida que no se dignaron nunca a observarla por dentro. Ella siempre tan dicharachera, tan única, con la tele a todo volumen para escucharla desde la cocina, donde cocinaba para todos para no sentirse tan solita. De acuerdo, sí, era un poco estrambótica, y siempre caminaba rápido y como a hurtadillas, mirando hacia atrás. Últimamente se la notaba nerviosa… pero no más que a mí.
Desde que empezó este encierro obligado hago cosas brillantes, e idiotas, constantemente. Me pseudoenamoro de recuerdos, contigo. Imagino encuentros que me alegran el día, contigo. Veo esta imagen esperpéntica cinco pisos más abajo y recuerdo aquella película de Carmen Saura en una comunidad de vecinos y me doy cuenta de que quiero volver a verla, contigo.
Hay días que me arañan las entrañas. Mañanas que despierto en sudor tras las pesadillas. Esos momentos en los que me descubro haciendo cosas que no recuerdo haber comenzado y ya no sé si es que me evado, me ausento o me estoy desquiciando.
Esta mañana no recuerdo haberme despertado. He vuelto a mí tras un portazo en la casa de al lado. Y todavía ando aturdida, pero perfectamente vestida. Como siempre, desde aquella vez juntos bajando por la escalera. Me caí detrás de ti, un piso más arriba y tu mirada que siempre me intimida corrió preocupada a mi encuentro. Apenas cruzamos dos frases cordiales y sin embargo, desde ese día, un sinfín de señales me conectan a ti, y ya no sé si son fantasías…
Este aislamiento va a terminar volviéndome aún más loca. No sé qué me pasa, ¿dónde voy cuando me ausento? Solo sé que me canso de esta rutina, enciendo la música y me evado cada vez más lejos.
Me hacen llorar canciones a deshora. Y me olvido de contestar mensajes importantes. ¡Ya no sé cómo pedirle a mi psicóloga que deje de incordiarme! Me aíslo de todo desde que siento que mi mundo eres tú… Me miento. Me arrepiento. Me hago mil preguntas. Me veo en el espejo, y me fijo en las arrugas que nacen. Me agobia el tiempo. Me frustran errores incorregibles. Me siento triste muchas veces y solo quiero que acabe este encierro, para volver a encontrarme contigo, atreverme a presentarme y sentir tus dos besos… ¡Y aaarrrggggg! Diles que se callen Jack, ¡van a volverme loca!
Todos expectantes, todos gritando, todos mirando y tú, balanceando esos hielos en tu copa, con esa mirada imperturbable, tienes tus ojos fijos en mí. Y a mí ni siquiera me ha dado tiempo a percibir si voy bien conjuntada para ti.
Me debato entre el sexto sentido, el común, que también yace muerto. Si entro a llamar a la policía perderé tus ojos de vista…
“Oh I hope to be holding you son. Who knows what happens if I leave my room…”
Canta Keaton Henson en mi reproductor. Y sonríes, y sonrío, y Paquita se desangra en el piso.
Sé que tú también ves en mí algo que nadie más ve, sé que te gusto por rara, como tú a mí. ¿Qué escondes? Siempre tan frío, tan ausente, tan escondido… y desde hace días haciendo ruido, con las ventanas abiertas, paseando por si te miro, brevemente, escurridizo. ¿Qué tramas? ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo conmigo?
Mírales de nuevo a todos, llevo años sabiéndolo todo de todos y ellos tan poco de mí… Yo y mi poder de observación.
¿Tú no te extrañas como los demás, de que esta veterinaria no viva con ningún animal?
Escrito por Estefanía Toro.
Twitter y Facebook: @mimundoyrelatos
Instagram: @estefania_toro