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Perdiendo el norte.

Se me atragantan los días desde que vivo atrincherado en el sofá sin más esperanza que la que soy capaz de ver sólo de vez en cuando, como esos destellos de luz que ven los náufragos desde la orilla de sus islas perdidas en mitad del océano. A ciertas cosas no me puedo acostumbrar, hay ciertas cosas que no puedo asumir y seguir como si nada.

Siento el martillo en mi cabeza trabajando sin parar, sin descansar, sin detenerse ni un segundo para dejarme coger aire y volver a empezar.

Hoy he vuelto a despertarme con sed en plena madrugada mientras la televisión y las luces del comedor seguían encendidas, mientras un libro con su marcapáginas fuera de sitio reposaba en mi regazo y he tragado saliva. He vuelto a caer en la cuenta de que nadie va a darme un toque en el hombro y a decirme que me vaya a la cama. He vuelto a caer en la cuenta de que soy mucho más frágil de lo que me atrevo a decir.

Y el mundo ahí afuera se está congelando y yo por dentro estoy en llamas.

Es como si ahora mismo estuviera solo, abandonado, viviendo en medio de un valle donde nadie va a venir a rescatarme si estoy en apuros, si hago ese último grito pidiendo ayuda me quedaré en el mismo sitio, esperando con los lobos.

Sin que nada pase.

Sin que nada cambie.

Sin que nada sea como tú quieres que sea.

Sin que nos encontremos escondidos en la esquina de siempre.

Ya hemos dicho muchas veces que no aprendemos, que no sabemos elegir bien ni hacer las cosas mejor. Y yo soy el ejemplo más claro de lo que no hay que hacer en la vida porque lo único que hago como nadie sabe hacer es destruirme poco a poco, echarme sal y tierra por encima, y quedarme enterrado.

A pesar de todo (y de nada) aquí sigo, perdiendo el norte por ella.

[Estamos diciéndonos adiós con el corazón encogido.]

Mi rutina preferida.

Mi rutina preferida consistía en besarte todas las mañanas y era el mejor motivo para levantarse y afrontar el día. Una especie de recompensa e impulso al mismo tiempo que ayudaba a que lo viera todo de forma distinta, a que a pesar de las nubes grises que siempre me rodean el mundo pareciera un lugar que merece la pena. Y fue así durante un tiempo, hasta que todo se derrumbó, hasta que cayó la primera ficha de dominó que hizo que todas las demás le siguieran y volví a sentir que no era nadie, que no soy nadie para ti.

Vuelta al vacío, a la caída libre, a la moneda que se queda en el fondo de la fuente siendo un deseo que nunca se cumple.

A mí me parece una auténtica broma, con las guerras que hemos ganado, con la de luchas que hemos tenido entre las sábanas y fuera de ellas, con la de muros que hemos saltado sin darnos apenas cuenta, sólo con las manos, sólo con verdad. Verdad, lo único que pido, lo único que puede hacer que lo que hay entre dos personas sea realmente indestructible. Porque si tenemos que ocultarnos, si tenemos que mentirle a quien se supone que más queremos, qué sentido tiene cerrar la puerta y quedarte a solas con esa persona, y compartir tu intimidad y tus miedos, ilusiones, alegrías y esperanzas.

Nuestro momento se ha quedado suspendido en el aire, a medio camino entre el todo y la nada, sostenido por cuerdas invisibles que necesitan poco para romperse.

Yo no he acabado de adaptarme a este nuevo tablero de juego, a las nuevas normas, a esta manera de tener que callar y pasarlo todo por alto, fingir absoluta indiferencia cuando hay rabia y dolor, y cenizas donde debería haber vísceras y huesos.

Echo de menos aquello de no tener que preocuparme porque eras real, porque existías en mi día a día, porque no eras una mera fantasía a la que aferrarme en la penumbra de mis sueños.

Echo de menos asegurarme tu sonrisa, rescatar tu corazón, anestesiarte por dentro, como dice Miss Caffeina.

Mi rutina preferida sigues siendo tú.

Música.

Un día alguien inventó la música, golpeando con piedras y palos, haciendo tambores con las pieles de animales, escuchando el chisporroteo de las llamas en una hoguera, los truenos y la lluvia en los días tormentosos. Y vivir fue un poco mejor.

Un día alguien inventó las notas y quiso dibujarlas sobre un papel, ponerles nombre y enseñarlo a los demás. Y entonces se pudo componer y que otros pudieran cantar y tocar todo lo que había salido de tu cabeza.

Y las canciones pasaron de boca en boca y de pueblo en pueblo vertebrando el mundo como si todos estuviéramos hechos de lo mismo. Hidrógeno, oxígeno, carbono y sentimientos.

Llegaron Palestrina, Vivaldi, Bach, Mozart, Chopin, Beethoven, Listz, Brahms, Schubert, Debussy, Dvořák,  Tchaikovsky, Mahler, Prokofiev, Ravel, Albéniz…

Y las orquestas, las bandas, los ensembles, los cuartetos.

Adolphe Sax.

El blues, el jazz, el rock, el pop.

Y cuando necesitas a alguien enciendes la radio y entonces siempre hay quien te hace compañía, que te hace reír o llorar, evocar. Es la manera que inventamos hace mucho para no estar nunca más solos, para poder sentir un abrazo o una caricia en el momento necesario, para poder soltar una carcajada y disfrutar o sentir que nos aprietan el corazón con tanta fuerza que nos falta hasta el aire.

Olvidamos cosas pero siempre hay un estribillo para recordarnos dónde estábamos y con quién en el mejor verano de nuestras vidas. Y un grupo que coreaste hasta quedarte afónico con tus amigos. Y un concierto que te hizo vibrar más que ninguna otra cosa en el mundo.

No sé cómo lo has hecho pero eres todas las canciones de pronto, y la música se reduce a tu cuerpo y al batir de tus alas, y me pierdo entre los pentagramas que surcan tu piel y sonrío al ver los silencios dibujados en tus dedos. Y suenan cadencias perfectas si me abrazas y cierras los ojos. Y el corazón sólo me hace síncopas al verte y se me olvida lo que marca el metrónomo cuando me besas.

Yo no quiero poesía contigo si existe la música,

Y no podía ser de otra manera, porque la música es el arte de las musas.

Y a estas alturas creo que está claro que tú eres la mía.

[Feliz día a todos los músicos.]

Efecto Golem.

Algunas veces si creemos con fuerza que algo va a suceder acaba pasando, si deseamos algo con los ojos apretados y abrazados a la almohada llega a producirse. Como le pasó a Pigmalión que enamorándose de su estatua Galatea consiguió que cobrara vida. La profecía autorrealizada en la que la propia motivación acaba ayudando a que algo tenga lugar.

Pero a mí me pasa lo contrario, que pienso siempre que nada bueno puede venir, que todo va a ir mal, que tengo tan pocas posibilidades de que algo vaya bien que solamente puede ir a peor. Y quizá eso es lo que te asusta, que siempre camino con la vista clavada en el suelo, que me pongo nervioso si me miras mucho rato, que me siento observado y siempre actúo de manera encorsetada, que no me dejo conocer de verdad, que no soy capaz de expresar mis emociones si no es escribiéndolas sobre un papel, que no sé quitarme la máscara y dejar todas mis heridas al aire.

Pero contigo no, se me cayeron las vendas y la ropa antes de que me diera cuenta, antes de ser consciente de que ya era demasiado tarde como para dar un paso atrás y protegerme. Te convertiste en un refugio silencioso sin saberlo, un lugar en el que sentirme protegido y no tener miedo, un lugar en el que la vida se sostenía sin que tuviera que esforzarme. Un lugar en el que podría quedarme el resto de mis días sin cansarme, sin aburrirme, sin temer el día a día y la rutina.

Quizá es que estoy haciéndolo todo como no toca, quizá me estoy equivocando contigo desde el primer día, quizá es que no debí mostrarme como un perdedor antes de darte el primer beso. Quizá es que tuve que hacerte creer que sería capaz de todo, que podría ganar todos los partidos, que no tropezaría nunca, que sería viento para tus velas, que podría convertir el agua en vino.

Pero no, soy el claro ejemplo del Efecto Golem, que me quiero tan poco, que me desprecio tanto que estoy consiguiendo que tú también lo hagas, y ahora sólo soy para ti un desecho, un panfleto arrugado en medio de la calle al que dar patadas y llevar de un lado a otro.

Y a este paso, voy a tener que esculpir en mármol a alguien que me quiera de verdad, que me mire como yo te miro a ti.

La cima del mundo.

Un hilo de luz colándose por tu ventana, el cielo yendo desde los tonos azules y rosados a un fundido a negro, el pensamiento silencioso pero latente, el corazón inquieto de nuevo por tu ausencia.

La vida es como una escalera. Desde la infancia hasta la senectud. Al inicio todo parece muy fácil, sencillo, nos cuesta poco avanzar pero con el paso del tiempo, conforme ascendemos peldaños nos cuesta más, nos vamos quedando sin aire, perdemos las ganas y la ilusión. Y por eso todo acaba siendo tan difícil, es complicado mantener la llama intacta, querer y desear algo igual que el primer día. Escalón tras escalón debemos sopesar las situaciones, meditar, valorar, reflexionar. El día a día está lleno de verbos de la primera conjugación.

Somos dos causas perdidas que pueden encontrarse mutuamente, porque sabemos salir del fango, sabemos superar el día a día y las vallas más altas, sabemos evitar los golpes secos y apagar incendios con saliva.

Cada vez que estoy contigo creo que voy a parpadear y vas a desaparecer de un momento a otro, que te vas a ir, que vas a deshacerte como una escultura de arena entre mis manos, que nada de lo que ha pasado ha sido real. Que mi cabeza fantasiosa ha vuelto a hacer de las suyas y todo es mentira, que nunca me has acariciado la nuca, ni besado en el cuello, ni sonreído en la penumbra cuando marcábamos destinos lejanos sobre nuestra piel desnuda.

Podríamos subir esa escalera estribo tras estribo, juntos, al mismo paso, sin prisa, disfrutando de la escalada hasta llegar a la cumbre. Agarrarnos de las cuerdas que nos encontremos y trepar cada dificultad. Aprovechar el impulso y tomar aire. No temer a los abismos que se abran a nuestros pies porque juntos no puede pasarnos nada malo. Sonreír sin que hagan falta los milagros, sin que tengamos que creer en nada más que en nosotros mismos.

Y es que al fin y al cabo, sólo quiero dormir a tu lado, abrazarte con los ojos cerrados, que veamos juntos todos los días desde la cima del mundo, que la cúspide de todo sea nuestra cama.

Veneno en los labios.

La garganta llena de nudos por los que no pasa la saliva, ni el aire.

La sensación de angustia permanente.

La falta de religión que nos de todas las explicaciones que no nos da la realidad.

El exceso de yoga, gimnasio y drogas de colores.

El superávit de información, ruido y sentimientos.

El ir desnudo por la vida, sin mentiras, sin necesidad de ocultar nada.

Hay lobos aullando al mismo tiempo a la luna y dicen que nunca antes había pasado, pero quién sabe, hoy en día todo está del revés.

Vivimos en medio de un caos insoportable, en una espiral de voces sin sentido, de cuadros abstractos y arte callejero. Nos han puesto tan bien la venda sobre los ojos que ni siquiera nos planteamos alternativas para cada uno de nuestros problemas. Acabamos siendo villanos, cómplices, por culpa de la desidia, por ver cómo da vueltas la noria sin intentar bajar de ella.

No sé si damos más asco que pena.

No sé si vamos a bajar del barco o a seguir remando.

No sé nada, sigo sin saber nada.

Hace años que todo me viene grande, que no puedo comprender la ceguera en la que vivimos, que no dejo de lamentarme una y otra vez.

Somos polizones en un mundo que debería ser nuestra casa.

Somos extraños en los brazos de quien debería ser nuestro amor.

Somos animales de compañía más salvajes que la mayoría de mamíferos.

Somos el miedo hecho carne y huesos.

Somos veneno en los labios de quien más queremos.

Somos hierba muerta.

Y no me queda más remedio que poner música, apagar la luz, cerrar los ojos, dejar que todo gire sin que pueda evitarlo. El mundo hace su ruta por el sistema solar y el dinero se mueve de un bolsillo a otro, y las vidas se van como se va un caramelo en una clase de primaria.

No me queda más remedio que besar lento y respirar por los dos, arrancarte la ropa con los dientes, prepararte un hueco a mi lado, cuidarte hasta que no pueda hacerlo, esperarte en el andén, cerrar las ventanas con el temporal, encender la hoguera, cuadrar el círculo, visitarte en sueños, beber de tu boca.

Y escribir, romper las páginas, vivir en bucle, llorar a solas, caer rendido.

Esperar el final.

Pero no el nuestro, ese no.

Yo insisto pero nunca gano.

Yo insisto pero nunca gano.

Y veo las palomas blancas volando, sin saber si me hablan de paz o de muertes lejanas.

Y hay edificios antiguos que cada día me miran distinto y a mí me parecen cambiados de sitio.

Y a ti te crece el pelo y te mengua la sonrisa.

Y a mí me brotan lágrimas y se me secan las raíces.

Y se sale el café de la taza nueva y hay que volver a limpiar las ventanas por culpa de la lluvia.

Hoy alguien ha empuñado un kalashnikov en Siria y han tenido que rescatar del mar a una madre con su niño.

Hoy alguien construye nuevas emociones, pinta una pared, hace sonar un piano de cola, se besa en un ascensor.

Hoy alguien ha muerto de la manera más tonta, se han roto miles de corazones, nuevas voces han gritado frente a los muros, los aviones se siguen manteniendo en el aire.

Y hay billetes de ida sin vuelta.
Y hay besos crueles.
Y hay quien sólo mira hacia adelante.
Y hay palabras flotando entre nosotros, invisibles cual mentira.
Y hay gente esperando un salvavidas en forma de abrazo largo.
Y hay ríos que se secan y entrepiernas que se mojan.

Aún no lo sabes, pero te he escrito canciones que te gustaría que te cantaran al oído.

Aún no lo sabes, pero te he ido dejado mensajes escondidos.

Queda esperanza entre las nubes y soledad para quien corre muy temprano.

Quedan ciudades para descubrirlas de la mano.

Quedan noches y días, y saliva para cubrirnos la piel.

Ojalá me fueran a salvar tu risa y tus ojos por el resto de mis días.

Pero yo insisto contigo y nunca gano.

¿Qué hacemos?

¿Qué hacemos con la rabia, con el dolor, con la impotencia?

Los transformamos. Los cambiamos hasta convertirlos en algo mejor, los dejamos atrás, avanzamos. Lo único que no se permite en esta vida es quedarse parado mirando cómo se pone el sol en el horizonte.

¿Qué hacemos con la tristeza, la melancolía, la nostalgia?

Las aprovechamos, nos servimos de ellas para reflexionar, nos tomamos nuestro tiempo, buscamos algo mejor. Lo único que no se permite en esta vida es regocijarse en el daño, en las lágrimas, en la angustia vital. Porque hay cosas que no sirven de nada, y lo que no sirve se deshecha. Y algunos se lo toman muy en serio hasta con las personas. No se puede ir por ahí produciendo heridas y dejando a los demás tirados en la cuneta. A las personas se les da la mano, hay que levantarlas, quitarles el polvo de los ojos y ayudarlas a caminar. A menos que no quieran, lo de empeñarse en salvar a otros cuando no están por la labor tampoco es la solución.

Lo de ir de héroes y heroínas se ha vuelto a poner de moda, lo de alzar el puño y gritar consignas por los demás, como si todos quisiéramos lo mismo. Y es que a veces no tomamos libertades que no tenemos, colgamos banderas, cantamos himnos y seguimos sin tener ni puta idea de nada.

Yo no quiero a nadie que lidere mi causa, que para algo sigo con la voz intacta y las ganas en el sitio.

Yo no necesito a nadie que me salve, que para algo soy capaz de nadar por mí mismo y buscar mi camino.

Pausa, cojamos aire.

¿Qué hacemos?

Primero nos tomamos una cerveza, nos besamos, y luego ya veremos que estoy harto de tantas cuestiones trascendentales.

Mal presentimiento.

Dolor de cabeza, mal presentimiento.

Suena el despertador, miras al techo todavía con cierta niebla entre los párpados, tienes el cerebro sumido en un vaivén que no te abandona hasta que pasan unos minutos. Y te aparecen todos los miedos, se te plantan delante, y te obligas a apretarte contra el colchón tratando de esconderte de ellos. Poner un pie en tierra cada día tiene consecuencias, a veces los demonios te visitan a plena luz del día y oyes sus carcajadas en tus tímpanos, y cuando eso pasa se me eriza la piel y tengo que cerrar los ojos, respirar hondo, mirar hacia otro lado, dejar de pensarte.

Me ha vuelto a suceder, al salir a la calle parece que veo en todas partes tu nombre y que me atormenta tu recuerdo, el de tus piernas rodeando mi cintura, el del viento en nuestra piel, el de la lluvia mojándome las entrañas a tu lado. Estoy seguro de que hay avenidas que todavía se acuerdan de nuestras manos entrelazadas y de los besos que me dabas de puntillas, de cómo te esperaba junto a la estación, de cómo nos daban igual el ruido y los vecinos.

Pienso que lanzamos monedas al aire y que nunca las vemos caer, que hablamos sin entendernos, que nos atrapan tantas gilipolleces que ya no vemos lo importante.

Todavía no ha llegado la luna a lo más alto y ya estoy completamente agotado. Las farolas parpadean de nuevo, me visitan los fantasmas y caminan conmigo. Me dicen, sin morderse la lengua, que no me asuste al mismo tiempo que me susurran que no necesitarás mi abrigo ni mis manos en tu pelo. Sólo puedo pensar en que no sabía que sería incapaz de alejarme de ti, que me voy a pasar la vida tras las manillas de un reloj esperando a que aparezcas, que soy demasiado joven para haber cometido tantos pecados y tener que pagarlos de golpe.

Siempre acabo subido a los tejados lamentado las heridas, contando las secuelas que me has dejado en el corazón, las brechas con las que me has llenado el espíritu. Me he quedado destrozado con tanta indecisión, con este nosotros que no tiene fácil solución.

Dolor de cabeza, mal presentimiento.

Y es que hay días que es mejor no abrir los ojos ni levantarse de la cama, ni pensar más de la cuenta.

La calma tensa.

La calma tensa, el grito ahogado.

Futuro, pasado.

Hace tiempo que decidí convertirme en camaleón, no llamar la atención, dar un paso atrás, agachar la cabeza y mirar al suelo. Intentar siempre no ser el foco al que apuntan las cámaras, dejar el mérito para los que de verdad se lo merecen.

La mayor parte de las veces sólo soy otro ladrillo más en el muro, haciendo lo que se espera de mí, repartiendo vectores, igualando fuerzas. Cosas de la física.

Ser como ese acorde puente que pasa desapercibido en cualquier Sonata de Mozart, como ese complemento circunstancial en una oración que se puede eliminar sin que pierda el sentido, ser como un poco de ADN no codificante.

Sombra entre tanta luz, viento en una noche de verano.

Siempre, nunca.

Ni con el paso de los días parece que el año mejora, que la sensación de falta de aire y de peso en la conciencia es inevitable. La duda perenne de saber si algún día podré sentirme bien, si podré, por fin, salir a la superficie de todas estas aguas negras y coger aire, y respirar por primer vez.

Atrapado en el tiempo estoy viviendo dentro de un cuadro de Dalí.

Quizá sólo necesito seguir hibernando, que llegue la Primavera y empezar a vivir cuando comience el deshielo.

Mientras el momento de vivir llega, trataré de no ahogarme.

No prometo nada, nunca supe nadar bien.