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Aguas negras.

No se está tan mal en el fondo cuando te acostumbras a él. En el momento en el que el sufrimiento se convierte en tu hábitat natural ya no te tiembla el pulso cuando todo se tuerce porque es lo que esperas, que todo vaya mal, que el desastre sea lo único que conoces a tu alrededor. No hay muecas, ni enfados, sólo resignación, un ligero encogerse de hombros y seguir chapoteando con el agua turbia e infecciosa de las profundidades.

Lo único que hay es agua negra a tu alrededor y el paso lento del tiempo en tu oído, apuñalando cada uno de tus latidos. El agua negra que te impide moverte bien en el interior del pozo, y después de tanto tiempo tienes ya los músculos atrofiados, el cerebro aturdido, los sentidos dormidos, los sentimientos hundidos.

Te preguntas, en el mejor de los casos, y te planteas cómo has hecho para ser incapaz de salir, para quedarte siempre ahí cuando hay gente que se ha cogido a una cuerda y ha acabado viendo la luz, cuando hay personas que han ido buscando apoyos para poder pisar tierra firme de nuevo. Pero tú eres incapaz, quizá porque te gusta regodearte en tu dolor, quizá porque sólo te sientes seguro y cómodo en las sombras, en ese sufrimiento que tan bien conoces y dominas, quizá porque no estás seguro de que tratar de vivir de otra manera vaya a dar mejores resultados.

Probablemente todo sea miedo, un miedo atroz que es sólo tuyo, un miedo que ha ido creciendo como las ramas y las raíces de un árbol en tierra fértil y ya no puedes separar de tus huesos ni de tu carne.

No sé encajar los golpes sin sangrar a la primera, ni tampoco aceptar las derrotas sin plantar cara.

No sé decirte adiós sin desgarrarme ni perderme en el camino.

No sé asumir la realidad más allá de las paredes de mi habitación solitaria.

Es tan difícil, tan injusto, tan cruel.

Tú aún no te has dado cuenta, y eso lo hace todavía peor, eso hace que el pozo sea cada vez más profundo.

Yo sigo con el debate permanente de quedarme aquí en estas aguas, que ya parecen brea, mojado para siempre o intentar salir afuera para ver si todo es tan bonito como dicen.

Yo sigo con el debate de intentar respirar o dispararme en la sien la única bala que me queda.

Que sobrevuelen los misiles.

Nos va a destruir antes el ego que las bombas. Somos incapaces de ser sinceros, de mirar a los ojos, de tendernos la mano. Casi es mejor que el mundo se venga abajo, que resurjamos de nuestras propias cenizas, que todo vuelva a empezar para tener otra oportunidad.

Y es que la vida es una ocasión tras otra pero parece que nunca las sabemos aprovechar y después sólo sabemos quejarnos porque todo nos va mal. Si tiramos la toalla al primer problema, si desistimos al primer escollo, si renunciamos al amor al primer temblor de tierra.

Parece que hoy en día cualquier riesgo no vale la pena, que todo esfuerzo es demasiado y que no estamos dispuestos a hacer nada por conseguir lo que queremos. Parece que todo nos cuesta y no debería ser así.

Es que si no luchamos cualquier día estaremos rotos, lejos, muertos, y todo habrá sido para nada. No vale la pena sufrir si al final no podemos sentarnos frente al mismo fuego y calentarnos las manos, y mirar al cielo y reírnos de lo que tenga que decirnos el futuro.

El día a día es un laberinto imposible de recorrer y todo me parece silencio cuando no estás tú.

Eco, necesidad, final.

En mis pesadillas los caminos están llenos de pólvora y resina, y todos me impiden avanzar hasta ti. Y cuando abro los ojos ya no sé qué es real y qué es mentira, y me pregunto si los besos eran verdad, si queda algo de moral al cerrar la puerta, si alguien puede desconectarme de la realidad para que no me importe nada de lo que bombardea mi conciencia a diario.

La sociedad es tan superficial y yo quiero ser tan profundo contigo, dejar la fugacidad de lado, darle sentido a las cosas, no juzgarlo todo.

Podemos hacerle caso al azar esta vez, que para algo ha unido nuestros suspiros, ha puesto al mismo ritmo nuestros latidos, ha sentado el gris sobre nuestros hombros para que nos refugiemos juntos de todos los fantasmas.

Contigo uso más palabras siempre de las que realmente nos hacen falta, porque no necesitamos más que clavarnos las pupilas y acariciarnos las mejillas, para que se nos olvide todo, para que lo malo parezca menos malo, y París sea una fiesta.

Y a mí me da igual que sobrevuelen los misiles, escuchar el ruido y temblar de miedo si te miro.

Y a mí me da igual que el mundo se acabe porque al menos nos hemos tenido y eso debe quedarse formando parte de algún quark. Seremos partículas elementales cuando todo tenga que crecer otra vez, seremos como el agua llenándolo todo de vida.

Romanticismo de mierda.

La mayoría de veces sólo quiero saber que me echas de menos igual que yo a ti, o quizá no igual pero parecido. O saber que piensas en mí cuando vas a un lugar que me encantaría, o ves una fotografía que podría haber hecho yo, o lees una frase que sabes que me gustaría copiar en el estado de mi whatsapp.

Lo único que necesitamos los seres humanos para sentirnos bien, para que desaparezca un poco la carga que transportamos a lo largo de los años, es saber que alguien piensa en nosotros, que en realidad no estamos solos aunque durante las veinticuatro horas del día no salgamos de nuestras cuatro paredes y nuestro sofá.

Somos mucho más sencillos de lo que nos imaginamos.

En el fondo, hay algo universal, un latido casi ancestral que nos mueve y que es, en esencia, el amor. En distintas formas, grados e intensidades pero creo que es ese eje sobre el que giran nuestras vidas. Las de todos, en mayor o en menor medida.

Y eso lo hace todo fácil y complicado al mismo tiempo, porque los sentimientos no atienden a la razón, ni entienden de esperas, cambios o equivocaciones. Porque los sentimientos al final se mueven entre el miedo, la alegría, la ira, el asco y la tristeza.

Y ya no sé cuál de esas cinco cosas te provoco.

Pero mira, para mí el amor no tiene nada que ver con París o Roma, ni con brindar con champagne o ir de traje, tampoco me suena a vals ni a canción lenta, ni a poema de Neruda o Rubén Darío. Para mí es mejor porque sólo tiene que ver contigo, con verte esquivar las balas o lanzar dardos a la diana, con que salgas corriendo o te quites la ropa, que subas a las nubes, toquen tus pies en la tierra o bebas agua del pozo.

Es que yo qué sé, me gustas de todas las formas posibles, hasta cuando te sobra el mundo y te falta espacio, y sólo quieres soledad y olvidarlo todo.

Soy un romántico de mierda.

Así me va.

 

 

 

 

Los pequeños detalles.

No es lo mismo querer para siempre que no dejar de querer nunca.

La cuestión es que no todo el mundo es capaz de darse cuenta de lo que implican cada una de esas dos expresiones. Un ligero matiz que se acaba volviendo importante con el paso del tiempo, como la mayoría de las cosas en esto del amor.

Hoy he vuelto a ver nubes grises sobre mi cabeza, a sentir que caía en picado, que el agua me llegaba al cuello.

Y no sé por qué.

Si la vida es un tren quiero que pare, que se detenga de una vez en alguna estación, que me permita llenar de aire los pulmones durante un minuto, pensar con calma, sentir que la tierra se mueve por debajo de mis pies, apreciar de nuevo tu sabor en mi boca.

No es que lo quiera, es que lo necesito, porque las manillas del reloj continúan con su movimiento a expensas de mis deseos, y todo avanza sin que nada cambie.

Va a explotarme la vena de la sien, va a reventarme el corazón en el latido menos inesperado de todos. Otra vez se me han ido las cosas de las manos, otra vez me atrapan las montañas de sentimientos y de libros sin demasiada compasión, otra vez me entierra tu indiferencia en lo más profundo.

Ya he caído en la cuenta de que el orden de las cosas no varía demasiado, que vas a seguir atada a la misma piedra el resto de tus días. Lo que pasa con las piedras es que te hunden hasta el fondo, y sólo se sale a flote si se corta la cuerda.

Te quedarás en la otra orilla mientras yo me marcho, y ni tan solo estoy seguro de si veré brotar algunas lágrimas de tus ojos, de si realmente eras sincera, de si cada beso en los suburbios tenía para ti sentido.

No es lo mismo recordar que no olvidar, también existe una diferencia que hay que saber entender.

Y esos pequeños detalles, eso que quizá para otros pasa desapercibido, todo eso y más es lo que a mí me pasa contigo.