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La llave.

Aún no siento el calor, el verano este año tardará en llegar si no es que pasa por delante de mis ojos y mis manos sin que pueda cogerlo y abrazarme a él para sentirme reconfortado.

Todos los planes que un día parecieron perfectos se han ido al traste y ha dado igual la espera, el salto, incluso la caída; han dado absolutamente igual las lágrimas, las heridas, las confesiones a pecho abierto.

Ha dado igual esta vez y todas las anteriores.

Veo, sentado desde mi columpio oxidado, a los demás niños y niñas jugando a lo lejos, disfrutando bajo la sombra de los chopos. Es curioso recordar la sensación de tranquilidad y felicidad cuando hace mucho que no la vives, me transporta a los días en los que no había más preocupación que sentir el peso de tu cuerpo sobre el mío, aquellos en los que la única preocupación era preguntarnos qué íbamos a comer porque ninguno de los dos tenía ganas de cocinar, aquellos en los que daba igual besarnos por la calle y que al otro lado alguien gritara nuestros nombres.

Es tan doloroso ir convirtiéndote en una estatua de piedra para dejar de sentir, dejar de sentirlo todo, hasta la lluvia fría sobre la piel. Es tan doloroso ver tu indiferencia frente a mi cara, transcrita en forma de letras vacías contra la pantalla.

He intentado aprovechar cada momento, enseñarte cómo es el mundo desde mi vista cansada, abrazarte cuando era yo el que necesitaba que lo abrazaran.

Hay muchas cosas difíciles en la vida, eso lo tenemos claro, pero tú has sido capaz de verme sangrando sin intentar taponarme la herida, has sido capaz de apartarte unos pasos, los justos, para no tener que ser testigo de la tragedia. También tenemos claro que sobrevivimos, que la vida sigue a pesar de todo, pero no lo hace de la misma forma después de que sucedan ciertas cosas.

Me pregunto qué vas a hacer si te olvido, si de verdad acabas siendo un punto insignificante para mí; si sentirás alivio, si entenderás todo este daño, si te llenarás de la niebla densa que me recorre por dentro.

Me pregunto si entonces querrás tocar a mi timbre y besarme con ganas.

Me pregunto si debí haberme ido hace mucho para que empezaras a correr en mi dirección.

Me pregunto qué vas a hacer si un día mi puerta se cierra ante ti para no abrirse nunca más.

Tengo la llave en la mano pero aún no he decidido qué hacer con ella.

Se me hace raro, siempre has sido tú la que la llevaba en el bolsillo.

Perdiendo el norte.

Se me atragantan los días desde que vivo atrincherado en el sofá sin más esperanza que la que soy capaz de ver sólo de vez en cuando, como esos destellos de luz que ven los náufragos desde la orilla de sus islas perdidas en mitad del océano. A ciertas cosas no me puedo acostumbrar, hay ciertas cosas que no puedo asumir y seguir como si nada.

Siento el martillo en mi cabeza trabajando sin parar, sin descansar, sin detenerse ni un segundo para dejarme coger aire y volver a empezar.

Hoy he vuelto a despertarme con sed en plena madrugada mientras la televisión y las luces del comedor seguían encendidas, mientras un libro con su marcapáginas fuera de sitio reposaba en mi regazo y he tragado saliva. He vuelto a caer en la cuenta de que nadie va a darme un toque en el hombro y a decirme que me vaya a la cama. He vuelto a caer en la cuenta de que soy mucho más frágil de lo que me atrevo a decir.

Y el mundo ahí afuera se está congelando y yo por dentro estoy en llamas.

Es como si ahora mismo estuviera solo, abandonado, viviendo en medio de un valle donde nadie va a venir a rescatarme si estoy en apuros, si hago ese último grito pidiendo ayuda me quedaré en el mismo sitio, esperando con los lobos.

Sin que nada pase.

Sin que nada cambie.

Sin que nada sea como tú quieres que sea.

Sin que nos encontremos escondidos en la esquina de siempre.

Ya hemos dicho muchas veces que no aprendemos, que no sabemos elegir bien ni hacer las cosas mejor. Y yo soy el ejemplo más claro de lo que no hay que hacer en la vida porque lo único que hago como nadie sabe hacer es destruirme poco a poco, echarme sal y tierra por encima, y quedarme enterrado.

A pesar de todo (y de nada) aquí sigo, perdiendo el norte por ella.

[Estamos diciéndonos adiós con el corazón encogido.]

Un respiro.

Otro domingo de golpes y caídas.

Te das cuenta de que estás solo cuando no tienes a nadie con quien llorar y tienes que abrazarte a la almohada para sentirte un poco reconfortado.

Otro domingo lleno de minas de sal, de silencio en casa y ruido en las calles.

Estoy roto en tantos pedazos que cada vez que intento recomponerme lo hago peor y ya no sé cómo era mi yo original. Alguien con tantos destrozos, uno detrás de otro, no puede acabar bien.

Y ya no puedo mirarme al espejo sin sentir pena de mí mismo.

Necesito un respiro, coger aire antes de ahogarme de una vez y para siempre. Necesito una pausa, un momento de dejar la mente en blanco, de no pensar en nada, de no existir. Si tan sólo pudiera desaparecer unas horas, dejar de ser, dejar de hablar, de imaginar, de ver, de escuchar.

Ha llegado un punto en el que mis letras me duelen casi tanto como la realidad y no puedo soportarlo y necesito parar, golpear el teclado, tirarlo todo por la borda y no escribir durante un tiempo.

Necesito detenerme en este punto y mirar hacia dentro y prender la mecha para ver si esto cura de verdad o todo es mentira. Necesito pensar si todo este tiempo lo que había en mi cabeza han sido puras fantasías o ha sido algo real. No sé si este descanso durará días, semanas, o quizá meses; pero creo que necesito un tiempo para dejar de hacerme más daño a mí mismo.

Ya he tenido suficiente.

Me quedo aquí de pie, mirando el Ártico tan perdido o más que siempre. La inmensidad helada y yo congelándome como siempre ha debido ser. Yo muriendo de frío sin ser capaz de ver un rayo de sol. No sé por qué intenté encontrar un camino que no está hecho para mí.

Esto no es un adiós, de verdad, lo digo sinceramente (como cuando la miro a ella a los ojos).

Esto no es un adiós, sólo un hasta luego.

Despedida.

Creo que voy a escribir las palabras más difíciles hasta la fecha, y es que despedirme nunca se me ha dado demasiado bien. Me acaba temblando el labio y me quedo sin voz.

No me voy porque quiera pero siento que me echas de tu lado, que comienzo a complicarte gravemente la existencia y no creo exagerar si digo que soy el último ser sobre la tierra que busca tu sufrimiento.

No me marcho por cobarde, me retiro porque a pesar de haber luchado debo admitir que he perdido.

Lo mejor es asumirlo.

De verdad que lo quería todo y he vuelto a quedarme con la nada entre las manos.

No te odio, más bien todo lo contrario, por eso voy a tomar la dirección que menos quiero seguir para poder liberarte, quitarte la carga, que puedas cerrar los ojos por la noche sin ningún temor, sin que haya ningún pensamiento golpeándote la conciencia.

Quitarte los remordimientos a base de distancia y olvido.

Tengo que asumir que has sido la piedra más bonita del camino con la que podía tropezar, la que quería sin saberlo, la que nunca esperaba encontrar.

Quizá es por eso que dueles, que río, que todavía sigo vivo y también lloro.

Serás por eso tinta invisible sobre mi piel.

Dulce pecado.

Lamento las circunstancias y no tener nuestro momento, lamento no ser capaz de mantener eterna la sonrisa en tu rostro, lamento no poder colar mi mano entre tus muslos y sentir cosquillas en la barriga, lamento no mirarte un rato mientras duermes antes de caer rendido.

Lo que más lamento es seguir siendo siempre el hombre equivocado, el que deja caer la toalla de nuevo, el que no sabe lo que es llegar a meta y colgarse una medalla.

Me dicen los locos que también se puede vivir sin ti, que hay algo más allá de la oscuridad y la desolación que imagino con tu ausencia.

Pero qué sabrán ellos si nunca han tenido que decirte adiós.

Efímera y eterna.

Nos diremos adiós demasiado pronto. Tendremos que despedirnos antes de que llegue de nuevo el mes de Enero. Y ahora ya ni tan sólo puedo escuchar tu voz en sueños, porque no la recuerdo.

Te desvanecerás de manera tan rápida.

Te irás en un impulso, con un salto al vacío.

Desaparecerás ante mis ojos, y será culpa de algún mago.

Serás efímera.

Efímera, como la tinta cayendo sobre un papel, como un rayo de sol colándose por la ventana, como un beso en un ascensor, como una ola llegando a la orilla.

Efímera, como una gota de lluvia en la ventana, como una mirada en el metro, como una palabra contra el viento, como un orgasmo entre tus dedos.

El mundo está lleno de idas y vueltas, de ciclos que se repiten, de caos y armonía, de noches y días. Y no sé si volverás a cruzarte en mi camino, si de pronto un día me encontraré con tus ojos mientras espero en un semáforo y se me dispararán las pulsaciones. Te recordaré en mi cama, entre mis brazos, me recordarás entre tus piernas y tararearé en un segundo todas tus canciones. Y dejaré la cordura por un momento, la dejaré para otros que no hayan tenido la suerte de haberte besado como yo lo he hecho. Pensaré en todos los planes que tuvimos que quemar, las ciudades que no pudimos pisar al mismo tiempo, y tendré que lamentarme de que nuestras manos tuvieran que soltarse.

Soy experto en ver venir las catástrofes y cuando me sonreíste por primera vez supe que si te ibas me quedaría en ruinas para el resto de mis días.

Fuimos dos kamikazes pulsando el botón, dos locos saltando por los tejados, dos gatos maullando en un callejón, dos incautos tirándose al pozo de cabeza a sabiendas de que acabaríamos metidos en el barro, de que seríamos incapaces de salir de este carrusel que no deja de dar vueltas.

No hay música que nos pueda salvar de esta.

Efímera, pero para mí siempre serás eterna.

No somos futuro.

Lo que me gusta de la vida es que siempre se encarga de devolverte al lugar que te corresponde. Te da una hostia, y bajas de donde sea que estés. Como cuando te crees en la cresta de la ola y de repente te das cuenta de que no, que estás en el mismo puto punto diminuto del mapa en el que eres insginificante y no le importas a nadie.

Al final resulta que aunque no queramos nos creemos las palabras de los demás, aunque los ojos nos digan otra cosa, aunque los días nos digan lo contrario, aunque no haya nada que hacer y sigamos remando por si acaso.

Aunque la intuición nos avisara hace tiempo de que debíamos protegernos.

Aunque la profecía nos advirtiera de que nos harían daño si éramos de verdad.

Quizá es que es tiempo de ruina y de rendirse, y de dejar caer los brazos a ambos lados del torso sin intentarlo más. Quizá es que tan sólo soy un poco de eco entre tus manos, un recuerdo de algo bueno que te hace sonreír.

Pero no somos futuro.

No somos nada.

Y la verdad es que ya no creo en el destino, ni en las casualidades, y la magia ha dejado de existir para mí. Y ahora que todo se ha vuelto tan racional y me doy cuenta de la realidad prefiero dejarlo todo de lado y volver a ensuciarme las manos dibujando borrones en papel reciclado.

Sin ser Sócrates, lo único que yo sé es que nunca estás y no me sirve.

Ya no.

Y aunque haya sinfonías de Sibelius y de Mahler que me hagan creer lo contrario voy a romper partituras y a incendiarlo todo, porque ya nada tiene sentido.

Me enseñaron que decir adiós siempre cuesta menos con una canción.

Ahora sólo tengo que encontrarla y estaré listo.

Se avecina el desastre.

Terrorismo emocional.

Nos pasamos la vida buscando.

Buscamos emociones, el amor, una muerte digna, un sueldo a fin de mes, adrenalina en la cama y tranquilidad cuando nos sentamos a comer.

Buscamos el oro de Moscú, la Atlántida, los secretos de Da Vinci, el significado de las runas, la verdad del imperio de Qin Shi Huang y los siete círculos del purgatorio.

Nos han dicho desde que tenemos conciencia que tenemos que encontrar algo que valga la pena, sentirnos felices, ganar siempre y disfrutar del verano. Nos han marcado el camino, nos han dicho que debemos seguir las pisadas y no salir del círculo. Nos han contado tantas mentiras que sólo podemos alzar la voz y tirar la basura.

Nos han dicho que hay dulces venenos y que se puede aguantar el sufrimiento. Nos han dicho que tengamos paciencia, que los hombres no lloran, que el sol sale cada día indiferente.

Hay días en los que el tiempo se para. Queremos quedarnos a vivir eternamente en algunos instantes, cuando todo parece ir bien.

Nos estamos desgastando y no de la forma en que nos gustaría.

Es que ya no tengo ganas de resignarme y quedarme encadenado a la pared.

Le he cogido miedo a no volverte a ver, pero voy a coserme los labios y tirar la aguja e hilo a las alcantarillas viejas de esta puta ciudad.

Dejaré mejor que hable la rabia en las canciones, y en las palabras de otros que saben expresarse mejor que yo. Dejaré mejor los pensamientos en el aire, sin darles forma, que parezca que no son reales.

Sólo soy un titiritero haciendo apología del terrorismo emocional en una obra de teatro callejera.

Soy verdugo, juez y víctima.

Ojalá después de todo se me quede el corazón intacto, más helado, más frío si cabe. Y pueda tomarme el whisky con mi propio hielo.

Pido poco, quedarme como estaba. Sin marcar iniciales en ningún árbol, ni mirar las estrellas en un coche a las afueras.

No sé si puedo ir a peor, la suerte me ha vuelto a decir adiós.

 

Estamos a tiempo.

Llega el verano, las flores se están marchitando y todo ha dejado de tener sentido.

El miedo nunca se va, tiene la estúpida manía de quedarse arrinconado y ensombrecerme la existencia, asomarse cada tarde a ese rincón de mis ojos en el que no puedo atraparlo.

No he dejado de tener ojeras desde el día que te fuiste.

O me fui yo.

Hay cosas que ya no recuerdo, memorias que nuestra cabeza decide bloquear para inventar una historia menos dolorosa. Supongo que fui yo el que lo acabó haciendo todo mal, el que sin darse cuenta desaprendió a quererte como había que hacerlo y caímos en una espiral carente de sentido. Se apagaron las miradas y buscamos fuera de casa el cariño que creíamos merecer en lugar de hacer las cosas bien, en lugar de decirnos adiós antes de meter la pata y sentirnos culpables.

Nos destrozamos tan bien que todavía no hemos podido curarnos por completo.

Cada vez lo tengo más claro, no hay truco en el amor. Existe o no, y aunque exista, no tiene por qué durar para siempre, aunque nos hayan vendido en las películas que sí.

Os lo prometo.

En toda relación pasa el tiempo, los días y sólo deberían quedar abrazos sinceros y sonrisas, y besos que llenen la casa y maten el silencio; aunque haya muerto la pasión y la ganas de tirar la ropa en cada esquina con tal de beberte la vida y el sudor del otro.

Cuando lo bueno acaba deberíamos tener la suficiente fuerza de voluntad como para dar un paso al frente en el pelotón y desafiar a lo cotidiano, a soportar lo insoportable, y que nos disparen entre ceja y ceja si es necesario. Soldados del día a día, con armaduras de papel higiénico y tenedores en las manos.

Siempre estamos a tiempo de pedir perdón, rectificar, dejarnos llevar, soñar, volverla a cagar.

Siempre estamos a tiempo de empezar de cero, querer más, pero sobre todo, queda mucho tiempo para querer mejor.