Categoría: Reflexión

Salva a la animadora, salva al mundo.

La psicodelia nos envuelve en forma de pantallas, palabras y nuevos miedos sin necesidad de drogas, o quizá por culpa de todas ellas.

Etiquetas, diagnósticos y falacias.

Hemos creado un universo a nuestra medida, en el que podemos arrimarnos cada día al árbol que más sombra da sin que pase nada, sin que se nos fundan las bombillas por culpa de la alta tensión.

Chaqueteros, mentirosos, desertores.

Modificamos nuestro pensamiento cada vez que suena la alarma del despertador, y ya no hay convicciones, ni sentido común, ni pilares robustos en los que basar nuestro ideario.

Desleales y deshonestos.

Todo vale para llevarnos por el mundo como un rebaño de ovejas idénticas sin criterio.

Nos hemos transformado en esa sociedad insulsa y maleable que aventuraban algunos escritores a principios de siglo XX.

Somos la masa perfecta para que vuelvan a crecer el odio y la rabia en forma de hongos que nos pudran desde dentro.

Y me pregunto si hay manera de detenerlo, si existe algún botón que nos permita parar el tiempo para poder mejorar el futuro que nos espera, para intentar comprender qué ha pasado, qué necesitamos cambiar, qué podemos hacer.

Nos rodean banderas y populismos de colores, y descerebrados que hablan delante de micrófonos con grandes altavoces, gente que aún cree en razas y etiquetas con el mismo tufo que llenó Europa y el resto del mundo de sangre durante décadas.

Y aquí seguimos mientras se deshacen los polos, se acerca el Sol y se esfuman las especies en extinción.

Inmóviles y sin herramientas.

Marchitos por dentro,

sin ser capaces de salvar a la animadora ni de salvar al mundo.

Algunos periodistas sin corazón.

Carroñeros, depredadores ante la desgracia ajena, que huelen la sangre y se abalanzan sobre los restos para repartirse la carne. La aversión que siento cuando veo a los medios regodeándose en la desgracia de las familias se sale de cualquier escala de medición conocida, estoy seguro. No es nada nuevo lo de la poca ética de según qué personas pero siempre me sorprende porque no hay techo, el límite avanza hasta caer por el acantilado.

Los terremotos de información también dejan muertos. Padres, hermanos, amigos, abuelos, que tienen que soportar ver su intimidad expuesta en las pantallas como si no fuera suficiente con pasar por un hecho traumático que te cambia la vida por completo, que te deja frágil y sin consuelo para el resto de los años que te queden en este puto mundo. La jauría ladra, muerde, araña con fuerza y ataca sin piedad y sin control, porque como siempre los efectos colaterales no se valoran lo suficiente.

Tenemos claro que sufre el que se queda, el que tiene que sobrevivir al día a día con la ausencia, con un agujero en las entrañas que no se puede llenar.

Me parece lamentable que se den a conocer detalles pormenorizados de un padre, una madre y sus relaciones, de sus trabajos, de sus compañías, de sus abuelos, tíos y primos, de sus problemas, de sus costumbres. Como si fuera necesario, como si necesitáramos conocer la vida privada de una familia recién golpeada por el dolor. Como si fuéramos alguien para juzgar la vida de otros sin habernos lavado las manos y la boca antes. Como si la opinión pública necesitara para su desarrollo normal datos que sólo atañen al ámbito judicial y a quienes están inmersos en la instrucción del caso.

Y siento náuseas, de pensar que hay buitres observando datos de audiencia, refrescando las estadísticas de una página web, viendo subir el número de retuits o de posts compartidos.

Siento asco por una parte del mundo periodístico que no tiene corazón y también rabia porque nunca se aprende, nunca deja de sacarse tajada de este tipo de crímenes y al final todo se trata del mismo modo sensacionalista sin importar que te llames Miriam, Toñi, Desiré, Marta del Castillo, Ruth y José, Diana Quer o Gabriel.

Siento repulsión al ver que todos nos creemos jueces, abogados, criminólogos y policías, y echamos por la borda la labor de quienes ponen todo su esfuerzo y medios en trabajar de la mejor forma posible ante la presión que supone un caso como este.

Siento impotencia por ver cómo se trata la muerte de un pobre niño de ocho años, porque a estas horas habrá muchos otros viendo la televisión con sus abuelos/padres/tías/tíos/hermanos/hermanas/cuidadores, aprendiendo a diferenciar lo que está mal y lo que está bien.

Ojalá alguien les enseñe a respetar la privacidad, el dolor de los otros y a no usar la desgracia del prójimo en beneficio propio.

#8M

8M con M de mandar a la mierda al machismo.

Los machistas de raíz que creen que no lo son están perplejos, hay mujeres luchando por sus derechos como si no los tuvieran todos piensan.

Estos días de reivindicación salen los más rancios a la luz, aquellos que aún se preguntan por qué las mujeres quieren hacer huelga o por qué quieren ir a la manifestación con argumentos como que «la igualdad ya está conseguida», que «ellas tienen ventajas que nosotros no tenemos». Algunos creen que todo es un capricho y que la culpa es de las «feminazis».

Y entonces es cuando tienes que abrir los ojos y darte cuenta de todo el trabajo que queda por hacer y de todo lo que se debe luchar todavía.

No sé si está mal que yo como hombre alce la voz contra esto y quite el foco de mujeres que, sin ningún tipo de duda, saben reivindicar más y mejor que yo todo aquello que necesitan y buscan en la sociedad actual.

Desde el apoyo que intento mostrar por todas las causas que considero justas me anexiono al movimiento, sin pretender ser quien tire del carro, si no tan solo una mano más que empuje junto al resto.

Porque no ves que mueren a diario mujeres como consecuencia de una sociedad patriarcal, en la que el hombre tiene el poder y se encuentra por encima.

Porque no te has dado cuenta de que las utilizan como reclamo sexual para entrar a las discotecas, en los anuncios de televisión (que sí, que no me digas que en los anuncios sólo salen hombres guapos y con cuerpo de gimnasio, gañán).

Porque no has visto que en toda historia las tratan como si fueran las frágiles y a quienes hay que salvar cuando también tienen dientes, puños y palabras.

Porque las obligan a vender su cuerpo y las transportan como mercancía.

Porque hacen los mismos trabajos por menos dinero.

Porque no tienes miedo de volver solo a casa de madrugada.

Porque les cuesta más llegar a un puesto directivo con los mismos títulos y aptitudes.

Porque si todo lo que piensas sobre ellas fuera real hoy en día no les haría falta salir a la calle para gritar su realidad.

Sólo os digo una cosa, mujeres:

Sentíos libres.

Alzad el puño.

Como podáis, como sepáis, como queráis

La memoria no histórica.

Ascensión Mendieta ha podido enterrar a su padre. Un sindicalista al que fusilaron hace 78 años. Un hombre que cometió el único error, como tantos otros, de ser del bando de los perdedores.

Los que ganan siempre se creen con el derecho de humillar a los vencidos, pero no hay ningún honor en matar a otro hombre o a otra mujer, no hay honor ni decencia en quitar el aliento a alguien.

Nos gusta quedar por encima de los demás, dejar bien claro que la suerte está de nuestra parte, demostrar el poder a veces con dinero, a veces con mano firme.

A veces, con las dos cosas.

Ascensión Mendieta ha tenido que pedir justicia fuera del país, ha tenido que ser una juez argentina la que devuelva la dignidad a su familia, la que ha permitido rescatar los huesos de su padre de una fosa en la que reposaban junto a tantos otros sin apellidos conocidos.

Vivimos en un país lleno de grietas que no se pueden tapar, agujeros llenos de cuerpos que deberían descansar en un cementerio para que alguien pudiera dejarles flores, pudiera llorarles acariciando una pieza de frío mármol.

Vivimos en un país que todavía se divide entre azules y rojos, porque a cientos de miles les robaron el pundonor tirándolos como perros, porque todavía hay quien ve en el águila algo dentro de la normalidad, porque todavía hay quien niega dictaduras y crímenes contra la humanidad.

Todavía queda mucho para hacer justicia, todavía faltan muchos para hacer justicia.

Y estamos lejos de conseguir que nos devuelvan a algunos de los que defendieron hasta la extenuación a la República.

Estamos lejos de esa sutura necesaria para sentir de nuevo que somos hermanos.

‪Ojalá algún día vivamos en un país en el que no queden huesos en las cunetas ni lápidas sin nombre.‬

Ojalá un día se devuelva el perdón a tantos rostros de fotografías amarillentas y roídas por el tiempo.

‪Ojalá.

Quizá entonces pueda levantar una bandera con algo de orgullo.

Orlando, que vuelva el arco iris.

La sangre ha vuelto a derramarse en nombre de los dioses.

Se supone que no hay Dios sin amor.

Orlando llora, América llora y el resto del mundo también lo hace.

Y a pesar de eso, todavía hay quienes en lugar de estremecerse ante cualquier acto de violencia sin sentido lo excusan: «Es que eran gays», «#MásMasacresMenosGays». Aún hay gente que se alegra de que al menos los muertos sean homosexuales, porque son menos personas, porque lo que hacen no está bien, porque los invertidos son antinaturales.

¿Qué podemos esperar de un mundo así?

Un planeta en el que la gente se ampara en entes invisibles y fábulas escritas hace miles de años convertidas en leyes sagradas, pero dispara a sus hermanos.

Qué asco damos.

Que no entendemos.

Que no respetamos.

Que no se casen.

Que no puedan tener hijos.

Yo no tengo nada en contra de los gays, pero que no se cojan de la mano por la calle, que no se besen en público.

Cincuenta personas con miles de colores en su sangre, y los han fundido a negro. Ya no podrán levantar la voz, besarse entre ellos, cogerse de la mano, reír con la persona a la que aman. Porque todo eso estaba mal.

Pero comprar armas en un supermercado debe ser palabra divina, escrita en algún verso del Corán, de la Biblia o la Torá.

Orlando ha dejado de ser un parque de atracciones para convertirse durante un instante de la historia universal en capital del dolor.

La sangre mancha sus calles.

Ondean arco iris, caen lágrimas, se gritan protestas y se escucha el silencio mientras suenan los relojes.

El cementerio va a llenarse de gente que sólo era. Que sólo quería. Y ahora tendrán tumbas llenas de flores.

Sólo la educación combate el miedo.

Sólo el amor combate el odio.

Tenemos el futuro en nuestras manos.

Y que llueva fuerte, que salga el sol, y volvamos a ver el arco iris.

Podéis seguir disparando, cuando vengáis a por mí os abrazaré de la mejor manera que sé.

Mayo del 68.

Mayo del 68, y tú y yo todavía bebiéndonos las ganas.

París en plena ebullición y nosotros arañándonos la piel. Dejándonos llevar.

Las calles llenas, las camas vacías y los corazones temblando con tanta ambigüedad.

Empieza a llover, se mojan las banderas y el miedo nos quiere vencer.

El aire huele a rabia, a esperanza, a pérdida y victoria, a jóvenes luchando por la libertad, a pintura en pancartas y paredes.

Y nosotros, seguimos siendo dos almas que se piden a gritos.

La revolución estaba entre tus piernas y otros la buscaron en las armas.

Y a mí, pequeño incauto, ni los himnos consiguieron arrancarme de tus brazos.

Preferí arder contigo, luchar contigo, y no contra ti.

Ni Vietnam, ni las colonias de ultramar importaban lo más mínimo desde nuestra ventana, esa en la que te apoyabas a medio vestir, esa en la que te encendías el primer cigarro del día mientras observabas las calles llenas de humo y gasolina, los restos de noches incendiarias.

Absenta, un Renault 16 y la policía a las espaldas.

Nuestras manos entrelazadas cogiendo aire a bocanadas, escondidos en cualquier esquina.

La risa y el llanto, y el alma viva.

Y qué más da todo, si nuestra huelga duró más, si nuestra rabia la apagábamos entre las sábanas, si el ruido de las jaurías nos arropaba por las noches mientras otros peleaban y nosotros follábamos en la cama.

Hace 48 años desde que Francia volvió a estornudar y Europa se murió de frío.

Mayo del 68, y tú y yo seguimos apagando las ganas con besos.

Y la revolución, la revolución sólo puede empezar mirándote a los ojos.

[En realidad no estábamos vivos en aquel año, no llegamos a respirar el espíritu del París inconformista ni a plantarnos contra el gobierno de Charles de Gaulle. Somos de la generación rota, de finales de siglo, del nuevo milenio. Los niños de la cocaína y el TDAH. Se acabó Lost y han muerto los mejores. La religión sigue matando y Kanye West es el nuevo Jesucristo. Ahora EE.UU y Coca-cola son el enemigo, y sólo suena basura en la radio. La censura vuelve a la prensa y al pensamiento crítico. Ya no se escribe como antes, ya no se bebe como antes, ya no se quiere como antes. Vives en Instagram y pierdes el tiempo con el teléfono en la mano. Hemos olvidado a nuestro abuelos y todo lo que importa de verdad. Y nuestra ambición muere cada sábado por la noche. La inteligencia es otra especie en extinción. La decadencia es el siglo XXI.]

14.04.1931

La tricolor ondea en algunos balcones, atrevida, desafiando lo establecido por una Constitución que se nos queda pequeña y anticuada; y hemos decidido comernos el día, la noche y el resto de nuestra vida. Dejarnos la piel para pintar el futuro de otro color, para que nuestros hijos pisen una tierra que no destile petróleo y sangre de gente que muere al otro lado del Mediterráneo.

Todavía tenemos esperanza, aunque traten de pisotearla, todavía pensamos que luchar debe servir de algo y nos arañamos los puños y rompemos letras contra pancartas y muros huérfanos. Seguimos manteniendo la llama de la memoria, de las tumbas que siguen sin nombre, de las poesías que dejaron de escribirse por culpa de tiros en la sombra.

Gritamos por cada injusticia hasta quedarnos sin voz, queremos calles sin nombres de asesinos ni estatuas a caballo que nos recuerden el olor de la muerte. Vuelve a salir dignidad por las fuentes y el perdón lo tenemos en la punta de los dedos.

Por suerte, Valencia huele otra vez a azahar y hemos alzado el puño. Y las calles se ven menos grises y no es sólo porque estemos en pleno mes de Abril. Ya no queremos cobardes que se escuden en el miedo, ya no queremos águilas que vuelvan a taparnos el sol.

En el recuerdo sólo una fecha.

Salud y República.

Farenheit 451.

«Fahrenheit 451: temperatura a la que el papel de los libros se enciende y arde…»

Los libros se queman, igual que las ideas, igual que las personas. Llega un momento, algún punto determinado de nuestra existencia en el que ardemos hasta quedar convertidos en cenizas que vuelan con la primera brisa del día y se esparcen, se pierden y se funden de manera armónica con el Universo, justo como debió suceder al principio de los tiempos.

Últimamente es como si me hubieran empapado en gasolina y alguien hubiera prendido el mechero cerca mío, me quema la garganta y se han evaporado todas las ideas. Me pregunto la mayoría de días cómo soy capaz de aguantar tanto sinsentido, la hipocresía cotidiana, la injusticia arraigada en el suelo que pisamos, y lo más importante, no dejo de preguntarme cómo soy capaz de soportarme a mí mismo y si algún día dejará de ser una carga toda esta tristeza que intento transformar en vano.

La caída libre sin final, la falta de sueño y ganas, las letras que se acumulan sin atreverse a decir nada, el morderse la lengua, la rutina cada vez más insoportable, y la casa cada día más silenciosa. Las paredes se me echan encima cada vez que se va la luz y miro a oscuras hacia la calle. Sin haberme dado cuenta soy ruinas de lo que algún día fui o pude ser, actor secundario de una vida de mentira, las vías abandonadas de alguna antigua ruta comercial que ya no interesa mantener.

Estoy harto de tanta falsa compasión, gente que finge que te entiende, de todos los que hablan sin tener ni puta idea. Ojalá pudiera quemarme por dentro, quedarme convertido en una cáscara hueca, empezar de cero. Ojalá ser capaz de dinamitar el miedo, de caminar hacia otro lado, de dejar de aferrarme a lo malo conocido. Ojalá ser capaz un día de hablar sin callar, de golpear con la cabeza cada uno de los muros que hay que derribar, de caminar sin esperar a nadie.

Y mientras tanto, el mundo arde alrededor, se cae a pedazos y me alegro demasiado como para que el azar me recompense. Supongo que todo es porque desde hace tiempo mis pasos van haciendo equilibrios por la senda del perdedor con las manos llenas de libros quemándose a 232.8 ºC.

Qué pocas ganas de despertar mañana.

Tenemos lo que merecemos.

Dicen los más viejos del lugar que tenemos lo que merecemos, y deben tener razón. El problema viene cuando lo que merecemos algunos es la soledad, morder la rabia y observar cómo viven los demás; con los pies hundidos en el fango de las trincheras y llenos de barro hasta las orejas de tanta batalla que no hemos conseguido ganar ni con malas artes. Acabamos resignados, sin fuerza en las manos, con los ojos convertidos en diamantes de tanto llorar.

Hemos visto cómo han ido alejándose los sueños que teníamos en la infancia, sin cumplirse, cada vez más imposibles. Y observamos siempre con pena a aquel niño de mirada clara que sonreía a sus padres al verlos en la puerta del colegio, cuando todo iba bien, cuando, inocentes, no sabíamos que la vida se convertiría en estos espejismos de realidad manchados de pequeñas farsas.

Ahora tenemos sonrisas de plástico y besos de caucho, y gafas de sol que nos tapan la cara, porque ya ni siquiera nos atrevemos a mirar a los demás a las pupilas por miedo a que averigüen que somos de mentira. Pieles de poliestireno expandido, corazones de plastilina y un remix de serotonina, dopamina y noradrenalina bailando en nuestros blandos cerebros sin sentido alguno.

Haciendo un repaso quizá es cierto que cada uno tiene su merecido, en mayor o menor medida, y que todo llega, y que esa mierda del karma acaba actuando y poniendo a cada uno en su lugar. Yo seguiré esperando, viendo cómo se escapa la vida sin vivirla, dándote palmadas en la espalda diciéndote que lo estás haciendo bien, como si entendiera de eso.

Voy a quedarme en las trincheras escuchando el sonido de la guerra, sin atreverme a salir a luchar. No pienso arriesgar, soy campeón en perder en todo lo importante. Mejor me quedo quieto, me conformo con lo que tengo y lo que soy, que para algo tengo lo que merezco.

Sangre (en Bruselas).

Sangre, siguen llenándose las calles de sangre inocente. Y nuestras conciencias y manos siguen intactas ante la tragedia.

Hemos creado un mundo que se derrumba demasiado fácil como para creer que es definitivo, como para querer pensar que es de verdad. Jugamos con vidas, con leyes, con armas desde la seguridad que nos da la distancia. Cada vez el ruido de las bombas está más cerca y la orquesta más lejos.

A mí me duele la carne, me duele la memoria y me obligo a pensar en que no estamos a salvo, que cada una de esas víctimas podría haber sido yo, podrías haber sido tú. Algo hemos hecho mal, de nuevo, y la historia se repite por vigésimo tercera vez.

Se han cruzado ya todas las líneas y entre tanto interrogante yo no encuentro solución.

En un par de días volveremos a reír, dejaremos atrás Bruselas, como dejamos atrás París, Londres, Madrid o Nueva York. Y la hipocresía occidental se colgará otra medalla, y los niños seguirán muriendo en las costas de Grecia, y construiremos vallas e inventaremos pactos por si los malos se cuelan entre tanto refugiado.

Sangre, siguen llenándose los mares de sangre inocente. Y nuestras conciencias y manos siguen intactas ante la tragedia.

Que no paren las televisiones de intoxicarnos con noticias sin contrastar, que no paren de recordarnos la crueldad de los autores, que no dejen de enseñarnos fotografías sacadas con un iPhone 6s del lugar de los hechos. Que no paren, por favor. No quiero que dejemos de dar asco.

A mí me duele la piel, me duelen los ojos y me duele este circo que siempre necesita más leña para ir creciendo.

Somos la vida inteligente de este planeta, y lo único que hemos aprendido es a odiarnos los unos a los otros, a matar, a herir, a doler.

inteligencia1

Del lat.intelligentia.

1. f.Capacidad de entender o comprender.
2. f.Capacidad de resolver problemas.
3. f. Conocimiento, comprensión, acto de entender.

 

Hay días que preferiría cerrar los ojos y despertar lejos de esta mierda a la que llamamos civilización. De seres humanos, ya ni hablamos.