La sequía.

He caído en esa zanja que antaño estuvo llena de agua, y ahora sólo tiene tierra seca y algunas hierbas que amarillean.

Me cuesta tanto hacer el esfuerzo de mirar la hoja en blanco y pensar que tiene que acabar repleta de letras, es como si de una vez por todas me hubiera quitado la careta y se hubiera descubierto la verdad. No soy capaz, todos esos temores eran ciertos. Ni talento, ni entrega, ni esfuerzo. No estoy bendecido con el don de la escritura, y la fluidez que un día intuí sólo era efecto de leer mucho, de la música, del dolor y de la falta de sitio en el mundo.

Ahora que se han ido colocando todas las piezas en su lugar me he dado de bruces con la vida adulta, con pocos sobresaltos, con días que distan mucho de la aventura y las expediciones soñadas. Ahora me balanceo, por suerte, en la comodidad y la rutina estable y necesaria.

Mi cerebro se ha convertido en terreno baldío, y tan solo es polvo que se mueve con el viento sin llegar a ningún puerto.

Sigo buscando la luz, la grieta por la que salir para poder volver al día en el que pasaba horas sin levantar el bolígrafo de la libreta, o podía conciliar insomnio y escritura.

Ahora no puedo.

Todavía no.

Como todo el mundo, tengo obligaciones y realidades que me impiden evadirme dejando vagar la imaginación.

O quizá es que ya se ha ido, como la inocencia, como el primer amor, y una vez se marcha no se puede recuperar jamás.

Deja un comentario