La Dama Blanca (III).

Patrick no era consciente de que llevaba encamado casi un mes, por ese motivo cuando trató de incorporarse no encontró fuerzas para hacerlo. Había sufrido un traumatismo craneoencefálico importante como consecuencia del atropello que le había obligado a ser trasladado al hospital, y había estado ingresado durante todo aquel tiempo, mientras se encontraba en coma. Días y noches sin saber lo que sucedía a su alrededor, sin ser consciente de que al amanecer las enfermeras hacían sus rondas para comprobar el estado de los pacientes y dar parte a los médicos antes del pase de sala. De algún modo seguía allí, mientras su mente viajaba de recuerdo en recuerdo, saltando de un momento vital a otro.

Cuando abrió los ojos lo hizo sin saber dónde estaba, sin comprender cómo había llegado allí, y sin sospechar que su cuerpo se parecía más al de un anciano cerca del cementerio que al de una persona de su edad.

-Tenga paciencia, señor Barker, va a necesitarla para recuperarse por completo. -Le indicó la enfermera de sala que llevaba una carpeta en la que anotaba cómo se encontraba cada uno de los pacientes allí ingresados. El detective la miró alzando un poco ambas cejas, pensando que tenía cierto parecido a su madre, o al menos al aspecto que él creía que su madre habría tenido si hubiese podido cumplir los sesenta años. El cabello moreno, ligeramente iluminado por canas que nacían en la frente y los laterales de la cara, unas arrugas suaves que cincelaban sus mejillas y la frente, y un par de ojos agudos y de color verde oscuros que anunciaban que ya habían visto demasiado.

-Necesito volver al trabajo. – El búho, la Dama blanca, los doscientos dólares. Todo se agolpaba en ese cerebro que acababa de ser conectado de nuevo.

-Necesita estar bien. -dijo con un tono entre la ternura y la autoridad que le daba el blanco de su uniforme.

Y bueno, el detective no se vio capaz de responder con una réplica a aquella frase, ¿quién no necesita estar bien en la vida? Decidió callar, resignarse, respirar hondo y volver a apoyar la cabeza sobre la almohada mirando al techo.

-La doctora vendrá a verlo en un rato. Le hará algunas preguntas. -La enfermera dejó la carpeta a los pies de la cama de Patrick y siguió con el siguiente paciente. Era raro, o curioso, eso de los hospitales desde el punto de vista del detective. Tener que entender y conocer cualquier cosa que le sucediera a un enfermo y tratar de ponerle solución, lo mismo les doliera un dedo del pie que el estómago, tuvieran tuberculosis, gonorrea o un brazo roto.

Debía intentar ponerse en contacto con Oliver Johnson hijo, sobre todo para informarle de que seguía vivo y de que una vez fuera del hospital continuaría con las pesquisas para dar con la joya, si es que todavía necesitaban de sus servicios después de tanto tiempo sin noticias suyas. Aquello no iría bien para su reputación, Barker ya navegaba en un río de aguas turbulentas como para permitirse desaparecer por culpa de un accidente que casi acaba con su vida. Con la mirada fija en el techo, y el reflejo del sol entrando por la ventana e iluminando los azulejos blancos de las paredes volvió a cerrar los ojos y se quedó dormido.

-Patrick Thomas Barker. -La forma en la que habían pronunciado de su nombre le resultó familiar mientras trataba de volver a un estado de vigilia aceptable. 

-El mismo. -dijo mirando a la doctora, reconociendo al instante aquellos ojos color trigo, sabiendo en ese mismo momento que el golpe en la cabeza no le había afectado a la memoria. Aunque por otra parte, ¿quién habría podido olvidar esos ojos? Algunas miradas se clavan a fuego en el pecho y las reconoces a pesar del inexorable paso del tiempo, a través de los siglos y las vidas. -Raina. -La hija del viejo y gruñón Otto Friedrich.

-La última vez que nos vimos estabas algo mejor. -sonrió, anotando un par de palabras en el informe.

-Eso es lo que parecía. – La última vez que se encontraron lo hicieron sin saber que sería la última vez. Raina y su padre fueron a visitar a su familia en Dresde y cuando acabó el verano nunca volvió a verlos. El cambio de destino a una comisaría a las afueras le obligó a mudarse de casa antes de que pudieran encontrarse de nuevo. De aquello hacía más de veinte años.

-Mi padre enfermó y nos vimos obligados a alargar la estancia varios meses. No podía viajar en las condiciones en las que se encontraba y finalmente decidimos quedarnos en Alemania. Falleció hace ocho años.

Un breve silencio se instaló entre los dos, Patrick nunca tuvo especial cariño por aquel hombre pero sabía bien lo que era quedarse solo en el mundo, por eso alargó su mano hasta el brazo de Raina y la observó callado. En determinadas ocasiones lo mejor para expresar las condolencias es mantener los labios en reposo.

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