Mediterráneo amarillo.

Diría que se nota ya el otoño en las calles, en el tono de voz de la gente, en lo apagados que están los ojos, en la música sonando a bajo volumen en las terrazas, en las copas que brindan sin fuerza, en los vacíos que van llenando las casas y todas esas personas que desaparecen de las fotos. Este año se han ido hasta las tormentas de verano y nadie sabe dónde están, tampoco sabemos si piensan volver por aquí o de ahora en adelante pasarán de largo.

Todo es raro, casi tanto como sería ver un mar Mediterráneo pintado de amarillo, lejos de esos juegos de azules marinos y celestes que chocan contra las calas y las playas cuando están vacías.

Todo es raro, casi tanto como sería despertarme contigo después de todo este tiempo, como si nada hubiera pasado, como si estos meses sólo hubiesen sido la peor de las pesadillas que podía imaginar, con amenazas invisibles y un giro brusco en el mundo de un día para otro.

Siento que tiembla el suelo por donde caminamos, que cada día la brecha es más grande y se separan los continentes como si fueran nubes en un día soleado.

Siento que la catástrofe sigue al acecho, a resguardo en cualquier esquina, esperando que todavía estemos más débiles para rematarnos para siempre.

Espero que lleguen las lluvias de septiembre y se lleven los malos augurios, como siempre hacen con las hojas de los árboles.

Y de paso que haga que se olviden todos esos recuerdos que nunca existieron.

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