Agua fría.

Me siguen temblando las piernas mientras van encajando todas las piezas.

No sé a qué juega mi cabeza después de tantos meses.

No sé qué más espera de mí este mundo hostil y lleno de rabia.

Ya todo son jarros de agua fría, uno tras otro, el caos, la decadencia y la falta de decencia han llenado el ambiente.

El entorno está repleto de aire irrespirable.

La atmósfera es asfixiante y va apretando sus manos en torno a mi cuello, y hay cierta parte de tanto sufrimiento que he logrado disfrutar, como si me estuviera convirtiendo en buen masoquista, como si pretendiera que el dolor fuera un lugar en el que quedarme a vivir en lugar de la verdadera razón para huir lejos y volver a convertirme en nómada.

Vagar por los pensamientos,

mares y desiertos.

Necesito que alguien me suelte las cuerdas o que ate más fuerte las correas que me tienen sobre esta cama vacía de sentido.

Parpadean más las bombillas del techo que mis ojos y siento más latidos a través de los temblores de tierra que dentro de la caja torácica.

No queda ya aleteo en los ventrículos, ni pulso en las muñecas.

No queda aire dentro de mis pulmones,

sólo agua fría,

nada de vida.

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