El mundo ahí fuera, después de todo este tiempo, se ha vuelto más hostil. La naturaleza ha empezado a arañar las aceras y las hojas llenan las bajantes y las alcantarillas. Las palomas son ahora líderes de las calles y miran extrañadas hacia las ventanas tratando de comprender la soledad que habita las plazas mientras vuelan más bajo que nunca. Hasta el clima ha percibido que sucedía algo extraño y nos lo ha hecho saber.
Y creo que las personas han ido empeorando todas sus capacidades: resiliencia, empatía, solidaridad y la estupidez. La estupidez ha ido ganando terreno, tapando oídos, remodelando conciencias, llenando el rebaño de más ovejas que no cuestionan ni piensan suficiente.
Lo único que pido últimamente es silencio, y algo de comprensión.
Lo único que pido últimamente es que todo deje de recordarme a ti: canciones, libros, series, frases y lugares.
El tiempo pasa y yo sigo con los pies mojados dentro de este charco lleno de barro y reptiles que buscan mi sangre con sus afilados colmillos. La inquietud permanente, la falta de ganas de respirar con fuerza, el saber que a mí ya me iba mal desde antes de conocerte. Quizá habría sido más sencillo si en lugar de besos te hubiera pedido que te quedaras a bailar. Por supuesto, da menos miedo que prometer amor eterno entre inseguridades y nubes negras.
No necesito ataúdes ni flores todavía, a pesar del vacío que me llena los huesos y los intestinos, a pesar de la tristeza que cae como una losa imposible de cargar sobre los hombros de Atlas tras la mirada verde que asoma entre las ojeras y el cansancio crónico. Nadie puede cargar con tanto peso, por mucho que lleve desde el inicio de los tiempos separando el cielo de la Tierra.
Ningún titán puede cargar tanta culpa y tanta melancolía como yo.
Tú sigue sonriendo, que nadie lo note.