Miguel. Tercer piso, puerta 12.
DOMINGO, 29 DE MARZO DE 2020
11:45 a.m.
CASA (OTRO DÍA MÁS…)
Anoche me quedé dormido sin querer y por eso no escribí en el diario. Creo que, más que por cansancio, me quedé dormido de puro aburrimiento. Hoy hace 16 días desde que Pedro Sánchez se asomó a los televisores de toda España para contarnos que no le quedaba más remedio que decretar el estado de alarma. Suena apocalíptico, ¿eh? “Estado de alarma”, “pandemia”, “cuarentena” … Yo, que siempre he sido muy fan de las novelas y pelis de ciencia ficción, nunca pensé que acabaría viviendo en una. Aunque, bueno, para ser una peli o un libro, debería ser más emocionante… No sé, más a lo Ensayo sobre la ceguera, Doce Monos o Aniquilación. Seguro que el prota de una novela distópica tendría algo más interesante que contar que “ayer estuve seis horas tirado en el sofá, luego hice una videollamada con mis colegas y terminé el día viendo cuatro capítulos seguidos de Westworld”. A mamá le hace gracia que Andrés y yo no paremos de quejarnos de esta situación. Aunque no sé si “gracia” es la palabra adecuada. Creo que ya no le parece tan buena idea habernos hecho venir de Santander y Salamanca, porque desde que hemos llegado nos pasamos los días discutiendo (eso de que todos los gemelos tienen una conexión especial no es más que un mito, nosotros nos hemos llevado como el perro y el gato desde que éramos niños). Dice que somos unos agonías, que en realidad no hay tanta diferencia entre lo que hacemos siempre en vacaciones y lo que estamos haciendo ahora, durante esta cuarentena obligada. Y puede que tenga razón en el caso de Andrés, que es más ermitaño que Luke Skywalker en las pelis nuevas de Star Wars. Pero yo no soy así: yo necesito salir, ir a tomarme algo con quien se deje convencer, correr un rato por el parque, abrazar a la gente. Es verdad que por fuera somos un calco perfecto del otro, pero es un coñazo que, solo por eso, Andrés y yo siempre vayamos en pack. Eso me recuerda al pack de yogures que utilicé como excusa ayer para bajar al Mercadona y poder dar más de 11 pasos seguidos en línea recta (sí, he contado cuántos pasos hay de una punta del pasillo a la otra… y también de la cocina al comedor [solo 5]… y del baño de papá y mamá al nuestro [unos 9]…). Ahora no nos queda otra que buscarnos las mañas para poder rapiñar un poco de aire fresco. Mamá y papá siempre salían a dar paseos juntos, y ahora tienen que recurrir a trucos varios: cada dos o tres días hacen como que van al cajero, o a la panadería, o incluso a la iglesia (ellos, que nunca habían pisado una excepto para funerales o bodas), y así aprovechan para darse una vuelta por la calle (cada uno en una acera distinta, claro, lo tienen todo bien atado). Pero creo que hasta eso se les va a acabar pronto: hay rumores de que el Gobierno está a punto de prohibir cualquier desplazamiento que no vaya acompañado de autorización. A Andrés se le está yendo un poco la olla. Ahora le ha dado por salir cada mañana al portal y subir y bajar corriendo todas las escaleras del edificio unas cuantas veces, desde el cero hasta el ático. Debe tener contentos a los vecinos… Ya se le han quejado Raquel, la yonqui del primero (aunque no sé quién es ella para criticar a nadie, si es la persona más irresponsable del edificio y su vida es un desastre, sobre todo desde que le quitaron a sus hijas), y María Antonia, la de al lado, que decía que le estaba revolucionando a los críos con tanto ruido por el portal, y que luego no había quien los calmara. Los hijos de María Antonia, como Andrés y yo, también son gemelos. Me enteré hace poco. Pobres chavales… creo que no hay nada peor en la vida que tener que convivir con alguien que todo el mundo asume que es tu clon, pero al que en realidad no te pareces en nada. Las comparaciones son una mierda. Mira que es casualidad que dos pares de gemelos vivamos puerta con puerta… Aunque, ahora que me paro a pensarlo bien, creo que en realidad no hay nadie normal en todo el edificio. Me gustaba más hace unos años, cuando Andrés y yo éramos peques y todos los vecinos nos adoraban (sobre todo a mí, que siempre estaba dispuesto a hacerles alguna carantoña o gracieta). De aquella época solo quedan Emilio y Paquita; el resto de los inquilinos actuales son una panda de resentidos y desquiciados. A veces creo que se matarían entre ellos si pudieran. Hablando de Emilio, el pobre se ha ido desmejorando bastante con los años, especialmente a raíz de la muerte de Valentina. Y lo mismo le ha pasado a Paquita desde que le falta su Manolo… Creo que los dos se sienten muy solos. Siempre he pensado que harían buena pareja… ¡Igual alguno de los dos podría mudarse al piso del otro, y así estarían acompañados! Bueno, cuando acabe todo el lío este del dichoso coronavirus, claro… Si es que acaba algún día. A mí ya se me ha olvidado cómo era mi vida antes de esto. No sé, no me imaginaba así mi primer año en la universidad. Pero bueno, por lo menos he conseguido pasar unos meses lejos de Andrés. Que, por cierto, hoy está tardando más que de costumbre en volver del portal… seguro que le está cayendo otra bronca (era raro que Alicia, la señora amargada del ático, no hubiera refunfuñado todav
10:20 p.m.
Menuda locura de día. Al final va a resultar que sí que vivo en una novela, sí, pero no de ciencia ficción, sino negra. Esta mañana, mientras estaba escribiendo aquí, mi madre me ha empezado a llamar a voz en grito. No he podido ni acabar la frase que estaba escribiendo. “¡¡Miguel, Miguel, que se ha matao Paquita!! ¿Dónde está tu hermano?”. Y yo qué narices iba a saber, mamá. Ni que fuéramos siameses. Me he levantado corriendo a ver si era verdad lo que decía mi madre. Y ahí estaba Paquita, la misma Paquita que me vio crecer, que ayudó en todo lo que pudo a mi madre cuando Andrés y yo éramos bebes. Pero ya no era Paquita. Era un cuerpo sin vida tirado en el suelo del patio interior, con las piernas y los brazos en posiciones extrañas y un charco de sangre cada vez más grande rodeándole la cabeza. Nunca voy a olvidar esa imagen. Un poco más allá, cómo no, estaba su monedero rosa, ese del que nunca se separaba. Al rato han venido unos cuantos policías. Creo que han estado interrogando a algunos vecinos. Varios dicen que Paquita “no se ha matado”, que se la ha cargado alguien. Yo ya no sé qué pensar… Andrés estaba en el portal cuando ha pasado, así que quizás haya visto algo. Pero, para una vez que quiero hablar con él, está aún más asocial que de costumbre. Se ha encerrado en la habitación desde entonces y no le ha dicho nada a nadie. Puto Andrés, siempre dando por culo…
Escrito por Ami Aberdeen.
Twitter e Instagram: @ami_aberdeen