Yaiza. Segundo piso, puerta 8.
“De marzo a la mitad, la golondrina viene y el tordo se va.”
Como cada mañana me he levantado a las 9:30, he escuchado ‘Old Friends’ de Ben Rector y he preparado unas tostadas de mermelada de tomate y pan de nuez, reconozco que soy una completa adicta a ese manjar. Hace ya quince días que el Presidente del Gobierno declaró estado de alarma en todo el país y las noticias no paran de hablar de la importancia de quedarnos en nuestros hogares, de lavarnos las manos y del sentimiento de ayuda al prójimo.
No entiendo por qué la gente se altera tanto con todo esto de quedarse en casa. Ayer los vecinos del primero no paraban de gritar y de decir, que esto era culpa de los de arriba. Qué poca capacidad de auto-crítica tenemos, siempre que hay oportunidad, aprovechamos para señalar a otros, bastante están haciendo, ¿no? Nosotros solo tenemos que quedarnos en casa y mirar por la ventana mientras contamos las horas de un tiempo, el que ya hace años que no valoramos.
De algún modo todo este caos me tranquiliza, hace que todos mis problemas sean más llevaderos, que deje de pensar en aquel capullo con el que he compartido piso hasta hace poco más de un mes o en el trabajo de investigación sobre el cóndor, lo cierto es que llevo ya 5 años siendo ornitóloga y aún me sigo sorprendiendo con todo lo que saben esas imponentes aves rapaces. A veces, creo que somos un poco como el cóndor de los Andes, nos vemos poderosos, con toda esa cantidad de plumas, y con la grandeza que desprendemos cuando paseamos por mitad de los centros comerciales. Pero realmente, esto es solo una especie de coraza, solo hay que ver que ni quince días de pandemia, y la gente ya está pensando en tomarse una de esas pastillas, escribir una carta de amor neoclásica y ¡pum! Directo a la tumba.
Y es que con todo esto de la muerte pisándonos los talones, no entiendo por qué nos cuesta tanto llamar a papá y mamá y decirles que los queremos, que los echaremos de menos cuando ya no estén aquí. A mí me hubiera encantado tener una hermana y decirle que el virus se mata con películas de Woody Allen y con la poesía de Alejandra Pizarnik.
En el tercer piso, hay un par de gemelos que no paran de discutir, creo que han vuelto por todo este tema del “apocalipsis”, me encantaría subir y llevarles algunas galletas recién hechas. Pero la verdad, es que no se cocinar y todavía tenemos que mantener esa distancia de seguridad que ha establecido el gobierno.
Sin duda, no saben la oportunidad que están perdiendo, pasar unos días con tu hermano gemelo, después de tanto tiempo, ¿os imagináis? Toda la tarde hablando de cómo sobrevivir a una horda zombie o de que será lo último que escucharemos si un meteorito colisiona con nosotros. Me encantan este tipo de conversaciones, no es que quiera que el mundo se acabe, pero me gusta ver cómo nos comportamos ante situaciones límite.
¿Sabíais que las aves pueden predecir que una tormenta se avecina?, incluso antes de que haya algún tipo de señal climatológica, pero, ¿cómo?, si nosotros no somos si
quiera capaces de poner medidas cuando las noticias explotan alertando sobre los afectados. Qué mala suerte que nos haya tocado justo a nosotros, ¿verdad?, justo cuando estábamos pasando una crisis económica, con todos los problemas que tenemos.
Lo cierto es que yo siempre he sido muy escéptica al azar, pero desde que conocí a Luka, ese maldito Luka, no he dejado de pensar en que a veces las cosas ocurren para organizar un poco todo este desorden de vida. Cuando lo conocí, mi vida era un maldito caos, había viajado a Dublín por todo eso de encontrarse a uno mismo, y me dedicaba a ser camarera de uno de los locales del barrio. No os creeríais la cantidad de platos que rompí durante aquella época, si me los hubieran hecho pagar aún estaría encerrada en aquel país de olor a cerveza y espuma de mar. El caso es que Luka era el cocinero, y que bien cocinaba, de él aprendí a hacer esas tostadas de mermelada de tomate y pan de nuez. Maldito seas Luka. Estoy segura que dirías que todo esto nos lo merecemos, por lo que le hemos hecho pasar al planeta, y que de algún modo, el universo tiene que tomarse un respiro, justo lo que me dijiste antes de salir por esa puerta. Luka, te odio, y ojalá este puto virus acabe con todos nosotros de una vez por todas.
¡Joder¡ Ya está empezando a ser tarde, son casi las 12:00, y yo aquí, en pijama, sé que no tengo que ir a ningún lado, pero nunca me ha gustado eso de parecer una mujer de 80 años, viuda y adicta al anisete, así que abriré las persianas y me ducharé.
Aparto las cortinas, abro las ventanas que dan al patio y la veo a ella, ahí, tirada, en medio de todo este caos de mundo.
¡No me lo puedo creer! Justo hablando de Paquita, y del azar y del ave cóndor, si es que hasta ese charco de sangre me recuerda a la puta mermelada de tomate de Luka. Al final va a ser verdad eso de que somos un poco como el ave cóndor, se dice que cuando se sienten viejos o cuando pierden a su pareja de toda la vida, el cóndor se arroja en picado hasta que encuentra la muerte entre las rocas.
Pues no, Luka, escúchame bien, no pienso caer en picado después de todo lo que me ha costado llegar hasta aquí. Ni ahora, ni cuando tenga 80 años y sea una adicta a las tragaperras, nunca, ¿me escuchas, Luka? Esto se pasa juntos, lo de la crisis económica, lo de la pandemia mundial y lo del puto ave cóndor, si hace falta, pero ya lo ha dicho el Presidente del Gobierno, somos una piña y hay que trabajar codo con codo.
Escrito por Cristian Fuster.
Twitter: @sebaslokicris